sábado, 26 de março de 2016

"Pasarlo apretado"

    Días agradables de sol y viento, de calor moderado y noches con frazadas... Es el otoño instalándose y trayendo nuevos paisajes y sensaciones. Es la preparación para el invierno, el aviso, la advertencia de madre. Y así, para todo existe una preparación, una llamada que nos pone en alerta para que no seamos pillados de sorpresa... Nada más desagradable que una mala sorpresa, ¿no es verdad?...
    Todo es paz y ocio en este feriado de semana santa, poca gente en las calles -¡un verdadero y delicioso milagro!- más silencio, sin prisa, con menos movimiento... Es increíble cómo uno se desacostumbra de estas preciosidades y parece que la vida sólo pasa a tener sentido si estamos corriendo, estresados, apurados, preocupados, ansiosos, asustados, enojados... ¡Que vivan los feriados y los fines de semana entonces, porque siempre nos recuerdan que la vida tiene otros lados deliciosos que nos recargan y nos levantan el espíritu!.
    Y aprovechando justamente la paz de estos tres maravillosos días, aquí va la crónica de la semana.


    A veces pienso que pasar necesidad alguna vez en la vida puede ser algo muy útil, y lo digo por experiencia propia. No hablo de morirse de hambre o no tener dónde vivir, sino de algo menos radical, pero que puede ser una vivencia extremadamente interesante. No se trata de no tener nada, sino de "pasarlo apretado", como por ejemplo, tener que andar con zapatos viejos porque no alcanza para comprar unos nuevos, de reducir la lista del mercado a lo básico, de no poder comer carne o pescado, de usar ropa gastada, de comprar cosas en liquidación o en outlets... Por cierto, cada uno tiene su escala de lo que sería "pasar necesidad", pero pienso que a veces sería educativo que todos pasáramos por esto, pues nos ayudaría a ser agradecidos por lo que tenemos, a compartir, a ser solidarios porque, a veces, sólo pasando por la experiencia conseguimos entender y abrirnos a la compasión y a la necesidad de los otros. Tenerlo todo, o lo suficiente como para no tener que preocuparse, puede volvernos crueles y egoístas, presuntuosos, temerosos de perder una migaja de nuestras posesiones, lo que despierta la agresividad y la desconfianza de los otros, separándonos todavía más.
    Sí, definitivamente, alguna vez deberíamos hacer el experimento de pasar algún tiempo de necesidad material. Con certeza nuestro corazón se ablandaría y se abriría con más frecuencia a las necesidades de los demás y, como consecuencia, no sólo a las materiales, sino también a las espirituales.

domingo, 20 de março de 2016

"Prisiones y disfraces"

    Bueno, como lo prometí, hoy tengo un cuento nuevo para que se entretengan el domingo. Sé que había prometido dos o tres, pero las cosas han estado un poco agitadas por aquí, entonces, la inspiración sólo me alcanzó para este que, espero, les guste. A medida que el espíritu se vaya libertando de sus cadenas la producción crecerá y tendremos fines de semanas con más historias, con certeza.
    Entonces, por el momento, aquí va la crónica de esta semana. Y no se olviden de ir a pazaldunate-historias.blogspot.com y se divertir un poco con esta nueva historia.



    ¡Es tan agradable meterse en la cama con las sábanas recién cambiadas! También es una delicia secarse con una toalla limpia y perfumada, o vestir una ropa nueva, ponerse un zapato acabado de salir de la caja... Cuando somos tocados físicamente por algo nuevo, limpio, perfumado, virgen, nos invade esa sensación de inexplicable alegría, de levedad y liberación. Parece que algo nuevo empieza, que tenemos otra oportunidad, que adquirimos un nuevo tipo de fuerza, de ganas y de fe en nosotros mismos. No es sólo querer tener algo, sino lo que eso puede significar. Un nuevo corte de pelo, un cambio en nuestro estilo, un mueble nuevo, unos  labios pintados son capaces de transformarnos íntima y radicalmente, por más fútiles que estos acontecimientos puedan parecer. A veces, por detrás de ellos se esconden experiencias que nos han marcado y que salen a la luz y son hasta exorcizadas por estos pequeños cambios, por estas cosas nuevas, limpias, perfumadas.
    Siempre digo que grande parte de quienes somos se refleja fielmente en nuestro escenario, nuestros rituales, ropas, alimentos y opciones de cada día, por eso, a veces, conseguir cambiarlas puede ser realmente libertador, pues pueden haberse transformado en prisiones o disfraces que destruyen nuestras chances de ser felices y realizarnos.

sábado, 12 de março de 2016

"El artista"

    Prometo que la semana que viene tendré algún cuento nuevo, pero es que cuando uno está preocupada en sanar emocionalmente, como que la inspiración se queda calladita, respetuosa de nuestros conflictos y nuestras ganas de salir airosos de ellos, y espera pacientemente hasta que nuestro espíritu esté de pié de nuevo para manifestarse y llenarnos de nuevo con sus historias, esas que comparto con tanto gusto con ustedes... Entonces, un poquito de paciencia que ya, ya retomo mi ritmo, vuelvo a mirar a mi alrededor y a descubrir todas esas experiencias que están esperándome para que las transforme en cuentos.
    Por el momento, lo que no falla son estas crónicas, entonces, aquí va la de la semana, esta vez más larga que de costumbre.



    Llega todos los días puntualmente a las cinco de la tarde, abriéndose paso con su bastón de ciego entre el mar humano que transita a esa hora por el paseo Huérfanos. Llega frente a la tienda de celulares y se sienta un momento en los peldaños para descansar. No sé de cuán lejos viene. En seguida, con todo cuidado, va sacando su guitarra de la vieja funda -que no es más que un saco de lona ya descolorido y gastado- la deja delicadamente en los peldaños a su lado y se pone a doblar la funda. Tiene todo un método para hacerlo, pues así consigue reducirla a un tamaño que quepa en su cinturón. Después, saca un pequeño pedazo de  tabla donde tiene adherida una deslustrada armónica y, con un ingenioso sistema de tornillos y varillas de metal, la acopla a la parte superior de la guitarra, de modo que le quede a la altura de la boca. En esta operación se demora un poco porque, siendo ciego, a veces las tuercas se le ponen caprichosas y no quieren entrar en los tornillos... Una vez que termina con esta tarea, saca un diapasón y se dispone a afinar la vieja y zurrada guitarra. Se concentra y busca la perfección, soplando cada nota una y otra vez y acercando el oído al instrumento, hasta quedar satisfecho. Luego toma el colgador, lo pasa por el cuello y lo engancha diestramente, a pesar del leve temblor de sus manos curtidas y arrugadas... Entonces está listo. Y realmente parece todo un artista en noche de estreno: terno y corbata, zapatos lustrados, un pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, afeitado y con un suave perfume a colonia que se siente al pasar junto a él, su infaltable gorro negro -marca registrada de su imagen- y sus anteojos... Suelta unas notas con la armónica y las acompaña con acordes en la guitarra, para conferir si están afinados, y sonríe brevemente, complacido. Ahora, sólo falta el último detalle: de otro bolsillo saca una bolsita rectangular, de un género cuadriculado, y la cuelga del clavijero. Es allí que espera recibir la recompensa por su presentación... Se endereza, respira hondo y empieza. El sonido armonioso y un poco rasgado de la guitarra y la armónica apenas se eleva por sobre el tumulto del paseo. Hay que aproximarse para poder escucharlo. Siempre toca canciones que conozco y termino alejándome -después de haber dejado algunas monedas en su bolsita- tarareando o bailando discretamente... Lo dejo allí, compenetrado y digno, profesional, como el mejor artista sobre el mejor escenario, y me voy siempre sonriendo, llena de admiración y respeto, de ganas de conversar con él para saber su historia y regalarle esa guitarra nueva que tengo botada en la bodega del departamento. Porque con certeza se la merece.

domingo, 6 de março de 2016

"Lo mejor"

    Parece que por fin el calor ha decidido darnos una tregua este fin de semana. ¡Hasta un chaleco estoy usando!... Pero es bueno, porque la cosa ya se estaba poniendo medio fea. Por lo menos aquí no hay esa humedad mortal de Brasil, pero que estábamos en los 34 - que, gracias a Dios nos daba un descanso en la noche y en la mañana- y reclamando hasta por los codos, estábamos. Demasiado calor hasta le quita a uno la inspiración y hace que cualquier proceso sea más difícil, pues si ya se suda descubriendo y trabajando nuestros conflictos, ¡imagínense con 34 grados!... No es que los problemas sean más fáciles de resolver en el invierno, pero por lo menos uno puede abrigarse hasta que se le pase el frío, ya con el calor, si no tienes aire acondicionado... ¡A sudar se ha dicho!...
    Pero vamos a aprovechar esta bondad de "El Niño" (que ya nos tiene locos con tantos desarreglos) y vamos a publicar la crónica de hoy.


    Existen muchas sensaciones que nada paga, como un abrazo sincero, una sonrisa, un elogio, entrar por primera vez en la casa propia, mirarse al espejo y gustar lo que ve, escuchar al hijo balbucear "mamá", verlo entrar a la iglesia el día de su matrimonio... y así, suma y sigue... Pero hay algo que, para mí, es muy especial y no me sucedió sólo la primera vez, sino que me ocurre siempre: para mí, nada paga esa sensación de contento y serenidad, de bienvenida, que toma cuenta de uno cuando entra en terreno conocido después de un viaje de cualquier tipo o duración, y empieza a reconocer los edificios, los negocios, plazas y esquinas, los árboles, los perros, los jardines, los sonidos, los colores y olores. Es como recibir un cálido y acogedor abrazo de padre, de amigo, de hermano. Todo allí es cercano y conocido, amigo, relajante. Todas las tensiones e inseguridades, el cansancio y la nostalgia desaparecen como por encanto y parece que el sol brilla más, que el aire es más puro -no importa que vivas en pleno centro- que los sonidos y aromas nos envuelven y penetran para formar parte de nuestra esencia. Y es ahí que uno se da cuenta de que no importa lo lejos que hayas estado o por cuánto tiempo, todo aquello continúa allí dentro, silencioso y fiel, parte de tu identidad más verdadera.
    Se puede haber estado en el lugar más maravilloso, hospedado en el mejor hotel y rodeado de las personas más encantadoras, pero todo eso desaparece en el instante en que pones los pies en tu barrio y, todavía más, cuando cruzas el umbral de tu hogar. Por eso insisto en repetir: lo mejor de salir, es volver.