quinta-feira, 22 de janeiro de 2009

Sábios, reyes, artistas, evangelizadores

Toda las veces que posto una crónica nueva me gusta empezar contando alguna cosa sobre mi día, así los lectores pueden conocerme un poco más y hasta identificarse con mis peripecias y sentimientos. Sin embargo, hoy había decidido no escribir nada y postar solamente la crónica -no sólo porque el computador se dedicó a sabotearme la mañana entera con un letrerito de "depuración" que apagaba todo lo que había escrito- sino porque no estaba muy animada que digamos. Ayer fuí a un cumpleaños y, en vez de disfrutar de la fiesta y de la compañia de personas queridas y agradables, preferí quedarme en un rincón, quieta y aislada, sentada en uno de los bancos de granito del jardín del edificio, sintiendo rabia y frustración por una situación que no tiene solución, y pena de mí misma -detesto cuando soy asaltada por estas crisis de auto-compasión; menos mal que duran poco- por tener que pasar por ella valerosamente, cosa que ya debería haber aprendido a hacer, ya que ella se arrastra por tres años sin ningún indicio, ni siquiera microscópico, de mejora o mudanza... Pero como todo en la vida pasa, hoy día ya me desperté contenta, dancé la música que estaba tocando en la radio-despertador, conversé con mis viejos perros paralíticos, respiré hondo el aire fresco y lleno de perfumes de la mañana, hablé con mi hija por teléfono, dí una buena mirada a mi alrededor y me sentí nuevamente fuerte y dispuesta a continuar con mis batallas -grandes y pequeñas- a correr atrás de victorias en vez de derrotas y lamentaciones y a persistir en la paciencia, el optimismo y la creatividad para lidiar con esas situaciones que no tienen salida, pues como bien dicen los árabes: "Si tiene solución, para qué preocuparse? Y si no la tiene, para qué preocuparse?"... Y, claro, tienen toda la razón. No voy a despercidiar mi tiempo, mi energía y mi creatividad en este tipo de cosa cuando hay tanta cosa buena a mi alrededor! Si coloco en la balanza los pros y los contras, sin duda hay una cosa negativa ocupando uno de los platos. Sin embargo, en compensación, el otro plato está rebalsando de cosas positivas y no puedo ser ingrata con Dios a punto de despreciar u olvidar todas ellas para ocuparme tan sólo con esta otra que, a veces, es verdad, me lastima el pié, semejante a una piedrecita que se mueve para acá y para allá dentro del zapato, según voy caminando... El negocio es, entonces, continuar andando, siempre para adelante, siempre de ojos y corazón bien abiertos para no perder ni uno de los milagros que acontecen a mi alrededor para animarme, enseñarme y hacerme crecer.
Y aquí está la crónica de hoy.
A camino del trabajo hoy en la mañana, mientras trataba de planear mis actividades en la Fundación, encontré a una mendiga cargando un grande saco de yuta lleno de latas vacías y botellas plásticas -negra, gorda, de cabellos negrísimos y andar desgarbado- que pasó por mí canturreando. Usaba una camiseta vieja y agujereada enrollada en la cabeza, un vestido zurrado y deformado, enorme mismo para su cuerpo rechoncho, todo remendado y de color definido, y sandalias gastadas, cada una de un color diferente, en los piés de talones partidos y deformados... Primero, escuhé su voz sorprendentemente melodiosa y a finada viniendo atrás de mí. En seguida, sentí la vibración poderosa de su corpachón acercandose junto con la música, y luego ella pasó por mí, tocandome levemente en el hombro y la cartera con su saco de latas y botellas. Caminaba animadamente, de cabeza erguida y ojos atento, a pesar de la evidente dificultad que el exceso de peso le ocasionaba, y no pude evitar quedarme observandola mientras se alejaba de mí, admirada de su buen humor a pesar de su aspecto miserable y de la promesa de lluvia y frío que flotaba sobre nosotros... Me mantuve a una cierta distancia atrás de ella, lo que me permitió percibir que cojeaba, haciendo que su espalda se inclinase peligrosamente hacia la izquierda a cada paso. Sin embargo, nada en su actitud demostraba dolor o irritación, cansancio o tristeza... De repente, en el medio de la cuadra, encontramos a una mujer que venía saliendo de la panadería de la esquina con su bolsita de papel llena de pan caliente y oloroso. De lejos, divisó a la mendiga y de improviso abrió una sonrisa ancha y luminosa y vino trotando a saludarla como si se tratase de una amiga a quien no veía hacía mucho tiempo. Manteniendo aquella sonrisa cálida y tierna y sin apocarse por el aspecto de la otra, le preguntó por la familia, por la salud, por la vida, y la mendiga respondió a todo con la mayor naturalidad y, por su vez, le preguntó a la mujer por su vida, por el esposo enfermo y la carrera de los hijos. La mujer hizo un suscinto relatorio y ambas se despidieron con un beso, continuando en seguida su camino, sin que la mujer hiciese -para mi desconcierto- ni un esbozo de ofrecer a la mendiga uno o dos de los panecillos que traía y que despedían un aroma de hacer água la boca. Y la mendiga tampoco hizo mención de pedir, ni siquiera indirectamente... Yo, boquiabierta ante tal escena, decidí permanecer por allí para ver el final de esta historia, ni que por eso llegase atrasada a mi trabajo!.
Más adelante -yo siguiendo de cerca a la mendiga, fingiendo que leía calmadamente alguna cosa muy importante en mi agenda y anotaba otras igualmente importantes -un señor de botas y sombrero de fieltro paró para saludarla también, y después dos mujeres más y todavía otra que estaba llevando a su hijita al colelgio... Mi sorpresa y fascinación crecían a cada uno de estos encuentros, pues normalmente, las personas prefieren mantenerse a distancia de alguien como ella; sin embargo, esta mendiga -de la cual yo me alejaría discretamente si cruzase con ella en la calle por causa de su aspecto sucio y medio grotesco- era conocida por todo el mundo!... Pero quién lo diría? Cómo era posible? Al final quién era ella para ser tan popular así?... Entonces, comencé a preguntarme cuál sería su historia, pues ciertamente debía ser bien poco común. No pude dejar de notar que su hablar era hasta educado y muy claro, usaba las palabras correctamente y su pronunciación era como la de alguien que hubiera cursado la escuela. Sus maneras eran afables y anacrónicamente suaves para alguien de su tamaño y aspecto. Pero lo más desconcertante para mí era el hecho de que parecía conocer a todo el mundo íntimamente y que esto era recíproco de la parte de los que cruzaban con ella... Será que ella ya había sido vecina de ellos? De la misma iglesia? Sus hijos estudiaron en el mismo colegio? Frecuentaban las mismas tiendas o mercados, ya habían intercambiado recetas en el portón de la casa al atardecer o mientras lavaban la vereda?... Y cuál había sido la desgracia absurda y cruel que lanzó a esta mujer a la calle para acabar recogiendo latas y botellas en latas de basura? En las latas de basura de aquellos que, al parecer, fueron sus amigos?... Pero qué cruel ironía... Sin embargo, y por alguna razón que no llegué a descubrir, ella no parecía sentirse infeliz, avergonzada o sublevada con su suerte, con su actual posición delante de ellos, que habían prosperado y creado raíces y familias. Muy al contrario, sonreía y conversaba con todos con total naturalidad y sincera alegría y ellos -como si tuvieran un acuerdo tácito e inviolable- tampoco parecían sentirse incómodos o apenados con su miseria... Lo que me hizo imaginar, incrédula, que su destino no le había sido impuesto por la vida, sino que había sido una opción de ella misma. Pero, por qué? Cuál era su propósito? Podría alguien, sobre todo en estos tiempos de ambición y egoísmo, escoger por libre y espontánea voluntad, la calle, la pobreza, la necesidad, y se sentir feliz con ello?... Instintivamente, vino a mi cabeza la imagen de Francisco de Asís y sus primeros hermanos, que dejaron atrás a la fortuna y a la familia para dedicarse a la pobreza evangelizadora y a la pacificación... Entonces, será que estaba delante de alguien así? Una santa, tal vez?...
En ese momento, la mendiga dobló la esquina y se alejó alegremente calle arriba, balanceando su barullento saco mientras yo pensaba en la cantidad de cosas que ella debería tener para enseñarme si yo tuviese el coraje, el tiempo y la disposición para desviar o hasta detener mi camino por algún tiempo para escucharla... Pero ya estaba atrasada para el trabajo y de esta forma dejé pasar mi encuentro con ella, tal vez marcado hacía mucho tiempo por el sabio destino. Marcar punto, en aquella mañana, pesó más que aprender lo que la vida me había reservado en ese día.
Hay un sábio dentro de cada uno de nosotros, en las áreas más diferentes, que está siempre listo para enseñarnos, no importa dónde ni cuándo, si con acciones o palabras, si bien vestido y culto o en harapos y usando erradamente los tiempos verbales. Dentro de cada uno hay un sábio, un rey, un artista, un evangelizador, un maestro. En resumen, un ser humano con todas sus cualidades y que no podemos despreciar o marginalizar solamente porque no es parecido a nosotros, porque no es de nuestro nivel, no habla correctamente o es demasiado simple y torpe. Nunca se debe perder la oportunidad que el destino coloca delante de nosotros en cada uno de estos encuentros -a veces desconcertantes, a veces sorprendentes, a veces milagrosos- pues nada sabemos acerca del camino que cada uno recorrió hasta este encuentro, sobre sus opciones, sus dilemas y reflexiones, sobre sus descubrimientos y conclusiones, y esto puede significar una lección capaz de clarear nuestros propios caminos. Así como los otros nada saben sobre nosotros y por eso mismo no deseamos que nos juzguen sólo por las apariencias, así también no podemos juzgar o descartar a quien no conocemos. Un ser humano es un universo y no podemos rotularlo hasta conocerlo enteramente, lo que es prácticamente imposible, ya que está en constante transformación, lo que significa que nadie, en verdad, puede ser rotulado. Hay que estar siempre abierto a los encuentros, a las miradas, a los gestos, a las palabras que provienen de los otros, sin dejarnos impresionar por la forma, pues esta es la mejor manera de aprender y crecer.
Juzgar y condenar por anticipación es una tremenda falta de caridad y no hace más que poner en evidencia nuestra vanidad y presunción.

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