segunda-feira, 12 de fevereiro de 2018

"Trabajo subterráneo"

      Eso de hacer malabarismos con el presupuesto, apretarse el cinturón y rezar para que un  empleo aparezca antes de que se acabe la plata del préstamo del banco le quita a uno bastante inspiración, pero a veces, en algunos momentos, ella viene, para aliviar la tensión y darme algo de ligereza, para ayudarme a salir un poco de esta situación tan aflictiva y dejar de pensar en números y sumergirme en las letras que tanto amo. Entonces, me tomo este respiro y me siento aquí para escribir... Eso me hace muy bien. Cualquier día, a cualquier hora ahora, pero sin la intención de abandonar mi vocación, por más aproblemada que esté.



    La calle al costado del edificio donde vivimos está una locura porque decidieron ensanchar las veredas, arreglar las cañerías y construir una "plaza de bolsillo" (la última y muy popular moda en santiago) Una idea fantástica que le saca provecho a sitios vacíos que afean la ciudad, y debo decir que la nuestra es la mejor y más grande, con una buena variedad de propuestas para food trucks, ferias de artesanía, presentaciones y exposiciones, juegos para niños, bancos y mesas bajo la sombra de los árboles y hasta una huerta popular... Entonces, está todo lleno de hoyos, baldosas, carretillas, taladros, montones de arena, tubos de metal, barretas, redes y piedras. ¡Ni qué decir del estruendo entonces!... De las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde no para, y a eso se junta el caos en que se transformó el tráfico. Los bocinazos, los tacos, frenadas y pitazos de los carabineros forman una verdadera sinfonía de enloquecer. Andar por ese sector se ha convertido en una verdadera aventura, fuera que uno -y los edificios y departamentos- queda llena de polvo y pelusas... Bueno, supongo que es el precio por tener una calle mejor y una plaza en la esquina y todos estamos alegremente resignados, a pesar de los reclamos e incomodidades, porque sabemos que va a valer la pena.
    El otro día estaba yo asomada al balcón observando todo este barullento caos allá abajo, consolándome al imaginar el trabajo terminado, las veredas anchas, la plaza sombreada y olorosa, la calzada lisa y el tránsito regular restablecido, y de repente se me ocurrió que con las personas sucede lo mismo. A veces se ven arregladas y sonrientes, pero la verdad es que bajo esa fachada esconden todo tipo de cosas negativas que necesitarían resolver para que su interior coincidiera con su apariencia. Como nuestra calle: ¿de qué vale una vereda en la que no se puede andar, cañerías viejas, sitios eriazos sin ninguna utilidad, calzadas llenas de baches que estragan los vehículos?... No, así nada funciona. Las apariencias falsas sólo nos hacen mal y el daño dentro de nosotros se hace cada día más profundo y destructivo. Así, creo que vale la pena pescar el taladro y empezar a excavar y a hacer hoyos hasta encontrar el problema, llegar al fondo y repararlo para después construir encima un edificio firme, seguro y bonito. Este proceso puede ser feo, doloroso, molesto, demorado, pero con certeza va a valer la pena. Trabajo subterráneo honesto, valiente y persistente, eso es imprescindible para una superficie equilibrada, productiva, pacífica y sobre todo, duradera.