sábado, 28 de dezembro de 2013

"Esos inmensos problemas"

    La navidad ya se fue, con sus aglomeraciones, paquetes y cintas de regalos, lucecitas parpadeantes, pesebres e villancicos. Ahora nos queda el año nuevo con la champaña, los fuegos artificiales, las lentejas, la ropa interior amarilla y muchos, muchos deseos y propósitos... Después, hay que empezar a vivir de nuevo, día a día, el resto del año, tratando de cumplir lo que prometimos, de ser mejores, de crecer, de aprender, de querernos más y de comprometernos un poco más, entre todos nuestros quehaceres y preocupaciones, en hacer de este planeta y sus habitantes algo mejor para todos. No, no digo que tenemos que salvar al mundo nosotros solos, pero con certeza si todos hacemos nuestra parte, podemos empezar a acercarnos a esta meta... ¡Ese sí va a ser un feliz año nuevo!
Les recuerdo que mañana hay cuento nuevo, esta vez mío, porque ustedes están muy flojos y no me han enviado nada... Pero, bueno, están disfrutando las fiestas y los primeros días de vacaciones, entonces, los perdono. Pero después...
Y luego del reto, aquí va la de la semana:


Cuando me siento triste y acobardada salgo a la calle, mismo que no tenga ganas, que haga frío o que los estudiantes estén en otro de sus protestos, bombas, piedras y encapuchados... Me voy a la calle para encontrarme con esas otras personas, aquellas que realmente tienen problemas, a observarlas luchar, persistir e inventar para que sus vidas sean mejores, para progresar y alcanzar sus metas -o por lo menos intentarlo. Es su ejemplo lo que me devuelve el coraje y la fe, el optimismo y la alegría para continuar con mi propia batalla, para no renunciar ni echarme a morir. ¡Tengo tantos proyectos y sueños! ¡Quiero realizar tantas cosas todavía! !Me queda todo este ánimo, esta creatividad, esta salud!... ¿Y estoy pensando desistir?... Es verdad que a veces las cosas se ponen medio difíciles y parece que no se van a resolver nunca, o entonces que no van a resultar para nada; la espera puede volverse insoportable, es verdad, pero caminando entre esta multitud que cada día se levanta cuando todavía está obscuro y hace frío y encara la calle, la micro, el metro, que empuja o arrastra sus carritos cargados de mercaderías hasta la esquina o la cuadra donde ha de quedarse el día entero, llueva o haga sol, esté sintiéndose bien o no, comiendo su marmita fría y vigilando al hijo pequeño para que no se pierda o sea atropellado, empiezo a sentirme avergonzada de estas, mis penas y dificultades, porque comparadas a las que ellos tienen, no son nada, parecen berrinches de niña mimada... Es verdad que cada uno considera sus problemas de acuerdo a su propia experiencia y situación, pero hay unas cosas que no se pueden ignorar y, en vez de maldecir y auto compadecerse, uno debería bajar la cabeza, encogerse y darle gracias a Dios porque tenemos esos "inmensos problemas" de que preocuparnos y que, con certeza conseguiremos solucionar, y no las dificultades de estas otras personas con las que nos cruzamos a cada día sin siquiera dedicarles un pensamiento de soliariedad, que sería lo mínimo que podríamos hacer por ellas.
    Salgamos a la calle para mirar a los lados, para escuchar, para sentir a este universo real que está ahí, como nosotros,  y darnos cuenta así de que no somos los únicos que luchamos.

domingo, 22 de dezembro de 2013

"Mis cinco minutos"

    La navidad está tocando a la puerta, entonces es hora de prepararse para la renovación, las promesas -pero no aquellas de fin de año como empezar la dieta o comprar menos zapatos- el renacimiento. Una vez más tenemos esta oportunidad de recomenzar, de volver a cero, de ser niños junto con Jesús y rever el mundo, a las personas, nuestras actitudes y decisiones, nuestras opciones y oportunidades. No importa dónde estemos ni lo que hagamos, es momento de celebrar y renovar la fe... A mí me encantaría ya estar instalada en mi nuevo apartamento, pero el hecho de que aún no sea posible no quiere decir que me voy a amargar la navidad y el año nuevo. Al contrario, sucede que mi propio cambio va a coincidir con el comienzo del nuevo año, entonces, ¿qué más apropiado?... Ya adorné nuestra cajita de fósforos con un pesebre, un arbolito de pascua chiquitito y unos adornos de pared y estoy lista para pasarlo muy bien con mi hija y agradecer todo lo que hemos recibido a lo largo de nuestra aventura aquí. Hemos sido descaradamente bendecidas con todo tipo de pequeños y grandes milagros, personas, situaciones y encuentros que nos han facilitado las cosa y nos han demostrado que Dios está siempre junto a nosotros, cuidándonos y allanando nuestros caminos, cumpliendo nuestros sueños y dándonos todavía mucho más de lo que pedimos o esperamos. Por eso, ¡vamos a celebrar esta navidad! Jesús se lo merece...
 Y después de este arranque de agradecimiento y esperanza, aquí va la de la semana:


    Cada día me convenzo más de que son los pequeños gestos los que pueden promover la verdadera y definitiva transformación de este mundo. No tengo nada contra aquellos que realizan grandes obras y fundan movimientos, ordenes religiosas, esparcen filosofías de unión y hermandad, aquellos que movilizan multitudes en pro de causas humanitarias o destinan buena parte de sus bienes a ayudar a los desvalidos; no, son actitudes admirables y realmente efectivas, estas personas indudablemente son necesarias, pero ahí me pregunto: ¿Y nosotros? ¿Nosotros los pobres mortales recursos, contactos, seguidores ni medios de divulgación? ¿Cómo lo hacemos? ¿Cuál es nuestro campo de batalla? ¿Quiénes son nuestros soldados? ¿Cuáles nuestras luchas?... ¡Somos tan ínfimos y descalificados, tan atormentados por las cosas de nuestra existencia! Cuentas, colegio, oficina, arriendo, mercado, jefes, horarios, plazos... Todo nos acosa y nos angustia de tal forma que mal tenemos tiempo para sentarnos y hacer consideraciones sobre  los males de este planeta. ¡Tenemos nuestros propios conflictos para resolver!... Y normalmente no sabemos ni siquiera por dónde empezar.
    Es entonces que yo me digo: ¿y si empezáramos por los de los otros?... No, no hablo de pagarles las cuentas o pelearse con el jefe tirano, sino de realizar pequeñas cosas, gestos, detalles que podrían darles alguna alegría, algún descanso, mismo que parezcan banales o insignificantes... ¿Y qué es lo que me dio esta pista?... Bueno, hoy en la mañana estaba en la fila del mercado - ya saben, aquella locura descontrolada antes del día 24- con mi carrito lleno, cuando vino a pararse atrás de mí un joven que tan sólo traía una botella de bebida y un pan. Yo estaba con prisa y bastante cansada, pero al verlo pacientemente parado allí con su botellita y su marraqueta, mirando con ojos largos mi carro lleno de mercadería que, con certeza iba a demorar para pasar por la caja, me dio un impulso y de repente le pregunté de sopetón si era sólo eso lo que había comprado, pensando que de pronto podía aparecer una esposa o un amigo con un carrito rebosando de mercadería. Cuando me dijo que sí, un poco desconcertado, continué siguiendo aquel impulso y le ofrecí pasar antes que yo. Más sorprendido aún, respondió que sí, y vino a colocarse delante de mí, medio tímido. Pasó su bebida y su pan y me dio una ojeada de lado, sin poder evitar sonreír.
    -Muchas gracias... Puchas, se pasó.- y sonriendo más abiertamente comentó con la cajera - Así vale la pena empezar el día, encontrando a alguien que tiene un gesto amable con uno.- y tornando a mirarme concluyó -Bien que podría encontrar gente como usted todos los días.- recibió su vuelto y se alejó, todo contento.
    Al verlo irse yo sentí una deliciosa ola de calor y felicidad invadirme y de inmediato pensé: ¿qué me había costado este pequeño regalo? ¿Quizás los cinco minutos que demoró para pasar sus cosas por la caja?... Pero el hombre había sonreído, se había sentido tomado en cuenta, importante, aliviado, sorprendido, agradecido. Y quién sabe a lo largo del día no repetiría  esta amabilidad con otras personas: le ayudaría a alguien a cargar un paquete pesado, a otro a atravesar la calle, le cedería el asiento a un tercero en el metro, a otro más le recogería algo que se le cayó y se lo devolvería... Y así por delante, mis cinco minutos empezarían a rendir dividendos, a esparcirse, a ser contagiosos.
    Es de ese tipo de gesto que hablo: cosas mínimas, triviales, que indican que estamos atentos y dispuestos, que formamos parte de un todo, que podemos dar un ejemplo y esperar que éste se multiplique (y con certeza lo hace, igual que en esa propaganda del chico que lleva un porrazo en el skate) Hacer esto una y otra vez, todos los días, siempre con una sonrisa, porque queremos de corazón ver a los otros felices, con gentileza y buen humor, sin pensarlo dos veces. Es bueno para los demás, mejor para nosotros.
    Estoy absolutamente convencida de que este comportamiento, junto con el de las grandes águilas, hará que nosotros, humildes gorrioncillos, causemos una revolución y una mudanza radical y completa en el mundo.

sábado, 14 de dezembro de 2013

"La mejor tarjeta de presentación"

    Continúo afirmando que la última parte de la espera  -cualquiera que ésta sea- es siempre la más difícil. ¡Cómo demora en pasar el noveno mes de embarazo, la última semana de clases, el último tramo del viaje! Creo que es ahí que somos realmente probados en nuestra fé, paciencia y persistencia. Mucha gente desiste justo en esa hora y después sale reclamando contra Dios y el diablo porque las cosas nunca le resultan. Es como morirse ahogado al llegar a la playa, después de todo el esfuerzo nadando para alcanzar la orilla y salvarse. Desistir en la última parte del camino, sobre todo cuando tenemos a la vista nuestra meta, prueba que no creemos en nosotros mismos ni en lo que queremos conseguir. Nuestros objetivos no son verdaderos, ya que no luchamos por ellos hasta el fin y, en el fondo, empezamos el camino seguros de que no llegaríamos... Nada peor que esto, pues despercidiamos nuestra energía, nuestra creatividad y, más importante, nuestro tiempo y el tiempo y la fé de otras personas involucradas en nuestra caminada. Entonces pensemos bien antes de iniciar el trayecto, porque una cosa es cambiar de idea y recomenzar y otra muy distinta desistir a pasos de la meta. Eso no es justo para nadie.
    Y después de este pseudo-sermón -dirigido tambiém a mí misma, que a veces tengo unos ataques de desánimo cuando veo que la cosa no anda- aqui va la crónica de la semana... ¡No se olviden de que mañana hay cuento nuevo en el otro blog!... Estoy tan contenta con el aumento de las visitas en todos ellos, que hasta les perdono la falta de comentarios, pero si quieren escribir algo, también se les agradece...


    A veces es de lo más curioso la forma en que llegamos a hacer amistad con otras personas. Hoy estaba acordándome de aquella señora en la iglesia, siempre muy seria y compenetrada, vestida con ropas discretas, cabellos sin teñir y nada de maquilaje o joyas, que estaba sentada en el banco atrás de mi hija y yo ese domingo. Era una de las primeras veces que íbamos a misa desde que volvimos, entonces todavía estábamos tratando de acomodarnos al esquema, al idioma, a las canciones, intentando recordar la secuencia de gestos y oraciones y, como siempre, de vez en cuando comentábamos sobre alguna cosa, sobre lo que el padre estaba diciendo o sobre alguien que nos parecía interesante, los detalles de la iglesia, etc. No era lo más apropiado, pero no podíamos evitarlo estando,como estábamos, en plena etapa de "todo es novedad"... Sin embargo, mientras cuchicheábamos, yo podía sentir la presencia de esta señora creciendo sobre nuestras espaldas. Percibía su molestia ante nuestros murmullos y escuchaba sus carraspéos de irritación, como queriendo llamar nuestra atención... En realidad, mi hija y yo comentábamos el sermón del padre, que nos estaba pareciendo muy bueno, pero supongo que, después de pasar tanto tiempo sin pisar una iglesia, habíamos perdido la costumbre de mantenernos quietas y calladas durante la ceremonia. En realidad, casi nos sentíamos como si estuviéramos en la sala de nuestra casa viendo algún programa de televisión. No nos parecía mal hablar, ya que lo hacíamos sobre lo que estaba sucediendo y en voz baja... Sin embargo, al parecer nuestra vecina no lo veía así. Imagino que trató de ser paciente durante algún tiempo, pero finalmente se cansó e, inclinándose hacia nosotras, susurró ásperamente:
    -¿Será que podrían quedarse calladas? ¡Pero que falta de respeto!- y en seguida metió la cara atrás del panfleto.
    Nosotras nos llevamos un susto y nos encogimos, dándonos cuenta de que tal vez hablábamos demasiado alto, pero no nos viramos ni le respondimos nada. Nos quedamos medio picadas y mantuvimos un silencio sepulcral hasta el final de la misa.
    Sin embargo, no sé por qué, sentí que no podría salir del templo sin pedirle disculpas a  nuestra vecina, porque realmente la habíamos perturbado y, quién sabe, también habíamos molestado a otros sin saber. Entonces, después de la bendición final, esperé algunos minutos para engullirme mi orgullo y girando sobre mí misma busqué a la mujer. Allá estaba ella, dirigiéndose por el corredor hacia la salida con pasos firmes y rápidos. Sin pensarlo más, troté hasta ella y la toqué en el hombro. Ella se detuvo y se volvió. Cuando se encontró conmigo, su expresión sufrió un sobresalto de sorpresa y echó la cabeza un poco hacia atrás, enderezándose. A lo mejor pensó que le iba a armar algún escándalo.
    -Por favor, discúlpeme.- le dije, antes de que pudiera reaccionar -No quisimos molestarla. Le prometo que no volverá a pasar. 
    Hubo un instante de total silencio. Entonces la mujer -de quien todavía no sé el nombre- pareció relajarse, como derretirse, y su cara seria y tensa se distendió en una sonrisa luminosa y sincera. No sé quién estaba más sorprendida, si ella o yo. Me puso la mano en el brazo y se aproximó como si fuera a abrazarme.
    -No se preocupe, a todos nos pasa.- murmuró con los ojos brillantes atrás de las gafas. Apretó levemente mi brazo y sonrió una vez más, asintiendo con la cabeza.
     En seguida dió media vuelta y se alejó, desapareciendo por la puerta lateral de la iglesia. De alguna forma curiosa, me parecía más leve y erecta.
    Mi hija y yo nos miramos y sonreímos. No nos había costado nada, ¿no es cierto? Aún continuábamos enteras y teníamos la boca en el mismo lugar. Y lo mejor de todo, habíamos hecho una amiga.
    Desde ese Domingo, nada me complace más que, a la hora de desearle la paz a quien está cerca de uno, buscar a esta señora con la mirada y aproximarme a ella para para abrazarla y estamparle un beso en la mejilla, deseándole de todo corazón la paz y la  felicidad, al mismo tiempo que agradecerle la lección que me enseñó. A veces está lejos y tengo que cruzar el pasillo y algunas personas se me quedan mirando, pero no me importa, pues pienso que una amistad nacida de un acto de humildad debe ser cultivada y disfrutada. Porque, ¿existe mejor tarjeta de presentacion que la humildad?. No necesito saber su nombre ni ir a tomar el té a su casa, me basta sentir su sinceridad y simpatía en el instante en que me abraza y me desea la paz.
    Aquel domingo me avergoncé de mi falta de educación y consideración, pero no me avergoncé de admitirla ni de pedir disculpas... Y valió la pena.

sábado, 7 de dezembro de 2013

"Regalos"

Es lo siguiente: esto ya lo escribí en mi facebook, pero como a lo mejor no todos ustedes están en mi red, lo repito: Este fin de semana haay cuento nuevo en mi otro blog (pazaldunate-historias.blogspot.com), pero también quiero aprovechar para proponerles una especie de desafío. Cuando yo daba clases de redacción en Brasil, hacíamos cada cierto tiempo este ejercicio, para demostrarles el potencial que tenían para crear buenos textos si sabían cómo desarrollar sus ideas. Entonces les daba como tarea traerme algunos apuntes sobre una historia que se les ocurriera, dos o tres personajes, unos escenarios y época determinados. En resumen, algo básico para que yo lo desarrollara a mi manera para mostrarles lo que podría ser hecho con su material. Así, luego de leer lo que yo había creado encima de sus ideas, ellos repetían el ejercicio, pero esta vez con algo que yo les daba a ellos. Y les aseguro que, con algunos tips, análisis y orientaciones los resultados eran sensacionales... Bueno, lo que se me ocurrió fue, justamente, repetir este proceso ahora pidiéndoles a ustedes que me enviaran ideas, en forma de elementos básicos, para que yo escriba historias basándome en ellos, que voy a ir publicando en este blog. Si lo desean, también puedo enviarles bosquejos de historias que se me ocurran para que ustedes las desarrollen y me las manden más tarde o creen su propio blog de historias. Va a ser una especie de clase de redacción a distancia y un excelente ejercicio para ustedes y para mí (¡sobre todo!). De hecho, los cuentos que van a leer estas semanas en mi blog fueron producidos de esta manera, a veces no tienen nada que ver con lo que yo escribo, pero ahí está la gracia: desafiarse a trabajar  en algo diferente y hacer que funcione para mí y para los otros.
Bueno, si les interesa enviarme algo, háganlo a mi mail: pazaldunatearte@hotmail.com. Pueden hacerlo desde cualquier país de habla hispana o portuguesa (desde que no se usen muchos modismos) Me va a  encantar trabajar en esto con ustedes.
Y, continuando nuestra rutina, aquí va la crónica de esta semana. El cuento lo publicaré mañana.

    ¿Ya han notado que cuando las personas envejecen y les preguntamos qué es lo que les gustaría recibir de regalo en su cumpleaños, la navidad o el día de las madres o padres, se quedan un buen rato pensando y terminan por responder que no lo saben, que cualquier cosa estaría bien porque, a final de cuentas, lo que les importa es nuestra intención, lo que realmente vale es que nos hayamos acordado? Los otros piensan que es una cuestión de modestia o de no querer hacer pedidos caros ni molestar, pero realmente, ellos no saben qué pedir... Esto lo sé porque a mí está empezando a pasarme lo mismo (¡sí, me estoy poniendo vieja!) Es que a uno le gustaría poder pedir salud, tiempo, lucidez, el cariño sin restricciones de los otros a medida que nos vamos volviendo más frágiles, participación, contribución, cuidados y respeto, pero desgraciadamente no se venden en ninguna tienda, entonces lo que queda es confiar en que hayamos hecho lo suficiente como para que los demás nos den esto por iniciativa propia.
    A partir de una cierta edad y experiencia de vida, realmente ya no se desean  más cosas materiales, pues uno se va dando cuenta de que ellas no tienen tanta importancia así. Claro que es bueno y agradable tener comodidades y mimos, pero poco a poco esto va perdiendo el valor, tal vez porque nos damos cuenta de que nada material nos podremos llevar de aquí. Todas las cosas se van a quedar, no nos van a pertenecer más, no importa cuánto afecto les tengamos ni cuánto significado tengan para nosotros. Es entonces que empezamos a apreciar y a buscar lo intocable, los sentimientos, la calidad de vida física , mental y espiritual, porque esto sí se vuelve algo valioso que sí puede acompañarnos en nuestros últimos momentos, que puede hacer que el tiempo que nos queda sea agradable y lleno de cariño, puede hacernos sentir seguros y amparados, y cuando se ha vivido mucho y se ha disfrutado de las cosas materiales en mayor o menor grado, entonces llega el momento de disfrutar de las espirituales, porque un cuerpo viejo y cansado, plagado de achaques y limitaciones, no necesita un zapato último modelo, un computador nuevo, un auto más veloz o una casa más grande o lujosa. No, este cuerpo, este corazón, necesitan acogida,  abrazo, paciencia y respeto. Nuestro legado, al final, no serán los objetos que acumulamos a lo largo de nuestra existencia, sino los ejemplos que dimos.

sábado, 30 de novembro de 2013

"Nuevas historias"

    Acabé de revisar las visitas en mi blog de cuentos y me quedé realmente feliz. No es que colapsaron la red, pero me dejaron muy animada -recuerden que éxitos modestos a veces son los mejores porque podemos administrarlos equilibradamente- para seguir invirtiendo en esta línea de  texto. Fuera eso, estoy con una cantidad enorme de ideas para desarrollar, inclusive encima de unos cuentos que ya escribí hace más de treinta años a los que, definitivamente, se les puede sacar muy buen provecho... ¡Pero cómo hay material en este país para escribir! Parece que en cada esquina te topas con una historia. La inspiración no deja de fluir... Y ahora que, finalmente -máximo de aquí a quince días- vamos a mudarnos para nuestro propio espacio, en el cual tendré mi pequeño estudio con una vista rutilante del cielo y la cordillera en un vigésimo noveno piso, imaginen si no voy a ponerme a escribir como una loca... ¡Mal puedo esperar! Podré sentarme cómodamente en mi escritorio, tal vez con las perritas (que adoptamos ayer y nos van a entregar luego que nos cambiemos) a los pies, poner mi música clásica o gregoriana -nada que me distraiga ni me haga querer salir bailando por ahí. Eso sólo cuando esté haciendo el aseo o el almuerzo- dar un suspiro bien hondo, echarle una miradita a mi amada cordillera y ponerme a trabajar hasta que se me acalambre el brazo... ¡Porque recuerden que yo escribo los originales a mano! Por no tener mi propio pc y mi hija ocupar constantemente éste, que es de ella, tuve que decidir volver a escribir a mano si quería producir alguna cosa y pasarlo a los blogs los fines de semana y feriados, cuando ella trabaja y me quedo sola el día entero. Pero al contrario de ser una lata, como pensé, resulta que es sensacional. Vuelvo a tener esa intimidad, esa concentración y comodidad (se puede llevar un cuaderno y una lapicera a cualquier lugar sin miedo de que te la roben) que tenía cuando empecé  a escribir, a mis doce o quince años...
    Bueno, la cosa es que me animé mucho con las visitas a mi blog reactivado y estoy toda inspirada para continuar con el trabajo, entonces ¡sigan acompañándome ustedes también! Verán que va a valer la pena... Espero.
    Y aquí va la crónica de la semana:

    ¡Cuántas personas se mudan para iniciar una nueva vida!... Salen de sus casas, de sus barrios y ciudades, de sus países natales y se lanzan a la aventura de conquistar otros territorios, de conocer a otras personas, de lanzar las semillas de sus sueños  en otras tierras, confiando que éstas sean fértiles y los hagan florecer. ¿Pero qué es lo que las lleva a tomar esta decisión tan radical? ¿Dificultades financieras?¿Decepciones amorosas? ¿Sueños materiales, espirituales, sentimentales? ¿Deseos de reencuentros, arrepentimientos, nostalgia? ¿O simplemente el ansia por la aventura, por lo desconocido, por el desafío? ¿La sed de vivir en perpetuo descubrimiento, la incapacidad de sentar raíces?... Supongo que hay opciones para todos los gustos, porque nadie abandona lo que conoce sin un buen motivo, y partir ya no es ningún drama ni una aventura amedrentadora como antiguamente. El ser humano tiene esta capacidad de establecerse en cualquier rincón, no importa lo inhóspito o distante que pueda ser, y construir un hogar para él y los suyos, echar raíces, crear tradiciones, escribir historias y sobrevivir, aprender, compartir en cada lugar donde arriba. Hace amigos, crea comunidades, instala negocios, planta, construye, deja su huella. Estoy convencida de que si el hombre hubiera decidido permanecer en un solo lugar desde su nacimiento hasta su muerte mucha cosa habría dejado de acontecer, la historia habría avanzado más despacio, estaríamos más aislados, la comunicación sería más difícil y habría mucho menos territorio conquistado en el planeta.
    Moverse es una necesidad de la propia existencia. Se mueven los mares y los vientos, las nubes, las manadas, las arenas, las estaciones y el ser humano tiene que acompañar este movimiento, tiene que empezar una y otra vez, necesita ser desafiado, posee demasiado potencial como para ocuparlo o enterrarlo en un solo lugar. Los más viejos pueden permanecer, después de haber vivido sus viaje y aventuras y haber sembrado sus semillas, pero los más jóvenes están destinados a desplegar alas y buscar otros horizontes para escribir nuevas historias y cosechar nuevos campos.

sábado, 23 de novembro de 2013

"Uno de esos viejitos"

    ¡Y finalmente, amigos míos, mañana voy a postar el primer cuento de mi nueva -y ahora periódica, si no me falla la inspiración- producción literaria!... Dicen que más vale tarde que nunca, y espero que ustedes lo consideren así. Es verdad que escribir cuentos puede ser más difícil porque estoy muy acostumbrada con las crónicas, que son más pensamientos o reflexiones sobre personas o acontecimientos, pero la verdad es que estaba examinando mis textos y me anduve dando cuenta de que hay unas crónicas que son harto parecidas a cuentos, entonces tal vez no tenga tantos problemas así. La mayor diferencia será, a lo mejor, que los cuentos tienen un final (o por lo menos a mí me gusta que lo tengan) personajes y escenarios, diálogos y algunas cosas que yo controlaré y que serán bien definidas. Sólo espero que no se transformen en "más de lo mismo", quiero decir, otro blog de crónicas, a pesar de que con las historias nao pretendo hacerlos reflexionar ni nada parecido, sino solamente divertirlos. Ahora, si pueden sacar algo positivo de ellas, como espero que lo hagan al leer las crónicas, estupendo. Pero estos textos son solamente una variación, otro camino de los tantos que ha tomado mi vena literaria, porque ya hice piezas de teatro, músicas, discursos, cursos, monólogos y todo lo que me cayera en las manos y que necesitara ser escrito. Creo que el estilo no cambiará. Será una parte mía que todavía no conocen y sinceramente espero que la disfruten. No lo olviden: mañana, vayan a "pazaldunate-historias.blogspot.com" y vean lo que les preparé. Después me cuentan.
   Y como aperitivo para el gran evento, aquí va la crónica de la semana.


    Me llama profundamente la atención la cantidad de personas de edad que viven solas en esta ciudad. En verdad, no sé si es un fenómeno a nivel mundial o aquí es más notorio, pero el hecho es que hay mucha gente que está tomando la decisión de vivir sola, mismo no siendo tan joven, y si esta decisión antes era vista como algo triste, sinónimo de abandono y soledad, hoy es un símbolo de independencia,, de confianza, de capacidad física y mental para continuar a gobernar la vida con equilibrio, alegría y perspectivas positivas. Los más viejos vislumbran un futuro activo y feliz, lleno de desafíos, de amigos y actividades que los mantienen lúcidos e independientes, y esta es una victoria que tal vez nunca esperaron alcanzar. Buena parte de ellos trabaja, sale con sus amigos, viaja y hace compras sin tener que depender de nadie para esto... Pienso que tal vez es por eso que las personas están viviendo más y no tan sólo por los avances de la medicina. La calidad de vida no ha mejorado solamente para el cuerpo de estas personas, sino también para sus mentes y espíritus y todos sabemos que un espíritu en buen estado hace que el cuerpo funcione mucho mejor. No digo que no tengan sus achaques y limitaciones, pero ellas son mucho menores y menos invalidantes que antiguamente. Creo que los más viejos no se sienten más unos estorbos que deberían ser excluidos de las vidas de sus parientes, sino que tienen derecho a compartir con ellos y a llevar una existencia más larga y mejor, a pasarlo bien, a enamorarse, a viajar y descubrir, a envolverse en nuevos proyectos. Sienten que pueden hacer planos, soñar, realizarse en áreas en  que no tuvieron oportunidad de desarrollar en su juventud, y esto es fantástico porque entonces vemos cada día menos ancianos deprimidos y derrotados, enfermos y vegetando en cuartos obscuros, abandonados en asilos. No, ahora los encontramos trabajando, divirtiéndose, amado, preocupados con su visual, contribuyendo efectivamente para el crecimiento y el progreso de la sociedad en que viven, y encuentro una bendición que esta sociedad les esté dando el lugar y la importancia que se merecen y que ellos estén aprovechando esta oportunidad sin miedo ni prejuicio.
    Sinceramente, me va a encantar llegar a ser uno de estos viejitos.

domingo, 17 de novembro de 2013

"Alguien en quien confiar"

    Bueno, finalmente me estoy poniendo a trabajar en ese asunto de los cuentos, porque ya hace un tiempo que les vengo prometiendo que voy a volver a publicar historias en el otro blog que tengo y todavía nada... Ideas no me faltan, tiempo tampoco, y ahora tengo todos los fines de semana y los feriados enteritos para mí porque mi hija trabaja en estos días, por lo que me quedo sola el día entero y puedo dedicarme todo el tiempo a escribir. Como pretendo empezar a participar en concursos de cuentos a partir de año que viene, tengo que tener material para esto, entonces, fuera entretenerlos a ustedes, voy a poder enviar estas historias a los concursos también. Eso se llama unir lo útil a lo agradable. Como volví a escribir los originales a mano, puedo hacerlo durante la semana y los sábados y domingos los paso al blog o los envío a los concursos... Es divertido, pero mismo teniendo la ventaja de un computador para redactar los textos, he descubierto que aún me siento mucho más relajada y con esa sensación rica de intimidad si lo hago a la moda antigua: en un cuaderno universitario de aritmética y con una lapicera de gel. Y creo que mismo cuando tenga mi propio computador voy a continuar escribiendo a mano. Es una sensación muy especial, pero creo que sólo quien ya lo ha hecho podría entenderlo. Quien aprendió a escribir desde chico en un computador debe pensar que es un esfuerzo y una demora que no valen la pena... Bueno, una de las ventajas de ser más vieja: uno todavía disfruta de lo "artesanal", de esa conexión amorosa, serena y tan coloquial con lo que hace.
    Y aprovechando el silencio de este domingo de votación, que con certeza en la noche será quebrado por la celebración de los ganadores de la elección, aquí va la crónica de la semana:


    Todos los días, como a las ocho de la mañana, él ya está en su lugar, sentado en  el taburete bajo, con el quitasol abierto -no importa si está nublado- leyendo calmadamente el diario, a espera de clientes. A veces hay un perrito saltando y correteando a su alrededor o echado entre sus piernas, y de vez en cuando él lo acaricia y le murmura algunas palabras mientras esboza una sonrisa que le ilumina el rostro rudo y curtido. La dueña del perrito trabaja en un restaurante justo atrás de su puesto y a cada cierto tiempo sale a llamarlo o ver dónde está. Se para con las manos en la cintura del delantal y echa la vista por el lugar en busca del animal. De paso, le sonríe al hombre y lo saluda brevemente. Se queda como esperando alguna cosa, pero él continúa leyendo su periódico y al fin ella se da por vencida y y regresa con paso firme y rápido al restaurante. Todos los días es la misma cosa. Pero parece que el animalito no sirvió como señuelo.
    Cuando van llegando las nueve, nueve y media, horario en que abren las oficinas, comienzan a aparecer los clientes. El hombre se endereza, deja el diario a un lado, hace crujir los dedos y la espalda, y empieza a disponer su material de trabajo: cepillos, latas de cera negra, café, incolora, franelas, escobillas; le da una sacudida al almohadón lustroso donde los clientes se sientan, confiere el quitasol, se amarra el delantal de cuero y se restriega las manos, soltando un corto suspiro de pura determinación... Y llega el primer cliente. Se nota que se conocen hace tiempo. Se saludan como viejos amigos. El caballero toma asiento, arrebujándose en su fino abrigo, y pone el pié en el apoyo. Inmediatamente el hombre empieza a escobillarle los zapatos con gestos diestros y veloces, sin mirarlo. Entonces, el cliente se inclina un poco y le dice algo. El lustra botas le contesta en voz baja, sin erguir la cabeza. El caballero continua hablando, aparentemente contándole algo muy importante y confidencial, a lo que el lustra botas responde con algunos comentarios sueltos. Más parece escuchar que proferir opiniones, manteniendo su atención en los zapatos, que van quedando brillantes y suaves. En realidad, las frases del lustra botas parecen traducirse en el zumbido de las escobillas, el roce rítmico y enérgico de la franela, y el tintineo de las tapas metálicas de las latas de cera. Y realmente suenan como palabras o signos de entendimiento ante la conversa del caballero... Luego, el trabajo está terminado: zapatos impecables, como nuevos, brillantes y olorosos. El caballero sonríe, satisfecho, y se levanta del asiento mientras busca el dinero para pagar. El lustra botas lo recibe con un gesto breve y por primera vez mira al cliente a la cara y sonríe.
    -Que le vaya bien, pues, don Arturo- expresa, guardando el billete en el delantal.
    -A usted también. Hasta mañana.- le responde el señor, empezando a alejarse.
    Y así sigue la lista de clientes, todos elegantes y de voces educadas, que aprovechan el corto tiempo de la lustrada para confesarse con el rudo lustra botas, quien mantiene el diálogo con las cepilladas y restregadas. Yo los miro al pasar y me pregunto sobre qué le hablarán estos señores a aquel hombre, al cual a mí jamás se me ocurriría confesarle ni el nombre de mi desodorante... Sin embargo, algo debe tener que los impele e abrirse, a contarle, a confiar en su discreción y  sabio consejo, pues se alejan del puesto más livianos y sonrientes, más tranquilos, y con certeza no es solamente porque sus zapatos están brillantes.
    ¿Pero quién puede ser nuestro confidente? ¿Quién cumple esos requisitos? ¿Y por qué lo escogemos? ¿Qué es lo que nos lleva a abrirle el corazón a un extraño, a una persona que, aparentemente, puede saber menos que nosotros? ¿Cómo lo encontramos? ¿Cómo lo reconocemos?... El dentista, la peluquera, la colega de oficina, la dueña del mini market, la chica que hace el aseo, la secretaria... ¿Por qué confiamos en ellos? ¿Y por qué ellos acceden a escucharnos, a aconsejarnos, a apoyarnos? ¿Por qué y cómo se crea esta intimidad si no tenemos ningún lazo que nos una?... Supongo que es porque los seres humanos pertenecemos a dos grupos -de entre otros tantos  de los cuales formamos parte-: los que necesitan hablar y los que saben escuchar. Y así como nosotros encontramos a nuestros confidentes y con ellos nos desahogamos, ciertos de que seremos comprendidos, apoyados y aconsejados, otras veces alguien nos encuentra y se confiesa con nosotros con la misma certeza. Por eso debemos estar preparados para desempeñar ambos papeles, porque así como necesitamos aprender a hablar, también necesitamos aprender a escuchar.

domingo, 10 de novembro de 2013

"Tiene que valer la pena"

    En una repisa encima de mi escritorio tengo una tablita artísticamente cortada y barnizada en la cual se lee este pequeño verso en letras negras cursivas: "Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo cambiar y sabiduría para reconocer la diferencia entre estas dos cosas"... Y debo decir que, últimamente, he mirado muchas veces a esta tablita y respirado hondo, porque he enfrentado momentos y dilemas, decisiones y batallas en las que he debido usar estas palabras. La vida no es fácil, pero no por eso tenemos que volverla aún más difícil. Al contrario, tenemos que aprender a ahorrarnos disgustos innecesarios, encuentros desagradables, relaciones inútiles o desgastantes. ¡Es tan breve nuestro tiempo aquí!... Entonces hay que hacerlo rendir, hay que ser feliz, hay que crecer y cumplir nuestro destino; cada uno el suyo, con sus penas y alegrías, para poder llegar al final lo más entero que se pueda, realizado, sin resentimientos o deudas que amarguen nuestra partida. Así la cosa va a haber valido la pena. Y creo que las personas hacen las cosas para que valgan la pena, para tener algún resultado y no para frustrarse o hundirse.
    No se preocupen, no me estoy poniendo morbosa ni pensando en mi muerte o cosas parecidas. Es que los últimos conflictos por los que he pasado -y que están siendo exitosamente resueltos, mismo si duele- me han hecho pensar en cómo nuestra vida debería ser encarada y vivida, para nuestro propio bien. Y también me he dado cuenta de cuánta gente hay por ahí que vive una desgracia permanente, que no consigue ver un futuro y se entierra en la depresión, cuánta gente que sólo reclama y se victimiza en vez de hacer algo por salir adelante... Hay que vivir bien en todos los sentidos, pero nadie dice que esto es fácil. No, tal vez requiere mucho más esfuerzo que vivir mal, echarse a morir o culpar al mundo por una historia en la cual las opciones no fueron las más acertadas. Pero eso tiene remedio, nunca es tarde para levantarse. Lo único que no tiene remedio es la muerte, como decía mi sabia abuela...
    Y dejando estas consideraciones para continuar meditando sobre ellas después de almuerzo, aquí va la crónica de la semana, con una preciosa selección de músicas de Bach como fondo...
 
 
    Pienso en nuestra mortalidad y nuestra brevedad, que son al mismo tiempo una maldición y una bendición, y llego a la conclusión de que si, por un lado pueden llevarnos a cometer locuras en el intento de vivir todo lo que se pueda antes de envejecer, de enfermarnos o volvernos dependientes, de morir, por otro lado pueden transformar nuestra existencia en algo precioso, rico y pleno, que deje un legado valioso... ¿Pero cómo puede ser esto, si la muerte es una previsión tan cruel y traicionera, tan inmutable? Pues justamente por eso, porque el hecho de saber que vamos morir puede ser totalmente deprimente, aterrador o enloquecedor y parecernos arbitrario e injusto... Parece una paradoja, ¿no es cierto?... Pero yo pienso que, ya que es así y no podemos cambiar esta realidad, entonces nuestra vida tiene forzosamente que valer la pena: tenemos que hacer lo posible para encontrar cosas y personas admirables, para hacer que acontecimientos positivos y especiales sucedan -con nosotros y con los demás a través nuestro- tenemos que aprender a valorar cada día, cada momento, cada lección; debemos empeñarnos para crecer y compartir lo bueno que tenemos, lo bueno que aprendemos o que alguien nos enseña. Tenemos que desenvolver nuestros talentos y donarlos a quien los necesite, pues por algún motivo nos fueron dados. Precisamos estar atentos a los milagros -sobre todo a esos chiquititos de cada día- a las lecciones, los descubrimientos y encuentros, porque a Dios le encanta colocar muchos santos y ángeles a lo largo de nuestro camino y si no prestamos atención, podemos dejarlos pasar.
    Si dura tan poco, esta vida tiene que ser, definitivamente, especial, completa, serena, feliz. Vivir lo que no nos corresponde sólo para decir que lo vivimos, para "no perder la experiencia", no nos va a ayudar a sentirnos más realizados, útiles, integrados o felices. Tenemos que aprender quiénes somos y qué es lo que realmente necesitamos para alcanzar el equilibrio, la sabiduría, la paz y, finalmente, la felicidad que merecemos. Esta es nuestra verdadera misión en cuanto estamos aquí, fato del cual no solamente nosotros mismos nos beneficiaremos, sino también lo harán todos los que están a nuestro alrededor.

domingo, 3 de novembro de 2013

"La culpa no es del cerdo, sino del que le dá el afrecho"

    Este título me salió medio largo, pero se me ocurrió que si le ponía solamente "la culpa no es del cerdo...", había gente de otros países que no iba a entender, ya que este dicho es típicamente chileno, entonces intenté "internancionalizarlo" para que no se perdiera el significado. Pero supongo que al leer la crónica, van a entender de qué se trata. He visto muchos así, y dicho sea de paso, esto empieza a parecer una moda que, espero, no cunda, porque el futuro se volvería desastroso con ese tipo de gente andando por ahí y contaminándolo todo. Al mismo tiempo, es un alerta para los padres que, por una razón u otra, crían hijos así. A veces hay que parar y ver qué es lo que se está haciendo y por qué, pues podemos olvidarnos de nuestros hijos por preocuparnos demasiado de nuestros propios conflictos. Estas dos cosas tienen que estar separadas cuando se trata de la educación de los hijos. Nadie está exento de problemas personales, pero tenemos que tener claridad suficiente como para no permitir que éstos echen a perder el futuro de nuestros hijos.
    Como ven, hoy estoy totalmente comprometida con la causa de la educación y el futuro, pero es que realmente me preocupa ver a tantos jóvenes víctimas de actitudes negativas y hasta autodestructivas por causa de una educación deficiente donde el ejemplo de los padres, en vez de ayudar, apoyar, guiar y contener, sólo trauma, aleja, deprime y amarga. Creo que nuestros hijos, que van a comandar el futuro de este país, del mundo, no merecen esto.
 
 
    El muchacho tiene una mirada  entre triste, enojada y desilusionada, de profundo y asustador hastío, de un desprecio tan profundo que parece rodearlo como un aura densa y turbulenta. Despeinado y barbudo, vestido como un mendigo, cargando una mochila hedionda a mil orinas, sudores y restos de comida, usualmente no se sientas en las sillas o sofás, sino en el suelo, tal vez como un silencioso y tácito protesto contra la sociedad hipócrita y consumista en la que está obligado a vivir, o entonces, porque en el fondo, piensa que es allí donde merece sentarse. Sus gestos son desmañados, lentos, siempre medio cansados, indefinidos. Su voz es una especie de lamento que a veces se alza como un ladrido, un sonido ronco, rebelde, ahogado por una impotencia que no consigue expresar y mucho menos aliviar. Su hablar es llorón, irritado, sembrado de palabrones; siempre se refiere a los otros o a los acontecimientos con desdén y una obscura rabia que no se sabe de dónde viene. Observa al mundo desde una suerte de pedestal-prisión que le da la ilusión de que está encima de todo, de que, mismo en su miseria espiritual, es mejor que los demás, a despecho de su negatividad e improductividad... Porque nada hace a no ser criticar, insultar, desdeñar. No aprende, no enseña, no se conmueve con nada. Reclama dinero, pero no trabaja para ganarlo, a pesar de estar en edad de hacerlo. Trata mal al mundo -inclusive a sus padres- porque siente que el mundo lo ha tratado mal y tiene que vengarse de alguna forma. Todo es injusto para él, la roba la iniciativa, los problemas le caen encima como aludes que no consigue esquivar y lo dejan paralizado, sin salidas, sin apoyo... Siente que no tiene salvación, pero quiere llevarse al resto del mundo con él en su  empresa suicida, porque el éxito y la felicidad de los demás le parece ingenuo, inútil, sin valor, una manifestación capitalista, efémero e inalcanzable. No percibe sus talentos, desperdicia las oportunidades, no tiene fe, iniciativa, gratitud. Para él, todo está terminado aún antes de comenzar, porque nada vale realmente la pena...
    Yo lo contemplo en silencio, con el corazón apesadumbrado, y me pregunto de dónde viene todo eso, por qué sus experiencias son tan negativas siendo aún tan joven, por qué tiene esa visión derrotista y lúgubre del mundo que mal conoce y de las personas; por qué no quiere luchar, crecer, salir adelante, ser feliz...Entonces desvío la mirada hacia las personas que están sentadas a su lado: sus padres. Y tengo la respuesta.

domingo, 27 de outubro de 2013

"El pequeño ejército"

    Nada como un domingo soleado para inspirarse, salir a la calle y quedarse contemplando el paisaje y a las personas -muchas menos que durante la semana- para saborear la realidad y su extraordinaria diversidad. Cada día es diferente, lleno de sorpresas y enseñanzas, porque inclusive aquello que vemos siempre y a lo que estamos acostumbrados tiene siempre algo nuevo que decirnos. Basta estar atentos. Dicho sea de paso, si yo no hiciera este ejercicio todos los días, con certeza no tendría material para escribir mis crónicas ni crecería como ser humano, porque los mensajes que el universo -o llámese Dios, si quiere- nos entrega a cada momento son imprescindibles para que lo conozcamos y nos conozcamos a nosotros mismos. El se mueve a nuestro alrededor para que aprendamos y nos desarrollemos junto con él y actuemos armoniosamente para el bien de todos.
    Como pueden ver, hoy estoy completamente filosófica. Deben ser esos momentos de absoluta felicidad, certeza y gratitud que ando teniendo últimamente. Algo completamente gratuito y maravilloso que me hace percibir que la vida hay que vivirla, aprovechando todo lo que nos ofrece -sin volverse loco, claro- en el momento presente, pues el pasado ya fue y el futuro no existe... Entonces, en este estado de espíritu totalmente "bienaventurado", vamos a la crónica de la semana.
 
 
     Forman un pequeño ejército  que cada día invade las calles de la ciudad con sus bastones, muletas, sillas de rueda, carritos, cestas, mesitas y banquillos. Cojos, ciegos, paralíticos, deformes, aparentemente incapacitados para trabajar, para valerse por sí solos... Sin embargo, allí están, en calles, paseos, parques y ferias con sus mercaderías de todo tipo: medias, pelotas, verduras, juguetes, ropa, bisutería, tijeras, hierbas mágicas, artesanía... Allí están, haciendo su parte, luchando, buscando su sustento, su espacio entre las multitudes y las grandes tiendas. No mendigan. Trabajan, inventan, descubren y aprovechan sus talentos -por más pequeños que sean- y los llevan a las calles sin miedo, porque la necesidad es más fuerte que la vergüenza o la timidez, que el miedo al fracaso. Cada cual tiene su estilo, su método, su gracia para atraer a los clientes, y pasan frío, hambre, a veces son perseguidos por los policiales, maltratados por la enfermedad y la crueldad de algunas personas. A veces les va mal, no venden nada, apenas da para comprar algunos panes y una lata de café, a veces ni eso. Otras se vuelven a casa contentos, con un paquetito de carne de segunda, unos fideos, hasta un pancito dulce para los cabros chicos, que van a celebrar como si fuera mañana de navidad. No conoces la desidia, el dolor de cabeza, las puntadas en la espalda, las piernas hinchadas, las ganas de quedarse otro poquito en la cama. No los ahuyenta la lluvia, el feriado, el sol inclemente o el frío que corta la carne y congela las manos y los labios. Contra viento y marea mantienen la dignidad, la sonrisa, la modesta vanidad, la gentileza y la solidaridad con sus vecinos (cuando uno no tiene un producto le indican a otro que puede tenerlo, sin engaños ni celos)... No existe día malo para este ejército heroico y porfiado, porque como dicen, "la necesidad tiene cara de hereje". Hay que sobrevivir, sostener a una familia, ahorrar unas monedas para la cocina, los libros del colegio, los zapatos para el hijo, quién sabe una bicicleta para navidad... No desisten porque tienen algo que ofrecer fuera sus mercaderías de segunda: un ejemplo que muchos de nosotros deberíamos seguir.

sábado, 19 de outubro de 2013

"El abismo y el puente"

    Sé que había prometido empezar a publicar nuevamente cuentos en mi blog de historias, pero, primero: la semana pasada les di la dirección errada. La correcta es pazaldunate-historias.blogspot.com. Y segundo: anduve medio enrollada con unos problemas de familias, de esos que a uno le quitan toda concentración porque necesitan ser resueltos de una vez por todas. Entonces, creo que, una vez que consiga comunicarle al interesado mis decisiones, podré volver a concentrarme en esta tarea... Un poco de paciencia, mis amigos. Ustedes saben: familia primero.
    Y como ya estoy con el almuerzo hecho, voy a aprovechar para postear esta crónica -que por lo demás es bien larga- ahora en la mañana. Así quedo libre para escribir otras cosas en la tarde o salir para dar una vuelta por ahí porque el día está bien bonito. Entonces, aquí va:
 
 
 
    Estaba en el probador de la tienda repleta esperando mi turno con algunos ganchos de ropa y un tremendo dolor de espalda. Parecía que mis pies iban a entrar en huelga a cualquier instante de tanto que había caminado por los tres pisos de la tienda tratando de encontrar algo que me gustara. Para ser sincera, nada de lo que había escogido me convencía por completo, pero como estaba estúpidamente determinada a salir de ahí con alguna prenda, fui a ponerme en la fila, sintiéndome igual a un cordero rumbo al matadero.
   Finalmente, un pendejo de pelos parados que estaba desparramado en el único sofá disponible -todo sucio y destartalado- decidió levantarme y yo corrí hacia él, dejándome caer, agonizante, con mis ropas en la falda. Armándome de un poco más de paciencia, suspiré y cerré los ojos. Bueno, por lo menos estaba sentada... Algunos minutos después se reunió junto a mí un grupo de funcionarias -de esas que vienen a buscar las ropas para devolverlas a los colgadores de cada marca- que, aprovechando el taco fenomenal en los probadores, se pusieron a conversar sobre las vacaciones de fin de año. Cada una le hacía propaganda a su esquema, a su modesto paquete turístico, a la posada, a la caja de la cual era socia y que le daba un fin de semana en una cabaña en la playa para toda la familia, lo que significaba que se le juntarían unos tíos, los abuelos, sobrinos y los suegros, pero que así mismo valía la pena haber pagado a lo largo de todo el año.
    -Vamos a quedar medio apretados, pero por lo menos vamos a poder ver el mar.- comentó la chica, entre contenta y preocupada.
    No sé qué playa era, pero las demás no la aprobaron mucho, comentando que ese era el problema de pagar sin saber exactamente lo que les estaban ofreciendo. Entonces, una mujer de más edad declaró que ella había ahorrado todos los meses para pagar una fiesta de navidad y año nuevo en otra playa, toda la familia y dos invitados, en una pensión desde la cual podrían ver los fuegos artificiales... Y así, todas fueron contando sus modestos planes, ni siempre los más glamorosos, pero conseguidos a costa de grandes sacrificios. A l mejor no era lo que habían soñado, pero se mostraban contentas y no reclamaban por no poder conseguir algo mejor. Por el contrario, estaban determinadas  a disfrutar al máximo lo que les había tocado, lo que me pareció muy sabio y realista. La modestia no era algo que les incomodase.
    Al otro día fui a un salón de belleza que queda en el barrio alto, de esos donde los edificios tienen balcones que dan vuelta la esquina y hay una lámpara de lágrimas de cristal en el hall de entrada. Ya entré medio apocada, y aquel salón que parecía un escenario victoriano rebuscado y lleno de funcionarios elegantemente uniformados que lo miraban a uno  como a un mendigo, no ayudó para nada a sentirme mejor... Pero como a caballo regalado no se le mira el diente -me había ganado la sesión de un amigo brasilero que conocía al dueño- adentré  valientemente en aquel templo de vanidades y fui lindamente atendida, gracias a Dios, a pesar de que el trabajo del peluquero propiamente dicho, fue un verdadero desastre. ¡Parece que acabé de escaparme de un manicomio!...
    El caso es que, mientras estaba cómodamente instalada en un sillón anatómico con el pelo lleno de tintura y una especie de estufa alrededor de la cabeza para que no me diera frio y la tintura se adhiriese mejor, no pude evitar escuchar la conversación de mis vecinas que, como las funcionarias de la tienda el día de ayer, se preparaban para las fiestas de navidad y año nuevo y las posteriores vacaciones.
    -¡Hotel Miramar, claro!... ¿Dónde más vas a pasar la noche de año nuevo?- afirmaba una rubia de piel estirada a la cual le hacían la manicure.
    -Lo que es yo, me voy con mi marido y los niños a Reñaca, a la casa de mi suegro, que hace una fiesta espectacular. ¡Todo de lo mejor!... Vale la pena aguantar al viejo para poder comer ese caviar y tomar esa champaña francesa que manda traer especialmente de los viñedos que tiene en Francia.
    Y así discurrían, compitiendo sobre quién iría a gastar más en regalos, fiestas y ropas; en el yate de quién irían a pescar, con cuáles celebridades irían a encontrarse, cuánto tiempo se iban a quedar en tal chalet, en aquella playa con esos amigos ricos... Evidentemente, la modestia tampoco era muy importante aquí, pero en el sentido opuesto. Exhibirse parecía caerles como algo totalmente normal y, mismo con todas sus ventajas, había un qué de tedio, de cansancio, de regio sacrificio en su actitud. No parecía que iban a divertirse, sino más bien a aguantar a los otros ricos que estaban tan aburridos como ellos de tanta fiesta y glamour.
    Salí de allí con un nuevo y bizarro corte de pelo, de un color demasiado claro -del tipo polvo sutilmente dorado- y la billetera mucho más liviana. Pero lo que más sentí fue que el corazón se me había puesto medio pesado, porque de repente empecé a preguntarme cómo dos mundos tan diferentes, habitados por personas tan opuestas, podían coexistir en una misma sociedad. Y mientras más escuchaba lo que cada uno decía, más imposible me parecía que algún día pudieran juntarse y convivir armoniosamente. Los de ayer eran, en buena parte, los empleados de los de hoy, que parecían hacer de cuenta que éstos no existían, en cuanto aquellos estaban llenos de envidia y resentimiento por ellos... Entonces, ¿sería posible construir algún tipo de puente que cruzara este abismo insondable, que los hiciera verse y comunicarse, ni que fuera de lejos? Y si este milagro sucediera, ¿se atreverían ellos a cruzarlo? ¿Y que ocurriría si lo hicieran?¿Llegarían a algún tipo de diálogo, de entendimiento, de equilibrio?.
    Me subí al metro todavía pensativa, preocupada, más aún al verme rodeada por esa masa trabajadora que a ese horario llenaba los vagones, y empecé a preguntarme dónde entraba yo en toda esa historia... ¿Estaba en el medio?¿Era como una especie de híbrido que tenía genes de ambas clases? ¿Me sentía mejor entre las funcionarias de la tienda o entre las madamas del salón de belleza victoriano? ¿Con cuál de estos dos mundos era más empática y por qué? ¿Quién era yo en el abismo que se había creado entre estos dos universos?... Evidentemente, deseaba cosas de ambos, pero de alguna forma en que no perdiera el equilibrio ni provocara una guerra dentro de mí, porque era obvio que había ventajas en ambos. Entonces percibí que yo tenía el poder de escoger lo mejor de cada uno, de adaptar sus realidades a mis necesidades, a mi escala de valores, a mis objetivos, de manera que podía perfectamente disfrutar de lo que considerase adecuado para mí.
    Estoy convencida de que los opuestos precisan existir, fuera la cuestión maniqueísta, también para que nos demos cuenta de lo que hay en medio de ambos y así luchemos para encontrar un equilibrio y para que percibamos que cuando éstos son llevados a los extremos se convierten en algo nocivo que puede desatar acontecimientos desastrosos. Nada mejor para la paz que la conciencia que lleva a la temperancia, al equilibrio, a la modestia, al progreso y la ambición controlados, la compasión y la empatía con el otro y su situación. No se trata, sin embargo, de que uno tome el lugar del otro, sino que, desde su posición, consiga darse cuenta de lo que debe ser hecho para que se instaure la armonía y la justicia y, claro, llevarlo a cabo.
    No sólo se debe tener misericordia de los pobres, mas también se debe tenerla de los ricos, porque todos necesitamos consuelo, justicia y paz.
 

domingo, 13 de outubro de 2013

"Los secretos de las espías"

    Y después de haberlo pasado regio con mi hijo -que, al contrario de lo que yo temía, no se hizo ni un problema por el tamaño minúsculo de nuestro actual departamento- y de habérmelo llorado todo después de que se fue, aquí estoy, retomando mis rutinas y preparándome para nuevos proyectos y para la inminente mudanza de dirección el mes que viene... Los días están ridículamente preciosos y perfumados y todo el mundo parece renovado y lleno de esperanza. Yo incluida. Todavía lucho para encontrar mi camino como escritora aquí, pero he tomado otras decisiones -nada fáciles, por cierto- que con certeza van a compensar este tiempo de espera. Van a hacerlo más agradable y sereno, porque cuando uno se aleja de las cosas negativas, por más difícil que sea, todo se vuelve más fácil  y claro, uno se llena lentamente de tranquilidad y consigue enfocarse en lo que es realmente importante. Uno no decide vivir un cambio radical para pasarlo mal o estresarse, sino para progresar, para crecer y ser feliz. Se pierden cosas y personas, pero se ganan otras. Esto es una ley. Y yo estoy lista para ganar muchas cosas buenas... A fin de cuentas, ¿para que agregarle disgustos a la cuota que ya tenemos?...
    Entonces, volviendo a las rutinas saludables y aprovechando que estoy sola porque ahora mi hija está trabajando -¡finalmente!- los fines de semana en Mega televisión, aquí va la crónica de la semana. En realidad, más parece un cuento (lo que me recuerda que a partir de la semana que viene voy a reactivar mi blog de historias: pazaldunatehistorias.blogspot.com) pero es algo que realmente me sucedió. ¡Que lo disfruten!
 
 
    Y ahí están ellas, justo delante de mí, cabezas juntas, gestos discretos, sosteniendo desaliñadamente sus carteras y unas carpetas, como si en realidad no tuvieran ninguna importancia, bien abrigadas, dando unas miraditas furtivas a su alrededor, como si no quisieran que nadie escuchara lo que conversan... Y yo, pasando a su lado, me pregunto, curiosa, de qué tanto hablan con esos aires de espías internacionales. Quien se tropezara con ellas podría pensar que conversan sobre grandes negocios, sobre los dilemas del mundo actual, tal vez sobre el último descubrimiento científico o la beligerante panorama político. Sus caras se mantienen siempre muy serias y compenetradas, sin una sombra de sonrisa, mucho menos de risa. Los cuerpos, ya no tan jóvenes, están erectos, atentos, como si fueran a enfrentar a algún tipo de enemigo, y hay un leve pero cierto desprecio por el resto de las personas que pasan a su lado, como si éstas no tuvieran la menor idea de lo que es realmente importante en esta vida. Me pregunto si son simples dueñas de casa con tiempo sobrando, o entonces quizás funcionarias de alguno de los edificios del gobierno que flanquean esta calle, secretarias de algún consultorio, dueñas de restaurante, si circulan por corredores donde todo se murmura y nada se confirma, o están atrás de un escritorio en una oficina en la que todos se miran con desconfianza y siempre hay alguno tratando de aserrucharle el piso a otro para conseguir algún favor del jefe. Su aire confidencial y despectivo dice que son, definitivamente, importantes. Parecen tener poder de decisión sobre la vida y la muerte. Basta que apunten con un dedo y alguien cae o se eleva. Hablan cuchicheando porque sus palabras son demasiado importantes, demasiado confidenciales, demasiado peligrosas como para que nosotros, viles mortales, las escuchemos... Cuando me aproximo a ellas, instintivamente me desvío, tomada por un escalofrío.
    Sin embargo, como soy una curiosa sin remedio, decido que tengo que saber de cualquier manera cuál es el tema de conversación de estas dos mujeres. Así, al final de una semana llenas de estrategias y expectativas acerca de cómo voy a hacerlo para acercarme sin ningún riesgo, salgo para mi caminata matinal esperando que ellas, justo ese día, tengan decidido no aparecer... Doy la primera pasada por el parque y nada, ni sombra de ellas... Bueno, a lo mejor es demasiado temprano. Pero a la segunda pasada mi esperanza se ve recompensada porque allí están, en el mismo lugar de siempre, con  sus abrigos, sus carpetas y carteras, inclinadas la una hacia la otra, sus labios moviéndose velozmente, dejando oír tan sólo un murmullo que parece el zumbido de un moscardón. Las observo de lejos, disminuyendo la marcha, y presiento que nada de bueno deben estar diciendo, pues parecen más dramáticas que de costumbre.
    Voy llegando cerca y contengo el aliento. Esta vez no voy a desviarme. Voy a pasar casi rozando sus abrigos. Tal vez hasta tenga que pedirles disculpas por el topón. Algunos metros nos separan. Sus voces se oyen más claras. Empiezo a distinguir algunas palabras. Disminuyo el paso, me rasco una rodilla, hago como que miro el cordón de mi zapatilla... Y finalmente escucho:
    -¡Pero la Teresita me dijo que era todo mentira del sinvergüenza del cuñado! ¿Me vas a creer que el infeliz lo inventó todo para puro perjudicarla?
    Y la otra, haciendo una mueca de desdén, le responde:
    -Para que veas de lo que son capaces estos hombres cuando están despechados... ¡Eso ahí es pura pica porque la Ingrid no le dio bola!
    Entonces la otra comenta, inclinándose hacia ella con aire conspiratorio:
    -Bueno, por lo que yo supe, la Ingrid le está dando bola, y mucho más, al marido de la Rebeca...
    La primera se cubre la boca, discretamente escandalizada.
     -¿El Juancho?... ¡Pero no te lo puedo creer!... -deja escapar un suspiro de reproche -Y yo que pensé que él...
    Y yo me voy alejando despacio, estirando la oreja para ver si pesco algo más sobre los enredos de la Ingrid, el cuñado, la Rebeca y el Juancho... Tal vez un poco del misterio y la importancia que sus conversaciones parecían tener... Pero no, son solamente eso mismo: chismes, cuentos, habladurías entre comadres. Esta era la gran cita que las dos tenían cada mañana, probablemente a camino del mercado, del negocio, de la panadería, la escuela... O a lo mejor de la iglesia donde iban a confesarse por gastar su tiempo en pelar tan descaradamente a todo el mundo que conocían.

quinta-feira, 26 de setembro de 2013

"Llevar el hogar"

La llegada de mi hijo este fin de semana para una visita de diez días, como podrán imaginárselo, me tiene completamente absorbida, extasiada, feliz y corriendo de arriba para abajo con todo tipo de preparativos, menús, panoramas, redecoración del departamento (para que quepamos)  y todo tipo de detalle que pueda hacerle la estadía inolvidable... Entonces he dejado el blog medio de lado, pero aprovechando que ya hice todo lo que tengo que hacer al respecto y no quiero continuar cambiando el florero de la mesita de un lado para otro, me voy a sentar aquí y voy a postear la crónica de una vez, porque con certeza los próximos diez días ni me voy a acordar de que él existe. Pero no se preocupen, que después que mi hijo parta y me haya  cansado de llorar y de echarlo de menos instantáneamente, los voy a compensar. ¡Hasta creo que voy a reactivar mi blog de cuentos!... Entonces no se preocupen por mi silencio. !Estará muy bien justificado!
Entonces, antes de que se me ocurra otro lugar para meter el florero, aquí va.
 
 
 
    Hay personas que, definitivamente, tienen el don sobrenatural de transformar el un hogar cualquier lugar donde se encuentren. Puede ser una oficina o un cubículo de trabajo, un taller, una terraza, un cuarto de hotel, un departamento, una sala de clases, una pieza arrendada... Parece que ellas traen el concepto de hogar tan arraigado que consiguen transportarlo y recrearlo donde quiera que vayan. Así, al poco tiempo de estar en un sitio ya consiguen crear y hacernos sentir esa cosa cálida, acogedora y familiar que nos da la bienvenida así que cruzamos el umbral. Puede ser tan sólo un cuadro, un florero, una alfombra, un adorno, la disposición de los muebles, mas de alguna forma construyen allí un hogar con lo que tienen a mano... No sé definirlo, pero estas personas poseen algo hogareño, equilibrado y tranquilizador que imprimen con increíble fuerza en el lugar donde se encuentran y hacen que uno se sienta alegre, sereno y cómodo en cuanto está allí. Y lo curioso es que no se trata de una cosa de buen gusto, dinero o música ambiental agradable. Es más bien una cualidad espiritual que se transfiere al ambiente y a los objetos, una especie de calor, una sensación, un perfume, un aire cálido y ordenado que parece desprenderse de estas personas. Pueden llegar al lugar más feo y desolado que en poco tiempo habrán conseguido convertirlo en un hogar, que será el reflejo de ellas mismas, de aquella aura maternal que todos necesitamos tanto para crecer y sentirnos seguros y acogidos, apoyados y consolados.
    La madre de la escritora Pearl S. Buck, premio Nobel de literatura, poseía esta cualidad, y en verdad era una bendición para la familia, ya que era obligada a seguir al padre -un apasionado pastor- por toda China, y acomodarse en todo tipo de viviendas miserables y perdidas en remotas aldeas entre las montañas. Pearl nunca olvidó cómo su madre, en poco tiempo y con elementos que encontraba en los alrededores (fuera su órgano, su alfombra y una mecedora, además de sus plantas) había sido capaz de hacer un verdadero hogar de cada casa en la que tuvieron que vivir, y esto la marcó profundamente, haciendo que más tarde ella misma buscara repetir esta actitud y se esforzara por construir un hogar cálido y seguro para ella y sus hijas en cualquier lugar donde fuese, ya que ella también viajaba bastante. Ella había aprendido la importancia que tiene este tipo de ambiente para el desarrollo del ser humano en todos los aspectos y no escatimó esfuerzos para que todos quienes entrasen en su casa se sintieran en su propio hogar.

domingo, 8 de setembro de 2013

"Dar vuelta la página"

    El mundo se mueve, los acontecimientos se suceden, personas nacen y mueren, edificios son construidos y destruidos, campos son sembrados y cosechados, las estaciones vienen y van, nada detiene el tiempo. Esta es una verdad inamovible... Por eso llego a la conclusión de que si nosotros tratamos de hacerlo, de parar el tiempo para conservar algo o a alguien que completó su ciclo y necesita ser liberado, nosotros mismos nos paralizamos. En general, el ser humano tiene poco desarrollado el sentido del desprendimiento, la firmeza de dar vuelta la página cuando lo que había para leer en ella se ha terminado. No, uno se aferra, insiste, porfía para que nada cambie, para no pasar por ninguna pérdida, para que lo muerto continúe vivo, sin darnos cuenta de que, si murió, es porque algo nuevo, vivo, tiene que tomar su lugar para que nuestra existencia continúe y sea útil. Todo lo  que acaba se detiene, se deteriora, se momifica, entonces tenemos que darnos cuenta cuando esto sucede para que no nos detengamos nosotros también y terminemos momificándonos en un tiempo y un espacio que no existen más.
    Dejarlo ir, desprenderse, no es sinónimo de desconsideración o falta de amor, sino de conciencia y supervivencia. Tenemos que saber y entender que por cada pérdida, por cada adiós, vendrá un gano, un encuentro; nuestra vida se irá renovando, avanzando, ganando experiencia y madurez. Dejemos ir, entonces, la casa, el padre, al amado, el hijo o el hermano cuando llegue el momento, el empleo, las ropas y objetos que nos enredan en sus telarañas de miedo o culpa. Guardemos tan sólo lo que cabe en nuestro corazón y así nuestro equipaje será liviano para el camino que todavía tenemos que recorrer. Porque cuando uno se desprende de las cosas es cuando realmente gana algo mejor.

domingo, 1 de setembro de 2013

"Caminos que se cruzan"

    Los buenos días se aproximan, no sólo porque la primavera empieza el día 21 de este mes, sino porque los nudos que parecían estar amarrando nuestra vida continúan desatándose uno a uno. Las energías negativas, ahora lejos, no nos acechan más y creo que esta libertad está permitiendo que consigamos mover la energía del universo a nuestro favor sin interferencia... ¡Y da para notarlo!.
    Esta conversa debe estar pareciendo algo de la onda Nueva Era, pero en realidad no tiene nada que ver. Es que en realidad yo creo en las energías que andan sueltas por ahí y en aquellas que se desprenden de las personas y los lugares. Es claro que depende de nosotros que éstas no interfieran en nuestras  vidas, pero a veces nos pillan volando bajo y somos sorprendidas por sus efectos desestructurantes. Lo bueno es que, cuando nos damos cuenta de esto, podemos ponerle atajo inmediatamente. Puede darnos un poco de trabajo, pero este tipo de situación siempre se puede revertir para que nuestra vida y nuestros planes regresen al camino cierto. Ni otros ni nosotros tenemos el derecho de interferir negativamente -conscientemente o no- en cualquier proyecto ajeno, sea que lo aprobemos o no, a no ser que él vaya a ser dañino para los demás. Y mismo así, la última palabra no será la nuestra, sino la del que pretende llevar sus ideas adelante.
    Y como hoy está un día nublado y lleno de esa energía perezosa, y mi hija está dormitando en el sofá, aprovecho para sentarme aquí y postear la crónica de la semana.
 
 
 
    Sentada en el centro de la plaza abarrotada me dedico a observar a una pareja joven que está frente a mí, acompañada de una señora más vieja, que debe ser la madre de uno de ellos. Están enfrascados en una animada conversación en cuanto disfrutan de un helado... Y poco a poco, como si se descorriera una cortina delante de mí, mis ojos empiezan a abarcar a todas las otras personas que están o pasan por la plaza -parejas, padres, madres e hijos  ancianos, solteros...- y empiezo a percibir cómo es que se forman las familias, cómo las personas se encuentran y se unen por gustos, profesiones, lugares, proyectos, empatías físicas o sicológicas... Es fantástico darse cuenta como sus caminos se cruzan en un cierto punto -afortunada o desafortunadamente, porque no se puede predecir el éxito o el fracaso de una relación- y esto los hace tomar la decisión, en un momento dado, de unirse para formar un clan, un conjunto único, con procesos y dinámicas totalmente propios originales  que los identifica, los une y los perpetúa. Miles de factores, externos e internos, nos aproximan y nos llevan a constituir una familia y, a partir de ese momento, todos juntos nos empeñamos en su sobrevivencia y crecimiento, cooperando y aportando en su edificación. Este es siempre un universo nuevo, lleno de posibilidades y descubrimientos, de experiencias nuevas e a veces desafiadoras que tendremos que encarar y resolver y, poco a poco -y tal vez por eso mismo- va incluyendo más personas, conocidos o extraños, e interactuando con ellos, hasta erigir este nuevo pequeño y sólido núcleo social dentro de la gran sociedad humana. Unos se transforman en padres, otros en tíos, padrinos, abuelos, cuñados, primos... Es como lanzar una piedra a un lago. su caída crea infinitos círculos, cada uno singular, pero todos parte del movimiento total.
    El ser humanos indudablemente necesita compañía, necesita descendencia, ideales comunes, trabajo en conjunto, historias e intereses para compartir, para pasar a las próximas generaciones. Necesita tradición, legado. Es un ser único e inimitable, insubstituible, pero no fue hecho para la soledad, a pesar del dicho que reza que "el hombre nace solo y muere solo". Entonces, su desafío más grande consiste en aprender a convivir con todas las diferencias y hacerlas funcionar en pro de su crecimiento en todos los campos. Indudablemente es una criatura que lleva dentro de sí la chispa divina, entonces todo lo que le hace florecer el corazón lo vuelve mejor, lo equilibra, le da esa sensación de eternidad, de legado que tanto necesita para saber que su vida vale la pena, que es útil y tiene algo que decir.
    La familia es una cadena sin fin, hecha de eslabones firmemente unidos al pasado y al futuro que nada debe destruir ni interrumpir. Sin embargo, si esto llega a suceder, tarde o temprano las personas que se alejaron vuelven a reencontrarse y a reatar estos lazos porque es solamente así que se sienten vivos, importantes, parte de una historia que les pertenece. La orfandad y la falta de raíces, son unos de los peores sentimientos que pueden atormentarnos.
    Sin embargo, no sé si podemos decir si nuestros hijos van a formar una nueva familia cuando se casen o si van a aumentar aquella a la cual ya pertenecen. Esto es semejante a una avalancha que sólo crece... Entonces me pregunto: ¿Será que algún día todos nosotros vamos a unirnos en una única y gran familia?.

domingo, 25 de agosto de 2013

"Un término medio"

Sí, ya sé, he estado vergonzosamente floja este último mes, pero han sucedido tantas cosas -inclusive un taller con la fundadora del Butoh en Chile- que realmente ha sido difícil sentarme aquí a teclear. Entre que anduvimos corriendo para, finalmente, comprar nuestro departamento (después de haber desistido del otro por problemas en la fecha de entrega) conociendo el nuevo barrio, haciendo todo tipo de cálculos financieros y entregando currículos en un millón de lugares, no me sobró mucho ánimo para escribir. Fuera eso, como que estoy llegando a mi límite respecto a vivir tan amontonada aquí, porque siento que está todo trabado, parado, en suspenso, inclusive mi propia energía, entonces me falta ánimo e inspiración para producir cualquier cosa... Pero como faltan sólo dos meses para mudarnos y yo soy una persona esencialmente metódica y de rutinas establecidas que mantienen mi existencia en orden y armonía, aquí estoy de nuevo, retomando mis actividades, imaginando cómo va a ser delicioso cuando me siente a escribir en mi propio cuarto, en mi escritorio, en mi departamento, en mi nuevo barrio... ¡El paraíso!
    Pero mientras esto no sucede, no puedo parar, tengo que aguantar un poco más porque tendré mi recompensa, con certeza. Y, retomando, aquí va la de la semana.


    Estoy empezando a darme cuenta de que quizás tenga que ponerme a repensar mis estilos, tanto en el dibujo como en la escritura, porque leyendo y viendo lo que se hace hoy, aquí, en estas áreas, empiezo a tener el presentimiento de que estoy quedándome medio obsoleta. Percibo que necesito aprender a editar, a simplificar, a ser más directa y menos descriptiva, pero sin perder la poesía, la sinceridad y la profundidad que me caracterizan. Tengo que encontrar un término medio, un equilibrio que me haga interesante y entretenida para los lectores de hoy, que, con certeza, no son los de mi época, que tienen tan poco tiempo y disposición para leer, que parecen no necesitar tantas descripciones porque su poder de imaginación está medio atrofiado, que esperan principio, medio y fin en pocas líneas y menos hojas todavía. Estos no se pierden en ensueños, no se cuestionan mucho, prefieren buscar en el Google. Quieren la respuesta luego, no se sienten seducidos o emocionados por rodeos o suspensos. No tienen tiempo ni "paciencia cultural"... Es bastante triste, pero es la realidad. Hoy se escribe todo abreviado, sin muchas explicaciones, sin pausas para respirar o reflexionar. ¡Hasta se ha inventado un nuevo idioma para facilitar la velocidad de la comunicación!... Lo que más paran para leer hoy es el diario o las revistas de chismes. Otro tipo de texto suena a pérdida de tiempo.
    Entonces, los escritores como yo tienen que ponerse las pilas y tratar de adaptarse a esta brevedad literaria y empezar a resumir las historias, reflexiones y experiencias a pocas líneas, más directas y con menos "adornos". Nada de viajar, porque estos lectores no nos van a acompañar. Al contrario, somos nosotros los que tendremos que ir a su ritmo, sino los perderemos, y con certeza esto no nos dejaría felices.
    Pero, como siempre, pienso que esta será una experiencia importante, valiosa, de la cual sacaré muchos frutos. Todo cambio debe ser bien recibido porque significa movimiento, crecimiento, madurez. Si no nos movemos nos anquilosamos, nos pudrimos. Y no hay nada mejor que descubrir -sobre todo cuando uno se va poniendo más viejo- que todavía existen desafíos y cosas que aprender. Esto es lo que le da verdadero sabor a nuestra existencia y hace que valga la pena.

domingo, 21 de julho de 2013

"Pasado"

    Día medio nublado, medio soleado, frío, muy frío, perezoso, bueno para quedarse dentro de casa y escribir, leer, escuchar música, ver un poco de tele. Estoy estrenando anteojos nuevos  y me está resultando medio difícil digitar, porque tienen una distribución de los campos visuales distinta de mis anteojos anteriores. Tengo que estar moviendo la cabeza para arriba y para abajo  para tratar de acertar el campo adecuado y ya me estoy mareando... También estos últimos días me he acostumbrado a escribir a mano, entonces perdí un poco la familiaridad del brillo de la pantalla en los ojos.... ¡No pensé que iba a desacostumbrarme tan rápido!... En todo caso, puedo decirles que hacía mucho, pero mucho tiempo que no escribía tanto, sobre cosas tan interesantes y personales (porque escribiendo a mano parece que me preocupo mucho menos de si los textos serían publicables o no por tratar de temas demasiado íntimos, no sé por qué) Me acuerdo de la época en que me sentaba en la hamaca, en el garage de nuestra casa en Brasil, y escribía páginas y más páginas, libre y espontáneamente, sin preocuparme de nada. Creo que a lo mejor era esto lo que me estaba haciendo falta para renovar mis textos, los temas, y hasta el estilo... Bueno, vamos a ver cómo continúa. Tal vez se encuentren con cosas un poco diferentes, pero igualmente interesantes, espero.
    Y aprovechando la pereza del día y entrenando con los nuevos lentes, aquí va la de la semana.



    Es curioso cómo, cuando después de muchos años volvemos a encontrarnos con lugares o personas de nuestro pasado, tenemos la real sensación de que regresamos a nuestra niñez o adolescencia, de que el tiempo no transcurrió y de que, de alguna forma vamos a retomar o revivir ahora todas las historias de las que nos acordamos, esas que ya contamos un millón de veces a nuestros hijos y amigos. Parece que rever personas y escenarios donde vivenciamos experiencias cuando éramos jóvenes nos da la certeza de que todo aquello realmente ocurrió, de que nuestro pasado existe tal como lo recordamos y de que tenemos nuestro lugar en la historia garantizado. Hay algo de herencia en recordar, en compartir las memorias que es vital para nosotros. Pueden ser cosas alegres o tristes, muy claras o algo nebulosas por el paso del tiempo, pero sin duda tienen el poder de llevarnos de vuelta a lo que fuimos, a lo que un día soñamos, a lo que fuimos aprendiendo, nos enfrenta a los éxitos y fracasos, a la nostalgia, a las pérdidas, despedidas y cambios inevitables del crecimiento y la maduración... Delante de la vieja casa familiar, ahora casi en ruinas, del portón de la escuela primaria, de la calle sombreada de tilos y de la panadería que hoy es una tienda de computadores, de la iglesia donde hicimos la primera comunión, de la plaza a la que llevábamos a jugar a nuestros hijos y en la que nosotros mismos jugábamos antes que ellos o del restaurante chino con sus pagodas rojas que todavía continúa de pie, pomposo  y decadente entre el tráfico enloquecido del progreso, retornamos a un pasado al mismo tiempo remoto y cercano, que nos entibia el corazón y cimienta nuestro presente de alguna forma porque vuelve a mostrarnos nuestro propio recorrido y las opciones que hicimos, que fueron las que edificaron las bases sobre las cuales nos apoyamos hoy. Imágenes y sentimientos de una claridad extraordinaria nos invaden delante de este pasado que trae a nuestro presente las experiencias, las sensaciones y sentimientos y nos devuelven la inocencia y la fuerza de aquella época, renovando nuestro coraje y nuestra esperanza.
    No debemos tener miedo de enfrentarnos al pasado, pues mirándolo a la cara podremos  entender lo que somos hoy, por qué tenemos los sueños que tenemos y por qué debemos luchar por ellos. Y será de ese pasado que sacaremos la fe, la creatividad y el valor  que necesitamos para lograrlo y recorrer el resto del camino sin desfallecer.

sábado, 13 de julho de 2013

"Pescado podrido"

    Estoy redescubriendo el placer, la satisfacción y la felicidad de poder escribir a cualquier hora y en cualquier lugar, y les aseguro que es algo que no tiene precio... ¿Y cómo estoy consiguiendo esto? Pues simplemente volviendo a los viejos y leales cuaderno y lapicera, que se pueden llevar a todas partes, para no perder ninguna inspiración. Me cansé de tener esa montaña de anotaciones para desarrollar en el computador -lo que sólo puede ser hecho en casa- que después de un tiempo van perdiendo el significado y al final terminan tiradas en la basura. Creo que inspiración es algo que no podemos despreciar o dejar para más tarde. No, es un regalo que precisa ser inmediatamente aprovechado, porque no volverá... Y así, como mi hija estaba constantemente usando el laptop en busca de empleo y otras cosas, y cuando lo desocupaba yo ya estaba demasiado cansada, aburrida o simplemente el momento de escribir había pasado (porque él pasa, así como cuando se tiene tanta hambre que se pierden las ganas de comer) generalmente me quedaba totalmente frustrada mirando el montón de anotaciones que había hecho para trabajar en ellas. Ahí, la semana pasada estaba dándole una ordenada a nuestro pequeño ciber espacio y me encontré con el cuaderno que estaba usando cuando llegamos y aún no teníamos computador. Y de repente me pregunté: ¿Por qué no volver a usarlo? ¿Por qué todo tiene que ser en el computador? ¿Por qué no retomar este hábito que podría dejarme al día con las anotaciones?... Y cuando terminé de arreglar (cosa que me tomó tan sólo algunos minutos porque el lugar es realmente minúsculo) pesqué el cuaderno, busqué una lapicera de gel y me fui a acomodar encima de mi cama, como antiguamente, junté la puerta para que la televisión no me distrajera y... ¡voilá! En cinco minutos estaba a mil por hora, en vivo y en directo, escribiendo todo lo que me venía a la cabeza... Y desde entonces ando con mi cuadernito y mi lapicera para arriba y para abajo, con menos dolor en los ojos y siempre al día con mis inspiraciones.
    ¿Quién dijo que las cosas antiguas no tienen más valor?
    Pero como no puedo postear las crónicas en mi cuaderno, tengo que sentarme aquí hoy para hacerlo, a pesar de las ganas que tengo de ir a pasearme al Bulnes o a la plaza de Armas porque el día está ma-ra-vi-llo-so... Y llevando mi cuaderno y mi lapicera, claro... 
    Y aún nada de comentarios, ¿hey?... ¡Vamos, no sean tímidos!...
 
 
    Encuentro increíble que, así como existen personas que parecen verdaderos ángeles e iluminan cualquier lugar donde entran, haciendo que todos se sientan bien cerca suyo, también existan personas completamente negativas, de aquellas que parecen obscurecer y tornar denso el ambiente y que después de una visita dejan a todos cansados, medio enfermos, con el espíritu agobiado. No sé cuál sería la denominación correcta para ellas (algunos afirman que son una especie de "vampiros psíquicos") y no sé cómo lo hacen para provocar este tipo de reacción; tampoco puedo asegurar que tengan plena consciencia de lo que ocurre por causa de su comportamiento, pero me he topado con algunas y, realmente, el contacto con ellas es sumamente poco saludable. Es gente que sólo habla de desgracias -principalmente de las propias- que no encuentra cualidades en nadie, que no tiene ningún recuerdo agradable, que usa siempre un lenguaje despreciativo y dice tres palabras y siete garabatos. Parece vivir presa en una dimensión negra y depresiva de la cual no consigue escapar por más que todos le muestren salidas. Son personas que se acostumbraron al stress, a la negatividad, a la angustia, a la depresión que las mantiene paralizadas y reclamando constantemente de su suerte. Toda su conversación gira alrededor de temas negativos o situaciones desesperadoras de las cuales casi siempre ellas son las protagonistas y víctimas. Lloran y piden consejo, se lamentan y contagian a todos con su desánimo, pero al mismo tiempo no aceptan ayuda, pues tienen siempre a flor de labios una justificativa que imposibilita llevar a cabo cualquier solución que se le ofrezca. Están siempre con miedo, trabadas, estresadas, agotadas, presas de sufrimientos inenarrables -que insisten en relatar con lujo de detalles- y hacen de todo para ser siempre el centro de las atenciones, ni que para eso tengan que provocar malestar en todos los presentes.
    Y cuando consiguen cambiar un poco de tema y salir de sus tormentos personales, no sé por qué, se dedican a hablar mal de los otros y cuando tratan de acercarse a alguien tienen una forma misteriosa y certera de invadir y arrancar al exterior todos los sentimientos negativos, tristes o conflictivos que a estas personas les gustaría olvidar o, por lo menos, guardar para sí mismas...
    Otra de las características que estos "vampiros" poseen es la de ser muy agresivos y dominantes. También les encanta ponerle leña a la hoguera para después sentarse a contemplar lo que sucede. Parece que les divierte causar el caos para, en seguida, observar a sus víctimas luchando para escapar de él. Son controladores sutiles, que nos engañan de mil maneras geniales, y cuando las personas se cansan y terminan por alejarlas de sí o entonces encararlas para reprocharles su comportamiento tan negativo, éstas reaccionan sintiéndose mortalmente ofendidas, se dicen "decepcionadas" de los demás, incomprendidas y más víctimas todavía de un mundo que no quiere darles un lugar... Pero, francamente, ¿quién va a querer convivir con una persona así? Bastan todas las situaciones desagradables que somos obligados a tolerar cada día; ¡no vamos a escoger de mutuo propio más disgustos! Nadie está dispuesto a escuchar solamente quejas, palabrotas y desgracias ajenas ni a soportar indefinidamente una actitud de porfía y obsesión de alguien que sólo parece desear sufrir y no acepta consejos, rechazando cualquier solución, disfrutando morbosamente llamar la atención con su negatividad.... Y yo me pregunto: ¿será que no se dan cuenta de lo que hacen? ¿O es esa misma su intención, al darse cuenta de que no consiguen encajarse siendo como son? ¿No quieren realmente cambiar, ser felices, tener un alivio, disfrutar las cosas? ¿Cómo se combate a una persona que está cavando hacia a bajo y, de alguna forma enfermiza, trata de llevarte con ella? ¿Está tan acostumbrada a la desgracia, al rencor, a la depresión, a la falta de opciones que prefiere vivir así a intentar algo nuevo, mejor, aunque "desconocido"?... Y reflexiono, espantada: ¿Las personas pueden habituarse tanto así al sufrimiento?...
    Pena que pocas veces ellos admiten que necesitan ayuda profesional y que le hacen mal a los otros - están convencidas de que no tienen nada que ver con eso y que los demás son neuróticos, intolerantes o idiotas, y no vacilan en expresarlo, ocasionando más malestar todavía- que podrían y tienen derecho a una vida mejor, a la felicidad, a relaciones saludables, que tienen otras opciones, un futuro, una salida. Están atrapadas en esta especie de laberinto morboso, dándose vueltas y vueltas en el mismo lugar, viciadas en un dolor que, al parecer, es lo único que las hace sentirse vivas e importantes. Es lo que conocen, lo que aprendieron a apreciar y a manejar. Descubrieron que, a través de esto, son capaces de mantener algún tipo de control en sus vidas -sobre todo sobre los demás- y de mantener a todos constantemente a su alrededor, pendientes de sus necesidades nunca satisfechas, manipulando su buena voluntad, gastando su tiempo y su energía inútilmente y sin ninguna retribución... Pero como sabiamente decía mi papá: "el pescado se pone podrido al tercer día", lo que significa que la gente no tarda en cansarse de todo este juego y acaban por abandonar a esta persona porque, ¡caramba!, todos quieren ser felices, encontrar paz y equilibrio, tener éxito, amar, ser amados, progresar, relacionarse, producir, ser saludables y, desgraciadamente, estos "pescados podridos" no promueven ni buscan nada de esto. Muy al contrario...
    ¿Será que usted tiene a alguien así cerca?