domingo, 29 de maio de 2016

"Hijos"

    Día lluvioso y frío, bueno para quedarse en casa leyendo, viendo una película y comiendo sopaipillas. Día de lluvia es día de familia, de tibieza, de abrazos y reflexiones, de una buena siesta acunada por el murmullo de las gotas en el techo, la tierra y los vidrios. Es mirar para afuera y sentirse afortunada y agradecida por tener un lugar caliente y protegido del frío y la lluvia, por tener compañía, cariño y cuidado... El agua no sólo moja el suelo y las plantas, preparándolos para florecer cuando llegue la primavera, sino también nuestra mente y nuestro corazón, haciéndonos viajar hasta su centro para descubrir nuevos tesoros que compartir.
    Y hablando de compartir, aquí va la crónica de esta semana, para que la lean con la música de la lluvia de fondo...


    El otro día estaba conversando con mi hija sobre cosas de la familia, que a ella le encanta oír, y contándole algunas anécdotas de cuando yo era chica... Y de repente, mientras hablaba y me reía describiendo las costumbres, peculiaridades y episodios de la vida de mis padres, empecé a darme cuenta de un fenómeno bastante especial: mientras hablaba y traía a la memoria las peripecias de la familia, me sentía lentamente tomada por una sensación chispeante y clara, por algo que ya conocía y que de alguna manera me transportaba a un estado psicológico y espiritual que creía olvidado, jubilado, obsoleto: mi niñez. Pero no eran sólo los recuerdos o el hecho de estar hablando de ellos. No, era como una nueva realidad: la de que jamás dejamos de ser hijos -pequeños- cuando hablamos de nuestros padres.
    En cuanto contaba todo aquello podía sentirlos allí, vivos, y me sentía envuelta por su cariño, su protección, su seguridad. Todo en mí se volvía pequeño y respetuoso, lleno de ingenua admiración, de esperanza y fortaleza. Mi hija escuchaba y se divertía, encantada, sin sospechar que no conversaba con su madre, sino con otra hija.
    A lo que parece, somos hijos toda nuestra vida, no importa si nuestros padres continúan con nosotros. Ser hijo es algo vital -tal vez más que ser padre- porque es algo que no escogemos y que no desaparece ni cambia con el tiempo. Podemos escoger ser padres, pero una vez que nacemos, seremos hijos para siempre.
    Me pregunto si en verdad no será esto -y no la paternidad- lo que deseamos que nuestros hijos aprendan de nosotros, si nuestro legado no es la experiencia de ser padre, sino la de ser hijo. Tener hijos no para que sean padres, mas para que tengan hijos que pasen por esta experiencia... ¿Sería una teoría muy descabellada?

domingo, 22 de maio de 2016

"Abrir otra ventana"

    ¡Y ya estoy de regreso, recargada, inspirada, más liviana y con otra mirada!... El viaje, a pesar de sufrido y de los asientos torturadores del avión, valió totalmente la pena y me dejó más convencida aún de que las cosas hay que enfrentarlas, darles pelea, pelarlas hasta llegar al hueso para que así podamos seguir adelante sin fantasmas que nos perturben y nos roben el placer de vivir... Todavía me recupero de esas cuatro horas infernales en el avión, pero todo lo demás está en sus debidos lugares. Ahora hay que continuar, celebrar, crecer, aprender, descubrir y sanar todo lo que necesite ser sanado para que la felicidad y la realización sean completas y duren para siempre.
    Y para empezar la celebración, aquí va la de la semana:


    Es curioso cómo cuando uno es cabro chico o adolescente, hay ciertas cosas que le cargan, le aburren, le parecen innecesarias, ridículas, anticuadas y, cuando crecemos y nos vamos poniendo viejos, resulta que se vuelven recuerdos preciosos y llenos de significados: el izamiento  de la bandera y el himno nacional todos los lunes en el colegio, la ida a misa cada Domingo, los almuerzos familiares en la casa de los abuelos, las fiestas folclóricas, el aseo, hacer la cama, lavar la loza con la mamá, poner la mesa... Parece que cuando crecemos y todo eso se vuelve pasado se despierta en nosotros una sensibilidad, una percepción que nos muestra detalles y sentimientos que en ese entonces y con nuestra falta de madurez no percibimos. Es como abrir otra ventana y contemplar esos acontecimientos con nuevos ojos, es darnos cuenta de que todos ellos crearon profundas raíces en nosotros y nos definieron, nos enseñaron a vivir y compartir. ¿Es el principio o la continuación de la tradición? ¿Un pedazo de la herencia no material que nos tocaba? ¿Son capítulos de nuestra historia que -hoy descubrimos- poseen mucha más importancia de lo que creíamos?... Es pasmoso, y a veces desconcertante, comprobar cómo el paso del tiempo puede transformar nuestra percepción y opinión sobre algo o alguien, cómo las experiencias nos hacen crecer y comprender tantas cosas, darles valor, perdonar, aprovecharlas como lecciones para nosotros  mismos y nuestros hijos. Los hechos en sí son inmutables, sin embargo, parece que al alejarnos de ellos nos volvemos capaces de mirarlos con nuevos ojos, de sentirlos con un nuevo corazón y así transformarlos en pequeños tesoros que alimentan nuestra vejez y que podemos compartir con los demás en forma positiva.

domingo, 1 de maio de 2016

"Hora de la zona muerta"

    Bueno, ya empiezo avisándoles que durante las próximas dos semanas no voy a publicar nada, pero no se preocupen que luego continuaré con nuestro encuentro semanal. Es que voy a estar reconstruyendome, buscando nueva inspiración, dejando mi espíritu pasear por ahí para llenarse e nuevas ideas y fuerzas. Entonces, no se extrañen ni se preocupen porque va a ser para mejor.
    Y sin más demoras, aquí va la última crónica antes de este "viaje" a mi centro.



    ¿Qué es esa hora-limbo de las dos y media o tres de la tarde?... Yo la llamo "la hora de la zona muerta", como la película, porque realmente es un tiempo muerto -mismo que estés en tu trabajo- parado, un puente entre dos jornadas activas y definidas. Yo duermo siesta religiosamente todos los días -como Pablo Neruda, que era capaz de dejar al presidente de la república hablando solo para irse a dormir- y no es de aquellas recomendadas de 20 minutos a media hora. No, ¡la mía empieza a la una y media y va hasta las tres o tres y media de la tarde!... Bueno, en verdad yo me despierto más o menos a las dos, pero luego soy invadida por esa sensación de entretiempo, de algo indefinido y perezoso que toma cuenta de todo, entonces me quedo tendida en la cama, dormitando, escuchando el ruido de la ciudad, divagando, sintiendo los minutos pasar... ¿Qué se hace a las dos de la tarde, a final de cuentas, mismo atrás de un escritorio?... Uno como que no tiene ganas de nada. Está soñolienta, en plena digestión, como aturdida y lacia, la mente medio vacía, un extraño aburrimiento que lo inmoviliza. Todo está lejos. Nada tiene importancia. Cuesta encontrar un motivo para despegarse de la cama y continuar la jornada...
    Una de mis perras, fielmente tendida en el suelo a los pies de la cama, cual reloj se a cerca y sube las patas para despertarme. Yo estiro la mano y le hago unos cariños medio torpes. Le doy una mirada al reloj: las dos y media... Me doy media vuelta y cierro los ojos otro poco.