quarta-feira, 21 de janeiro de 2009

Perros feos

Conversando con mi hija el otro día, le contaba mis encuentros y peripecias con los perros de la vecindad, o con los que hacen parte de mi caminada matinal, y de repente ella me preguntó si tenía alguna cosa escrita en mi diario -que es de donde salen estas crónicas- sobre ellos. Le respondí que sí, ya que mi encuentro con ellos pasó a ser una de las partes más agradables de esta rutina y ella me sugirió entonces colocar estos relatos en el blog, pues ciertamente no debo ser la única que habla con animales, salva cachorritos abandonados o compra carne y galletas para los perros de la calle y se hace amiga íntima de quien tiene un animal en casa. A veces, me entusiasmo tanto al encontrar a mis amigos peludos que me olvido de saludar a los dueños y voy directo a acariciar a los animales y a conversar con ellos, dejando a los pobres colgados y con una sonrisita boba en la cara... Pero hasta ahora nadie reclamó, pues saben que soy tan loca por animales cuanto ellos, entonces cualquier falta de educación en pro de un cariño para los bichos es disculpada... Así, mi hija insistió para que postara algo sobre mis "amigos" y, al final de la conversación ya estaba revolviendo los diarios para ver si encontraba los textos que hablan sobre ellos. No son muchos, pero créo que vale la pena publicarlos, pues muchos de ustedes se van a sentir identificados.
Entonces, aquí vá el primero:
Estoy enamorada del "Buck", el "Juan Pires" y el "Robert Taylor", los tres perros más feos de la ciudad!...
"Buck" es un cachorro todavía, bulldog, blanco y totalmente loco, una de las criaturas más simpáticas y perfumadas que ya encontré (vá una vez por semana a la pet shop para tomar baño y acicalarse). "Juan Pires" -no conseguía parar de reírme cuando la dueña me dijo su nombre, fruto de la creatividad de sus hijos pequeños- es una mezcla de pitbull con vira-latas y tiene un corpo fuerte y achaparrado que me recuerda un tronco de árbol. Y "Robert Taylor" (de éste no sé el nombre todavía, pero en un desplante de ingenio e ironía, decidí bautizarlo con el nombre de Robert Taylor, un galán del cine de los años 30) es un bulldog puro, blanco (pero que no toma un baño hace siglos) de hocico completamente chueco y ojos desorbitados... A veces, cuando paso frente a su casa, lo encuentro echado en la entrada, apoyado en la reja con aire lánguido y reflexivo, mirando serenamente el paisaje y a los transeúntes, la lengua colgada entre los dientes y la bocaza abierta, pues parece que algún defecto de nacimiento o un accidente le impiden cerrarla completamente. Así que me vé o escucha mi voz, es tomado repentinamente por una especie de corriente eléctrica y comienza una desastrada danza de bienvenida, agitando alegremente su tocón de rabo y resollando como un toro. Apoya sus patas cortas y torcidas en la reja y parece brindarme su más encantadora sonrisa, toda lengua, dientes y baba, y se queda ahí, los ojos fijos en mí, esperando su galleta (sí, continúo con la costumbre de darle galletas a los perros ajenos)... Y quién dice que yo resisto a todo ese encanto?... Es verdad que demoré un poco para reunir el coraje suficiente para meter la mano por los barrotes de la reja y acariciar su cabeza, pues la visión de aquellos colmillos enormes y aguzados no era nada invitante; pero terminé descubriendo que "Robert" es igual a un niño y se derrite por una rascada en la cabeza. Cuando le ofrezco la galleta, la pesca con una mordida medio descoyuntada (créo que se muerde la lengua toda vez que lo hace) y me mira con la más profunda gratitud, menéa la cola y se echa ruidosamente en el suelo, dedicando toda su atención a la golosina, no sin antes darme una última miradita y una sonrisita desnivelada...
"Juan Pires" -a quien yo llamaba de "Demoledor"- me conquistó luego en el primero día en que lo ví. No es exactamente un cachorro, pero le encanta jugar y destruir tapetes, zapatos, pelotas, ramas y diarios. Y fué así que se me apareció la primera vez: asesinando una botella de plástico de dos litros. Estaba escondido atrás de la cerca de arbusto del jardín delantero, de modo que yo habría pasado sin notarlo no fuese aquel barullo que ya conozco tan bien - a mi perra también le encanta morder botellas de plástico- No resistí y atravesé la calle para descubrir quién era el que estaba deleitandose con la botella. Llegué despacio junto a la reja y espié dentro, empinandome un poco... Y allí estaba él: un tocón café y blanco, con cuatro patas cortas y chuecas y un par de ojos inesperadamente verdes y chispeantes, atacando y arrastrando la botella, toda deformada y agujereada por sus enormes colmillos. Su concentración era tanta que no se dió cuenta de que yo estaba ahí, al lado de la reja observandolo, pero cuando solté una risa se volvió velozmente y me encaró, jadeante y babando, y se quedó totalmente inmóvil.
-Qué estás haciendo ahí, "Demoledor"?- le pregunté, dandole desde ya ese nombre al ver la cantidad de estrago que ya había hecho con una zapatilla, una toalla, el diario y una caja de cartón -La botella está buena?...- agregué, y no pude evitar reírme de nuevo con su expresión de desconcierto, lo que debe haberle parecido bastante idiota de mi parte, ya que nunca habíamos sido presentados.
En aquel día no osé todavía introducir la mano por las barras o llamarlo más cerca; me conformé con su mirada medio desconfiada y con el hecho de que no había avanzado ladrando y gruñendo en el momento en que me vió parada delante de su casa. Esto indicaba que, a despecho de su aspecto, no era un perro agresivo, lo que me proporcionaba la oportunidad de hacerme su amiga... Hoy es él quien viene a la reja y apoya en ella la parte que quiere que le rasque, recibiendo en seguida su galleta con los ojillos brillantes y las orejas de pié. Antes de irse a su pedazo de paño -ya en harapos- a despedazar la galleta, se vuelve y me mira una última vez, meneando la cola (también un toconcito) y ensayando una pequeña danza de agradecimiento.
Ví al "Buck" (o "Bubú", como lo llamo) por primera vez en el jardín del frente de su casa, corriendo y saltando como un loco entre el césped y los canteros, enredandose entre las piernas de su dueña que, en vano, trataba de sujetarlo para poder abrir el portón y así permitir que su esposo pudiera sacar el auto e ir a trabajar. De lejos escuché sus ladridos e inmediatamente reducí el ritmo de mi caminada, pues adiviné que se trataba de un cachorro y, sinceramente, soy totalmente incapaz de resistir a ellos. Comencé a prestar atención en ambos lados de la vereda para descubrir dónde estaba el animal y he aquí que de repente véo, en la casa vecina a otra vieja y llena de gallinas y densas enredaderas en el jardín, una pequeña bola de pelo blanca rodando, saltando y ladrando atrás de las rejas, apareciendo y desapareciendo entre los arbustos de los canteros y los maceteros de la área a una velocidad vertiginosa y una desesperada mujer sosteniendo una correa roja y llamando al cachorro con voz ahora severa, ahora conteniendo la risa. Claro, paré y me quedé observando la escena, tratando de adivinar de cuál lugar la bola de pelos iríra a saltar para atacar llas piernas de su dueña y tratar de agarrar la corréa, que parecía un artículo altamente apetitoso para sus pequeños dientes de aguja... Inesperadamente, el perrito surgió de las sombras del cantero más cercano a la reja, ladrando y arrastrando un remolino de hojas y polvo junto con él, esta vez dispuesto a saltar y quedarse con la corréa roja como troféo, cuando de repente me vió parada allí, riendo y, tan rápidamente como había iniciado su ataque, se detuvo, encarandome con sus enormes ojos obscuros y húmedos... Parado ahí, sobre las baldosas obscuras de la entrada, parecía un juguete de peluche, jadeante y eléctrico, esperando que le diesen un poco más de cuerda. Era la cosita más fea y deliciosa que ya había visto!... La dueña aprovechó su distracción y corrió hasta él, pasandole prestamente la correa por el cuello y el pecho, y lo irguió en sus brazos sonriendo y murmurando frases de reconvención que no intimidarían a nadie. Al parecer, estaba tan caída de amores como yo... Finalmente, consiguió abrir el portón y el auto del esposo salió a la calle, de donde se despidió efusivamente, lanzando besitos y recomendaciones al perro en los brazos de su mujer... Sin poder contenerme más tiempo, me acerqué a la mujer y me derretí en elogios sobre el cachorrito, que de inmediato empezó a hacer un concienzudo lavado de mi rostro y mis manos, al tiempo que saltaba como un resorte para librarse de los brazos de la dueña y regresar al suelo. Ahí supe que su nombre era "Buck", pero viéndolo tan pequeño y lleno de energía, me pareció un nombre demasiado serio, entonces pasé a llamarlo "Bubú" y, por supuesto, a incluírlo en mi lista de "galletables". Sólo que para que esto sucediera efectivamente, la dueña me hizo prometer que esperaría hasta que él completara la dentición (al ver los destrozos de zapatillas, bolas y alfombras me pregunté, no sin recelo, cómo sería la destrucción cuando tuviera todos los dientes)... Es una pena que, como es tan pequeño y alucinado, la dueña no lo deja mucho en el jardín del frente, pues están haciendo algunas reformas en la casa y hay muchos escombros y objetos peligrosos mezclados con los maceteros y los arbustos. Pero también lo mantiene atrás por miedo a que alguien se lo robe, entonces nuestros encuentros no son muy frecuentes. Pero toda vez que vuelvo a verlo me llevo un susto, pues parece que está creciendo a la velocidad de la luz!... Sin embargo, a despecho de esto, siempre que lo véo está corriendo, rodando, saltando en el medio de los canteros, tropezando en las piedras y los maceteros de helecho, ladrando o peleando con el diario o el tapete de la puerta. Basta aparecer en el portón y llamarlo que suelta inmediatamente lo que séa que está destruyendo y y viene en desesperada carrera hasta la reja -usualmente chocando estrepitodamente con ella- y se queda saltando, ladrando y babeando alegremente, reclamando sus diez segundos de cariño ( porque no consigue quedarse más tiempo sosegado) y su galleta (ya completó la dentición) que, así que recibe, vá a morder y chupar bajo la protectora sombra de los arbustos del cantero... Desde la calle solamente distingo sus enormes ojos brillantes que, entre una mordida y otra, mi miran con gratitud.
La parada en la casa de "Bubú", "Juan Pires" y "Robert Taylor" siempre torna mi caminada -mi día, para ser más precisa- más leve y alegre, pues todas las veces soy recibida con la misma efusión y espontaniedad, entusiastas menéos de rabo y ojos brillantes, más aquella impagable mirada de reconocimiento y afecto que tiene la virtud de transformar el mundo a mi alrededor, dejándolo más cálido y lleno de optimismo, haciendo que me sienta especialmente amada y esperada... Es la galleta que opera este pequeño milagro diario? Tal vez al principio sí. Hay gente que afirma que las demostraciones de alegría y afecto son puro interés, pero yo ya experimenté acercarme sin ofrecer nada, sólo para hacer un cariño o conversar, y hasta ahora no recibí ningún desprecio ni escuché un gruñido de reclamo. Ni uno de ellos me dió la espalda o dejó caer la cola o las orejas en señal de resentimiento.
Los animales, al contrario del ser humano, nos aman por lo que somos y no porque tenemos una galleta en el bolsillo.
Bueno, esta crónica quedó medio larga, pero tengo que ser justa y si hablo de uno, tengo que hablar de los otros porque todos ellos -y algunos más que anduve conociendo últimamente- viven en mi corazón y merecen idéntica atención... Ahora, puede parecer locura, pero yo recomiendo uno o dos perros durante la semana para mejorar el humor y reducir el stress, salir un poco de nuestro denso y pequeño mundo de competencia y recelo y entrar por algunos momentos en de ellos, que solamente ansían un cariño y unas palabras para llenarnos del más puro y verdadero afecto.

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