quinta-feira, 22 de janeiro de 2009

La oración

Todos dándose las manos, las cabezas bien bajas, ojos cerrados, voces de adultos y de niños mezcladas en la fervorosa oración recitada en el início de esta mañana soleada y todavía fresca. El calor vendrá más tarde, opresivo y desgastante, para quitarnos las fuerzas y la inspiración...
-Padre nuestro, que estás en el cielo...
Profesores y alumnos elevan sus voces, unas confiantes y animadas, otras apagadas y discretas, buscando en este instante de comunicación con lo divino el ánimo y la alegría para el trabajo que les espera y que, aquí, es especialmente exhaustivo y lleno de dificultades y, a veces, tan frustrante y poco fructífero.
Levanto la cabeza y abro disimuladamente los ojos para observar discretamente a las personas en el círculo a mi alrededor... Y me topo justamente con Domício, bien en frente a mí, ojos fuertemente cerrados, cabeza baja mostrando su coronilla de cabello negro y erizado, medio ladeada, el cuerpo no muy equilibrado por causa de la parálisis, ropa zurrada, botas gastadas y sin brillo, cubiertas de aserrín -trabaja en la carpintería de la escuela- y dedos crispados y algo deformados sujetando con fuerza las manos de los dos compañeros de cada lado. Reza junto con los demás, lleno de fervor y concentración, su voz un poco más alta, las palabras medio embrolladas... No obstante, su devoción es tal, su voz tiene una convicción, una fé tan verdadera, que me conmueve de verdad... Y me avergüenza. Porque de repente me véo a mí misma, rezando de cualquier manera, con la mente perdida en mil pensamientos fútiles, preguntándome qué habrá en el almuerzo, o dónde será que la profesora a mi lado compró aquellos zapatos, si aquel alumno problemático faltará hoy -dándome un poco de sosiego- y si van a pagarme las pocas horas extra que acepté hacer este mes... Estoy apenas cumpliendo un ritual, distraída, relajada; mis palabras no significan nada, ni una energía pasa por mis manos o sale de mi corazón para abrazar a estas personas tan carentes, esforzadas y llenas de problemas (porque ellos sí tienen problemas de verdad!)... Al darme cuenta de la tremenda herejía que estoy cometiendo, un rubor caliente y húmedo me sube a la cara, y mis ojos se posan de nuevo en la cabeza hirsuta de Domício, como si quisiera agarrarme a su fé para poder mirar la cara de Dios. Porque siento que él realmente espera la protección, la ayuda, el consuelo, la salvación, el milagro que la oración pide. La suya es una plegaria optimista, poderosa, a la cual se entrega con la más absoluta inocencia y fé, como sólo alguien como él sería capaz de hacerlo. Sus lábios retorcidos esbozan la secreta sonrisa de quien está delante de su mejor amigo, iluminando su rostro moreno y asimétrico. El crée. El espera. El acepta. En este instante su cruel limitación no significa nada, no posée peso alguno. Y por algunos segundos yo consigo ver una espécie de inexplicable perfección en su figura, en su actitud de sereno y alegre recogimiento interior. Nada interfiere en su comunicación con Dios... Y yo ahí, parada frente a él, con el cuerpo flojo y el corazón pesado, llena de preocupaciones y recelos, de frustraciones, flojera y mala voluntad, me siento de repente indigna de hacer parte de la misma rueda...
Respiro hondo y bajo la cabeza nuevamente, tratando de encontrar el camino, la luz, la certeza que me guíe hasta el lugar donde Domício se encuentra, delante de su Padre, y en un arranque de rara humildad, tengo el impulso de ir hasta él y pedirle que me enseñe a rezar de nuevo, a confiar y a abandonarme en los brazos de Dios como él lo hace... Pero me parece que esto es tan natural para él que no sabría darme la "receta", pues no se trata de la manera que reza, sino de la manera que vive y, en ese segundo, juro que siento envidia de este deficiente que mal consigue pronunciar mi nombre o llevarse una cuchara a la boca.

Nenhum comentário:

Postar um comentário