quinta-feira, 25 de junho de 2009

Lo que me toca

Nada mejor que retomar viejos y saludables hábitos abandonados por innumerables y no muy válidas razones: falta de tiempo, frío, calor, lluvia, zapatillas viejas, falta de dinero, stress, demasiado trabajo, tristeza, desánimo, cólicos y todas esas cosas que inventamos para estragar un poquito más nuestra vida cada día, pensando que nos lo merecemos, que no tenemos vuelta, que la felicidad no es para nosotros, que es un sueño imposible de alcanzar a no ser que tengamos dinero, fama, poder o cualquier otro mérito que nos destaque de la multitud, porque no es posible que alguien común séa feliz; alguien común tan sólo existe. Respira, come camina, trabaja -normalmente en algo que detesta-- gana un salário miserable, no tiene sueños, no se divierte, no tiene expectativas, no es amado... Pero quién fué que estableció esas reglas? Y -peor todavía- por qué tanta gente crée en ellas y las sigue como si su vida dependiese de ellas? Por qué vivimos despreciando los regalos que Dios coloca en nuestro camino como si no fueran para nosotros, como si El hubiera errado la dirección o estuviera embromándonos, y los dejamos pasar sin más ni menos pensando que esto no tiene la menor importancia? Por qué insistimos en no ver a las personas y los acontecimientos preciosos a nuestro alrededor? Por qué nos negamos a percibir y aceptar la cantidad enorme de milagros que presenciamos y que harían nuestra existencia una constante y maravillosa aprendizaje, si no estuviésemos siempre pensando que, en verdad, milagros no existen?... Pero, por qué estamos tan convencidos de esto? Será porque cuando suceden los cielos no se abren, la tierra no tiembla ni somos tomados por transes sobrenaturales, no se nos aparecen ángeles ni tenemos visiones arrebatadoras?... Pero la verdad es que los milagros casi nunca son acontecimientos formidables que dejan a todo el mundo de boca abierta. Son más bien constituidos de detalles, gestos, encuentros a veces brevísimos; son palabras, miradas, toques, hechos aparentemente banales pero que bajo la superficie sencilla y casual esconden lecciones magníficas que pueden volvernos más sabios, compasivos y felices. Y son exclusivamente para nosotros; total y e ingeniosamente personalizados... Y no es esto lo que deseamos? Entonces, por qué no retomar aquellos viejos y saludables hábitos que nos hacen tan bien, como: conversar, observar, caminar, respirar profundo el aire fresco de la mañana, sonreir, decir un elogio, dar um abrazo, acariciar con una mirada, escuchar con paciencia y atención, sentir el sabor de la sopa, jugar como un niño, abrir el corazón y perdonar al enemigo, acariciar al perro, decir "gracias", "por favor", "hasta luego", "buenos días!", "quiere que lo ayude?", mirar los dibujos que las nubes forman, apreciar el atardecer... Viejos y básicos hábitos que nos acercan a los otros, que nos vuelven cálidos y acojedores, que nos dan luz interior, sabiduría, felicidad, equilíbrio, que nos tornam sensibles y nos sacan de nuestro pequeño y mezquino universo personal hacia la conciencia y la percepción de la historia -la nuestra y la de quien está a nuestro alrededor- de nuestra ligación con los otros, de la importancia de nuestra participación en el éxito o fracaso de cada día, de cada capítulo que escribimos; de a presencia constante de lo divino en cada paso nuestro, atrás de cada puerta que abrimos, en cada encuentro que tenemos... Viejos y buenos hábitos que jamás deberíamos abandonar, mismo estando viejos y atareados, cansados, enfermos, desanimados, sin dinero. Pues nada es disculpa suficiente para no ser felices, o por lo menos, para no tratar de serlo.
Bueno, y después de este prólogo que ya parece la propia crónica, aquí vá ella:
"Es lo que me toca?"... Pues si es así, como dice mi sabia manicure japonesa, entonces vamos a llevar las cosas adelante de la mejor forma posible, porque actuando de esta manera, grande parte de la negatividad de una situación puede ser neutralizada. Por qué resistir a lo inevitable? Por qué rebelarse y maldecir? Por qué huír de lo que debe ser hecho? Por qué no aceptar que es esto y no aquello lo que nos cabe en esta historia? Por qué ser infelices si existe una oportunidad, por menor que séa, de ser felices? Yo ya pasé demasiados años de mi vida llena de tristezas, miedos y frustraciones y no estoy dispuesta a continuar con este tipo de situación. Esto se volvió una regla en mi vida, una resolución que nunca debe ser quebrada, un propósito del que jamás puedo desistir. Debo esto a mi amiga Marilene (mi sicóloga durante casi diez años) y la actitud de aceptación positiva a mi manicure japonesa que, mientras lijaba mis uñas, cortaba las cutículas y pasaba el esmalte, me contó la anécdota de "Lo que me toca", una lección impagable sobre cómo vivir la vida según ella se nos presenta en vez de travar un combate a muerte contra los acontecimientos.
Darcy y su hermana Akiko tienen una peluquería en una calle lateral de la avenida principal de la ciudad, una casa acojedora y confortable donde las clientes son recibidas como viejas e íntimas amigas, las conversaciones son siempre optimistas y uno puede demorarse en pagar sin correr el riesgo de llamadas indiscretas o intereses exhorbitantes. En fin, a veces uno siente que no vá para allá solamente a cortarse o teñirse el pelo o a hacerse un masaje en los piés, sino para encontrar cariño y atención -no sólo profesional- oídos pacientes y sabios y equilibrados consejos. Curiosamente, en la peluquería de la Kô no corren chismes, sino conversaciones instructivas y divertidas y un tremendo calor humano que, pasando el tiempo, terminó por transformarnos en una verdadera familia. Yo siempre presto mucha atención a lo que ellas dicen, pues tengo certeza de que aprenderé alguna cosa que enriquecerá mi propia vida, como sucedió en el caso de la historia de "Lo que me toca".
Darcy contó que, cierta vez, unos parientes de otra ciudad telefonearon para avisar que vendrían a hacer una visita a la parte de la familia que vive aquí; el problema era que éstos eran conocidos como personas difíciles, exigentes y llenas de caprichos y ostentación que a nadie le gustaba soportar, ya que llevaban una vida bien mejor que todos los demás y por eso pensaban que nada era más justo que ser recibidos y tratados en estos términos. Cuando anunciaron su deséo de venir a visitar a los parientes, inmediatamente una batalla campal comenzó, pero no para escoger quién los alojaría sino para empujarlos de una casa a otra con mil disculpas que les impedían hospedarlos, no importa cuán breve fuese la estada... Y claro, como las dos hermanas eran solteras, tenían empleada y vivían solamente con los padres en un apartamento grande, fuera ser los parientes más próximos de los convidados, la taréa de recibirlos y ciceronearlos recayó sobre ellas por unanimidad y sin derecho a discusión.
-Imagínate nuestro disgusto! -exclamó Darcy -La última cosa que necesitábamos era tener que pasar el día siendo corteses con parientes antipáticos!...
Y se quedaron enojadas de verdad, pero como habían asumido el compromiso delante de la familia, se resignaron y empezaron a hacer los preparativos para la llegada de los indeseables personajes. Era curioso, pero mientras mantuvieron esta actitud negativa y rebelde, parecía que todo resultava errado y no conseguían llegar a un acuerdo sensato sobre nada, todo el mundo andaba de cara larga por la casa, reclamando del trabajo, de las mudanzas, los gastos, inconformados por tener que cargar todo el stress material y emocional de atender a los caprichos de esta familia tan poco oportuna... Y así fueron las cosas, a los trancos y barrancos, complicando cualquier proceso o plan de hacer que todo funcionara, hasta que un día, mientras trataba inútilmente de disponer otras dos camas en el pequeño cuarto de huéspedes, Darcy se detuvo, jadeante y casi abandonando su infructuoso empeño, y se preguntó qué rayos estaba haciendo...
-De repente me dí cuenta de que estaba gastando una cantidad enorme de energía y creatividad dejandome llevar por la rabia y la rebeldía contra una situación de la cual no tenía cómo escapar!...- dijo, admirada -Yo y todos en la casa habíamos pasado la semana toda reclamando, haciendo las cosas de mala gana, luchando contra problemas banales que se transformaron en verdaderos dramas, postergando decisiones y tratando de inventar proyectos interesantes para nuestros visitantes como si estuviéramos a punto de enfrentar al huracán Katrina bien en el medio de nuestro departamento!...
Fué entonces que la frase vino a la cabeza de Darcy: "Es lo que nos toca? Es lo que nos cabe hacer en este día, por estas personas?... Entonces, vamos a hacerlo de la mejor manera posible para que se sientam bien recibidos y todos pasemos momentos agradables en vez de horas de tensión y disgusto que no van a servirle a nadie. Qué sacamos con resistir, maldecir, hacer de mala gana si no hay como huír de esta responsabilidad?... Es lo que nos toca? Então vamos a hacerlo y bien hecho, como a Dios le gusta." (las hermanas son muy religiosas). Y como en un paso de magia, todo cambió. Las dificultades desaparecieron junto con las caras feas y la falta de espacio en los cuartos, el menú de la semana surgió como por encanto y hasta la máquina de lavar volvió a funcionar al mismo tiempo en que una inesperada onda de buena voluntad y disposición se apoderó de la empleada... Y así, con este estado de espíritu, los parientes que nadie quería fueron recibidos alegremente por las hermanas, confortablemente acomodados, atendidos sus caprichos y escuchadas con simpatía y atención sus histórias de gente rica. La semana pasó volando y, cuando se despidieron, los convidados agradecieron de corazón el tratamiento alegre y gentil de que habían sido objeto, y las hermanas se sintieron realizadas y felices por haber cumplido con éxito su gran misión: aceptar las circunstancias que la vida nos coloca cada día para sacar de ellas, con buena voluntad y creatividad, las lecciones que nos traen.
Una vez aprendido esto, no fué tan difícil para ellas, más tarde, enfrentar la enfermedad de los padres, que les trajo más gastos y preocupaciones, enfermeras y exigentes cuidados con remedios, tratamientos, pañales, baños y mucha paciencia con la creciente senilidad de aquellos que por tantos años cuidaron de todos ellos y que ahora se habían vuelto tan frágiles y dependientes como niños... Otra vez, la frase vino en su auxilio: "Es lo que nos cabe? Somos nosotros las que tendremos que cuidar a nuestros padres, a pesar de tener una familia numerosa? Es lo que la vida puso delante de nosotros este día? Entonces vamos a hacerlo, porque es lo que debe ser hecho y porque fué a nosotras a quienes nos cupo esta taréa."... Y venciendo el resentimiento inicial por la poca preocupación del resto de la familia, el recelo de la propia incapacidad y la parte financiera junto con los problemas de horarios, vacaciones, finales de semana, casamientos, fiesta de quince años y graduaciones están consiguiendo lidiar con la situación llenas de optimismo y fé, con la mejor de las disposiciones y una dosis inagotable de compasión y buen humor que no les impide trabajar, hacer compras, tener amistades, jugar con sus sobrinos y, principalmente, recibir a sus clientes con la misma alegría y calor de siempre, listas para escuchar sus confidencias y dar sus sabios consejos, como esta pequeña historia que Darcy me contó y que provocó cambios más que sorprendentes en mi manera de encarar ciertos hechos y de reaccionar delante de lo que la vida pone en mi camino cada día, cada hora, cada minuto, y que es lo que la vuelve, ciertamente, algo que vale la pena ser experimentado y compartido.

quinta-feira, 18 de junho de 2009

Lugares mágicos

En el penúltimo ensayo con las chicas del ballet de la Fundación Cultural, que van a presentarse este Sábado en la muestra "Danza solidaria" en el teatro Marista, me sucedió una de esas cosas que llamo "cariño de padre" y que sólo Dios es capaz de maquinar para mantenerme con el ánimo arriba... Estaba despidiendome de la profesora cuando, de entre el grupo de madres ansiosas y habladoras que esperaban a sus hijas, se acercó una mujer más joven, rubia y de expresión extrañamente tímida y al mismo tiempo decidida. Se detuvo junto a mí y de repente me pescó el brazo y me pidió que esperase mientras ella le preguntaba alguna cosa a la profesora. Yo obedecí, curiosa, pues no la conocía, y ya medio preocupada con mi horario de almuerzo, que volaba sin piedad. Cuando la mujer terminó su asunto con la profesora, se volvió hacia mí y, tomando aliento y con una expresión de repentina y profunda emoción, me dijo: "Me encantan sus crónicas! Todos los miércoles busco en el cuaderno 2 para ver si es una de las suyas que salió publicada!"... Yo me quedé totalmente sorprendida, ya que ese tipo de comentario no era precisamente lo que esperaba escuchar en aquel momento, y le respondí con una de esas sonrisitas sin gracia que uno esboza cuando pierde completa y vergonzosamente el plumo. La mujer, sin darse por aludida con mi actitud, continuó agarrandome el brazo y hablando... "Sabe esa crónica sobre las casas? Me emocionó tanto que la recorté y la tengo guardada en mi agenda! Lo que usted describe es exactamemnte lo que estoy viviendo!... Usted tiene esa cualidad de llegar al fondo del corazón del lector y hacer que nos emocionemos y volvamos a percibir y a sentir cosas que se nos habían olvidado. Gracias!"... Bueno, ni consigo describir cómo me sentía a esa altura. Casi estaba empezando a llorar también! Sobre todo porque hasta ese momento mi día no estaba muy halagüeño que digamos. Pero, para variar, Dios estaba colocando uno de sus regalitos en mi camino, motivandome para continuar... La mujer -a quien ni tuve tiempo de preguntarle el nombre- siguió elogiandome y comentando mis trabajos (delante de todo el mundo, para mi total embarazo) y dijo que también quería recortar y guardar mi primera crónica, "Volantines olvidados", pero que desgraciadamente había perdido la hoja donde había sido publicada. Entonces, le hablé sobre este blog -que ella ya conocía- y la convidé a visitarlo, ya que aquella crónica estaba allí. Agradecida y todavía llena de una gran emoción, se despidió y se fué, acompañada de su hija -una de las bailarinas que estaba ensayando conmigo- y yo me quedé parada ahí, sonriendo como una tonta y sintiendo, de nuevo, que mi día había sido salvado por uno de esos pequeños milagros que acontecen a cada momento y que nos impulsan a continuar peleando nuestras batallas y creyendo en nuestros sueños... No fué sensacional? Dios es un as conmigo. Y es siempre así!.
Bueno, y después de esta pequeña anécdota, que parece una crónica, pero no es, aquí vá la de esta semana.

El viejo galpón con los dos portones abiertos y la silueta de mesas, neumáticos y herramientas colgados en las paredes destacandose contra la luz de los rayos del sol de la mañana que entran por el corredor formado entre los dos portones. Polvo blanco danzando en el aire frío y transparente... El jardín del átrio de la iglesia del convento de las carmelitas de Pedro de Valdivia, en Santiago, con su pozo de piedra verduzca y el soporte de metal trabajado, los silenciosos y penumbrosos locutorios con los cuadros de santos de la orden en las paredes desnudas y la ventana de rejas cuadriculadas con la cortina negra corrida, que esconde los misterios de la clausura... La cúpula redonda de metal en la entrada del parque Juan XXIII, en la cual se enrosca aquella enredadera de delicadas flores liláceas, subiendo por los fierros hasta formar un techo móvil y perfumado... El antiguo portón de madera de la casa del viejo matrimonio japones, siempre cerrado y silencioso, hecho de gruesas tablas de madera grisácea firmemente unidas por tiras de metal ya enmohecido y enmarcadas por un umbral en sobrerrelieve terminado en ogiva... El patio del convento de San Francisco, en la Alameda, con su profusión de árboles, flores y pájaros, su fuente en el centro, donde todas las veredas se encuentran, y su chafariz siempre melodioso, donde las aves bajan para beber o bañarse. Corredores con grandes arcadas, portones de metal que resguardan las habitaciones de los frailes, salas con suelo de piedra que exponen los tesoros del museo de la congregación; iglesia de la época colonial, de dimensiones impresionantes y clima obscuro y asustador, a pesar del rojo vivo de los muros exteriores, oratórios con estatuas de ropa y cabello, ojos de vidrio llenos de dolor o éxtasis, rostros pálidos y brillantes. Y velas, una infinidad de velas a los piés de cada una de ellas, impregnando el aire opresivo con su olor, que se mezcla con el de las flores que adornan el altar mayor y las capillas laterales... El jardín lleno de esculturas de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, el pasto siempre verde y sus veredas de tierra blanca limpias y sombreadas por los árboles centenarios, algunos de los cuales ya atravesaron las rejas externas y se arrastran por la vereda, mismo heridas por los barrotes de metal... El fundo "Cholqui" con sus cercas de tronco y el estero rodeado de sauces, la cocina de piedra, las ristras de ajo, cebolla y hierbas colgadas en las paredes ennegrecidas por el hollín del fuego en el suelo. La casita de tejado rojo que creíamos ser la de la Blancanieves en la colina frente a la entrada del fundo. Muros amarillos, persianas verdes, cardenales en el jardín de la escuelita rural, sacos de papas y cebollas en la bodega obscura y entierrada, toneles de aceite, sal y azúcar, frascos de conservas en largos anaqueles, salames y perniles colgados de las vigas del techo; caballos, parras, vacas, perros, sillas de paja en las barandas adornadas con maceteros y enredaderas, cuartos con paredes altas y ventanas largas, bañera de latón blanco y piés de gato... El escenario del teatro, vacío y silencioso, mas vibrante de recuerdos y emociones, de gestos, palabras y músicas, del movimiento febril de cada una de las presentaciones que acontecieron allí, reflectores y cortinas como ojos y manos amigas, asientos perfectamente alineados esperando su público, cuyos aplausos parecen siempre ecoar en la penumbra...
Estos son lugares mágicos -algunos de mis lugares mágicos- insubstituibles, siempre perfectos e intocados por el tiempo, siempre vivos y eternamente renovados. Lugares que despiertan mis mejores sentimientos y me dan nuevas fuerzas para continuar luchando y aceptar el desafío de encontrar nuevos espacios como estos en cada etapa de mi vida, cuadros que impregnen mi existencia de calor y emoción, de bienestar, consuelo, seguridad y paz, pues tengo certeza de que son lugares donde Dios dejó un mensaje especial para mí, lugares de los cuales El hizo un refugio al cual siempre podré regresar, mismo que séa sólo con el pensamiento, para reencontrar lo mejor de mí, mi escencia, mi inocencia, mi libertad, el milagro de la existencia sobrenatural que transcurre paralela a la real. Estos lugares son como puertos seguros en medio de las tempestades de la vida, manantiales que nos ofrecen fuerza y fé y que nunca nos van a faltar, desde que no nos olvidemos de ellos y regresemos a visitarlos todas las veces que séa necesario, pues es para esto que ellos existen.

quinta-feira, 11 de junho de 2009

"Bar y Fiambrería Santa Clara"

Eso de tener no dos, mas cuatro días de descanso en la semana es algo muy bueno, a pesar de los sinsabores que paso los otros tres y de la falta de dinero el fin de mes. Estoy convencida de que la única cosa que me está sujetando en este empléo -a pesar de amar profundamente el trabajo en sí- es este hecho prodigioso que en cualquier otro trabajo sería, con certeza, inadmisible. Ahora, si yo pudiera ganar un salario decente solamente escribiendo, entonces sí largaría aquello y me dedicaría a mi pasión más verdadera los siete días de la semana. Sí, porque fuera darme dinero, escribir tanto sería -y es, de cualquier forma- la mejor de las terapias para cualquier problema que pueda aparecer... No sería sensacional?... Bueno, y soñar todavía es gratis, no?...
Y aquí vá la de esta semana, espero que la disfruten.

Es bien divertido ver cómo los clientes del "Bar y Fiambrería Santa Clara", con el pasar del tiempo, acabaron por tomar cuenta del local... El dueño es don Pedrito, un hombrecito casi pelado y bajito, siempre de sandálias y camisa ancha por fuera del pantalón, cejas gruesas y grandes ojos obscuros y de párpados caídos, y que ya venció un cáncer, que está casi siempre en la puerta izquierda de su tienda, la de la fiambrería, atrás del mostrador vendiendo pan, refrigerante, papitas fritas, leche, mortadela, queso y huevos a sus clientes y a los niños de las redondezas, atendiendolas diligentemente con ese modo tímido y sonriente que es su marca registrada. Ya los hombres que frecuentan la puerta izquierda, la del bar, donde está la mesa de billar y otra menor con algunas sillas para jugar cartas, empiezan a llegar poco a poco, allá por las seis de la tarde y, después de saludar efusivamente a don Pedrito, que les responde con monosílabas y palmaditas en el hombro, comienzan a arreglar las mesas, banquillos, sillas y ceniceros como si estuvieran en la sala de sus propias casas. Hablando alto, contando chistes de gusto dudoso y sacando las cervezas del congelador, van apropiandose del local, de la vereda y de la mesa de billar, donde disponen con destreza las bolas coloridas en el centro y pasan tiza en los punteros lustrosos de tanto uso. Algunos, simplemente se sientan a beber una cerveza en la vereda, debajo del enorme árbol que crece delante del bar, o apoyan un banquillo contra la pared para fumar y conversar. Unos vienen en auto, otros en bicicleta, y los que viven cerca, vienen a pié, bañados e con ropa limpia, medio caminando medio bailando, como quien vá a una fiesta, llenos de expectativas delante de este nuevo encuentro con sus viejos compañeros... Mientras el ambiente vá animandose y el cielo obscureciendo, don Pedrito pesca un pedazo de alambre y saca al canario de la rama donde estuvo el día entero, alegrando la calle con sus trinos, y lo lleva para adentro, cubriendolo con un pedazo de paño obscuro y depositandolo cuidadosamente al fondo, donde la luz y el ruido no puedan perturbar su sueño. Después, toma un banquillo y lo coloca en la puerta de la fiambrería, frente a donde sus amigos juegan billar y cartas, y permanece allí, em silencio, brazos cruzados sobre el vientre, piernas abiertas y una expresión de completa beatitud iluminando su rostro redondo y liso. Más parece que está contemplando a sus hijos divirtiendose en el parque en vez de ese montón de jigotes gritando, diciendo palabrotas, bebiendo y haciendo bromas obscenas. El no necesita preocuparse de nada a no ser disfrutar el atardecer, pues estos sus "hijos" se mueven con la mayor desenvoltura entre las cajas de bebida, el mostrador de golosinas, el lavaplatos y el estante donde está la vieja radio, saben dónde guarda la tiza para los tacos de billar, las escobas y rodillos, los vasos, servilletas y platos... El lugar no tiene secretos para ellos pues, si don Pedrito los vé como a hijos, ellos, por su parte, lo consideran una especie de padre sereno y aquiescente y por eso se sienten totalmente libres dentro de aquel espacio que, a pesar de viejo y obscuro, con el piso opaco lleno de agujeros y un baño digno de una historia de terror, se volvió la recompensa diaria y merecida después de otra jornada de trabajo casi siempre ingrato y mal pagado.
Sin embargo, lo que realmente me impresionó -y emocionó- de estos clientes tan bien definidos por mi preconcepto (Tipo que gasta su tiempo en un bar, con certeza no vale la pena) fué su actitud al saber que don Pedrito tendría que enfrentar una grave cirugía y después varias sesiones de quimioterapia para combatir un cáncer en el intestino. Esto, claro, en primer lugar, significaba que el bar permanecería cerrado durante un tiempo indefinido y que ellos perderían sus encuentros y su diversión. Pero en vez de reaccionar como yo suponía que era óbvio y empezar a buscar otro establecimiento, decidieron, para mi absoluta sorpresa, juntarse y elaborar un esquema de rodício, junto con algunos parientes de don Pedrito, para mantener la fiambrería abierta, pero no con la intención de no perder su fiesta de fin de tarde, sino para que durante este período difícil, él no dejara de ganar su dinero que, con certeza, le haría mucha falta. Fué algo totalmente inesperado y no sé cómo don Pedrito reaccionó al saber la noticia, pero fué emocionante para nosotros ver a toda esa gente que, después de un día entero de trabajo duro, se encontraba en el bar y abría las puertas, lavaba el piso, barría la vereda, alimentaba al canario, recibía al camión de bebidas, arreglaba los vasos y botellas, encendía las luces y arrojaba algunos litros de desinfectante en aquel vaso sanitario siniestro. Inclusive decidieron aprovechar la ausencia del dueño para hacer un aséo general y así sorprenderlo cuando regresara. Entonces, pudimos verlos el fin de semana arrastrando armarios, cajas, sillas y todo tipo de objetos y muebles que estaban amontonados en el fondo del bar hasta la vereda y en seguida entrar con manguera, esponjas, escobillas, água cuba y escobas, en un trabajo conjunto de limpieza que fué desde la mañana hasta la noche durante tres días. Al final, hicieron una vaca y compraron unas latas de tinta para darle una nueva mano de rojo y blanco a las paredes enmohecidas y descascaradas del lugar, y hasta rehicieron el letrero "Bar y fFambrería Santa Clara", que ya ni daba más para ver, y pusieron ampolletas nuevas en las lámparas que lo iluminaban.
Don Pedrito demoró en volver y cuando lo hizo, estaba totalmente calvo y asustadoramente delgado, las ropas bailandole en el cuerpo enflaquecido, los movimientos lentos y medio inciertos, pero su sonrisa continuaba igual, tímida y gentil, a pesar de las nuevas arrugas que le surcaban el rostro extremadamente pálido. Sus ojos ya no brillaban tanto, nublados por la preocupación de la incerteza de su futuro, y permanecía más tiempo sentado en el banquillo que detrás del mostrador, pero siempre había alguien para substituirlo, para sentarse a su lado y conversar, para traerle un vaso de água, un café, contar una historia nueva o las novedades del barrio... "A final de cuentas", decían estos hombres, "si él tantas veces nos fué a dejar hasta la puerta de nuestras casas porque estábamos demasiado borrachos para manejar, o escuchó pacientemente nuestras lamentaciones y nos aconsejó, nos apoyó y nos ofreció esta segunda casa sin ningún interés o reserva, si nos dejó comprar fiado por meses o no nos cobró las cervezas cuando sabía que las cosas no estaban bien, lo mínimo que podemos hacer es darle nuestro apoyo ahora que está tan frágil. No es él nuestro segundo padre? No somos nosotros sus hijos de corazón?... Entonces..."
Y así, juntos, don Pedrito y sus ruidosos y borrachines clientes, consiguieron pasar con fé y unión por esta época difícil e incierta, como padres e hijos deben hacerlo, sin nunca desistir o flaquear, sin reclamar ni huír, hasta que los días de tranquilidad y alegría regresaron...
Yo paso delante del "Bar y Fiambrería Santa Clara" todos los días al volver de mi trabajo, y siempre está aquel tumulto de hombres gritando, bebiendo, jugando billar y cartas, a veces asando unos olorosos anticuchos, contando chistes y fumando (menos los domingos, que son sagrados para don Pedrito. Não hay soborno capaz de hacerlo subir las puertas de su establecimiento en este día) todos de condoritos y bermuda, alegres y fanfarrones como niños que nunca hubieran pasado por malos ratos. Todo continúa igual: ellos todavía son los dueños del lugar y a don Pedrito todavía no le importa.... Pero yo mudé bastante mi opinión sobre aquel "Club de Machotes" que tanto me incomodaba todas las veces que pasaba delante de él. No digo que me tornaría miembro, pero hoy pienso que consiguieron merecer esta sagrada algazarra de todo final de tarde, no importa cuán futil o escandalosa pueda parecernos a nosotras, mujeres. Es su manera de decir que todavía existe algo de bueno en esta vida y que es en el "Bar y Fiambrería Santa Clara" de don Pedrito que esto acontece.

domingo, 7 de junho de 2009

Peripecias de una escritora de diarios

Esta será la crónca más larga que ya publiqué, con certeza, pero cuando la encontré, mientras recorría las páginas de mis diarios para escoger la de esta semana, me pareció lo suficientemente interesante como para correr el riesgo de postearla, a pesar de ser tan larga... Bueno, ustedes pueden leérla por capítulos y así tendrán lectura para todo el fin de semana!... Lo que me gustó de ella fué pensar que tal vez halla alguien con una aventura parecida y que, al leér esta, se sienta animada a dejar que otras personas conozcan sus dones y les saquen provecho. En realidad, es algo medio raro, sobre todo tratandose de textos personales, pero pienso que sabiendo elegir o haciendo pequeñas mudanzas, se pueden compartir experiências, revelaciones y conclusiones con mucha gente, con el objetivo de que todos salgamos ganando... Tú tienes la extraña pero certera sensación de que lo que haces tiene un destino especial, que tus dones podrían servir para ayudar a los otros, que el mundo necesita saber quién eres y lo que tienes para ofrecer? Entonces, sigue tu intuición! Sin embargo no esperes cambiar el mundo o salvar a la raza humana, porque nadie tiene este papel en la historia. Sim embargo, y a pesar de esto, cada uno de nosotros posée su exclusiva parcela de acción en el transcurso de esta historia. Esta puede ser mayor o menor, aquí cerca o lejos, eso no importa, lo vital es que la hagamos acontecer. Entonces, crée en tu destino y muéstrale al mundo tus tesoros!.
Bueno, entonces, aqui vá:
Estaba acordandome de la época en que empecé a escribir diarios, allá en mi adolescencia, influenciada por algunos libros que leyera, como "Papaíto, piernas largas", "Papelucho", "El diario de Ana Frank", "Pregúntale a Alice" y los cuadernos que Teresita de Lisieux escribió mientras vivió en el convento... No sé por qué saber sobre la vida íntima, los pensamientos y las experiencias de otras personas siempre me fascinó. Era como si esos diarios tuvieran algún tipo de mensaje especial para aquel que los leyera, como si desde la primera página estuvieran destinados a ser conocidos por el mundo, comentados, usados como ejemplo e inspiración para transformar vidas y enseñar nuevos caminos, o entonces, para prevenir actitudes que podían llevar a la desgracia y hasta a la muerte. Con certeza, quien los escribía no estaba imaginando que algún día alguien, fuera ellos mismos, pondría los ojos en ellos y, a pesar de esto, los acontecimientos se desarrollaran de tal forma que, por una casualidad o por las manos de terceros, estos cuadernos llegaron al conocimiento público y ocasionaron, en la mayor parte de las veces, verdaderas revoluciones.
Ahora, cuando yo empecé a escribir los míos tuve desde el principio aquella sensación indefinida de estar siendo llevada por algo más que las ganas de desahogarme en secreto o por algún tipo de intención futuramente literaria. Era una cosa muy rara, una especie de imperiosidad, de obligación, de deber no sólo para conmigo misma y mi salud mental y espiritual. Tenía algo que ver con personas, otras personas leyendo mis textos... Yo luchaba constantemente contra una voz interior, a veces dulce e insistente, a veces llena de urgencia y severidad, que me perseguia todo el tiempo, una hora pidiendo, otra hora mandando, otra obligandome, a escribir estos diarios.. De acuerdo, yo estaba pasando por algunos procesos bastante interesantes, pero sinceramente, no pensaba que fueran dignos de ser registrados, y menos todavía para la posteridad... Pero parecía que el papel quería guardarlos, quería ser testigo de mi camino rumbo a la madurez, de las etapas por las cuales habría de pasar, de mis experiencias y descubrimientos, de las conclusiones e interminables cambios que debería enfrentar... Obediente, mismo sin comprender el por qué, empecé a escribir religiosamente, registrando todo lo que me venía a la cabeza y releyéndolo después para analisarlo y sacar conclusiones. Pero en verdad, no eran textos así muy interesantes. Más parecían un entrenamiento que algo definitivo que valdría la pena ser guardado y aprovechado. Así, escribí decenas, centenas de cuadernos, la mayoría de los cuales terminé botando por las más diveras razones, incluso la de descubrir que mi marido los estaba leyendo escondido para saber si yo lo estaba traicionando (!)... Después de esto, perdí totalmente las ganas y la inspiración para continuar con este trabajo, pues me parecía inútil y hasta peligroso, dependiendo de la cabeza de quien inventase hurgar en lo que no debía.
Así, me quedé algunos años sin escribir, hasta venir a vivir a Brazil y ver una película de Nanni Moretti, un cineasta italiano que hizo tres películas basadas en sus diarios; la primera de las cuales trata sobre el cáncer que descubrió después de centenas de consultas con los más diversos diagnósticos y que finalmente consiguió curar, la segunda sobre la llegada de su primer hijo y todas las peripecias del embarazo y la paternidad de primer viaje, y la tercera, que narra el drama de una familia que pierde un hijo, basado en la muerte de su propio hermano... No sé por qué, pero ver esas películas y saber que habían sido realizadas a partir de sus diarios personales, me dejó muy inquieta y luego comencé a sentirme nuevamente invadida por aquella urgencia, aquella sensación de deber no cumplido. En algunas ocasiones llegaba a sentir que estaba traicionando algún tipo de plan divino trazado específicamente para mí al recusarme a llevar un diario, pero al mismo tiempo pensaba que era demasiada presunción creér que algo de lo que yo escribiese podría hacer alguna diferencia en la vida de alguien. Este exceso de humildad me paralizaba, llevandome a pensar que estaba empezando a tener delirios sobre mi talento literario, entonces, para no quedar totalmente en deuda con este don que me había sido dado gratis, ni con esta voz que ecoaba sin cesar en mi cabeza, comencé a producir otro tipo de texto: cuentos, novelas, piezas de teatro, monólogos, cosas que ya había experimentado antes y en las cuales me había ido muy bien. Quiero decir, también allí estaba implícito un mensaje, disfrazado es verdad, pero estaba ahí; de alguna manera yo estaba cumpliendo mi parte del plan!...
Por otro lado, estaba perfectamente conciente de que, de todos los talentos con que Dios me agraciara, la escritura era el más fuerte y enraizado en mi alma y el que me acompañaba desde hacía más tiempo y con mayor fidelidad. Era, sin duda, aquel con el cual más me identificaba y me sentía realizada y completa, a pesar del éxito que obtenía en las otras áreas en que trabajaba, todas relacionadas con las artes escénicas. Sin embargo, nada se comparaba a la intimidad y honestidad, a la sinceridad y fluencia que existía entre las palabras escritas y yo. Era casi mágico, instintivo, tan natural e inspirado que a veces dudaba que hubiese sido yo misma quien escribiera algunos de los textos (de hecho, en algunos momentos tenía esa extraña sensación de no ser yo quien sostenía la lapicera) pues a pesar de ser ellos bastante imperfectos y con exceso de lirismo, así mismo poseían algo que mis otros trabajos no tenían: un qué de verdad que era mucho más emocionante que historias ficticias, maquillajes, ropas, músicas o diálogos y movimientos de extremada belleza estética...
También, con el pasar del tiempo y la práctica, acabé por descubrir, no sin desconcierto y mucha simpatía, que era a través de la escritura que Dios había escogido comunicarse conmigo, y que era a través de ella que me enseñaba, me escuchaba y me respondía, guiandome gentilmente hacia el mundo y las personas para hacerme ver y reflexionar sobre ellos y así desenvolver la comprensión, la paciencia y la compasión por mis semejantes, pero, principalmente, para que yo aprendiera a ponerme en el lugar de ellos y de este modo me volviera capaz de escribir sobre la vida y su infinita diversidad de una manera que todos pudieran entender e identificarse, sintiendose así de alguna forma consolados, comprendidos y estimulados a continuar luchando, o a mudar, o a recomenzar... Lo curioso era que, a pesar de ser tan prolífica y de los esfuerzos y éxitos momentáneos como premios en concursos de cuentos, la cosa no iba adelante, pues parecía faltar algo que no sabía definir, que sujetaba mis ilusiones de conseguir algo en esa área. Mis textos eran buenos, estaban bien escritos y eran bastante originales, sin embargo, no conseguía que despegasen, atravesasen las puertas de alguna editora y revelasen este talento mío tan querido e importante. Continuaba llevando los diarios, claro, pero en ningún momento me pasó por la cabeza que éstos tuviesen alguna importancia en mis ambiciones literario/humanistas, por así decir. Pero, poco a poco, empecé a notar un cambio en su contenido, y esto aguzó todavía más mi curiosidad con respecto a su verdadero fin: de repente ya no eran más textos que hablaban sobre mí y mi vida doméstica, profesional o sentimental. Lentamente, sin que yo me diera cuenta, comenzaron a desarrollar pequeñas historias, a relatar experiencias simples, pero de profundos significados. Eran lecciones escondidas en visiones banales, en acontecimientos pequeños, vividos por personas comunes con las cuales me encontraba todos los días a camino de mi trabajo o de la academia. Lentamente, se abrió delante de mí un universo repleto de mensajes, de personajes y situaciones reales que ocurrían bien delante de mis ojos y de las cuales, de alguna forma -tal vez debido a mi sensibilidad aguzada- yo participaba intensamente, hecho que me inducía a la contemplación y a la reflexión, que me llevaba a una nueva conciencia sobre la vida y las personas que formaban parte de mi mundo -del mundo de todos- que podría ser compartida y que tal vez podría ser de algún provecho para la existencia de los otros. El tono de los textos, entonces, pasó a ser el de una crónica (pero yo no lo sabía todavía) dirigida a "alguien", fuera yo misma, que tendría la oportunidad de aprovechar las lecciones contenidas en ellas... Y mientras me envolvía más y más en esta taréa, alejandome de mis otros proyectos literarios, aquella extraña certeza que nunca me había abandonado, de que esas páginas tenían un destino ya determinado, crecía dentro de mí, haciendome madurar y ver con nuevos ojos todo lo que ya había escrito en estos diarios. Y durante esta evaluación percibí, de repente, que ellos tenían un inmenso potencial humano, que serían capaces de alcanzar a un lector y hacerlo pensar, identificarse y, tal vez, hasta cambiar alguna cosa en su vida... Fué cuando tuve la idea de montar "Los textos de la hamaca", una compilación de los mejores trabajos en una especie de libro que pretendía enviar a alguna editora o entonces, llevar a la Fundación Cultural donde trabajo, para que fuera estudiada la posibilidad de publicación a través de la Ley de Incentivo a la Cultura. Todos se quedaron muy entusiasmados -hasta porque no tenían idea de que yo escribía ese tipo de cosas- y prometieron ir atrás de patrocinio para conseguir la edición del libro. Yo no cabía en mí de felicidad, pues estaba convencida de que, finalmente, había alcanzado mi meta, dandole a mi don la finalidad deseada, aquel destino que, ahora tenía certeza, era el objetivo desde el comienzo. Todas las personas que conocí -a comenzar por mi profesor de castellano, Roberto Astudillo- y que de alguna manera me incentivaron o me guiaron por los caminos ciertos hasta llegar a este resultado, desfilaron delante de mí, y le agradecí a cada una de ellas por el papel, grande o pequeño, que habían jugado en esta historia, en este caso de amor entre las letras y yo, que ahora parecía haber llegado a su auge...
Sin embargo, mal sabía yo que aquello era solamente una previa y que, como en las ocasiones anteriores, saldría decepcionada, pues mis ambiciones todavía eran demasiado grandes... Las promesas de la Fundación fueron desvaneciendose con el tiempo -como todas las otras, dígase de pasaje- hasta transformarse en un escuáido: "Puchas, disculpa, pero no resultó", y yo volviendo a la estaca cero, preguntandome, de nuevo, dónde había errado o qué era lo que estaba faltando aún... Entonces, terriblemente frustrada, pero sin desanimarme, continué llevando los diarios, todavía convencida de que de ese arbusto saltaría un conejo y, para no quedarme parada, un día decidí pescar los viejos cuadernos y corregirlos (pues estaban en un "portuñol" insufrible) trabajar en los conceptos originales, la ortografía, el estilo, la claridad... Fué -y está siendo- una experiencia y tanto, pues a cada corrección surgía un nuevo texto, claro y ágil, profundo, otra crónica madura que me dejaba realizada y tranquila, pues cada vez estaba más convencida de que éste era el camino de mi don, de que estaba cumpliendo mi destino como escritora y de que estaba compartiendo con otros experiencias que podrían mudar sus vidas, así como la mía había mudado.
La publicación de mis trabajos en el diario es solamente un comienzo, tengo certeza, pero no pretendo apresurar los acontecimientos. Lo importante es que están siendo leídos por muchas personas -también en estos blogs- y que ellas están sintiendose identificadas, estimuladas y comprendidas a través de mis palabras. Siento que el momento llegó, que ahora estoy lista para empezar el verdadero trabajo (a los 52!). Todas las piezas se encajan y consigo ver casi la totalidad del puzzle que fué esta larga y ni siempre fácil jornada, consigo entender muchas cosas que un día me parecieron frustrantes e injustas, pero que jamás me llevaron a desistir; consigo apreciar la sensibilidad -a veces medio dolorosa- que desenvolví, el poder de observación y reflexión, la capacidad de colocarme en el lugar de los otros para poder llegar hasta ellos y describirlos con justicia y compasión y darles esperanza y motivación para que sean felices y continuen luchando, pues a través de mis crónicas pueden darse cuenta de que alguien sabe que ellos existen y de que sus historias son importantes y forman parte de la historia de la humanidad, volviendolos de alguna manera, inmortales. Y es por eso que estoy aqui y hago lo que hago, porque saber que existimos para alguien y que nuestras vidas tienen algún significado para los demás es la mejor forma de inmortalidad que podemos desear.