sábado, 28 de novembro de 2015

"Ciclos"

    Y finalmente se fueron las lluvias y llegaron las mañanas y tardes frescas y los días calurosos, pero nada de matar todavía... Ciertamente, no importa lo que suceda, el tiempo continúa su marcha, las estaciones cambian, los años terminan, la edad nos empuja, los sueños nos sostienen y la fe y el coraje nos hacen capaces de realizarlos. Supongo que eso es lo que realmente importa, porque nada de material se lleva uno al marcharse y lo material que pueda dejar atrás acaba perdiéndose, deteriorándose, desvalorándose. Ya quienes fuimos, lo que hicimos, los ejemplos que dimos, el amor que entregamos, eso sí queda para siempre y es lo que nos vuelve inmortales. Es mejor ser recordados por lo que fuimos e hicimos que por lo que tuvimos.
    ¡Y antes de que se me olvide! Mañana hay cuentos nuevos en pazaldunate-historias.blogspot.com



    Cada vez más creo que nuestra vida se divide en ciclos que debemos seguir y respetar, pasando de uno a otro para aprender y crecer, para transformarnos en personas mejores. Claro que cada uno tiene su propio tiempo para pasar por ellos, pero una vez que acaba, hay que dar vuelta la página y pasar al siguiente, llevando consigo lo que se aprendió en el que acaba de cerrarse. Si no, uno termina quedándose estancado, perjudicando a otros, de cuyos ciclos hacemos parte. Todos deberíamos movernos al mismo tiempo, dándonos cuenta y aceptando los finales y principios de nuestros ciclos. Sería una buena forma da mantener algún tipo de armonía. 
    El otro día, un personaje en una película dijo algo muy sabio, a pesar de que pueda parecer algo cruel: "Las cosas, personas y situaciones permanecen en este mundo y en nuestras vidas mientras son necesarias". Se lo decía a otro personaje, que se negaba a aceptar la pérdida de un ser querido... Y yo creo que tenía razón, pues parece la mejor forma de aceptar las pérdidas y seguir adelante. Si alguien o algo se va, si una situación cambia, es porque su ciclo en nuestra existencia, en la historia, terminó. A veces puede parecernos injusto o cruel, pero con el tiempo siempre acabaremos descubriendo su razón y su lógica. Pero para que esto suceda tenemos que movernos, tenemos que dar vuelta esa página y continuar el camino. Sólo así encontraremos respuestas. No es fácil -¡yo que lo diga, que soy tan apegada a las rutinas de todo tipo!- pero cuando empezamos a descubrirle el lado positivo a estos cambios vemos que todo el esfuerzo, el coraje, el dolor y el miedo que pasamos en el proceso para dar ese paso hacia lo nuevo valieron la pena.

sábado, 21 de novembro de 2015

"Ser adulto"

    Esta crónica de hoy ya se transformó en una de esas historias cortas que envié al concurso "Santiago en 100 palabras", y como no pasó nada, entonces ahora la publico completa, sin reglamentos ni disminuciones tiránicas que le anduvieron quitando harto la gracia... No hay caso, yo soy capaz de escribir cuentos cortos, de menos de una hoja o un poco más, pero exprimir en solamente cien palabras todo lo que veo, siento, aprendo y quiero compartir es una verdadera tortura. Lo he conseguido, no lo niego, pero siempre me quedo con esa sensación de que la historia quedó manca, o coja, o medio tartamuda... Entonces, para desquitarme -y para que ustedes conozcan el texto original- aquí va la crónica de esta semana... ¡Ah, y la próxima hay cuentos nuevos!...



    El niño iba delante de mí, cogido de la mano de su padre. Tendría unos ocho o diez años, saltarín, cabello negro y parado, jeans, tenis, sweater y parca. Parecía de clase media, agitado, casi tropezando con la multitud que llenaba la calle. El padre caminaba apresurado, celular en el oído, sin prestar casi atención en el hijo  que, a cada rato, se maravillaba con alguna cosa -un edificio, una vitrina, un vendedor ambulante, las palomas, los skates, el aroma tentador y tóxico de las almendras confitadas- y se la comentaba, todo animado... No había reacción de parte del padre. El sólo continuaba andando y hablando al celular. Y cuando cortó, siguió concentrado en algo más allá del paisaje y la voz de su hijo, mirando hacia el frente.
    Yo los acompañé durante algunas cuadras y me admiré al ver cómo aquellos dos, a pesar de estar tomados de las manos, moviéndose en el mismo escenario, al mismo tiempo y siendo padre e hijo, encaraban los acontecimientos de formas tan diferentes. Para el niño todo era una novedad, una aventura, un descubrimiento. Era la felicidad de conocer y experimentar, de compartir, de contar. Para el padre era una rutina, una obligación, lo conocido, lo tedioso, la prisa... Sin querer, me pregunté con cuál de los dos me identificaba, y la respuesta inmediata fue: "Con el chiquillo"... Me sentí triste por su papá porque, fuera estarse perdiendo todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, se perdía también el compartir la emocionante experiencia de su hijo.
    ¿Por qué ser adulto tiene que implicar  dejar de lado el maravillarse, el descubrir, el parar y observar, el aprender, el emocionarse, el descubrir lo milagros de cada día? ¿Por qué hay que volverse aburrido, demasiado ocupado, opaco, desilusionado? ¿Por qué hay que perder la capacidad de percibir, de encantarse, de jugar y conmoverse con las cosas simples? Porque ellas son emocionantes -por más tirado de las mechas que suene- si las miramos con ojos de niño. Y esto no nos disminuye ni nos hace ingenuos o ridículos. Al contrario, nos da la oportunidad de renovarnos, de reencontrarnos y hacer más liviana nuestra carga de adultos.
    Decididamente, si queremos ser mejores adultos, tenemos que aprender a ser más niños.

sábado, 14 de novembro de 2015

"Cicatrices"

    ¡Mañana cuentos nuevos! Me tomó un tiempo, pero finalmente quedaron de mi agrado, entonces ahora van al aire para que los disfruten. Y ya estoy preparando otros, porque aquí la inspiración no cesa. Hay demasiadas historias, demasiados personajes y no da para detenerse por mucho tiempo. Pero eso es bueno porque así uno se mantiene conectada, involucrada, viva y siempre aprendiendo y compartiendo.
    Y aquí va la crónica de esta semana, huyendo del repentino calor... pero que sólo durará el fin de semana... Bueno, a final de cuentas, estamos en primavera todavía y ella es muy cambiante y caprichosa, le gusta engañarnos y reírse de nosotros. Pero esa es su gracia: el suspenso.


    Encuentro increíble cómo el ser humano tiene esta cualidad de ser tan destructivo, mismo sin querer. Todo lo ensucia, lo quiebra, lo echa a perder, lo deteriora... Pero no hablo con amargura, sino más bien con un sentimiento como de incredulidad y resignación, porque es la verdad y es ineludible. A no ser que sea un limpiador compulsivo, todo lo que toque terminará indefectiblemente destruido... Lo digo mirando nuestro propio departamento, que estaba impecable cuando nos lo entregaron y apenas siete meses después ya está lleno de "cicatrices" provocadas por nosotras mismas. Manchas, astillas, rayaduras, descascarados... No hay caso, el deterioro parece inevitable, por más amor y cuidado que se tenga. Definitivamente, esas casas que aparecen en las revistas de decoración son irreales, nadie vive en ellas, pero nos dan el deseo y la presión de querer copiarlas, de querer vivir en un ambiente perfecto, impoluto. Me recuerdan los hoteles y sus habitaciones perfumadas e idénticas, calculadamente agradables y perfectas. Claro, no dejan de tener su encanto -sobre todo porque son otros los que se encargan de mantenerlas así- pero yo creo que no conseguiría vivir el tiempo entero en un lugar así. Las "cicatrices" de nuestro hogar cuentan historias, nos traen recuerdos, nos enseñan, nos acogen, parecen comprender nuestras debilidades y defectos, pues son un espejo de ellos. Sin embargo, este espejo no nos juzga, sólo nos acompaña en nuestro recorrido... La habitación del hotel nos entrega su idílica perfección durante algún tiempo, pero nada queda de nosotros cuando nos vamos y nada de ella nos llevamos (a no ser unos jabones y champús). Nuestra casa aguanta la rutina diaria, nos conoce, nos perdona... Podemos destruirla con el paso del tiempo y nuestro modo de vivir, pero ella es nuestra y se entrega a nosotros y nuestras consecuencias sin reservas.

sábado, 7 de novembro de 2015

"Viejos"

    Y después de otro pequeño temblor que hizo mi móbil de campanas danzar un verdadero rock and roll a las cuatro y media de la mañana, aquí estoy con la crónica de esta semana, liberada de hacer almuerzo -porque vamos a comprar unas deliciosas empanadas y la ensalada ya está lista- y con un sueño atroz porque después del remezón me desvelé por completo... Menos mal que tengo la suerte de poder dormir siesta, entonces me aguanto hasta la tarde. Fuera eso, ya estoy preparando unos cuentecitos para el próximo fin de semana. Había pensado publicarlos mañana, pero todavía no estoy conforme con cómo quedaron, entonces me voy a dar el tiempo para corregirlos hasta quedar satisfecha.
   La crónica de hoy es cortita, pero muy querida a mi corazón, quizás porque en un tiempo más voy a ser uno de estos personajes, o entonces porque, en verdad, siempre me sentí conmovida por este tema.


    No sé por qué me conmueven tanto las manos de los viejos, así como sus rostros surcados de arrugas, sus ojos que retornan a la infancia, sus expresiones sabias y serenas, construidas en la lucha, la perseverancia, la fe y la experiencia... Cuando los miro puedo leer todas las historias, puedo sentir los sacrificios, la paciencia, la persistencia, la garra. No siempre son manos blancas, con anillos, piel suave y uñas cuidadas, ni caras maquilladas o protegidas del sol. No, la mayor parte de las veces son manos callosas, ásperas, nudosas, de uñas cortas y sin ninguna vanidad. O rostros curtidos, marcados, resignados o valerosos... Pero cuando empiezan a moverse, a trabajar, a hacer lo que saben, se vuelven casi divinas. Mismo cuando ya tiemblan y les falla la motricidad, continúan enseñándonos, esforzándose, produciendo, y a veces ni lo hacen por necesidad, sino porque aquello es parte de su identidad, es inherente a su existencia.
    Observando las manos y los rostros de los viejos me doy cuenta de que casi nunca es la belleza lo que queda al final, mas los actos, los ejemplos, lo que se produjo material y espiritualmente.