sexta-feira, 30 de outubro de 2009

Ave Fénix

Estaba revisando mis diarios corregidos (que es de donde saco estas crónicas) y me dí cuenta, no sin una cierta preocupación, de que estoy empezando a quedarme sin material... Y por qué está ocurriendo esto?... Pues simplemente porque he estado demasiado ocupada sintiendo pena de mí misma y reclamando, peleando con Dios y pidiendole todo tipo de explicaciones, y sumergida en los más absurdos y desgastantes planes para recuperar mi lugar y mi prestigio en la Fundación; fuera esas invencibles crisis de flojera y desánimo que a veces me arrasan en este último tiempo por causa de mi frustración y resentimiendo profesional, lo que significó que ni produje nuevos textos -tan sólo los apuntes básicos que todavía tengo que desenvolver- ni corregí todos los que podría. Entonces, como las vacaciones están casi llegando, ya que mi trabajo termina oficialmente el dia 27 de noviembre con la presentación de los espectáculos del proyecto en el que trabajamos a lo largo del año, pretendo parar con toda esta frescura y dedicar todo el tiempo que tenga disponible -bueno, casi todo, que tampoco soy de fierro- a poner al día todo esto. No sé exactamente cuándo me van a mandar para casa, pero como ya no voy a sufrir más la presión y el cansancio de dar clases y ensayar, vá a ser más fácil llegar a la casa y sentarme aquí para producir. Además, como ya lo tengo comprobado, el acto de escribir, la energía y el tiempo gastados en esto y la entrega total a la inspiración son absolutamente capaces de arrancar cualquier frustración, amargura o desánimo de mi corazón, no existe mejor cura para mí que producir un texto.
Por lo tanto, allá vamos!...

Todavía me acuerdo del terrible temporal que derribó mis enredaderas, arrancó un montón de tejas, me inundó el entretecho y enchuecó la antena de la televisión; desgajó y derribó sin piedad árboles y muros con su fuerza rabiosa y descontrolada, desparramó mugre por las calles y cambió para siempre el paisaje en el cual nos movíamos. El viento, como un gigante enloquecido, rugía estruendosamente, azotando con furia los árboles y los cables de alta tensión, y los rayos iluminaban el cielo casi negro con sus explosiones de luz, seguidas por el sonido horrible y ensordecedor de los truenos. Anocheció súbitamente y la lluvia cayó con una violencia asustadora, borrando por completo el paisaje. Poco después el granizo, del tamaño de bolas de ping-pong, caía también, aplastando las plantas y atravesando las hojas y tejas como proyectiles mortíferos... Ramas, hojas, papeles, flores, tierra y hierba volaban por los aires y caían en el suelo, confundiendose en un enmarañado de formas y colores impregnados de lama...
Entonces nosotros, los hombres, poderosos y arrogantes, que todo lo sabemos y en todo queremos mandar, nos encogimos y nos callamos, impotentes delante de esta naturaleza sin gobierno. Perdimos nuestro poder y nuestra arrogancia, nos volvimos pequeños e ignorantes, frágiles, inválidos; estábamos paralizados. Nuestro coraje se desvaneció, enmudeció, inútil ante el poder de los cielos. No teníamos más control sobre nada. Tuvimos que dejar que aconteciera mientras permanecíamos como meros espectadores impotentes... Y mientras estábamos así, paralogizados e incrédulos, tuvimos el vislumbre de una revelación distante y nos preparamos, juntamos fuerzas, medimos posibilidades, nos cuestionamos... Y decidimos, en vez de rebelarnos y salir peleando como siempre lo hacemos, mismo sabiendo que seremos derrotados o que no tenemos razón, rendirnos y aguardar mansamente, llenos de expectativa, el final del temporal. El paisaje que tan bien conocíamos iba transformandose poco a poco, de manera radical y definitiva, delante de nuestros ojos, sin que pudiéramos hacer nada para impedirlo. Sabíamos que las cosas no volverían a ser como antes, sabíamos que tendríamos que adaptarnos otra vez, encontrar y recorrer otros caminos, aprender nuevos procesos y tal vez mudar muchos de nuestros métodos y objetivos... Sería como morir y resuscitar, como virar la página y no mirar para atrás. Y después, todavía tendríamos que proseguir con nuestra existencia, retomar rutinas, encontrar personas, hablar, comer, dormir, trabajar, comprar, ir adelante. Ese era el gran desafío, al fin del cual nos esperaba la revelación que, en aquel momento, nos parecía tan lejana.
El temporal me enseñó esta lección: en las enredaderas derribadas, en los tocones que sobraron, en los muros desnudos y descascarados, en los pájaros ausentes, en la lama amontonada en las veredas y los jardines, en las ramas trágicamente colgadas de postes y tejados ví la transformación que nuestras vidas sufrirían después de aquel temporal que trajo la pérdida, el miedo, la enfermedad, la confusión, la revuelta y el dolor, la impotencia y la inutilidad de todos nuestros esfuerzos para preservar lo que era nuestro... Cuando la lluvia se fué y el sol volvió a brillar para calentar nuestro nuevo escenário, todavía desestructurado, empapado y lleno de basura, ví que, poco a poco, los pájaros fueron regresando, el pasto y las flores despuntaron de nuevo, tímidamente; el muro pelado todavía tenía el encanto de sus ladrillos armoniosamente colocados, la calle podía ser barrida, la antena enderezada, las tejas recolocadas o substituídas. La ciudad, el mundo, el universo continuaban su existencia, pues la vida es más fuerte que todo, y nosotros fuimos bendecidos con la maravillosa capacidad de adaptarnos, de recrearnos, de reerguirnos y florecer después de cada temporal. Ahora tengo certeza de ello. Somos capaces de resurgir a despecho de todo, tal cual el Ave Fénix, transformados, revigorizados, puede ser que deformados y con innumerables cicatrices, pero vivos y persistentes, siempre em busca de salidas, encendiendo luces, generando nueva vida y esperanza, dispuestos a recorrer los nuevos caminos que Dios pone delante de nosotros con un coraje que desmiente nuestro tamaño.
Es de esta forma que me descubro hoy, después de todo lo que sucedió, y me siento feliz y agradecida por ello.

sexta-feira, 23 de outubro de 2009

La certeza de cada momento

Bueno, por el momento parece que san Isidro está de buen humor y deja que el sol brille sobre nuestras cabezas. El cielo está de un azul radiante, sin ni una nube en el horizonte y ni olor de lluvia. El techo de mi cuarto continúa goteando -una gota cada media hora- pues el entretecho está completamente inflitrado y voy a tener que esperar algunos días más de sol para que se seque y pueda volver a poner los muebles en su lugar. Por el momento, la extraña sensación de que hay algo totalmente errado en la decoración de la pieza -la cama, el velador y la cajonera estám fuera de centro- me invade todas las veces que entro allí, pero créo que esto no vá a durar mucho, espero...
Y con la esperanza de algunos días de sol y calor y el fin de las goteras en cámara lenta, aquí vá la crónica de esta semana.

Había acabado de llover. Final de tarde, aquella hora en que el sol, para despedirse, lanza sus colores más bellos, dándole al paisaje una luminosidad única, dulce y serena. El aire fresco parecía brillar a mi alrededor, vibrando como una suave sinfonía... Volvía para mi casa después del trabajo, respirando hondo esa frescura que habia disipado el tremendo calor del día. El cielo sembrado de blanquísimas nubes reflejado en las pozas de água. Gotas brillando entre el follaje de los árboles. Tierra obscura y olorosa, en beatífico reposo... Empecé a caminar más despacio, a pesar del cansancio y de las ganas de llegar a mi casa, tomar un baño y beber un vaso de té helado. Y me fuí dando cuenta poco a poco, en lentas y profundas oleadas, que había alguna cosa en aquel paisaje que me llenaba el alma de alegría y paz. Pero, qué es lo que era?... La calle, las casas, los árboles, los autos, las personas regresando a sus casas, como yo: esa era una escena banal, que veía todos los días. Entonces, qué felicidad inesperada era aquella?... Me pillé sonriendo, tomada por una íntima satisfacción que me desconcertó, pues nada diferente había ocurrido ese día como para despertar tales sensaciones dentro de mí. E de pronto, la pregunta surgió en mi mente, así, de la nada, nacida del último suspiro, de la sonrisa sin razón, del aroma en el aire: "Qué es lo que me basta para ser feliz?"... Y la respuesta vino inmediatamente, como si hubiera estado esperando hacía mucho tiempo: "Pues me basta saber que después de la lluvia el paisaje lucirá así, limpio y claro, el aire fresco y transparente, suavemente perfumado."... Me quedé tan sorprendida y admirada con estas palabras que me detuve, deslumbrada, y miré a mi alrededor como si fuera una primera vez, pues eran la más pura verdad! En aquel preciso momento de mi existencia saber aquello, tener conciencia y vivenciarlo era bastante para sentirme completamente feliz, viva, plena, santificada. Amada. No existía nada mejor, nada más importante, nada que deseara fuera aquello. No existían las angustias ni las expectativas del pasado y del futuro. La certeza del acontecer de ese instante era suficiente para entender el universo entero y sentirme parte vital de él!... "Esta certeza me basta!", pensé, estupefacta, "La certeza de cada momento y de lo que ocurre en él es lo suficiente, no necesito nada más!"... Y me dí cuenta, más admirada todavía, de que todas las certezas son simples y directas, visibles, suceden a cada momento. No es cuánto voy a ganar, cuánto voy a gastar, qué es lo que voy a vestir, qué es lo que voy a comer, con quién voy a estar. La certeza es lo que de hecho sucede, es la realidad que nos rodea y nos habla, nos toca, interactúa con nosotros... "A lo mejor, al final de cuentas, no hallan preguntas!", me dije a mí misma, sonriendo, "Tal vez no necesitaríamos preguntar sino tan sólo escuchar las respuestas!".
Es algo extremadamente simple: lo que debe ser hecho debe ser hecho pues es necesario, hace parte de un plan, de la sustentación de la existencia. Nada es inútil, pérdida de tiempo o substitución. Hay tiempo para todo. Vivir "ahora" significa hacer justamente lo que estamos haciendo en este momento, porque tiene que ser hecho ahora y no después. Cada acontecimiento tiene su momento exacto. Por qué angustiarse porque estamos haciendo esto y no aquello, que parece más importante?. Esto es negar la realidad. En ella hay espacio y tiempo para todo lo que es necesario para nuestro crecimiento. Lo que sucede es que, usualmente, nuestra vanidad agiganta nuestras expectativas y nos desvía de nuestro verdadero camino, volviéndonos entonces intransigentes e irritados, impacientes y amargos, pues pasamos a creér que estaríamos mejor realizando grandes cosas por la humanidad en vez de hacer y disfrutar con perfección las pequeñas que, en el fondo, son la base de las grandes. La trampa del inconformismo está siempre al acecho, haciéndonos desear siempre otras cosas, otros lugares, otras personas, a veces totalmente incompatibles con lo que somos; desviandonos del presente y su importancia. Pero lo que tiene que ser hecho -barrer, cocinar, ir al mercado, ver una película, lavar la terraza, digitar una carta- forma parte de lo que somos, de lo que vinimos a hacer, y nadie hará jamás estas cosas como nosotros mismos, así como nosotros nunca seremos capaces de realizar cosas que no son de nuestra competencia. Pues todo es parte de la inmensa y perfecta iluminación que es nuestra existencia. Las monjas también lavan ropa, trabajan en la huerta, pelan papas, y dan clases! Los santos siempre nos hablan acerca de la sobrenaturalidad que existe en nuestra rutina. Y, de hecho, es un desafío fascinante permanecer en unión con lo divino durante los quehaceres cotidianos. Los hermitaños rusos abandonan prestamente sus retiros siempre que son llamados para ayudar en los campos o para recibir a las personas que necesitan sus consejos. Esto es una buena muestra de la docilidad con el acontecer de la existencia, pues ellos no se rebelan por tener que abandonar su misión de oración, ayuno y soledad por el mundo y su salvación para arremangarse la camisa y andar el día entero atrás de un arado bajo el sol. Y es de esto mismo que se trata: no despreciar ni dejar de cumplir ninguna ninguna acción, ningún momento, ningún encuentro que por ventura surja en nuestro camino. Porque todo es enseñanza, todo es crecimiento, es iluminación.
Quién sabe la revelación de nuestra existencia no nos asalte lavando una pila de ropa sucia en vez de en una profunda meditación!...

terça-feira, 20 de outubro de 2009

El poeta

Todavía viva después de otro temporal y con la internet milagrosamente funcionando, aquí estoy de nuevo, lista para otra, a pesar de atrasada... Puchas, ayer llegué a pensar que iba a tener que empezar a sacar los botes inflables del armario!... Mirando el río de aguas obscuras y llenas de ramas y hojas que el viento había arrancado sin piedad de los árboles, realmente llegué a sentir miedo (yo, que adoro la lluvia porque me relaja y me inspira!) pues podía ver y escuchar a la tempestad debatiéndose y golpeando la casa, tratando de invadirla por cualquier rendija, las piedras de granizo chocando contra los vidrios y las persianas y el paisaje ejecutando una especie de danza frenética, como si quisiera huir de la furia vengativa de los cielos... Me quedé imaginando cómo encontraría la ciudad hoy, cuando fuera a trabajar. Aquí ya están diciendo que Dios, por algún motivo inexplicable, está irritado con nosotros, pues ya van quedando pocos árboles y tejados intactos y, mismo así, El continúa enviando unos temporales casi apocalípticos por lo menos una vez por semana. A este paso, no van a sobrar árboles para protegernos del sol calcinante del verano -eso SI tenemos un verano, claro- ni casas o negocios en pié... Bueno, supongo que es justo que la naturaleza se rebele contra las cagadas que andamos haciendo, pero estoy empezando a creer que va a cobrarnos un precio mucho más caro y cercano de lo que nos gustaría admitir...
Bueno, y dejando un poco de lado el pesimismo con respecto a este pobre planeta asolado por sus propios habitantes, aquí vá la crónica de esta semana. Espero poder concluirla antes de que caiga el próximo temporal -ya empezó a llover y a relampaguear- y nos quedemos sin luz nuevamente.

Todo el mundo daba aquellas miradas de disimulada burla y tedio cuando él aparecia con sus ropas gastadas, sus zapatos viejos y su decrépita cartera de aquel café desteñido, ya sin forma, para hablar de esas cosas que a nadie le interesaban. Todos cuchicheaban a sus espaldas y soltaban unos interminables suspiros de impaciencia y falsa cortesía así que él empezaba a hablar pidiendo esto y aquello: más espacio en el periódico local, la divulgación de uno de sus consursos de poesia de cordel, la colocación de un afiche -creado e impreso por él mismo con sus parcos recursos- sobre los males del tabaco en el mural de la secretaría, una entrevista con los jefes para marcar una noche de trovas en el teatro, disertaciones sobre los poetas nacionales y regionales en las escuelas, encuentros de trovadores, discusiones entre los profesores sobre la divulgación y los rumbos de la poesía entre los jóvenes y oportunidades para que éstes mostraram sus trabajos, tal vez una modesta revista para darle espacio a los talentos desconocidos... Su rostro flaco y surcado por mil finas arrugas (con certeza producto de todas las negativas, demoras, promesas no cumplidas y humillaciones que había sufrido por causa de su lealtad a la vocación) de ojos cansados pero todavía brillantes, su cabello teñido de negro azabache y su vocecita afónica y sin autoridad, siempre tomada por ese entusiasmo enfermizo que nada parecía disminuír, tenía el poder de irritar a todo el mundo que, a la primera señal de su presencia, se cerraba como un solo cuerpo, semejante a una pared de concreto dura e insensible, delante de la cual él hablaba y hablaba, como si no se diera cuenta de nada, tratando de envolver a una sociedad hastiada y superficial en sus cruzadas poéticas... Desde mi lugar yo lo observaba y no podía evitar preguntarme, llena de lástima y una extraña vergüenza: "Será que él realmente crée que vá a conseguir alguna cosa de esta gente?"...¿No percibía sus miradas, sus gestos, las espaldas viradas, aquella súbita actividad que tomaba cuenta de la sala así que él cruzaba la puerta?...
-Ay, Dios mío, prepárense! Ahí viene el poeta!...- avisaba alguien desde la ventana, con voz de auténtico pavor -Qué diablos será que esta criatura quiere esta vez?...
Y todos se reían, sintiéndose superiores y más importantes que aquel pobre poeta alienado y mal vestido, siempre cargando esa montaña de viejos papeles dactilografiados -porque ni siquiera tenía un computador- y discurseando sobre cosas que nadie estaba con ganas de escuchar, mucho menos de entender. Hasta hacían apuestas sobre cuál sería la lata del día y se empujaban unos para otros el ingrato placer de atenderlo y mendigarle algunos minutos de hipócrita atención... Será que él presentía lo que le esperaba? Sería que su corazón infantil y desprotegido creaba una coraza de fé y porfía todas las veces que doblaba la esquina y se aproximaba a nuestro edificio? Sería que era capaz de percibir la hipocresía, la burla, la falta de atención, y mismo así, continuar en su misión, engullendo las falsas sonrisas, las disculpas, las miradas de menosprecio y las mentiras porque su cruzada, su vocación, eran mayores que todo aquello?.
-Cuándo será que este tipo vá a desistir, hey? Aqui nadie está interesado en poesía.- comentaban, impacientes con su persistencia -Tenemos cosas mejores que hacer!.
Pero él escribía, no se cansaba de escribir, y soñaba, y divulgaba sus versos en las esquinas, en las plazas, en los bancos y mercados, en la feria, encuadernados con cordel y papel reciclado, escritos a mano con nankin, con ilustraciones salidas de su propia imaginación. Por algunas monedas, las personas podían llevarse un pedacito de su vida para sus casas que, con certeza, terminaría en la basura sin siquiera haber sido abierto. Algunos ni esperaban y ya lo tiraban al suelo, pensando que lo que le importaba al poeta eran las monedas que pagarían el pan al día siguiente y no la lectura de su arte, la partija de sus sentimientos y experiencias, la aceptación de las lecciones que tenía para ofrecerle al mundo... Este mundo ingrato y superficial, de corazón vacío y mente cerrada, de sentimientos aturdidos, deformados, breves y egoístas... "Será que el poeta debe vivir en él?", me preguntaba muchas veces, "Será que su misión no está destinada al fracaso? No será mejor que desista y permanezca en su propio mundo para que no continúe sufriendo con la indiferencia y la ferocidad de los hombres?"...
Sin embargo, para estupor y tal vez una gota de admiración del mundo -inclusive de mí misma- el poeta continuaba entre nosotros, desparramando sus hojas baratas y sus discursos utópicos sin dar señal de cansancio o decepción; continuaba invadiendo nuestras oficinas y corazones pidiendo más espacio, más entendimiento, más humanidad, más esperanza, más justicia. El persistía, igual a una hierba dañina, picoteándonos con sus palabras rimadas, sus trovas y hai-kais, sus afiches, sus composiciones a veces tan ingenuas, tan obvias, tan verdaderas... El persistía y, en vez de considerar el favor de jubilar al envejecer, parecía tomado por un fervor mayor a cada año que pasaba, por una fuerza que no sabíamos de dónde venía, porque su cuerpo encogía, sus cabellos raleaban, su voz enronquecía, sus manos perdían la firmeza y su piel más parecía un pergamino del Mar Muerto, pero toda vez que alguien le preguntaba por qué no sosegaba y se iba para su casa a descansar, él invariablemente respondia, abriendo esa sonrisa suya ya medio desdentada:
-Yo soy un poeta, mi amigo, un hijo del grande arte, y el arte nunca muere!... Sólo se transforma...- y mostrando sus manos artríticas y arrugadas agregaba: -Mira, estoy transformándome en un árbol! Mira mis ramas! Mira mis hojas!...- y riéndose, abría los faldones de su chaqueta y sacudía los bolsillos, donde se podía oír el sonido alegre de los lápices chocando unos contra otros. Entonces, pescando uno de ellos, lo aproximaba al rostro de su interlocutor y decía, bajito: -Estas son mis semillas. Toma una. A lo mejor la conviertes en otro árbol.
Y se alejaba por la calle, su silueta curvada, de andar medio desequilibrado, siempre con la prisa de quien tiene donde llegar, con la cartera en una mano y los faldones de la chaqueta revoloteando como dos alas desharrapadas, dejando atrás de sí a alguien con un lápiz y tal vez algunos pensamientos más.
El poeta no se hizo famoso, no ganó dinero, no publicó ninguna colección, no recibió ofertas de grandes editoriales, no dió autógrafos ni promovió una revolución en el mundo. Murió, simplemente, en la aurora de un día cualquiera, ya muy viejo, rodeado por los pocos y fieles amigos, por su mujer y sus hijos, que sabían que el total de su herencia no sería contado en billetes o monedas, sino en versos y rimas. Murió mientras el sol nacía, y tengo certeza de que con su último suspiro compuso una poesía dedicada a aquellos rayos dorados que entraban por su mezquina ventana para besarle la frente y entibiarle el corazón por última vez... Y dejó que aquel oro se lo llevara con la docilidad y la paz de quien siempre fué fiel a un ideal e hizo todo lo que pudo para que éste se volviera realidad. Porque el poeta nunca deja de creer, de desear, de hablar, de esperar.
Quisiera yo ser como él, que nunca desistió, que a cada instante se dejó iluminar y calentar por su inspiración, siguiéndola por doquier, que consideró su don algo divino por lo que valía la pena luchar, que descubrió en sus propias palabras mensajes que tenían que ser sembrados, compartidos, legados; que no le importó lo que el mundo pensaba y fué fiel a su vocación, a su misión... Quisiera yo ser como este poeta, de quien aprendí que toda transformación empieza dentro de nosotros mismos y, poco a poco, vá extendiendose a nuestro alrededor y puede llegar a ser capaz de mudar una partícula del mundo, lo que es suficiente para que la existencia de una vida valga la pena. Pues yo soy la partícula que él transformó, dejándome como herencia el compromiso de de ser fiel a mi vocación y de transformar otra partícula.


sábado, 10 de outubro de 2009

Maestros de la vecindad

Cuatro días de descanso!... Es mucha bondad de los cielos! Casi no me lo créo!... Cuatro días enteritos aquí, relajada y sin preocupaciones, dedicada exclusivamente a escribir, ver televisión y comer mucha verdura y fruta. Es verdad que ayer terminé perdiendo una buena parte del día porque surgieron algunos imprevistos - entre ellos un tremendo dolor de diente que, por lo que parece (Dios me libre!) vá a terminar en uno de aquellos escabrosos tratamientos de canal, y un principio de crisis de rinitis que me obligó a tomar un antialérgico lo que, claro, me dejó soñolienta y imbecilizada por algunas horas- pero hoy ya estoy recuperada y lista para producir, producir y producir. A final de cuentas, no es común que aparezca un feriado el lunes para estirar al fin de semana y darnos un poco más de aliento para encarar los ensayos, eventos, aulas, reuniones y toda esa agenda enloquecida de fin de año. Entonces, aprovechando este tiempo delicioso (el sol está esplendoroso, acompañado de un vientecito frío que dan ganas de salir por ahí caminando de brazos abiertos y cabeza para atrás) voy a empezar a trabajar. Sólo espero que el diente no se ponga pesado y se quede quietecito hasta el martes -día de la consulta con la dentista- para que así pueda tirar el máximo de provecho de este feriado maravilloso.

Nunca cuestioné esa regla de oro que dice que, para que alguien séa capaz de ayudar a los otros, tiene que llevar una vida ejemplar, saber las respuestas correctas de todo lo que le preguntan, no puede romper reglas o equivocarse, no puede fracasar ni tener dudas. Según esta regla, una persona que posée la sabiduría y la inspiración para guiar a otros, para despertarles la conciencia y mostrarles salidas, caminos o nuevas posibilidades, para enseñarles la compasión, la justicia, el equilibrio y el valor de la existencia no puede, en ninguna hipótesis, demostrar ni una gota de mezquindad, envidia o vanidad. No le es permitido sentir ira, resentimiento, desprecio o remordimiento. No forma parte del ícono de "maestro" ser alguien sin cultura, con un comportamiento dudoso o sin una percepción absoluta y clara de las cosas. Aquel a quien acudimos em busca de respuestas debe ser inmaculado, mejor que el resto, no tener ni una mancha que empañe su figura o su don, no puede ser impulsivo o tener actitudes mediocres, confusas o reprobables... Prácticamente un santo!... Sin embargo, en este último tiempo me he encontrado con una cantidad absolutamente sorprendente de personas que, mismo débiles e imperfectas como yo misma, demostraron en ciertos momentos una percepción, una bondad y una sabiduría perfectas y totalmente inesperadas; personas a las cuales nunca se me habría ocurrido acudir en busca de auxilio me han dado las respuestas que estaba necesitando, me han dado consejos acertados, me han abierto los ojos y el corazón para acontecimientos y actitudes que no estaba consiguiendo percibir, me han mostrado caminos y soluciones para encrucijadas de las que pensaba que no conseguiría salir... Entonces, de repente soy obligada a parar y dar una mirada a mi alrededor, a todas estas personas a las cuales, generalmente, no les damos ningún crédito porque son pobres, ignorantes, están llenas de problemas o tienen un comportamiento poco usual, y empezar a reflexionar sobre quién realmente merece nuestra confianza, nuestros oídos y espíritus abiertos y, contradiciendo todo lo que aprendí hasta hoy, llego a la conclusión de que esta regla no es tan válida como parece, pues he descubierto, admirada y con no poca alegría, que no es en absoluto imprescindible cualquier tipo de perfección para tener la oportunidad o la capacidad de ayudar a los demás. Ni un tipo de superioridad o propaganda es un pasaporte inapelable para solucionar un problema ajeno o dar una respuesta sábia a quien está perdido. No existen condiciones, méritos o requisitos para esto; a pesar de estar asolados por la indisciplina, la vanidad, la envídia, los celos y todo tipo de tropiezos y fracasos, nada impide que dejemos que nuestra divinidad hable a través de nosotros y haga sus pequeños milagros...
El constante y casi siempre sorprendente encuentro con estos "maestros de la vecindad" acabó por convencerme de que, sin excepción, todos tenemos nuestra cuota de sabiduría, de compasión, de percepción y, mismo que estemos lejos de cualquier perfección, hasta hundidos en las más negras tinieblas, tenemos en algún momento mágico nuestra oportunidad de hablar, de actuar, de tocar los corazones, de calmar los dolores y cicatrizar las heridas. Aún podemos, mismo en medio de todos nuestros problemas y conflictos, de nuestros errores y fracasos, de nuestras debilidades e ignorancia, encender una luz en la obscuridad de alguien, mostrarle un camino, abrirle una puerta y hacerlo percibir lo que realmente importa para que así pueda dar el próximo paso. Todos podemos ser fuertes, generosos e iluminados cuando es necesario, sin importar lo que hacemos, dónde estamos o cuántas veces ya tropezamos y caímos por tierra, pues es justamente de la conciencia de nuestra propia fragilidad, de la experiencia del error, que nace la solidaridad con los otros, la paciencia, la sabiduría y la comprensión que nos vuelven capaces de extenderle la mano. Los pecados que todos cometemos nos vuelven hermanos y maestros unos de los otros, y nos hacen mantener vivas la fé y el deséo de alcanzar la felicidad a lo largo de esta breve y a veces tan confusa caminada por la tierra.

sexta-feira, 2 de outubro de 2009

El árbol chueco

Bueno, creo que finalmente estamos volviendo a la normalidad, a pesar de algunas caídas esporádicas y altamente irritantes de la internet, pero si consideramos la catástrofe que asoló a la región la semana pasada (todavía hay camiones recogiendo pedazos de tronco, tejas y ladrillos en las calles!) creo que podemos disculparla y ejercitar un poco nuestra paciencia y nuestra buena voluntad. Mis horarios en el trabajo fueron, una vez más (y espero que séa la última) modificados y ahora mi tiempo está mejor distribuído, empecé a trabajar con los bailarines de la fundación y a ensayar para los espectáculos de fin de año, cosa que me encanta hacer. Montar, ensayar y presentar hace que valgan la pena todos los disgustos que uno pasa el año entero con alumnos insoportables, salas de aula apocalípticas, directores a los que no les importa nada, injusticias, persecuciones morales, renuncios, exigencias y cobranzas absurdas... Pero cuando uno ve en el escenario a esa chiquillada toda presentando casi exactamente el espectáculo que uno idealizó -perdonando las pequeñas fallas de la inexperiencia, del nerviosismo o la simple y total falta de talento para la cosa- y escucha el aplauso fuerte, feliz y sincero del público (y a veces uno que otro elogio de los jefes) parece que el fracaso, la frustración, los resentimientos, el cansancio y la glicemia escalando montañas hasta el cielo no existen más y que todo el proceso que lo llevó a uno hasta ese instante de felicidad y gratitud era necesario para el crecimiento de todos... Siempre reflexiono acerca de cómo somos ciegos, porfiados y tenemos berrinches cuando estamos pasando por alguna situación difícil, pues no conseguimos percibir su significado y nos dedicamos a maldecir y a resistir, a lamentarnos y a morirnos de ganas de desistir para, al final, darnos cuenta de que las cosas no eran nada de lo que pensábamos y que toda la experiencia sólo nos enriqueció, nos volvió más sábios y compasivos, pacientes, dóciles y, sobre todo, humildes. En el último instante descubrimos a las personas y los acontecimientos con nuevos ojos y sentimientos, y ahí no nos queda sino agradecer y prepararnos para la próxima aventura, ahora más maduros y conscientes... A final de cuentas, es así que se aprende y se vive, no es verdad?.
Y antes de que piensen que ESTA es la crónica, aquí va la de verdad.

La primera vez que la ví no pasaba de una varita raquítica y desnuda, con unas cuatro hojas minúsculas de un verde pálido, casi transparentes, en la punta de su única rama. Indefensa de dar pena y ya levemente chueca, parecía buscar apoyo y protección en las barras blancas de la reja de metal que la rodeaba para defenderla del viento, de los perros y de los vándalos que, en esta ciudad, suelen divertirse quebrando las mudas de árboles o plantas que la municipalidad o los dueños de las casas plantan para sombrear y adornar calles y plazas. De lejos casi no era posible distinguirla, tan fina y descolorida era, y si no fuera porque el propietario estaba regándola el día en que pasé, con certeza ni habría notado su presencia, pues la reja de protección la escondía casi por completo. A la primera ojeada, me recordó a una princesa prisionera en una torre esperando a su príncipe libertador, agitando sus hojitas flacuchentas para llamarle la atención... Al verla así "enjaulada", pensé sobre lo que somos obligados a hacer si queremos preservar un poco del verde que la naturaleza tan generosamente nos ofrece, a despecho de nuestra inconsciencia y nuestras agresiones.
Las semanas pasaron y la muda progresaba un poco más a cada día. Nuevas hojas surgieron, esta vez más fuertes, de un verde promisorio y gruesas nervaduras, formando pequeños montoncitos en las puntas de las ramas que, por su vez, también crecían y aparecían con progesivo entusiasmo y robusteza.
-Ah, qué bueno!...- me decía a mí misma cada vez que pasaba delante de ella -Menos mal que esta aquí escapó de los chiquillos y de los perros! Vá a ser un árbol lindo que nos vá a salvar del sol asesino del verano con su sombra.
Sin embargo, poco a poco, empecé a notar que, a pesar de la reja, la muda estaba enchuecandose, casi imperceptiblemente, como si no quisiera que nadie se diera cuenta, en dirección a la casa en la vereda. Pasados algunos días el dueño, con certeza percibiendo lo mismo que yo, colocó un pedazo de bambú alto y fuerte, muy recto, a su lado, amarrándolo en el tronco en varios lugares con tiras de género para no lastimarlo, esperando que esto resolviese el problema... "Bueno", pensé al ver la armazón, "Por lo menos no usó alambre. Eso acabaría degollando el tronco."
Aquella tarde me quedé observando de lejos esta "operación rescate", con una sonrisa de solidaridad y simpatía por el hombre corpulento y calvo que sudaba a mares bajo el sol calcinante mientras cortaba y amarraba las tiras alrededor del tronco y del bambú. Realmente le importaba aquella muda!... Y era casi cómico, pues el arbolito prácticamemnte desaparecía entre la armazón de metal, la vara de bambú y los pedazos de género, pero el hombre parecía no estar en absoluto dispuesto a tener un árbol chueco frente a su casa. A final de cuentas, se dice que solamente a los poetas, a los pintores y a personas morbosas y depresivas -y a buena parte de la población japonesa- les gustan los árboles retorcidos que parecen luchar contra la propia naturaleza para seguir inclinaciones inexplicables que resultan en formas nuevas y exóticas, desconcertantes y, a veces, inconvenientes... Y como fuí comprobando a lo largo de los meses, ésta parecía ser una de ellas. Vuelta y media, el arbolito insistía en soltar unas ramas de formas excéntricas y nada armoniosas que escapaban por los agujeros de la reja y terminaban enroscandose en algún transeúnte desprevenido. Entonces, el dueño venía con más género o las tijeras podadoras y domeñaba esta manifestación de rebeldía de su protegido. Sin embargo, algunas semanas más tarde, allí estaba otra rama retorcida asomándose desafiante a través de la reja, casi llevando el bambú junto con ella.
Se estableció entonces un tipo de guerra silenciosa y obstinada entre el árbol y el propietario: así que el primero comenzaba a querer huír de la verticalidad que el segundo estaba tratando de imponerle, era inmediatamente admonestado y corregido con un bambú más grande o tiras más gruesas y, a veces, hasta con el serrucho. Yo pasaba todos los días delante de este silencioso y encarnizado campo de batalla y no conseguía evitar preguntarme quién saldría vencedor, y la primera respuesta que me venía a la cabeza era ese viejo dictado: "Árbol que nace chueco no se endereza jamás"... Ciertamente, el árbol conseguiría burlar al hombre con su interminable creatividad y capacidad de regeneración y, al final, él tendría que conformarse con la visión de un árbol chueco exhibiendose con insolencia frente a su casa... Y siempre me alejaba de allí con una sonrisa en los labios.
Los meses transcurrieron y yo cambié mi recorrido, pues en la avenida había más sombra, y dejé de acompañar la guerra entre el hombre y el árbol. Sin embargo, cuando el verano acabó, volví a mi antiguo camino y, cuál no sería mi sorpresa al encontrarme con la mudita, ahora un árbol alto y esbelto, de follaje obscuro y vigoroso, irguiéndose recto y majestuoso un par de metros por encima del borde la reja de protección. La vara de bambú todavía estaba ahí, junto a él, amarrada con las tiras de género, como un apoyo, una certeza y un alerta en caso de que cualquier idea de rebeldía pudiera por ventura insinuarse en la imaginación del árbol. Me quedé pasmada. El hombre había vencido, entonces, contradiciendo el viejo dictado!.
Justo en ese momento, el propietario surgió de la casa y vino a abrir el portón para salir con el auto, me vió parada allí contemplando su obra de arte y, todo orgulloso, se aproximó, sonriente.
-Pero cómo creció esta mudita!.- exclamé -Y está pareciendo una regla de tan derecha! Cómo lo consiguió?- le pregunté, genuinamente curiosa -Porque ví cómo era porfiada...
-Fué difícil, pero al final conseguí enderezarla. Gasté metros y metros de género y muchas varas de bambú, pero no la dejé crecer chueca.- me respondió el hombre, alargando una mano para acariciar las ramas finas y fuertes de su árbol.
-Pero por qué no lo dejó crecer solo?..- indagué entonces, queriendo saber la razón de su porfía, que a primera vista podía pasar por un gesto de represión, una pura demostración de poder y manipulación del proceso natural de las cosas.
El hombre cogió una hoja entre los dedos y la acarició, mirando hacia la copa que se erguía allá encima, balanceando suavemente al viento del atardecer.
-Ah, m'hija...- dijo, soltando un suspiro -Se yo lo hubiera dejado crecer de cualquier manera e invadir la vereda con las ramas, con certeza la municipalidad habría aparecido para cortarlo, no importa cuánto me gustara o quisiera tenerlo frente a mi casa. Si un árbol está estorbando o dañando la vereda o poniendo en peligro a las personas, ellos vienen y la derriban sin pestañear y ni siquiera ponen otra en su lugar.
Lo contemplé, admirada, y una sensación cálida me invadió, como si me encontrase delante de un verdadero héroe.
-Pero le tiene tanto cariño así a este árbol?...
-Es que me traje la muda de mi hacienda, allá en el sur, y es de un tipo que me encanta, porque dá unas flores perfumadas y una sombra bien fresca... No iba a dejar que lo cortaran porque estaba chueco si podía hacer algo al respecto!...- me respondió el hombre, riendo -Imagínese, uno tiene que pelear por lo que es correcto y tiene que esforzarse para proteger lo que ama!.- agregó, con aire convencido.
-Es verdad, ví que usted usó todos los medios posibles para mantenerlo derecho.- dije, ahora mirando al árbol con una sensación diferente, como si el susurro de su follaje estuviera confirmando las palabras del hombre.
-Y resultó!.- exclamó éste, orgulloso -Yo no iba a largar mi árbol, que me costó tanto traer de tan lejos, para que creciera solo, de cualquier manera, corriendo el riesgo de tener que ser cortado!... Usted ya vió? Está dando las primeras flores!.- agregó, empinándose y separando las hojas de una rama cercana. Pequeños brotes de color lila y amarillo aparecieron, y un tenue perfume dulce penetró por mis narices -No es lindo?...- inquirió él, respirando hondo -Usted vá a ver el próximo año, esto vá a ser un cuadro!.
Sintiéndome tomada por una avalancha de sensaciones y pensamientos, concordé con él y le aseguré que todo su esfuerzo había valido la pena, pues seguramente aquel árbol sería un regalo para los ojos y el olfato. En seguida, me despedí y fuí caminando lentamente calle arriba, mientras escuchaba el rugido del motor del auto del hombre saliendo del garage... Me acordé de la primera imagen que tuve del árbol, aquella muda raquítica y desnuda, con algunas hojas pálidas y asustadas temblando en la punta de su única rama. Entonces, me detuve nuevamente y viré la cabeza para ver su imagen actual: un árbol recto y orgulloso, frondoso, susurrante, que seguramente se volvería abrigo de pájaros y refresco de hombres, que había sobrevivido incólume a la reja y al bambú, a las tiras de género, a los vándalos y a los perros... Y cuando el viejo dictado vino de nuevo a mi mente, pensé: "Este hombre, con su amor y su dedicación, desafió y quebró la tradición. Ahora puedo afirmar -porque fuí testigo- que ni todo árbol que nace chueco, no se endereza jamás."... Sonreí y retomé mi camino, y de repente se me ocurrió que si pudiésemos usar el mismo amor y la misma perseverancia, la misma lealtad, rectitud y paciencia que este hombre demostró con su árbol cuando se trata de personas, sobre todo de aquellas que parecen no tener remedio, que están chuecas o sueltan ramas sin propósito, hasta peligrosas, que insisten en desafiar a las reglas, a los objetivos, a la bondad y a la propia vida retorciéndose en busca de ilusiones que solo las decepcionan y las lastiman, no tendríamos tantos perdedores en nuestra historia. Si tuviésemos la misma creatividad y comprensión, el mismo cariño y confianza de aquel hombre, si las considerásemos como seres preciosos que merecen ser enderezados y guiados para que no sean derribados, podados, mutilados, arrancados y dejados de lado, cuánta tristeza y fracaso serían borrados de nuestra vida! Cuántas lágrimas y angustias serían ahorradas!... El hombre no había sido aquiescente con los caprichos del árbol, sabiendo lo que ellos podrían acarrearle, y había hecho de todo para mentenerlo recto, salvandole así la vida, pero en ningún momento había olvidado cuánto lo amaba y cuánto deseaba verlo crecer y fructificar... No podemos convenir con los errores, claro, pero tenemos que entenderlos -hasta porque nadie erra intencionalmente- perdonarlos y abrir nuevas puertas, mostrar otros caminos y soluciones para quien parece no tener salida. Pues este árbol y este hombre me enseñaron que un ser humano "chueco" no es un caso perdido y que no podemos abandonarlo a su suerte... Varas de bambú y tiras de género no faltarán para darle una nueva oportunidad.