sábado, 28 de dezembro de 2013

"Esos inmensos problemas"

    La navidad ya se fue, con sus aglomeraciones, paquetes y cintas de regalos, lucecitas parpadeantes, pesebres e villancicos. Ahora nos queda el año nuevo con la champaña, los fuegos artificiales, las lentejas, la ropa interior amarilla y muchos, muchos deseos y propósitos... Después, hay que empezar a vivir de nuevo, día a día, el resto del año, tratando de cumplir lo que prometimos, de ser mejores, de crecer, de aprender, de querernos más y de comprometernos un poco más, entre todos nuestros quehaceres y preocupaciones, en hacer de este planeta y sus habitantes algo mejor para todos. No, no digo que tenemos que salvar al mundo nosotros solos, pero con certeza si todos hacemos nuestra parte, podemos empezar a acercarnos a esta meta... ¡Ese sí va a ser un feliz año nuevo!
Les recuerdo que mañana hay cuento nuevo, esta vez mío, porque ustedes están muy flojos y no me han enviado nada... Pero, bueno, están disfrutando las fiestas y los primeros días de vacaciones, entonces, los perdono. Pero después...
Y luego del reto, aquí va la de la semana:


Cuando me siento triste y acobardada salgo a la calle, mismo que no tenga ganas, que haga frío o que los estudiantes estén en otro de sus protestos, bombas, piedras y encapuchados... Me voy a la calle para encontrarme con esas otras personas, aquellas que realmente tienen problemas, a observarlas luchar, persistir e inventar para que sus vidas sean mejores, para progresar y alcanzar sus metas -o por lo menos intentarlo. Es su ejemplo lo que me devuelve el coraje y la fe, el optimismo y la alegría para continuar con mi propia batalla, para no renunciar ni echarme a morir. ¡Tengo tantos proyectos y sueños! ¡Quiero realizar tantas cosas todavía! !Me queda todo este ánimo, esta creatividad, esta salud!... ¿Y estoy pensando desistir?... Es verdad que a veces las cosas se ponen medio difíciles y parece que no se van a resolver nunca, o entonces que no van a resultar para nada; la espera puede volverse insoportable, es verdad, pero caminando entre esta multitud que cada día se levanta cuando todavía está obscuro y hace frío y encara la calle, la micro, el metro, que empuja o arrastra sus carritos cargados de mercaderías hasta la esquina o la cuadra donde ha de quedarse el día entero, llueva o haga sol, esté sintiéndose bien o no, comiendo su marmita fría y vigilando al hijo pequeño para que no se pierda o sea atropellado, empiezo a sentirme avergonzada de estas, mis penas y dificultades, porque comparadas a las que ellos tienen, no son nada, parecen berrinches de niña mimada... Es verdad que cada uno considera sus problemas de acuerdo a su propia experiencia y situación, pero hay unas cosas que no se pueden ignorar y, en vez de maldecir y auto compadecerse, uno debería bajar la cabeza, encogerse y darle gracias a Dios porque tenemos esos "inmensos problemas" de que preocuparnos y que, con certeza conseguiremos solucionar, y no las dificultades de estas otras personas con las que nos cruzamos a cada día sin siquiera dedicarles un pensamiento de soliariedad, que sería lo mínimo que podríamos hacer por ellas.
    Salgamos a la calle para mirar a los lados, para escuchar, para sentir a este universo real que está ahí, como nosotros,  y darnos cuenta así de que no somos los únicos que luchamos.

domingo, 22 de dezembro de 2013

"Mis cinco minutos"

    La navidad está tocando a la puerta, entonces es hora de prepararse para la renovación, las promesas -pero no aquellas de fin de año como empezar la dieta o comprar menos zapatos- el renacimiento. Una vez más tenemos esta oportunidad de recomenzar, de volver a cero, de ser niños junto con Jesús y rever el mundo, a las personas, nuestras actitudes y decisiones, nuestras opciones y oportunidades. No importa dónde estemos ni lo que hagamos, es momento de celebrar y renovar la fe... A mí me encantaría ya estar instalada en mi nuevo apartamento, pero el hecho de que aún no sea posible no quiere decir que me voy a amargar la navidad y el año nuevo. Al contrario, sucede que mi propio cambio va a coincidir con el comienzo del nuevo año, entonces, ¿qué más apropiado?... Ya adorné nuestra cajita de fósforos con un pesebre, un arbolito de pascua chiquitito y unos adornos de pared y estoy lista para pasarlo muy bien con mi hija y agradecer todo lo que hemos recibido a lo largo de nuestra aventura aquí. Hemos sido descaradamente bendecidas con todo tipo de pequeños y grandes milagros, personas, situaciones y encuentros que nos han facilitado las cosa y nos han demostrado que Dios está siempre junto a nosotros, cuidándonos y allanando nuestros caminos, cumpliendo nuestros sueños y dándonos todavía mucho más de lo que pedimos o esperamos. Por eso, ¡vamos a celebrar esta navidad! Jesús se lo merece...
 Y después de este arranque de agradecimiento y esperanza, aquí va la de la semana:


    Cada día me convenzo más de que son los pequeños gestos los que pueden promover la verdadera y definitiva transformación de este mundo. No tengo nada contra aquellos que realizan grandes obras y fundan movimientos, ordenes religiosas, esparcen filosofías de unión y hermandad, aquellos que movilizan multitudes en pro de causas humanitarias o destinan buena parte de sus bienes a ayudar a los desvalidos; no, son actitudes admirables y realmente efectivas, estas personas indudablemente son necesarias, pero ahí me pregunto: ¿Y nosotros? ¿Nosotros los pobres mortales recursos, contactos, seguidores ni medios de divulgación? ¿Cómo lo hacemos? ¿Cuál es nuestro campo de batalla? ¿Quiénes son nuestros soldados? ¿Cuáles nuestras luchas?... ¡Somos tan ínfimos y descalificados, tan atormentados por las cosas de nuestra existencia! Cuentas, colegio, oficina, arriendo, mercado, jefes, horarios, plazos... Todo nos acosa y nos angustia de tal forma que mal tenemos tiempo para sentarnos y hacer consideraciones sobre  los males de este planeta. ¡Tenemos nuestros propios conflictos para resolver!... Y normalmente no sabemos ni siquiera por dónde empezar.
    Es entonces que yo me digo: ¿y si empezáramos por los de los otros?... No, no hablo de pagarles las cuentas o pelearse con el jefe tirano, sino de realizar pequeñas cosas, gestos, detalles que podrían darles alguna alegría, algún descanso, mismo que parezcan banales o insignificantes... ¿Y qué es lo que me dio esta pista?... Bueno, hoy en la mañana estaba en la fila del mercado - ya saben, aquella locura descontrolada antes del día 24- con mi carrito lleno, cuando vino a pararse atrás de mí un joven que tan sólo traía una botella de bebida y un pan. Yo estaba con prisa y bastante cansada, pero al verlo pacientemente parado allí con su botellita y su marraqueta, mirando con ojos largos mi carro lleno de mercadería que, con certeza iba a demorar para pasar por la caja, me dio un impulso y de repente le pregunté de sopetón si era sólo eso lo que había comprado, pensando que de pronto podía aparecer una esposa o un amigo con un carrito rebosando de mercadería. Cuando me dijo que sí, un poco desconcertado, continué siguiendo aquel impulso y le ofrecí pasar antes que yo. Más sorprendido aún, respondió que sí, y vino a colocarse delante de mí, medio tímido. Pasó su bebida y su pan y me dio una ojeada de lado, sin poder evitar sonreír.
    -Muchas gracias... Puchas, se pasó.- y sonriendo más abiertamente comentó con la cajera - Así vale la pena empezar el día, encontrando a alguien que tiene un gesto amable con uno.- y tornando a mirarme concluyó -Bien que podría encontrar gente como usted todos los días.- recibió su vuelto y se alejó, todo contento.
    Al verlo irse yo sentí una deliciosa ola de calor y felicidad invadirme y de inmediato pensé: ¿qué me había costado este pequeño regalo? ¿Quizás los cinco minutos que demoró para pasar sus cosas por la caja?... Pero el hombre había sonreído, se había sentido tomado en cuenta, importante, aliviado, sorprendido, agradecido. Y quién sabe a lo largo del día no repetiría  esta amabilidad con otras personas: le ayudaría a alguien a cargar un paquete pesado, a otro a atravesar la calle, le cedería el asiento a un tercero en el metro, a otro más le recogería algo que se le cayó y se lo devolvería... Y así por delante, mis cinco minutos empezarían a rendir dividendos, a esparcirse, a ser contagiosos.
    Es de ese tipo de gesto que hablo: cosas mínimas, triviales, que indican que estamos atentos y dispuestos, que formamos parte de un todo, que podemos dar un ejemplo y esperar que éste se multiplique (y con certeza lo hace, igual que en esa propaganda del chico que lleva un porrazo en el skate) Hacer esto una y otra vez, todos los días, siempre con una sonrisa, porque queremos de corazón ver a los otros felices, con gentileza y buen humor, sin pensarlo dos veces. Es bueno para los demás, mejor para nosotros.
    Estoy absolutamente convencida de que este comportamiento, junto con el de las grandes águilas, hará que nosotros, humildes gorrioncillos, causemos una revolución y una mudanza radical y completa en el mundo.

sábado, 14 de dezembro de 2013

"La mejor tarjeta de presentación"

    Continúo afirmando que la última parte de la espera  -cualquiera que ésta sea- es siempre la más difícil. ¡Cómo demora en pasar el noveno mes de embarazo, la última semana de clases, el último tramo del viaje! Creo que es ahí que somos realmente probados en nuestra fé, paciencia y persistencia. Mucha gente desiste justo en esa hora y después sale reclamando contra Dios y el diablo porque las cosas nunca le resultan. Es como morirse ahogado al llegar a la playa, después de todo el esfuerzo nadando para alcanzar la orilla y salvarse. Desistir en la última parte del camino, sobre todo cuando tenemos a la vista nuestra meta, prueba que no creemos en nosotros mismos ni en lo que queremos conseguir. Nuestros objetivos no son verdaderos, ya que no luchamos por ellos hasta el fin y, en el fondo, empezamos el camino seguros de que no llegaríamos... Nada peor que esto, pues despercidiamos nuestra energía, nuestra creatividad y, más importante, nuestro tiempo y el tiempo y la fé de otras personas involucradas en nuestra caminada. Entonces pensemos bien antes de iniciar el trayecto, porque una cosa es cambiar de idea y recomenzar y otra muy distinta desistir a pasos de la meta. Eso no es justo para nadie.
    Y después de este pseudo-sermón -dirigido tambiém a mí misma, que a veces tengo unos ataques de desánimo cuando veo que la cosa no anda- aqui va la crónica de la semana... ¡No se olviden de que mañana hay cuento nuevo en el otro blog!... Estoy tan contenta con el aumento de las visitas en todos ellos, que hasta les perdono la falta de comentarios, pero si quieren escribir algo, también se les agradece...


    A veces es de lo más curioso la forma en que llegamos a hacer amistad con otras personas. Hoy estaba acordándome de aquella señora en la iglesia, siempre muy seria y compenetrada, vestida con ropas discretas, cabellos sin teñir y nada de maquilaje o joyas, que estaba sentada en el banco atrás de mi hija y yo ese domingo. Era una de las primeras veces que íbamos a misa desde que volvimos, entonces todavía estábamos tratando de acomodarnos al esquema, al idioma, a las canciones, intentando recordar la secuencia de gestos y oraciones y, como siempre, de vez en cuando comentábamos sobre alguna cosa, sobre lo que el padre estaba diciendo o sobre alguien que nos parecía interesante, los detalles de la iglesia, etc. No era lo más apropiado, pero no podíamos evitarlo estando,como estábamos, en plena etapa de "todo es novedad"... Sin embargo, mientras cuchicheábamos, yo podía sentir la presencia de esta señora creciendo sobre nuestras espaldas. Percibía su molestia ante nuestros murmullos y escuchaba sus carraspéos de irritación, como queriendo llamar nuestra atención... En realidad, mi hija y yo comentábamos el sermón del padre, que nos estaba pareciendo muy bueno, pero supongo que, después de pasar tanto tiempo sin pisar una iglesia, habíamos perdido la costumbre de mantenernos quietas y calladas durante la ceremonia. En realidad, casi nos sentíamos como si estuviéramos en la sala de nuestra casa viendo algún programa de televisión. No nos parecía mal hablar, ya que lo hacíamos sobre lo que estaba sucediendo y en voz baja... Sin embargo, al parecer nuestra vecina no lo veía así. Imagino que trató de ser paciente durante algún tiempo, pero finalmente se cansó e, inclinándose hacia nosotras, susurró ásperamente:
    -¿Será que podrían quedarse calladas? ¡Pero que falta de respeto!- y en seguida metió la cara atrás del panfleto.
    Nosotras nos llevamos un susto y nos encogimos, dándonos cuenta de que tal vez hablábamos demasiado alto, pero no nos viramos ni le respondimos nada. Nos quedamos medio picadas y mantuvimos un silencio sepulcral hasta el final de la misa.
    Sin embargo, no sé por qué, sentí que no podría salir del templo sin pedirle disculpas a  nuestra vecina, porque realmente la habíamos perturbado y, quién sabe, también habíamos molestado a otros sin saber. Entonces, después de la bendición final, esperé algunos minutos para engullirme mi orgullo y girando sobre mí misma busqué a la mujer. Allá estaba ella, dirigiéndose por el corredor hacia la salida con pasos firmes y rápidos. Sin pensarlo más, troté hasta ella y la toqué en el hombro. Ella se detuvo y se volvió. Cuando se encontró conmigo, su expresión sufrió un sobresalto de sorpresa y echó la cabeza un poco hacia atrás, enderezándose. A lo mejor pensó que le iba a armar algún escándalo.
    -Por favor, discúlpeme.- le dije, antes de que pudiera reaccionar -No quisimos molestarla. Le prometo que no volverá a pasar. 
    Hubo un instante de total silencio. Entonces la mujer -de quien todavía no sé el nombre- pareció relajarse, como derretirse, y su cara seria y tensa se distendió en una sonrisa luminosa y sincera. No sé quién estaba más sorprendida, si ella o yo. Me puso la mano en el brazo y se aproximó como si fuera a abrazarme.
    -No se preocupe, a todos nos pasa.- murmuró con los ojos brillantes atrás de las gafas. Apretó levemente mi brazo y sonrió una vez más, asintiendo con la cabeza.
     En seguida dió media vuelta y se alejó, desapareciendo por la puerta lateral de la iglesia. De alguna forma curiosa, me parecía más leve y erecta.
    Mi hija y yo nos miramos y sonreímos. No nos había costado nada, ¿no es cierto? Aún continuábamos enteras y teníamos la boca en el mismo lugar. Y lo mejor de todo, habíamos hecho una amiga.
    Desde ese Domingo, nada me complace más que, a la hora de desearle la paz a quien está cerca de uno, buscar a esta señora con la mirada y aproximarme a ella para para abrazarla y estamparle un beso en la mejilla, deseándole de todo corazón la paz y la  felicidad, al mismo tiempo que agradecerle la lección que me enseñó. A veces está lejos y tengo que cruzar el pasillo y algunas personas se me quedan mirando, pero no me importa, pues pienso que una amistad nacida de un acto de humildad debe ser cultivada y disfrutada. Porque, ¿existe mejor tarjeta de presentacion que la humildad?. No necesito saber su nombre ni ir a tomar el té a su casa, me basta sentir su sinceridad y simpatía en el instante en que me abraza y me desea la paz.
    Aquel domingo me avergoncé de mi falta de educación y consideración, pero no me avergoncé de admitirla ni de pedir disculpas... Y valió la pena.

sábado, 7 de dezembro de 2013

"Regalos"

Es lo siguiente: esto ya lo escribí en mi facebook, pero como a lo mejor no todos ustedes están en mi red, lo repito: Este fin de semana haay cuento nuevo en mi otro blog (pazaldunate-historias.blogspot.com), pero también quiero aprovechar para proponerles una especie de desafío. Cuando yo daba clases de redacción en Brasil, hacíamos cada cierto tiempo este ejercicio, para demostrarles el potencial que tenían para crear buenos textos si sabían cómo desarrollar sus ideas. Entonces les daba como tarea traerme algunos apuntes sobre una historia que se les ocurriera, dos o tres personajes, unos escenarios y época determinados. En resumen, algo básico para que yo lo desarrollara a mi manera para mostrarles lo que podría ser hecho con su material. Así, luego de leer lo que yo había creado encima de sus ideas, ellos repetían el ejercicio, pero esta vez con algo que yo les daba a ellos. Y les aseguro que, con algunos tips, análisis y orientaciones los resultados eran sensacionales... Bueno, lo que se me ocurrió fue, justamente, repetir este proceso ahora pidiéndoles a ustedes que me enviaran ideas, en forma de elementos básicos, para que yo escriba historias basándome en ellos, que voy a ir publicando en este blog. Si lo desean, también puedo enviarles bosquejos de historias que se me ocurran para que ustedes las desarrollen y me las manden más tarde o creen su propio blog de historias. Va a ser una especie de clase de redacción a distancia y un excelente ejercicio para ustedes y para mí (¡sobre todo!). De hecho, los cuentos que van a leer estas semanas en mi blog fueron producidos de esta manera, a veces no tienen nada que ver con lo que yo escribo, pero ahí está la gracia: desafiarse a trabajar  en algo diferente y hacer que funcione para mí y para los otros.
Bueno, si les interesa enviarme algo, háganlo a mi mail: pazaldunatearte@hotmail.com. Pueden hacerlo desde cualquier país de habla hispana o portuguesa (desde que no se usen muchos modismos) Me va a  encantar trabajar en esto con ustedes.
Y, continuando nuestra rutina, aquí va la crónica de esta semana. El cuento lo publicaré mañana.

    ¿Ya han notado que cuando las personas envejecen y les preguntamos qué es lo que les gustaría recibir de regalo en su cumpleaños, la navidad o el día de las madres o padres, se quedan un buen rato pensando y terminan por responder que no lo saben, que cualquier cosa estaría bien porque, a final de cuentas, lo que les importa es nuestra intención, lo que realmente vale es que nos hayamos acordado? Los otros piensan que es una cuestión de modestia o de no querer hacer pedidos caros ni molestar, pero realmente, ellos no saben qué pedir... Esto lo sé porque a mí está empezando a pasarme lo mismo (¡sí, me estoy poniendo vieja!) Es que a uno le gustaría poder pedir salud, tiempo, lucidez, el cariño sin restricciones de los otros a medida que nos vamos volviendo más frágiles, participación, contribución, cuidados y respeto, pero desgraciadamente no se venden en ninguna tienda, entonces lo que queda es confiar en que hayamos hecho lo suficiente como para que los demás nos den esto por iniciativa propia.
    A partir de una cierta edad y experiencia de vida, realmente ya no se desean  más cosas materiales, pues uno se va dando cuenta de que ellas no tienen tanta importancia así. Claro que es bueno y agradable tener comodidades y mimos, pero poco a poco esto va perdiendo el valor, tal vez porque nos damos cuenta de que nada material nos podremos llevar de aquí. Todas las cosas se van a quedar, no nos van a pertenecer más, no importa cuánto afecto les tengamos ni cuánto significado tengan para nosotros. Es entonces que empezamos a apreciar y a buscar lo intocable, los sentimientos, la calidad de vida física , mental y espiritual, porque esto sí se vuelve algo valioso que sí puede acompañarnos en nuestros últimos momentos, que puede hacer que el tiempo que nos queda sea agradable y lleno de cariño, puede hacernos sentir seguros y amparados, y cuando se ha vivido mucho y se ha disfrutado de las cosas materiales en mayor o menor grado, entonces llega el momento de disfrutar de las espirituales, porque un cuerpo viejo y cansado, plagado de achaques y limitaciones, no necesita un zapato último modelo, un computador nuevo, un auto más veloz o una casa más grande o lujosa. No, este cuerpo, este corazón, necesitan acogida,  abrazo, paciencia y respeto. Nuestro legado, al final, no serán los objetos que acumulamos a lo largo de nuestra existencia, sino los ejemplos que dimos.