segunda-feira, 19 de janeiro de 2009

Contemplación

Finalmente la correría del festival de teatro de la ciudad acabó y tengo un poco más de tiempo para volver a mis observaciones y reflexiones, que son la materia prima de estas crónicas. No voy a estar más pendiente de escenarios, figurinos, dicción, maquillaje o interpretación, sino de las personas en la calle, de los perros, de los niños, de los árboles, de las ropas secando al sol, y de los pájaros en el cielo. Voy a poder volver a quedarme parada para observar la vida a mi alrededor, aprender con ella y contarle esto a ustedes... No es que no me haya gustado ser jurado del festival, por el contrario, fueron dos semanas emocionantes -a pesar de extremadamente cansadoras- y espero que el trabajo no pare, porque me encanta estar ocupada produciendo, enseñando, despertando potenciales, abriendo puertas, recibiendo alumnos y viéndolos crecer y transformarse en seres humanos mejores gracias a su contacto con el arte. Esto es muy bueno, y como tengo una jefa que hace posible todo esto, yo no podría estar más feliz por tener taaaanto trabajo. Es realmente gratificante trabajar así, mismo en una sala llena de agujeros en el piso, con ventiladores que no funcionan y un baño allá al otro lado del edificio... El hecho de ver la transformación, la unión y la generosidad de estos alumnos hace que todo valga la pena, créanme...
Bueno, y aqui vá la crónica de hoy.
No sé por qué me gusta tanto quedarme observando a las personas y los lugares donde viven. Hay un algo de revelación, de comunicación, de símbolos y señales en todo esto que me deja totalmente fascinada y me lleva a profundas reflexiones sobre la existencia, la historia que construímos, la herencia que dejamos, sobre quiénes somos y lo que buscamos, y sobre los medios que utilizamos para conseguirlo. La humanidad está en constante movimiento; ella busca, se transforma, transforma a su alrededor, lucha, vive y sobrevive, gana y pierde, es sublime y es abyecta, se comunica, se esconde... Y todo esto se refleja no solamente en el lugar donde vive, mas también en la ropa que viste, en la comida que se lleva a la boca, en las palabras y gestos que usa al expresarse, en el local donde trabaja, en el tipo de trabajo que desenvuelve, en las miradas y fisonomías. Y es justamente este reflejo lo que me fascina y me hace permanecer casi en constante contemplación y meditación, analizando y llegando a conclusiones a veces sorprendentes, pero siempre claras y fuertes, que me ayudan en mi propia existencia, a pesar de que ni siempre son muy positivas.
Me encantan los patios, las cuerdas con ropa colgada que llenan el aire con su perfume, los maceteros con helechos, las terrazas con mesas y sillas, el cesped con estatuas de sapos y duendes, las casas de perros, los canarios en la ventana, los jardines confusos y las huertas en el corredor. Me encanto con el olor de los porotos cocinando, ele silbido de la olla de presión, la novela de la noche, el asado de domingo y las sillas y botellas desparramadas por la terraza, con el lavado sagrado de la vereda que deja ese olorcito a detergente floral en el aire. Qué visión agradable la de los vecinos reunidos en un círculo de sillas en la calzada, aprovechando la frescura del comienzo de la noche! Qué sensación buena la de encontrar al heladero rodeado de niños, a las dos evangélicas descansando de su misión para comer una empanada y beber un refrigerante en la bolsita plástica, a los perros perezozamente echados a la sombra, a la viejita regando sus maceteros de neumático y latas de tinta.!.. Es tan agradable ver a los albañiles regresando a sus casas, ya bañados y con su bolsa al hombro, dejando atrás la construcción silenciosa e inmóvil, a camino de su plato de porotos con arroz y bife -cuando hay bife...
No consigo explicar esta sensación que toma cuenta de mí todas las veces que paro y permanezco por algunos minutos observando a alguien, a una casa, una sala con sus muebles, sus cuadros y adornos por la ventana abierta, un jardín de canteros demarcados con piedras pintadas de blanco, un reciclador empujando su carro esdrújulo, lleno hasta más arriba de los bordes, calle arriba, seguido por su fiel compañero, el can viralatas... Y qué decir de los que esperan frente a la iglesia la llegada del bus especial que los llevará de vuelta a la periferia, de donde salieron por la mañana bien temprano, vistiendo sus mejores ropas y joyas falsas, para bajar a la ciudad y hacer las compras del mes, pasear, conocer las novedades, comer un hot-dog en la plaza, y encontrar sus compañeros de aventura?... Aguardan en animados grupos, a pesar del cansancio evidente en sus caras, llenos de bolsas, paquetes y cajas, bebés llorones en sus cochecitos, restos de merienda y refrigerante que pasan de mano en mano, chiquillos despeinados y sudados, con las ropas ya sucias y arrugadas, zapatos en una mano y el juguete de 1,99 en la otra, que corren y gritan sin parar, todavía llenos de una energía envidiable, madres de quitasol, cartera y zapatos coloridos y llenos de tierra, disputando a los gritos y carcajadas la oportunidad de contar todo lo que vieron y oyeron, como niñas maravilladas y envidiosas, sus voces rudas retumbando por la cuadra e invadiendo la obscura y silenciosa iglesia atrás de ellas. Los hombres más quietos, fumando y comentando las novedades en grupos separados, billetera vacía, rostros desconfiados o ávidos, bien afeitados, el cabello con gomina, un leve aroma de colonia exhalando de sus ropas domingueras...
Son muchas cosas, mucha gente, muchas situaciones, una más fascinante que la otra, imposibles de pasar desapercibidas para mí. Es como dar un paso dentro de las vidas ajenas para interpretarlas, para sentirlas o escucharlas, para aprender sobre humanidad, sobre sueños, sobre luchas, sobre diversidad e igualdad. Es para pensar, crecer y comprender, para aceptar, para no olvidar el milagro de la vida, que acontece a cada segundo en todo lugar.
Con certeza, este don de la contemplación y reflexión que me fué dado, esta capacidad de penetrar y sentir al otro como si fuera yo misma es para esto, para no olvidarme de la humanidad que me rodea y de la cual formo parte.

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