quinta-feira, 22 de janeiro de 2009

Ligaciones

Un sábado más, pero menos cansada y con más tiempo, ya que me levanté más temprano y no salí para caminar porque ayer en la noche terminé yendome a acostar a las dos de la mañana... Por qué? Me quedé viendo -por la enésima vez- "King Kong" y, como todas las otras veces, lloré como una Magdalena cuando el gorilazo cáe de lo alto de la torre del Empire State y la jovencita queda allá encima, desesperada, viéndolo rebentarse en la vereda a sus piés... Ya ví esta escena una infinidad de veces, en las más diversas versiones, y siempre termino emocionandome. Historias que tienen que ver con animales son mi punto flaco, definitivamente. Y a lo mejor ahora estoy especialmente sensible al respecto porque uno de mis perros, "Arthur", que ya tiene 13 años, está con serio problema de displacia en los cuartos traseros, entonces de repente no consigue levantarse a no ser que alguien -que soy yo, claro- corra para ayudarlo pasandole una toalla debajo de la barriga y lo levante para que así pueda quedar en pié... Ay, qué pena!... El se muestra tan agradecido y avergonzado de su incapacidad, me mira con unos ojos húmedos y brillantes y viene a restregarse a mis piernas con tanto alivio y gratitud todas las veces que consigue pararse, que no me pongo a llorar solamente porque pueden pensar que estoy loca... Pero, caramba, el afecto que uno desenvuelve con nuestros animales de estimación es una cosa realmente impresionante... Y una vez que se tiene uno, no se para más. Cuando uno de ellos muere uno dice: "Ah, nunca más, es demasiado sufrimiento!", no obstante, algunos meses después ya está llevandose otro y dándole el mismo amor que al anterior. El secreto para no sufrir tanto es, créo yo, estar consciente de que el animal vá a durar menos que nosotros y que, cuando nos dejan, nuestro corazón puede quedarse sosegado porque sabemos que fueron amados, que se divirtieron, comieron, fueron mimados y acariciados, alimentados y cuidados de la mejor forma posible, entonces... Este es el argumento que estoy preparando para cuando los míos se vayan -porque ambos ya están bastante viejos- y créo que vá a funcionar, a pesar de la semana que me lo voy a pasar llorando y mirando sus platos vacíos y sus cojines y corréas... Pero los amamos, no los amamos? Y eso es lo que cuenta al final...
Bueno, y aquí está la crónica de hoy (la de arriba fué gratis):
Viniendo por la calle ya daba para divisar de lejos aquella singular escultura vegetal en el jardín del frente de la pequeña casa amarilla. Uno hasta pestañeaba un par de veces, como para certificarse de que era eso mismo e, inevitablemente, acababa parando delante del portón para admirar aquella original obra de arte: un enorme gallo esculpido con la tijera de podar en un pino que se erguía, majestuoso, bien al centro del césped. El gallo de don Tuta, el jardinero. Por lo menos dos veces al mes podíamos ver al hombre, de tijera en la mano, recortando con todo esmero y concentración las ramitas que habían crecido, deshaciendo así los contornos de la escultura. A veces estaba encaramado encima de una escalera de mano, a veces tendido en el suelo en cima de unas hojas de periódico, otras arrodillado debajo de la sombreada barriga del gallo o entonces, de sombrero de paja para protegerse del sol, dando vueltas y más vueltas alrededor de la escultura para cerciorarse de que no sobrara ni una rama rebelde. Don Tuta mantenía su obra siempre verde y perfectamente cortada; con lluvia o con sol allí estaba él, podandola todo orgulloso y recibiendo modestamente los elogios de vecinos, amigos y admiradores desconocidos (y algunas bromas también). El gallo se hizo famoso en toda la ciudad y viró una especie de punto de referencia para todos.
Algún tiempo después, y aparentemente no satisfecho con esta única escultura, don Tuta decidió plantar dos pinos más, que se tornarían sus próximas creaciones: una sería la sagrada familia y el burrito y la otra una seta con un cienpiés encima fumando narguile, personaje del libro "Alícia en el país de las maravillas"... Cuando el primer pino alcanzó el tamaño adecuado, don Tuta inició su paciente labor. Aguardaba sin prisa hasta que las ramas crecieran para ir cortándolas según su proyecto y así, la sagrada familia fué tomando formas definidas y apareciendo delante de nuestros ojos un poco más a cada mes.Todos esperábamos ansiosos el resultado final y estábamos siempre preguntándole cuándo estaría terminada. Y como Miguel Angel le respondía al Papa toda vez que éste lo interrogaba sobre los frescos de la Capilla Sixtina, él nos respondía, sonriendo maliciosamente: "Cuando lo termine"... Y proseguía cortando aquí y allí, mirando de arriba a bajo, arrancando delicadamente las hojitas rebeldes que insistían en sobresalir de los contornos de la escultura, apreciando de lejos y de cerca, con mirada crítica y una mano en la boca, el nacimiento y desarrollo de su creación. Don Tuta no era un jardinero de los mejores, pero su pasión por las esculturas vegetales y la perfección con que las ejecutaba -para delicia de quien se topaba con una de ellas en algún jardín- disculpaba todas sus deficiencias con nuestros canteros y pastos.
Sin embargo, el tiempo fué pasando y él no terminaba la tal escultura. Inclusive comenzaron a surgir unas ramas largas y desordenadas en el gallo y algunas enredaderas parasitas se inflitraron subrepticiamente en medio de su follaje, como si don Tuta se hubiese olvidado de cortarlo durante un buen tiempo. Fué entonces que noté que no aparecía más en la calle para su usual paseo de fin de tarde hasta el bar de don Pedrito, donde se sentaba en un banquillo y bebía su cerveza helada conversando con los amigos o disputando algunos partidos de cartas o billar. En la casa amarilla, las patas del burrito, ya esculpidas, se llenaron de ramas y brotes, acabando por perder la forma, así como las otras dos figuras y, finalmente, para nuestro espanto, empezaron a amarillear y a secarse... Curiosamente, el resto del pino continuaba verde, tan sólo la escultura se obscureció y murió, perdiendo todas las hojas... Una tarde, pasé frente al jardín y ví que la habían podado completamente. Fué una sensación extraña ver aquel espacio vacío!... Miré entonces al gallo y percibí que algunas ramas altas escapaban de la cola bien modelada y que el agujero del ojo empezaba a secarse también. Todo él tenía un extraño y lúgubre aire de abandono y mal agüero... Fué cuando supe que don Tuta estaba enfermo. Mal de Parkinson. Justamente él que necesitaba tanto las manos para llevar a cabo su trabajo!... Me quedé muy triste, imaginando su impotencia y su frustración.
Volví a encontrarlo algunas veces en la calle, andar inseguro, mirada embazada, manos temblorosas, pálido y extremadamente delgado. Yo pasaba por él y lo saludaba con mi sonrisa más alegre, pero él no me respondía. Farfullaba algunas palabras ininteligibles, esbozaba una sonrisa vacía y continuaba caminando como un sonámbulo. Después, yo pasaba delante de su casa, donde el gallo había perdido casi por completo su forma original y era tomado gradualmente por aquel tono café obscuro y seco que preanunciaba su muerte. Un escalofrío recorría mi espina dorsal, no sabía por qué.
El tiempo pasó y yo empecé a ir al trabajo en ómnibus, así, no encontré más a don Tuta ni ví el estado de sus esculturas durante un buen tiempo. Pero un día en que decidí regresar a casa caminando percibí, ya de lejos, aquel terrible vacío en el jardín de la casa amarilla. llegué cerca y paré, sin poder creér lo que veía: el enorme pino en el cual había sido esculpido el gallo, había sido cortado próximo a la tierra y ahora mostraba tan sólo un tocón seco y endurecido... Fué como recibir una bofetada en pleno rostro... En ese momento divisé a la nuera del jardinero saliendo de la casa y decidí acercarme y preguntarle lo que había sucedido.
-Puchas, qué le pasó a la escultura? Estaba tan bonita!...
-Para que véas, se murió.- me respondió -El pino se quemó entero, como si le hubieran encendido fuego!...
-Pero don Tuta no vá a plantar otro?...- inquirí.
Ella me miró, sorprendida, y preguntó:
-Entonces tú no lo sabes?...- y acrecentó, entristecida -Don Tuta falleció.
Me quedé parada ahí, pasmada, tratando de convencerme de sus palabras y recordando los malos augúrios que había sentido en el aire cuando ví los primeros señales de la muerte del pino... Podía ser tanta la coincidencia?...
Le dí los pésames a la mujer y ella entró en su coche, me saludó con la mano, dió la partida y se alejó calle abajo, dejándome allí, aturdida. Miré nuevamente el pino y de repente sentí una tremenda nostalgia de aquel gallo verde y pomposo, al tiempo que me preguntaba, desconcertada: "Será que se puede desenvolver una ligación tan íntima con aquello que tocamos, que amamos, que producimos, a punto de que esto se transforme en el reflejo de nuestra vida?"... Las plantas enfermaron y se pudrieron, semejantes a un pajarito que se consume de tristeza por la ausencia de su dueño. Parece que al faltarle el contacto amoroso y la alegría e inspiración de cada pequeña poda, los pinos presintieron la agonía y muerte de su creador y, sin futuro ni objetivo, abandonaron la vida al mismo compás del corazón del hombre.
Me fuí a mi casa en apesadumbrado silencio, meditando sobre las infinitas ligaciones -íntimas o más superficiales, pero igualmente reales- de todo tipo que creamos a lo largo de nuestra existencia y la poca importancia que le damos a la mayoría de ellas. Pero lo que me dejó más impresionada fué el darme cuenta de que, a despecho de esto, los lazos que se crean parecen indestructibles y todas estas ligaciones acaban permaneciendo mucho más cercanas de lo que imaginamos, provocando sus consecuencias, sus recuerdos, sus raíces y enseñandonos sus lecciones. Y por más subjetivas que algunas parezcan, todas son absolutamente reales y tienen un objetivo en nuestras vidas. En un mundo de solitarios cibernautas y feroces luchas por prestigio y poder, el sentido de la ligación con algo o alguien sin ningún interés está casi perdido entre nosotros. Pero debemos entender que ligarse no es un señal de debilidad, sino de fuerza y sabiduría, pues es de esta ligación con la diversidad que nos rodea que nacerá nuestra propia sabiduría.

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