sábado, 31 de janeiro de 2015

"Tamaña tristeza"

    Hoy día estoy super contenta porque después de que publiqué esos cuentos cortos en mi otro blog, recibí bastantes visitas, lo que es una buena señal y una pista para que deje de ser tan flojita y me ponga a producir más historias. No es que no tenga ideas, pero normalmente me la gana alguna película en la televisión o los quehaceres domésticos que, créanme, pueden ser sumamente fatigosos y ladrones de inspiración... En todo caso, esas visitas ya me dejaron lo suficientemente animada como para pensar en ponerme a producir con una frecuencia decente, entonces, ¡prepárense!... Ya sé que prometí esto antes, pero esta vez pretendo cumplirlo. Fuera que estas historias me van a servir para poder participar en concursos y para formar un pequeño acervo para poder enviar a algunas editoriales y ver qué pasa. El gran problema es ser una desconocida, pero en fin, hay que intentarlo,¿no es verdad?... ¡Lo último que se pierde es la esperanza!.
    Y toda animada, aquí va la de la semana:


    Yo venía toda contenta por la calle, el día estaba precioso, con una suave brisa que hacía los árboles murmurar y esparcía el aroma de las últimas flores de los cerezos. Era hora de cerrar los negocios y regresar a casa a ver a la familia, cenar y ver la novela. Todo el mundo estaba apresurado, animado, lleno de agradables expectativas para el fin de semana. Yo miraba el cielo completamente despejado y a las palomas y gorriones que lo cruzaban velozmente, también rumbo a casa... me di cuenta de que un grupo de gente se acercaba hacia mí, entonces, bajé la vista para no estrellarme con nadie. Y en ese momento, el grupo se disolvió y atrás de él mis ojos se encontraron con él, solo en el espacio que quedó vacío. Era flaco, muy flaco, alto, de una edad indefinida, algunas canas en el cabello largo y descuidado, rostro marcado por profundas arrugas, piel obscura, casi del color de su terno, que parecía quedarle grande. Era una figura gris y encogida, callada más allá de su boca cerrada, una especie de mancha lenta u autómata en medio del movimiento veloz y animado de la calle. Sus ojos curiosamente empañados miraban hacia adelante, pero a nada en particular. Parecían querer divisar algo más allá, una visión inalcanzable para su opaca y densa humanidad.
    Al encontrarme con su figura de lento andar, sentí como si un viento frío y extrañamente doloroso me hubiera golpeado. Y mientras mis ojos se mantuvieron sobre él, aquella sensación no me abandonó...
    "¡Qué hombre triste!", pensé, y parecía que la desgracia que caraba en sus frágiles hombros contagiaba a todo el paisaje, al aire que respirábamos, penetraba hasta los huesos.
    No demoramos más de 20 segundos para cruzarnos, sin embargo yo salí de ese encuentro con el corazón apretado y un millón de preguntas y suposiciones llenando mi cabeza... ¿Cuál sería la historia de aquel hombre? ¿Cuál la pena que lo asolaba? ¿Era un mendigo o tenía una casa, una familia, un trabajo que lo hacía infeliz? ¿De dónde venía? ¿Qué buscaba? ¿Adónde iba con tanto desánimo? ¿Tenía algún objetivo?... Era un completo extraño, ¡pero cómo me dolió encontrarlo! ¡Quería tanto haber podido hacer algo por él, parar arrancarle una sonrisa! LA sombra de una sonrisa que fuera... Porque es imposible que se ande con tamaña tristeza por la vida.

sábado, 24 de janeiro de 2015

"Hay que vivir"

    Sábado tranquilo -a no ser por el estruendo de la construcción en la esquina, pero que se acaba después de almuerzo, justo cuando me voy a dormir mi siesta- y soleado, inspirado y con una buena noticia: esta semana hay cuentos en mi blog pazaldunatehistorias. blogspot.com. Son las historias cortas que envié el año pasado y el antepasado al concurso "Santiago en cien palabras". Me las sufrí para redactarlas porque, sinceramente, para alguien como yo, que adora detalles, reducir un relato a sólo cien palabras fue una verdadera y heroica odisea. Pero lo conseguí y quedé muy satisfecha. No me desanimé porque no fui clasificada en estas dos primeras ediciones en las que participo porque sé que hay una cantidad incalculable de participantes muy buenos, entonces la cosa es irse abriendo camino de a poco. ¡En una de esas me resulta y puedo ver mi cuento estampado en las estaciones del metro!... Voy a intentarlo de nuevo este año y veremos lo que pasa. Mientras tanto, y para que esos cuentos cortísimos no se pierdan, los publico en mi blog... ¡A final de cuentas, algo es mejor que nada!¡ Espero que les gusten!
    Y aprovechando un tiempito antes de ir al mercado -cosas de dueña de casa- aquí va la crónica de esta semana:


    Y hay que vivir, simplemente. Levantarse cada mañana, salir, trabajar, comer, conversar, comprar, cocinar, ver televisión, dormir, jugar, meditar, observar... Hacer lo que se debe hacer cada día, pero no como un robot, porque no basta respirar, abrir los ojos o moverse. Hay que tener consciencia, hay que disfrutar esta vida, este acto, este proceso de vivir, de aprender, de crecer, de volverse alguien y cumplir un papel en la historia de la humanidad. Porque todas nuestras acciones -las buenas y las malas- afectan al mundo, no importa si son pequeñas y simples. Por eso, hay que vivir sin esconderse, sin mentirse, sin huir. No hay que tenerle miedo a la vida, no importa cuán difícil se nos presente porque, por sobre todo, es un regalo inestimable, tanto que, por más problemática que sea, nadie quiere perderla.
    Siento que tengo consciencia de esto cada amanecer que contemplo por mi ventana. ¿Me estoy poniendo vieja? ¿Están apareciendo los achaques? ¿Estoy apretada de plata? ¿Tengo una enfermedad que me limita un poco? ¿Echo de menos a mi hijo que está en Brasil? ¿Las cosas están caras? ¿Tiembla a cada rato? ¿La ciudad es ruidosa y llena de smog? ¿Hay demasiada gente?.. Los inconvenientes son infinitos. Cada cual podría hacer una lista inmensa con los suyos, pero ellos no deben -o no tienen que- ser motivo para detenernos, para amargarnos y robarnos el placer de vivir, porque siempre hay algo positivo, siempre, en todo, si lo buscamos. No digo que hay que ignorar los problemas, pero tenemos que concentrarnos en enfrentarlos y solucionarlos de la mejor forma posible y no dejarnos abatir por ellos.
    ¿Es fácil?... ¡En absoluto! La mayoría de nosotros preferimos lamentarnos y renunciar a hacerle frente a las incontables vicisitudes de la vida, pues las interpretamos como castigos inmerecidos en vez de como lecciones necesarias... Pero vivir -sólo el hecho de existir- es aprender, es mejorar, es ser constantemente desafiado. Y no nos queda otra: hay que vivir.

sábado, 17 de janeiro de 2015

"Sinfonía"

    Bueno, mi corazón ya está cicatrizando y mato la nostalgia mirando las fotos que nos sacamos cuando mi hijo estuvo aquí. Menos mal que consiguieron arreglar mi computador, entonces me distraigo conversando con los amigos, viendo noticias y cosas divertidas, escribiendo y leyendo un libro muy interesante que mi hermana me envió. Se llama "Morir para ser yo", y narra la experiencia de casi muerte de una mujer hindú, cosa que le trajo muchas revelaciones que comparte con los demás... No digo que contiene grandes novedades, porque son lecciones, actitudes y nociones que, en verdad, ya son conocidas por muchos, mas no practicadas por los más diversos motivos. Es que no es fácil desapegarse de todo lo que nos han enseñado, de todo en lo cual nos hemos apoyado a lo largo de nuestra vida, de esas creencias, prototipos, juicios y prejuicios y sobre todo, de los miedos que normalmente dominan nuestra existencia. Nosotros no nos damos cuenta, pero si examinamos a fondo nuestro comportamiento, nuestras decisiones y opciones, nos daremos cuenta que la mayor parte de ellas están determinadas por el miedo a alguna cosa: rechazo, fracaso, enfermedad, muerte, pobreza, ridículo... Es una gama inmensa de temores, de los más simples a los más complicados, pero que si dejamos que nos dominen terminan enfermándonos y hasta matándonos. Nuestra peor plaga es la de no amarnos a nosotros mismos, la de ser demasiado severos y no perdonarnos, la de no apoyarnos y darnos confianza para perseguir nuestras verdades. Y en el fondo, tengo  certeza de que todos sabemos cuáles son y cuán felices y completos nos harían, pero... Tenemos que ponernos a trabajar en eso si realmente deseamos que esta mundo cambie y mejore de  verdad.
    Y muy inspirada y compasiva con mis neuras y creencias castradoras -inclusive las que ya no me sirven más- aquí va la crónica de la semana. Después, voy a continuar meditando en todo esto para encontrar -o por lo menos tratar- mi camino en esta vida... ¡Puchas, la introducción va a salir más larga que a crónica!


    Creo que en las grandes metrópolis el silencio es una cosa que no existe. A no ser,claro, que e cierren todas las ventanas y que éstas tengan un sistema anti ruido, o que uno se ponga de esos tapones para los oídos realmente eficientes, caso contrario, el ruido está siempre presente. No sé si todavía es así en los barrios más apartados del centro. En la calle de mi infancia había un agradable y acogedor silencio que lo abrazaba a uno así que doblaba la esquina desde la avenida y lo acompañaba gentilmente hasta la casa. Daba para escuchar nuestros pensamientos y percibir nuestras emociones con una claridad impresionante y sincera... Pero lo que es aquí, en pleno centro, donde vivo ahora, se escucha siempre ese murmullo, esa especie de fragor sofocado y constante, como si la ciudad quisiera recordarnos su presencia, su tamaño, su poder. A veces parece un mar, otras viento, otras una lluvia torrencial. En algunos momentos nos embala como una canción de cuna, en otros nos mantiene despiertos, atentos, curiosos, expectantes. Es un ronroneo compuesto por el motor de los vehículos, por las voces e las personas, el estruendo de las construcciones, el ladrido de los perros, las sirenas, pitos, bocinas, los pasos, las puertas, las radios y los espectáculos callejeros... Parece que hasta los pensamientos, sentimientos e intenciones de todos nosotros hacen parte de esta sinfonía. Nos llama, nos envuelve, nos amedrenta, nos seduce. ES conocida y extraña al mismo tiempo, arrastra el pasado en dirección al futuro. A veces nos trae recuerdos y nos hace sonreír, como cuando escuchamos un organillo en alguna calle cercana. Otras nos sobresalta y nos preocupa con las sirenas y su grito de urgencia y tragedia... 
    Al fondo, la cordillera es la única que se mantiene en silencio. Desde sus picos nevados nos contempla y nos cuida, silenciando en sus alturas este discurso interminable que la ciudad pronuncia.

domingo, 11 de janeiro de 2015

"¡Oiga, si no la voy a asaltar!"

    Mi hijo ya volvió a Brasil, pero no se llevó el sol, a no ser el de mi corazón, que se quedó medio nublado y con un vientecillo helado paseandose por ahí... Hace un calor de matar y ni todas las puertas y ventanas abiertas del departamento lo asustan. La cosa es escaparse a la piscina -antes de que los niños aparezcan, porque ahí vira un despelote- y remojar un poco las presas para no derretirse. Menos mal que en las tardes refresca y en la noche se puede dormir decentemente. Los santiaguinos están sufriendo, pero para mí, que aguantaba 32 grados en la noche y 38 en el día, ¡esto es el paraiso!...
    Y aprovechando que el sol ya salió de mi living me voy a sentar a postear la crónica de esta semana. Casi pensé que no lo haría porque estaba medio bajoneada y para nada inspirada con la partida de mi hijo y porque mi computador está con un problema y no se puede usar hasta que venga un amigo de mi hija a verlo mañana. Pero como ella deja su note book aquí cuando va a trabajar, entonces voy a hacer un esfuerzo, voy a sobreponerme a mi tristeza y voy a usarlo para publicar la crónica.
    Entonces, un poco nublada, pero empezando una nueva cuenta regresiva para mi próximo encuentro con mi hijo, aquí va la de la semana:


    La veía pasar algunos días por el paseo: ropas masculinas, expresión seria en el rostro anguloso, fonos en los oídos, zapatos bajos, a veces de anteojos obscuros, una cartera grande, sin gracia, como ella misma. No tenía nada de especial, esa era la verdad... a no ser su corte de pelo. Contrastando radicalmente con su aspecto rudo y ahombrado, sin maquillaje ni joyas, el corte era moderno, leve, original, extraordinariamente bien ejecutado. Cuando la encontré la primera vez, inmediatamente me pregunté dónde se lo haría, pues era exactamente el corte que mi hija andaba buscando. Su peluquero en Brasil se lo había hecho y hasta ahora no había conseguido que ninguno de aquí -inclusive los más renombrados y caros- lo reprodujera. ¡Entonces yo tenía que saber a qué salón de belleza iba esta chica!.
    Sin embargo, me topé con un problema inesperado para conseguir mi objetivo. Algo innegablemente intimidante en la actitud de esta muchacha, como una aura de distancia y silencio, me impidió acercarme y preguntarle así, de  buenas a primera, el dato de su peluquero. Y aquellos audífonos eran un letrero clarísimo de :"No estoy dispuesta a conversar", aviso, dicho sea de paso, que mucha gente usa para mantener a los otros alejados... Bueno, la dejé pasar pensando que, como ella trabajaba en uno de los edificios del paseo, volveríamos a encontrarnos y tal vez entonces no estaría escuchando música... Pero estaba equivocada: o ella no venía todos los días a trabajar, o tenía horarios alternativos, o ingresaba al edificio por otra puerta. La cosa es que era raro encontrarla, y más todavía sin los malditos audífonos... Pero yo no soy de las que desisten fácilmente. ¡Mi hija tenía que sentarse en el sillón de ese peluquero extraordinario!... Entonces, una mañana crié coraje y me aproximé, le rocé un hombro y la saludé con mi mejor sonrisa... Bueno, no sé si en su prisa no sintió mi toque, si no me escuchó o si, lisa y llanamente, se hizo la lesa, la cosa es que siguió su camino como si yo no existiera. Su actitud me dejó súper amoscada, pero aún así no me di por vencido. La próxima vez sería más insistente, más firme.
    Y esa vez llegó. Me acerqué, decidida, y la toqué en el hombro de una forma que no pudiera ignorarme. 
    -¡Buenos días!, ¿te puedo preguntar una cosa, por favor?- exclamé, sonriendo, segura de que, a pesar de su maldito audífono, podría escucharme.
    Y cuál no sería mi sorpresa al verla dar un salto, aterrada, aferrar su cartera contra el pecho y, rechazándome con una mano, tartamudear, palideciendo:
    -No... No... Déjeme...- y alguna otra cosa ininteligible. En seguida, se alejó de mí casi corriendo, sin siquiera mirarme.
   Yo me quedé parada ahí, estupefacta, y lo único que atiné a decir fué:
    -¡Oiga, si no la voy a asaltar!  ¡Lo único que quería era preguntarle dónde se corta el pelo!...- y mascullé para mí misma, desconcertada: -¡Pero qué neura! ¿Me encontró cara de bandido acaso?...
    Pero ella continuó su camino y desapareció velozmente por la puerta del edificio.
   ¿Qué era aquello?, me pregunté, pasmada, incrédula. ¿Cómo se puede tener tanto miedo de los otros? Eran las 9 y media de la mañana y el paseo estaba lleno de gente, ¿qué se supone que esta chica pensó que iba a hacerle, por Dios?... En general, las personas califican mi aspepcto de jovial y confiable, ¡pero parecía que la joven había visto un monstruo!... ¿Por qué se había asustado tanto?... Entonces, mi primer desconcierto e irritación con lo exagerado de su actitud cedieron paso a una pregunta casi trágica: ¡Dios mío!, ¿qué será que le sucedió para que le tenga tanto pavor a las personas/desconocidos, mismo a plena luz del día?... Entonces, su reacción no me pareció más exagerada e irritante, sino triste, muy triste. ¿Cómo es posible que se viva con tanto miedo? ¿Cómo se levanta y se sale a la calle, se enfrenta micro, metro, colegas de trabajo, calles atestadas y jefes, llevando ese terror en el alma? Esta muchacha tenía amigos, se divertía, paseaba? ¿Vivía sola o con la familia? ¿Dormía en paz? ¿Salía de compras, almorzaba fuera, sola en una mesa, siempre con sus fieles audífonos sirviéndole de escudo?... En ese momento, el maravilloso corte de pelo perdió toda importancia, pues me di cuenta de que -a pesar de su buen gusto al respecto- no debía ni disfrutarlo.
    Necesitamos a los demás para compartir, para crecer, para formar familias, empresas, sociedades, para apoyarnos y consolarnos. Probablemente había alguien que necesitaba a esta chica, pero ella estaba tan aterrorizada que ni siquiera se daba cuenta. Ella no necesitaba a nadie, no quería a nadie, no confiaba en nadie. Era totalmente independiente y auto suficiente en su pequeño universo atrás de los audífonos.
    Aquella mañana volví a casa andando despacio, con el corazón pesado, con una extraña mezcla de pena, incredulidad y rabia revolviéndose en mi pecho... Todavía había una larga lista de peluqueros que mi hija podía recorrer, pero sólo una muchacha con un miedo tal, que me dejó pensando sobre lo que este mundo -si no tenemos más cuidado- puede hacerle a alguien .

sábado, 3 de janeiro de 2015

"¿Por qué escribimos?"

    ¡Y finalmente llegó el verano!... Sé que va a sonar ridículo, pero estoy convencida de que fue mi hijo quien lo trajo, porque el día que se bajó de ese avión parece que las nubes y el frío decidieron empezar sus vacaciones y desde entonces el sol y el calor reinan, soberanos. Ahora sí que las chombas y los calcetines se fueron a descansar al fondo del closet y vamos a poder darnos una escapadita a la piscina y broncearnos para dejar de parecer pantrucas. Los amaneceres son espléndidos y los atardeceres pura poesía, entonces, ¿quién no se siente inspirado?...
   Y aprovechando esto, aquí va la de la semana:


    ¿Por qué escribimos? ¿Por qué tenemos esa necesidad de plasmar en un papel lo que sentimos, lo que vivenciamos, lo que pensamos y soñamos? ¿Por qué narramos lo que vemos? ¿Por qué analizamos lo que sucede en el mundo que nos rodea y a sus personajes?... Walt Disney decía que los "cuentacuentos" -los escritores- lo hacemos para corregir la realidad, para acertar de alguna forma -ni que sea en nuestra imaginación- lo que está errado en nuestra vida, y yo concuerdo con él. Escribir puede ser una verdadera y curativa catarsis. Pero también pienso que escribimos para perpetuarnos, para lanzar cuerdas que nos aten a los demás, para cuestionarnos y buscar las respuestas que necesitamos para seguir adelante. Hay los que escriben para exorcizar sus fantasmas y demonios, algunos lo hacen para avisarle al mundo sobre algunas experiencias -buenas y malas- otros para seducirlo, para entrar en sus vidas, para recibir su aprobación y cariño. Escribimos para mostrarnos, para ser alguien, para mantener un tipo de diálogo, de intimidad en tercera persona. La necesidad de comunicarnos es vital, y si no conseguimos escribir, con certeza encontraremos algún otro medio para expresarnos. ¡Hasta rayamos las paredes con esta intención!...
    Todos, en alguna época de nuestra vida -y sobre todo las mujeres- llevamos un diario, creamos un amigo en las hojas de un cuaderno (hoy en la tela de un computador) y nos entregamos a él por completo. ¡Y qué buena era la sensación de tener a este amigo incondicional! Nada nos cobraba, no nos juzgaba ni condenaba y aguantaba firme todos nuestros procesos, cambios y explosiones... Pena que cuando nos volvemos adultos pasamos a pensar que escribir sobre nosotros mismos y nuestras experiencias y sentimientos no  vale más la pena, es ingenuo, inútil. No tenemos más tiempo ni paciencia para sentarnos y mirarnos sin máscaras, para meditar sobre lo que vemos, para viajar un poco o ser absolutamente sinceros.
    Escribir es como un ciclo: viene el estímulo de afuera, penetra en nosotros y nos provoca una reacción, una reflexión, algún tipo de consecuencia, y esto vuelve al exterior transformado en palabras escritas. Puede ser fantaseado o completamente real, pero allí estamos nosotros con nuestra experiencia y sus conclusiones .Es como una especie de terapia (por lo menos para mí funciona así) tanto que se usa en tratamientos psicológicos. Porque lo que no conseguimos decir en voz alta, normalmente somos capaces de escribirlo.
    Escribimos, entonces, porque siempre, de una forma u otra, nuestra verdad yace en cada palabra . Y dejamos de hacerlo porque tenemos miedo de esto.