segunda-feira, 19 de janeiro de 2009

El palacio

Poco a poco el material fué llegando y amontonandose en el patio: tejas, ladrillos, sacos de cemento, arena, piedras, madera, carretillas, espátulas, hazadones y cajas de herramientas. Paquetes de clavos, embalajes de baldosas y largos fierros ocuparon el lugar de las sillas y los maceteros en la pequeña área del frente y avanzaron por el césped bien cuidado -es la casa de don Juan, nuestro antiguo jardinero- por entre las rosas e fúcsias, las margaritas y orquídeas. Los perros deambulaban, perdidos entre aquella confusión, y ladrabam furiosos para los maestros que invadían la casa a las siete de la mañana hablando alto, transitando sin ningún respeto o cuidado por sus territorios, bebiendo litros de café, tirando puchos por todos lados y poniendo aquella radio chicharrienta a todo volumen. Era un total caos, un quiebre repentino y alarmante en sus rutinas y, como sus protestos y amenazas no eran tomados en cuenta -por el contrario, para su pasmo, siempre acababan llevando una reprimenda por tratar de atacar a los extraños- terminaron por retroceder hasta el fondo de la casa en busca de un rincón seguro desde el cual pudiesen observar, en la más absoluta impotencia, aquel desastre que se había abatido sobre su hogar y al cual sus dueños no parecian darle la mínima importancia.
Los hombres pusieron escaleras y se encaramaron en el techo, haciendo una corriente para arrancar las tejas de eternit y extender una lona negra en el entretecho, agujerearon el suelo y las paredes, martilleando sin cesar hasta parecer que un huracán había pasado por allí. El polvo tomó cuenta de todo, a pesar de que la dueña cubrió los muebles y objetos con toallas y sábanas ,y el sitio fué llenándose lentamente con todo tipo de basura típica de una construcción: latas de barniz, hojas de diario, bolsas plásticas rasgadas, rodillos de espuma, botellas de plástico, cubas de madera, salpicaduras de cemento y masa corrida por todo lugar, pedazos de manguera y restos de extraños artefactos de madera usados para sostener los cimientos de la construcción... Sin embargo, los dueños de la casa - la esposa de don Juan, ya fallecido, el cuñado y la hija- contemplaban este aparente desastre con una beatífica expresión de felicidad en sus rostros morenos y arrugados, y pasaban horas caminando en medio de aquel campo de batalla ofreciendo água, café o una merienda para los maestros. Después de almuerzo, todos se sentaban en las sillas bajo lo que restaba de la pequeña área, e sostenían largas conversaciones, fumando y riendo, para luego retornar al desorden y al barullo.... Pero nada afectaba la aparente e inexplicable felicidad de los dueños, para horror de los perros, que mal se aproximaban para comer y beber unos tragos de água. Con tanto entra y sale, el portón de la casa estaba permanentemente abierto, lo que sería una oportunidad imperdible de escapar para la calle y husmear por ahí, pero estaban tan amedrentados que ni siquiera osaban aventurarse más allá de los límites dentro de los cuales todavía reinaba algo de orden y lógica... Pero qué era todo aquello?...
Yo viraba la esquina y me topaba con esa casi demolición todo día y mientras pasaba en frente a la casa, trataba de adivinar cuál sería el resultado de todo aquello. Al parecer, estaban cambiando todas las tejas -que no eran muchas pues la casa era diminuta- y pretendían aumentar la sala o agregar otro cuarto utilizando el único espacio vacío que restara después de la construcción de otra casita en el fondo para la hija de don Juan, obra que empezó de la misma forma que esta otra: como un terremoto largamente esperado. El resultado - dos cuartitos, una cocina que se mezclaba con la sala y un baño- fueron recibidos con inmensa alegría y satisfacción por la familia, y la obra fué coronada con una mano de tinta azul turquesa que hería los ojos desde lejos y una ostentosa puerta frontal de madera gruesa, toda labrada con dibujos geométricos. Cortinas en las ventanas, maceteros en la área y un tapete de bienvenida y quedó parecida con una casita de cuentos infantiles. Esta obra, el jardinero tuvo tiempo de ver terminada, mas en este emprendimiento ya no estaba más entre nosotros, pero imagino que debía estar observando todo desde el cielo, sonriendo satisfecho y orgulloso de esta nueva conquista de su clan.
Poco a poco las cosas fueron definiendose, tomando formas claras y demostrando las intenciones de la familia al respecto de ese pedazo del patio. Una tarde, doblé la esquina y me encontré con la obra casi pronta: era una nueva área, con gruesos pilares cuadrados de cemento y cubierta de tejas de cerámica en vez del antiguo eternit, baldosas nuevas, un muro bajo y una nueva entrada de cemento para el viejo automóvil. De repente, el desorden había desaparecido. Los perros, ahora relajados y alegres, estaban nuevamente echados en el pasto y en el suelo fresco, la esposa de don Juan regando las plantas y escogiendo cuáles maceteros iba a colgar en las vigas de la nueva área y las sillas colocadas en línea a la sombra de la cubierta, que olía a nuevo, a éxito, a tranquilidad, a esfuerzo y persistencia. Todavía no estaba pintada -y espero que no escojan algo parecido con ese azul turquesa!- pero mismo así le daba a la casa un aire sólido, de humilde prosperidad y presunción, de profunda realización. Mirando aquella baranda nuevecita, un poco anacrónica si comparada con la casa vieja y desteñida, y para las tejas anaranjadas reluciendo al sol, casi demasiado pesadas para la frágil estructura de la casita popular, me pregunté cuánto esfuerzo les habría costado esa pequeña obra, esa minúscula mudanza que para la mayoría de nosotros pasaría desapercibida. Cuántos cálculos, descuentos, peregrinaciones por depósitos de material atrás de ofertas e liquidaciones, cuántos meses de espera juntando cada centavo, privandose de quién sabe qué para poder alcanzar su modesto sueño: esta área fresca en la cual van a pasar los fines de tarde o dormir una siesta después de almuerzo, como don Juan lo hacía, donde van a recibir a los amigos, a jugar con los nietos, a proteger el auto de la intemperie, hacer tricot, estrenar tapetes de retazos y hasta hacer un asadito en un feriado y beber algunas cervezas...
Me quedé algunos minutos contemplando la casita, ahora con aires de palacio para los ojos de sus dueños, y pensé en lo que significa el éxito, la satisfacción, la alegría y el progreso para cada uno de nosotros, en cuánto somos capaces de trabajar para obtenerlo y de qué manera lo disfrutamos, o si, una vez obtenidos -en la forma de un carro, una reforma, un negocio, una ropa, un juguete, un estéreo o un computador- dejamos de darles importancia y pasamos a desear algo mejor, algo mayor, que nos dé todavía más status, más poder, una felicidad basada solamente en la comparación, en la competencia, algo que todos perciban y admiren, bien diferente de esta humilde y sacrificada cubierta en la área de la casa de don Juan... Pero cuál felicidad es mayor, más duradera y profunda? Cuál realización es más apreciada y disfrutada?... Aquel que tiene la posibilidad encara cualquier éxito como algo natural, lógico y tranquilo. Sin embargo, quien no tiene estos medios encara el objetivo alcanzado, por menor que séa, como un milagro, un premio a su esfuerzo y perseverancia, haciéndolo sentir que todo su sacrificio valió realmente la pena.... Y tal vez esté ahí la principal diferencia entre la reforma total que mis vecinos hicieron en la casa antes de mudarse y la pequeña cubierta en la área de la casa de don Juan. Mirando las dos me pregunto si será la familia vecina quien más irá a disfrutar el jardín planeado, la terraza de granito, la parrilla, el juego de mesa y sillas de metal trabajado, la pequeña piscina y el calentador solar, o si será la familia de don Juan, dejando transcurrir calmadamente el atardecer a cada día, sentada en las sillas de plástico de su pequeña área, cosiendo tapetes, dormitando con los perros plácidamemnte echados a sus piés o jugando con los nietos los domingo en la tarde...

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