sábado, 28 de junho de 2014

"El don de la gratitud"

    Y hoy día es el juego de Chile con Brasil... ¡Tengo el corazón dividido!... Claro que quiero que gane Chile, pero si esto llega a suceder, me voy a quedar con pena de Brasil. Bueno, en realidad, por más que le haga barra a un equipo, siempre me quedo triste por los derrotados, porque me pongo en su lugar e debe ser muy duro... Hoy el día está precioso (espero que sea un buen augurio!) pero terriblemente frío. Delicioso poder quedarse en casa, calientita, tomando un tecito de menta. Es inspirador...
    Y aprovechando eso, aquí va la de esta semana, que no sólo les puede caer como un guante a ustedes, mas sobre todo a mí en este momento. Corta y directa.

    ¡Qué historias cargan las personas!... Uno se cruza con ellas en todos lugares y ni se imagina lo que pueden estar viviendo, o lo que ya vivieron, cómo y por qué son de la forma que son y actúan como lo hacen. A veces nos entramos tanto en nosotros mismos, nuestras dificultades y dolores, que perdemos la capacidad de darnos cuenta de que existen otras personas en el mundo con muchos más problemas, con dramas y traumas enormes que nosotros tal vez ni seríamos capaces de sobrellevar. Estamos tan pendientes de lo que nos sucede -a veces haciendo verdaderas tormentas en un vaso de agua- y tan llenos de auto compasión y deseos de atención, que no tenemos la humildad ni el desprendimiento de salir de nuestro mundo egocéntrico y percibir -aceptar- que, en realidad, el drama no es tanto, que tenemos opciones, que tenemos salud, casa, comida en la mesa, familia, empleo; que estamos reclamando de barriga llena. Maltratamos y perjudicamos sin pensarlo dos veces porque nos sentimos maltratados e perjudicados por la vida, sin pensar que aquella mujer por la cual acabamos de pasar tal vez daría todo por tener nuestra vida, nuestros "problemas" y "necesidades".
    Siempre hay que comparar, hay que conocer otras realidades, pero no para resignarnos o sentirnos aliviados, sino para no perder el don de la gratitud.

sábado, 21 de junho de 2014

"El box número 6"

    Bueno, y parece que finalmente el invierno llegó, y llegó con pica, porque hoy día hace un frío de matar. ¡Hasta voy a tener que ponerle sus capitas a mis perritas cuando salgamos a pasear!... Creo que tendremos pocos días bonitos a partir de ahora, porque han anunciado mucha lluvia, lo que es bueno, porque este año hubo sequía en algunas regiones y las cosechas se vieron afectadas. También va a ser bueno para mejorar la calidad del aire, que está pésima. La neblina de estos dos días ha ayudado bastante, pero no va a durar para siempre. ¡No estamos en Londres!... Y después, cuando haya un día de sol, va a ser espectacular, entonces, estos días nublados y lluviosas van a valer la pena. EL sol será esperado con ansias y recibido con alegría, así como la lluvia, a pesar de ser medio incómoda.
    Yo tengo la suerte y la bendición de no tener que salir a trabajar (ahora soy una respetable señora pensionada) y de poder quedarme calientita en mi departamento. Sólo salgo para pasear con mis perritas y para hacer algunas compras, pero después de eso puedo quedarme aquí escribiendo, oyendo música o viendo televisión, cocinando, jugando con las "chicas", preparando una rica sopa para mi hija que llega medio congelada del trabajo... ¿La vida que le pedí a Dios?... Esa misma.
    Y aprovechando que el vecino dejó de enloquecerme con su taladro (creo que está cambiando el piso o algo así) aquí va la crónica de la semana:


    Cuando tuve que hacerme el tratamiento de kinesioterapia por causa del del dolor en el cuello, tenía que bajar al subterráneo del edificio de consultas, donde atendían en una gran sala pintada de un horrible color rosado, en la cual siempre estaba sonando música de una emisora que sólo tocaba canciones de los 60, 70,80... Había unos cuadritos ingenuos, artesanales, camillas forradas con papel, sillas viejas e incómodas, aparatos jurásicos y ruidosos que rodaban de un lado a otro, diligentemente empujados por el kinesiólogo jefe e sus ayudantes, en su mayoría estudiantes en práctica. Era un ambiente medio decrépito, pero eso era compensado por la atención rápida, eficiente y calurosa de los encargados. Uno era prontamente recibido con una alegre sonrisa y un beso y conducido al lugar de tratamiento en medio a una charla liviana y animada... Era un excelente comienzo, considerando el dolor que uno podía llegar a sentir.
    La gran sala había sido sub dividida en unos 10 o 15 boxes de madera compensada, pintados de verde o azul petróleo, y que contenían una camilla, una silla y una percha. La privacidad era garantizada por una cortina roja, pero esto en realidad era más una manera de decir, porque en verdad uno podía escuchar todo lo que sucedía alrededor.
    Mi box era el número 6, y a través de las finas divisiones del compensado yo acababa enterándome de muchas cosas mientras soportaba el calor o los rayos láser de algún aparato prehistórico en mi cuello... ¡Y cómo había historias!... Los pacientes, en su mayoría de edad y provenientes de lugares distantes, le confiaban a los profesionales todos sus secretos y dificultades, no sólo aquellos físicos por los cuales habían llegado allí, mas también aquellos del corazón, del trabajo, de la familia, de las necesidades. Los grandes y pequeños dramas de sus vidas eran también "atendidos" y consolados en esos boxes... Y yo escuchaba y aprendía, meditaba, comparaba, me conmovía, me sonreía... A veces me reía escuchando los ronquidos estentóreos de mi vecino, que trabajaba de noche y por eso se dormía durante el tratamiento. Otras me preocupaba por la situación del padre hospitalizado de la vecina del otro lado. Algunas me admiraba el coraje y el optimismo de alguien a quien había visto llegar en silla de ruedas o caminando dificultosamente con muletas... Cada uno tenía su historia, su experiencia para contar, sus personajes, sus pequeños logros y desalentadores fracasos o frustraciones, sus alegrías y recompensas... Eran únicos, pero mismo así tenían algo en común, que siempre me emocionaba: su coraje y fe delante de sus vidas sacrificadas y llenas de tropiezos y tan pocas alegrías, con sus dilemas, esperanzas, sueños y, sobre todo, su tenacidad a prueba de todo.
    Así, cada día de ese mes en que estuve yendo a hacerme el tratamiento no sólo salía de allí con el cuello un poco mejor, sino también con una valiosa lección aprendida y con el corazón agradecido por todo lo que tenia el privilegio de poseer -material y espiritualmente...
    Sinceramente, después de escuchar todos aquellos relatos a través de las paredes del box n°6, me habría dado vergüenza abrir la boca para reclamar de cualquier cosa.

sábado, 14 de junho de 2014

"Cerezos"

    ¡Más animada imposible después del triunfo de Chile ayer en su primer partido en este mundial! Sin embargo, lo que más me conmovió y me llenó de orgullo no fueron sólo esos tres goles, sino el comportamiento maravilloso de los hinchas, que llenaron el estadio de Cuiabá con sus voces cantando nuestro himno nacional. Rostros  inspirados, ojos cerrados, expresiones de verdadera pasión y amor, lágrimas en las mejillas pintadas de rojo blanco y azul... Y a pesar de que la grabación terminó -antes del final, pues en estos eventos no tocan los himnos completos- los hinchas continuaron cantando a todo pulmón y todos tuvieron que esperar que acabaran de entonar el himno para empezar a tocar el de Australia... Se me cayeron las lágrimas de orgullo, de emoción, de amor por mi país y mis compatriotas enamorados y llenos de fervor, sin miedo de demostrarlo ante todo el mundo.
    Con certeza, algo para recordar para siempre de este mundial. Podremos perder, pero esa pasión que vi ayer nadie nos la quita. Es eso lo que nos hace grandes, vencedores, memorables.
    Y medio afónica y todavía emocionada, aquí va la crónica de la semana.


    Me acuerdo del año pasado, cuando la primavera ya estaba husmeando en cada esquina, reventando silenciosamente -por el momento- en cada rama pelada y seca. Estaba en los amaneceres más temprano, en las vitrinas y las banderas que anunciaban el aniversario de la patria. Todos andábamos por ahí con una cosquillita en el pecho y una sonrisa radiante por cualquier cosa. Los encuentros eran más efusivos, las conversaciones más animadas, el corazón parecía que desbordaba de empatía y caridad... Realmente esta estación posee algo mágico, transformador y refrescante que nos llena de esperanza, de nuevos sueños, y le da un empujón de vitalidad y optimismo a cualquier proyecto.
    Sin embargo, los primeros que dan el aviso de la llegada de la primavera son, definitivamente, los cerezos. Cuando todavía las temperaturas no se deciden a subir y nos hacen malas jugadas y las nubes se juntan para escondernos el sol con frecuencia a veces desalentadora, las ramas de los cerezos ya empiezan a llenarse de botones, sin aspavientos, quietecitos, y de repente, una mañana somos sorprendidos por sus copas cargadas de pequeñas y olorosas flores rosadas por doquier. Es como una bofetada en plena cara del agonizante invierno y una burla a nuestros gorros, abrigos y bufandas.
    Así disfrutaba yo de la vista de los cerezos florecidos en distintos rincones del parque por el que pasaba a camino del mercado. Era casi cinematográfico... Llegué a la esquina con mi carrito y me detuve a esperar la luz verde junto con un bullicioso grupo de estudiantes. Atravesamos y, al pasar por el costado del edificio de la universidad, donde hay un seudo-estacionamiento, ese día vacío, me deparé con otro cerezo. Sólo que éste se encontraba caído sobre la verja del patio. Se sostenía a la tierra solamente por un fino pedazo de tronco doblado. Disminuí el paso para contemplarlo. Ciertamente, algún conductor distraído le había dado una topada al estacionarse, casi arrancándolo de cuajo. En estas condiciones, el árbol podría haber muerto, habría sido lo más lógico. Sin embargo, este ejemplar había decidido no hacerlo y allí estaba, grande y fuerte, recostado esdrújulamente sobre la reja, agarrado al suelo por un pedazo ínfimo de tronco, rebosante de flores, celebrando la llegada de la primavera como todos los demás, lindo, entero, valiente, porfiado... Entonces pensé que nosotros deberíamos ser -y a veces lo somos- como ese cerezo que, mismo caído y en condiciones precarias, era capaz de florecer y brindarnos el espectáculo de su belleza y su perfume. Porque estar caído o en condiciones adversas no significa que estemos vencidos, que no tengamos los medios, la creatividad y la voluntad de levantarnos y seguir adelante, de realizar nuestro cometido. Todas las heridas se curan, con o sin ayuda, y lo poco que tenemos a veces puede ser mucho, puede ser todo. Si no paramos para lamentarnos y culpar al mundo por nuestras caídas, podremos en breve retomar el camino, continuar el proyecto y llegar a la meta. Nuestras flores pueden ser pequeñas, pero incontables, y pueden ofrecer un espectáculo que alegre, consuele y anime el corazón de los hombres.




sábado, 7 de junho de 2014

"Otros paisajes"

    Si la cordillera ya estaba preciosa con las primeras nevadas, ahora entonces, está simplemente de cortar el aliento. Hace un frío tremendo y en el sur está quedando la cagada, pero mismo así, yo me lo paso largos ratos sentada en el sofá de la sala mirando por el ventanal hacia esa visión deslumbrante, agradeciendo a Dios por estar aquí, ahora, y por el privilegio de tener este cuadro desde todas mis ventanas, porque es algo que mi corazón ansiaba hacía mucho, mucho tiempo. Esta masa rocosa hoy cubierta de blanco inmaculado era lo que más echaba de menos, porque es una especie de faro, de guía, de inspiración, de invitación a la batalla, a la renovación, a la voluntad y la persistencia, a la paz, a la certeza.
    Y huyendo por algunos momentos de su hechizo poético y feroz, me siento aquí para escribir la crónica de la semana. Quién sabe más tarde esa blancura toda no me inspire otro cuento... Ya tengo algunas imágenes y frases dándome vueltas en la cabeza...


    "El tiempo pasa". "El tiempo no para". "Uno no se pone más joven"... ¡Y cómo le tenemos miedo a estas afirmaciones!... Tanto, que a cada rato vemos a personas que hacen las cosas más absurdas y radicales para evitar, de alguna manera, que esta ley de la vida se cumpla en ellas. Sé que últimamente ando escribiendo mucho sobre el tema de la llegada de la vejez, porque no se puede negar que es algo realmente chocante y bastante desalentador percibir cómo uno se va llenando de arrugas, canas, achaques y flaccideces, pero creo que volverse adicta a cirugías, dietas, ejercicios y modas estrambóticas para tratar de detener este proceso es algo inútil y humillante, es el peor y más triste de los engaños. Porque la verdad es, exactamente, lo que esas primeras tres frases rezan y no hay nada ni nadie capaz de cambiarlo. No existe tratamiento, cirugía o moda que nos de un segundo de tiempo más. El mejor cirujano plástico no conseguirá, por más que nos estire la cara, nos levante los senos y elimine o aumente las curvas de nuestro cuerpo, que éste rejuvenezca, que deje de deteriorarse y llenarse de limitaciones. Por fuera podremos impresionarnos con el aspecto de estas personas que acuden a estos subterfugios, pero la verdad es que, biológicamente, ellas continúan envejeciendo y acercándose a la muerte.
    La vejez puede no ser el período físicamente más agradable de nuestra existencia, pero no por eso debemos quitarse su dignidad y disfrazarlo con trucos inútiles que, a veces, tienen resultados desastrosos, que bordean la monstruosidad. Nadie quiere verse arrugada y fláccida, es propio de nuestra vanidad y nuestro temor a la muerte, pero este es el proceso natural. Uno no anda por ahí pintándole las hojas de verde a los árboles en el otoño, ¿verdad? Sabemos que es un ciclo que debe cumplirse y que ellos volverán a llenarse de follaje al llegar la primavera, entonces no hay ningún drama, lo aceptamos como un hecho normal... ¿Entonces por qué no podemos tomarnos con la misma naturalidad nuestro propio final de primavera? Todo tiene belleza y fealdad, ventajas y desventajas, pros y contras, y así es también en cada fase de nuestra existencia. La vejez tiene desventajas físicas, pero tiene enormes ventajas psicológicas y espirituales. Tenemos que aceptar con serenidad y dignidad que no podemos luchar contra el paso del tiempo. Esta es una batalla perdida... Entonces, dejémoslo venir como lo hacen los árboles, dejémoslo transcurrir y llevarse lo que debe llevarse. Permitámosle dejar sus marcas, sus avisos. Usémoslo bien, a nuestro favor, seamos como un cofre que, en vez de irse vaciando, se va llenando, colmándose y al mismo tiempo volviéndose leve, desprendiéndose y mirando hacia otros paisajes, sin miedo de encarar el espejo y su reflejo de despedida.