quarta-feira, 9 de maio de 2012

"El coro"

Como deben imaginar, no está siendo fácil sentarme aquí para postear una crónica. Primero, porque ya estoy con la cabeza y el corazón viajando, soñando, impaciente y casi estallando de felicidad; y después, porque, caramba, cómo hay que hacer cosas cuando uno se cambia de país!... Son documentos, cuentas de banco, compras, exámenes, reuniones con el corredor, llamadas telefónicas que no acaban más, despedidas, horas en la internet buscando informaciones, direcciones y noticias; otro poco de compras de última hora (porque a uno se le olvidan hasta los calzones con tanta emoción!) otro poco de documentos y emoción, demasiada emoción... Sinceramente, no sé si voy a conseguir postear otra crónica antes de partir (salimos el día 29 a las 6:00 de la mañana del aeropuerto de Londrina) o luego que lleguemos, pero en todo caso, si no lo consigo van a saber por qué, no es verdad?... De cualquier forma, tengo certeza de que toda esta experiencia vá a traducirse en muchas y muchas crónicas, entonces, mismo que me quede sin contarles nada por un tiempo, no se preocupen porque después vendrá un río de textos!.
    Y aprovechando que el día está luminoso y fresco, y que ya preparé el almuerzo, aquí vá otra, y para que no se queden con mucha nostalgia, vá a ser una de esas bieeeeeen largas!.



    Nuestra presentación estaba terminando y yo podía ver en los rostros de las personas que nos veían la estupenda recepción que el espectáculo estaba teniendo. Mi jefe andaba de acá para allá sacando fotos de todo, todo sonriente e inflado como un gallito enamorado, recibiendo felicitaciones de todo el mundo y yo, viendo esa expresión de absoluta satisfacción, ya preveía que, por lo menos esta vez, no recibiría ninguna bronca en la reunión del lunes, sino tal vez una palmadita en la espalda y algunas palabras de elogio... Y ahora estaba mereciéndomelas de verdad, porque encaré sin grillos -tal como lo había prometido- el desafío de montar la pieza en tiempo record y con calidad y eficiencia, cosa que, por lo que parecía, había conseguido; los alumnos estaban haciendo un trabajo estupendo y cada día venía más gente a verlos. Entonces, mi jefe tenía nada que reclamar, un hecho absolutamente extraordinario tratandose de él!...
    Los actores, sonrientes y satisfechos, formaron una fila y agradecieron los aplausos, saliendo en seguida del escenario para dar lugar a los micrófoos que serían utilizados en la próxima presentación: el Coro Adulto de la Primera Iglesia Bautista de Londrina, que habíamos invitado para cantar como parte de nuestra programación de páscua. Yo estaba recogiendo el banquillo que usábamos en nuestro escenário y lista para subir a la sala, arreglar mis cosas e irme a mi casa, cuando ví, de soslayo, el  grupo de personas acercandose, sonriente y animado, como si estuvieran a punto de subir al escenario más importante del mundo. Curiosa -como siempre- con esta actitud (porque normalmente nadie le dá mucha importancia a estos eventos al aire libre) decidí quedarme un poco más para verlos. Entonces pesqué el banquillo y me acomodé en él, cerca del escenario, mientras el coro subía y se organizaba en un semicírculo. Sorprendida, descubrí que la pianista que los acompañaría era mi colega de trabajo, la Janne, pues pertenecía a la misma iglesia. La saludé con la mano y le sonreí, imaginando cómo estaría nerviosa... Cuando todos estuvieron alineados y el público atento, el más viejo entre ellos sacó una hojita de papel del bolsillo de la camisa, la desdobló y se acercó a uno de los micrófonos. Sus manos temblaban levemente y tragó algunas veces antes de conseguir soltar la voz. Yo, al verlo prepararse para hablar, casi me arrepentí de haberme quedado, porque sé cómo los adventistas, bautistas y miembros de otras congregaciones no católicas son adeptos a hacer discursos - sermones, más bien-  en cualquier ocasión y de la poca noción que tienen respecto a la duración de los mismos, pero cuando percibí la expresión en el rostro de los integrantes del coro atrás de él -algo como una pura y celestial felicidad- cambié de idea y decidí quedarme, pues me llamó la atención la alegría casi infantil que ellos exhalaban y lo ansiosos que parecían para cantar. Nuestros otros convidados subían al escenario nerviosos, es verdad, pero con un qué de indiferencia, de superioridad y descuido que inmediatamente los alejaba del público que, por su vez, como reacción, no permanecía hasta el final de la actuación. Pero estos aquí tenían algo diferente, parecían tomados por algún tipo de emoción nueva y vibrante, contagiante...
    -Buenas noches a todos...- empezó el pastor, sonriendo, con una vocecita menuda y dócil, y paseó por la platéa su mirada luminosa y modesta. Yo estaba empezando a sentirme absolutamemnte encantada -Antes que nada, queremos agradecer la invitación, porque es una forma excelente de compartir esta páscua con todos ustedes. No vinimos a hablar de religión ni a darles un sermón sobre nuestras diferencias, y mucho menos a tratar de convencerlos de nada. Vinimos a cantar y celebrar este evento tan especial para todos nosotros... Por eso estamos felices y agradecidos y queremos, esta noche, ofrecer lo mejor de nosotros, no solamente para ustedes, sino también para el Rey de los Reyes, nuestro Padre Celestial, nuestra roca y nuestro consuelo, nuestro defensor y nuestro guía: Jesús. Porque es en El que reposa toda la fuerza y todas las bendiciones, todo el perdón, el amor y toda nuestra esperanza. Y es, llenos de esta esperanza en la resurrección, que les cantamos esta noche... Espero que les guste y se sientan inspirados y conmovidos por el Espíritu Santo escuchando estas canciones... Gracias.- concluyó, bajando la cabeza como si agradeciera silenciosamente la inspiración y el coraje recibidos. Enseguida, dobló y se guardó el papel en el bolsillo de la camisa inmaculadamente blanca y volvió a su lugar.
    La pianista dió el tono e empezó la introducción de la primera música... Y lo que siguió fué algo tan especial, al menos para mí, tan encantador e inspirador, tan lleno de luz y fé, que tenía una pincelada de divino, que sólo pude congratularme por haber decidido quedarme. Las voces eran maduras, no muy afinadas o sincronizadas, pero las expresiones de sus rostros nos decían que no estaban cantando en esta dimensión, solamente para nosotros, sino para algo mayor, para la promesa, para la historia, para la unión y la comprensión, para la compasión y el amor dentro de cada uno. Esto era absolutamente claro para mí, y a cada nota sentía mi corazón crecer y amenazar salir volando de mi pecho... Miré disimuladamente a mi alrededor para ver si alguien más estaba en el mismo transe que yo y, a pesar de los chiquillos corriendo y gritando y peleandose para sacarse una foto con el Conejo de la pascua en su casita de chocolate, ahí al lado, a pesar de los sartenes chirriando y los autos y buses traficando en la calle atrás del escenario, había, sí, algunas caras con ese aire elevado, con esa mirada de reflexión y revelación que la vibración proveniente del escenario derramaba sobre nosotros. Yo no había sido la única que había sido tocada por el sencillo mensaje del pastor, otros también parecían haber comprendido sus palabras y estaban allí, simplemente, delante de Dios, llevados por la música.
    Cuando la presentación terminó, agradecieron nuevamente y leyeron otros textos cortos sobre la Páscua y su significado, elogiando nuestro grupo de teatro por haber explicado tan bien este evento en su pieza y, tal como vinieron, se retiraron, sonrientes y humildes, satisfechos por haber pasado su amor y su alegría para todos nosotros... Y yo, mientras guardaba mi banquillo y subía lentamente la interminable escalera hasta mi sala, pensaba, sintiendome sobrenaturalmente feliz y serena: " De nada valen los sermones, aplausos, palabras bonitas o elogios si no hacemos las cosas por amor, con amor uy para el amor. Podemos no ser los mejores, sin embargo, si nuestras acciones están regidas y dirigidas para el amor, impregnadas por él, con la intención sincera de hacer el bien, de tocar no importa a quién, ahí, todo lo que hagamos valdrá la pena. Porque los aplausos y los elogios se desvanecen, mas el amor permanece, crece, se extiende. Somos nosotros sus sembradores y es solamente a través de nuestras acciones y palabras que nuestros campos florecerán. No importa dónde, ni cómo, ni cuándo -todo el tiempo, en realidad- ni a cuántas personas alcancemos, nuestro deber es amar, hacer todo por amor y nunca tener miedo de revelar los cimientos divinos que sostienen lo que somos y lo que deseamos.