domingo, 30 de agosto de 2009

Creér en nosotros mismos

Bueno, como se dice aquí: "Quien no tiene un perro, caza con un gato", y es eso lo que estoy haciendo. Conseguí que me prestaran un monitor en el lugar donde están arreglando el mío mientras no me lo devuelven, y así puedo postear mis crónicas y escribir sin tener que estar escondiéndome de los otros en la Fundación, pues con certeza no irían a entender ni a aceptar que se trata de una emergencia e iban a pensar que estaba perdiendo el tiempo -que debería estar usando para cortar botellas de plástico, la nueva y emocionante profesión de los profesores de la fundación, por causa de la gripe porcina- y más encima usando material de la institución para cosas personales, lo que es prohibido (a pesar de que ya los pillé usando sus computadores para esto) Pero, en fin, las nubes se alejan y puedo disfrutar de los primeros rayos de sol después de bastante tiempo de nubes espesas. Conseguí domesticar a mi glicemia mediante un cambio en los horarios de mis refecciones y una cerrada de boca radical -lo que, al final, no está siendo tan difícil, sobre todo cuando véo los resultados: perdí 3 kilos en 10 días!- y ahora volvió a aquellos números totalmente tranquilizadores. El resto de mis exámenes están más que perfectos (como pueden notar, es la época de exámenes) tuve una agradable sorpresa de parte de los alumnos que menos esperaba, me dí cuenta de que hay una cantidad impresionante de "ángeles" a mi alrededor que están siempre tratando de facilitarme las cosas y, gracias a un gran amigo, entré en contacto con una persona que tal vez ponga mis crónicas en alguna publicación -con salario y todo eso!- de forma periódica y estable. No voy a dejar de enviar mis textos para la Folha de Londrina, pues sé que tengo muchos lectores fieles allí, pero si consigo esta otra oportunidad será como un trabajo definitivo que, tal vez, hasta me permita alejarme por unos tiempos de la fundación, pues como ya dije, me encanta mi trabajo, pero no la forma en que estoy siendo obligada a desenvolverlo ahora. Si bien que tengo algunas dudas con respecto a su destino en esta etapa aparentemente tan difícil, pero que estoy consiguiendo vencer... Pero esa es otra história que les voy a contar después. Por ahora, aquí va la crónica de esta semana.

Tornillos, tuercas, manivelas, placas, ruedas dentadas, restos de piezas de motor, clavos, baterías, alambres de acero... Mi tío juntó todo eso con un soplete para ganar una apuesta que hizo con los funcionarios de su taller mecánico -un juego para tratar de deshacerse de las piezas viejas o estropeadas que se amontonaban sin parar en el fondo del galpón- y así, de sopetón, casi sin darse cuenta, acabó descubriendo que era un artista -un escultor- cuando ya estaba viejo, casado, con los hijos en la universidad y una profesión establecida (era mecánico de carros). En una inspiración repentina, soldó aquel día algunas de las piezas que estaban tiradas en el taller y de repente se abrió delante de él, un señor tan formal, tan tranquilo, ex campesino (pero que adoraba música clásica y jazz) hijo de una profesorita rural, un nuevo y maravilloso universo lleno de las más insospechadas y fascinantes posibilidades: el arte. Fué como abrir las compuertas de una represa. Poco a poco, pero de forma ininterrumpida y cada vez más perfecta, comenzaron a emergir de su mente y de su corazón todas las formas y colores que durante años habían permanecido trancados dentro de él, desterrados e ignorados en nombre de "cosas más importantes", y su casa se llenó de sus pequeñas y graciosas obras. Luego, una parte del taller se transformó en su atelier, para espanto de sus funcionarios, amigos y parientes, que nunca lo habrían imaginado haciendo algo así, y su viaje, ahora sin obstáculos, continuó su curso con un entusiasmo casi infantil. Y no paró allí. Descubrió el encanto de hacer portones, rejas, balcones y biombos, y tuvo que ocupar más espacio en el taller para desenvolver sus nuevos proyectos. La escuelita de su esposa, las ventanas y puertas y los jardines de la casa, y de otras -porque empezaron a aparecer encomiendas!- se vieron luego adornados por su trabajo primoroso y original. Y todos los que lo conocían se admiraban y comentaban: "Puchas, pero ahora que está viejo sale con una cosa de esas! Nadie se lo esperaba!"... Algunos hasta hacían unas bromas medio pesadas, pero él no se dejaba amilanar y continuaba, firme y satisfecho, recorriendo con lealtad y alegría este camino que había aparecido en su vida como un delicioso regalo del destino. Parecía que una nueva vida había empezado para él!.
Hoy, la ciudad está sembrada de sus trabajos y es por causa de ellos que su recuerdo está siempre presente y es tan querido, pues muchas personas tienen una bella muestra de quién fué y de lo que fué capaz de realizar, mismo cuando parecía que su tiempo y sus oportunidades ya se habían acabado.
Cuando yo supe de su nueva actividad y ví sus trabajos, me sentí realmente contenta, ya que esto probaba que no era solamente de la parte de la familia de nuestro padre que habíamos heredado nuestros talentos y nuestra sensibilidad artística. Las personas del campo también podían ser -contra todo lo esperado- sensibles, disfrutar de una buena lectura o de música erudita. Mi tío realmente sorprendió a todos con este tardío despertar de sus dones artísticos y ganó todos los elogios y el apoyo de la familia y los amigos por su persistencia y coraje... Sin embargo, a veces yo me quedaba mirando a mi madre, su hermana mayor y bibliotecaria graduada a rebeldía, y recordaba todos los sueños de los cuales tuvo que abdicar, a pesar de haber hablado sobre ellos con mis abuelos: danza, piano, teatro... Pero como mujer, en aquella época, su deber primero y más importante era casarse, tener hijos y trabajar en alguna profesión "formal" que todavía le dejase tiempo para llevar eficientemente la casa y criar a los hijos como una buena madre. Mis abuelos no le dieron la menor oportunidad de explorar sus talentos y ver si la podían llevar a algún lugar. Entonces ella misma, desengañada, no quiso luchar por ellos ni retomarlos ahora que nosotras estábamos grandes y éramos independientes. El tío Armando tuvo su oportunidad y la agarró, cumpliendo así, tal vez, la última parte de su destino con éxito. Ya nuestra madre, después de esta primera y terrible decepción, sólo fué acumulando una frustración atrás de otra, como si ese fuera su destino. Si sus propios padres no creían ni en ella ni en sus sueños, por qué ella lo haría, ahora o después?... Envejeció reprimiendo, callando, aguantando, sin esperanza, siempre tiránicamente envuelta en aquellas otras "cosas importantes"; acabó enfermándose, perdió a mi padre y con él los últimos vestigios de alegría e independencia, de fé que todavía resistían. Ahora, debido a las secuelas de su enfermedad, que la mantienen prisionera a una cama de hospital, hasta la más remota posibilidad de que estos sueños lleguen a realizarse, se volvió imposible... Sin embargo, a veces pienso -o prefiero pensar- que, al final, debe haber terminado por olvidarse de ellos, lo que es, de una forma muy cruel, algún tipo de mezquino consuelo. Hoy está tan deteriorada que no debe tener más conciencia de este tipo de cosa. Ya hubo una época en que pensé que mi hermana y yo sufriríamos el mismo tipo de destino, como si fuéramos víctimas de algún tipo de maldición que castigaba sin piedad a las mujeres de nuestra familia, pero, por suerte, hubo mucha gente que me convenció de lo contrario y me ayudó a creer en mí misma y en lo que el destino susurraba en mi corazón. No sé si mi tío tuvo más oportunidades, más suerte, más garra, más perseverancia, más audacia, fé o qué, pero esa última vuelta de su vida fué una bendición para él, una especie de coronación, que mi madre también debería haber recibido. El era un hombre alegre, al que le gustaba comer y beber, simpático y emprendedor, buen padre y marido, con una rara sensibilidad y cultura, considerando los origenes que tenía, que quebró el mito de que quien viene del campo está limitado y sólo sabrá manejarse con vacas y lechugas... Que pena que su hermana mayor no tuvo el mismo destino, el mismo segundo de iluminación y coraje. O quién sabe lo tuvo, pero como solamente ella creyó, pensó que no era lo suficiente y escogió desistir.
Pero yo estoy convencida de que no son solamente los otros quienes tienen que creer en nosotros para que así nos sintamos con el permiso de lanzarnos por nuevos caminos o correr atrás de nuestros sueños más queridos y verdaderos sino que, primero y antes de todos, nosotros mismos tenemos que creer en lo que somos, en lo que sentimos, en lo que necesitamos para ser felices y realizarnos como seres humanos. Fué esto que hizo toda la diferencia entre el destino de mi tío y el de mi madre.

terça-feira, 25 de agosto de 2009

Patria

Esta semana estoy usando prestado el computador de la Fundación para postear mis crónicas, ya que el monitor del mío se quemó el sábado en la mañana, justo en el momento en que me senté para escribir. De repente soltó un ruido tan horrible que pensé que iba a explotar. Casi me dió un ataque cardíaco!... Lo apagué inmediatamente y telefoneé a la asistencia técnica, que me dijo que con certeza era el monitor que se había quemado. Lo llevé para allá y hasta ahora no me dieron una respuesta sobre si será posible salvarlo o si tendré que darle un honroso funeral y salir para comprarme otro monitor, lo que, claro, está completamente fuera de mi presupuesto. Menos mal que mi hija se propuso a ayudarme, porque una escritora, como ustedes saben, no puede en hipótesis alguna, quedarse sin computador. No es que haya perdido la costumbre o el talento de escribir a mano -por señal, llevo un cuaderno y una ibreta de apuntes a mano, en los casos en que no e stoy cerca de mi computador- pero no se puede negar que un teclado suave y veloz ayuda bastante en la creación... En realidad, debería haberme comprado un computador nuevo hace tiempo, porque este que tengo está muuuuuy viejo, pero como ustedes saben, mis finanzas...
Y como el computador de la fundación tiene horario de trabajo limitado, sin más demoras vamos a la crónica de esta semana.

De lejos da para oír sus voces, mismo si están hablando en un tono bajo, cabezas inclinadas una hacia la otra, cuerpos menudos muy cerca, risitas y más comentarios... Las dos señoras japonesas, vistas así, conversando en la vereda delante del portón de la casa, escoba en la mano de una y bolsa de compras en la mano de la otra, parecen no estar realmente aquí, en esta ciudad, en este país. Parece que aquellos sonidos extraños y entrecortados que salen de sus labios finos y arrugados las transportan instantáneamente a su tierra natal, a otras épocas, a otra cultura. Se sienten en casa todas las veces que se expresan en su lengua materna, olvidándose por algunos minutos de que son extranjeras y que una distancia asustadoramente grande las separa de su hogar... Conozco a las dos, pues suelo encontrarlas con frecuencia durante mis caminadas matinales -hora en la cual ellas se dirigen a la academia- o cuando voy al mercado, que todos los martes y jueves ofrece unas aulas de gimnásia para la tercera edad. Allá están ellas, siempre juntas, riendo y conversando como dos gueishas, una muy delgada y de cuerpo ya curvado por los años, siempre apoyada en su bastón, y la otra, bajita y regordeta, habladora y risueña. Me quedo admirada al percibir cómo, a pesar de estar tan bien integradas al resto de las señoras brasileras que van a las clases, de alguna forma mantienen un tipo bien definido de frontera, de límite que las otras no consiguen transpasar. Hay algo especial, secreto, que es solamente suyo, que las hace diferentes y las separa de este universo donde el resto de los no-japoneses habita, y esta percepción es más acentuada cuando varios de ellos se reunen en algún local... Se crea entonces una atmósfera toda especial y nosotros, los de fuera, conseguimos vislumbrar algo de su mundo, de su herencia, de su comportamiento natural, ancestral. Nos llegan ecos de una historia muy antigua, de costumbres milenarias que hasta hoy son consideradas leyes y respetadas como tales, sobre todo por los más viejos. De alguna forma indefinida, pero muy clara, su fuerza nos toca, nos transpasa y nos impone respeto. Sin embargo, lo más curioso es que, delante de ellos, nosotros nos sentimos, repentinamente, los extranjeros, tal es la fuerza de la patria que ellos traen consigo y cultivan en este suelo extraño.
Y al percibir esta fuerza, esta especie de recreación de la tierra madre cuando se reúnen, o mismo estando solos, me pregunto si con todos los extranjeros sucede lo mismo o si son estos japoneses quienes poséen algún tipo de poder especial para hacer que esto ocurra. Será que yo misma conservo la idiosincracia, el idioma, las costumbres, los paisajes, sonidos y aromas de mi país con fuerza suficiente como para que se manifieste con semejante claridad delante de los otros? Será que, si nos reunimos, conseguiríamos recrear nuestra pátria sólo con el poder de nuestro amor por ella?... Cuándo somos, realmente, extranjeros?... Yo creo que si podemos llevar con nosotros la esencia de nuestro país, mismo a los lugares más remotos y diferentes, nunca nos sentiremos como tales, pues seremos capaces de integrarnos a la cultura y lenguaje de otros y al mismo tiempo conservar nuestras raíces, que serán alimentadas justamente con la recreación constante de la tierra natal en nuestro hablar, nuestras acciones y pensamientos, en el escenario en el cual nos movemos, en el tratamiento que dispensamos a los otros. Todo en nosotros puede mostrar quién somos y de dónde procedemos, sin por eso agredir a la tierra que gentilmente nos acoje.
Pienso que extranjero es, realmente, aquel que se olvidó de su patria y no se adaptó a la nueva tierra, permaneciendo así en una espécie de limbo cultural y afectivo en el cual se siente agredido y abandonado, sin un puerto donde atracar, un rumbo para seguir, alguien a quien acudir.
Podemos vivir en estos dos lugares al mismo tiempo, sin perjuicio para ninguno de ellos, porque lo que está en el corazón no estorba lo que está fuera de él, al contrario, sólo lo enriquece.

segunda-feira, 17 de agosto de 2009

Inmortalidad

Muuuuuuy atrasada, después de un fin de semana completamente inútil frente a la televisión -a pesar de que realmente me encanta ver películas- pero todavía fiel a mi compromiso, aquí estoy, buscando la inspiración, la persistencia y la fé que a veces parecen alejarse o insisten en mantenerse escondidas atrás de nubes nada animadoras... Sin embargo, una breve y firme conversación conmigo misma durante el trayecto de mi caminada matinal, o un desahogo con mi "fiel escudera" Ivonete, son suficientes para ponerme en la línea de nuevo. Realmente estoy comprobando que, cuanto más uno permanece parada mental y físicamente, más difícil se vuelve desarrollar o mantener cualquier rutina, y más todavía crear alguna cosa o mantenerse animada delante de las dificultades. La inmovilidad mental y corporal nos deja embotados, estupidizados, nos roba las ganas de crecer, de aprender, de llevar adelante nuestros proyectos. Nos deja en el medio del camino mirando a los objetivos que nos trazamos y en los cuales siempre dijimos que creíamos, como si fueran un sueño imposible, ingenuo, demasiado ambicioso. Nuestras fuerzas se desvanecen y una rutina destructiva y deprimente va instalandose poco a poco, tomando cuenta, corroyendo nuestras expectativas y ambiciones, nuestros sueños, nuestra voluntad y nuestra coraje... Es un camino obscuro que siempre ladea nuestro rumbo verdadero y nos llama constantemente, así que aparece la primera dificultad, queriendo desviarnos, hacernos tropezar, ofreciendonos un consuelo falso, un alivio dañino, una facilidad que, en realidad, no nos vá a llevar a ningún lugar... Por eso huyo de sus voces y visiones, de sus caras tristes y llenas de auto-compasión, de sus susurros tentadores, de sus falsas puertas de fuga y sus ventanas iluminadas con luces efímeras y cegadoras que siempre terminan cerrándose en nuestras narices.
Créo que debemos estar siempre alertas, igual a guerreros que no descansan en su combate contra lo negativo, lo ilusorio, lo obscuro, contra la ignorancia, la flojera, el miedo, el egoísmo y toda esa gama de probaciones que sufrimos por causa de nuestra condición mortal e imperfecta. Es algo que a veces puede ser extremadamente cansador, pero... si no fuera por estos desafíos y por la alegría y el crecimiento que ganamos todas las veces en que vencemos uno de ellos, nuestra existencia no sería un total e interminable aburrimiento?...

Las horas que estoy pasando en el Museo sentada en esta silla incómoda escaneando las fotografías antiguas de alcaldes, eventos, obras y personalidades de destaque en las diferentes administraciones que pasaron por nuestra ciudad, está trayendome algunas recompensas inesperadas y enriquecedoras. Ayer, por ejemplo, mientras estaba sentada delante del computador en la sala silenciosa, aparecieron dos hombres, ya viejos, que querían hablar con la coordenadora del Museo. Por el ruido, percibí que traían papeles, entonces deducí que debían ser fotos o documentos para prestar o donar a los archivos del Museo. Hasta ahora no había prestado mucha atención a estas visitas que la coordenadora recibe casi diariamente, pero por algún motivo, ayer paré un poco mi trabajo y me dispuse a escuchar discretamente la conversación, ya que no estaban en la sala de ella, sino alrededor de la gran mesa que ocupa un área delante de la puerta del local donde me encontraba... Y de alguna manera que me sorprendió, sus historias llenas de anécdotas, personajes, acontecimientos personales o sociales, pérdidas, lecciones, victorias y nostalgia me parecieron, por primera vez, llenas de vida y significado. Me dí cuenta de que se trataba de su existencia, de sus experiencias y recuerdos, que ellos traían con todo cuidado y cariño hasta la coordenadora -que las recibe siempre con extremada dalicadeza y consideración, valorandolas al máximo, lo que deja a estas personas con la nítida sensación de que son realmente importantes, de que hicieron algo, de que lo que saben vá a servirles a las futuras generaciones, lo que significa que sus vidas hicieron alguna diferencia- y entregaban en sus manos como si se tratase de un tesoro, confiando que ella les daría su debido valor. Observando desde mi lugar percibí cómo parecían rejuvenecer mientras le contaban sus historias -a veces muy personales- o identificaban nombres, rostros, fechas y lugares en las fotos y documentos que habían traído. Algunos habían llegado a viajar a otras ciudades, donde tenían parientes, a fin de obtener más informaciones que pudieran ayudar a enriquecer nuestra historia. Veía en ellos algo como la sensación del deber cumplido, pues parecía que traer o juntar informaciones se había vuelto una especie de misión que los mantenía ocupados, activos, sintiendose útiles en pro de una causa importante... Permanecieron un buen tiempo allí conversando, desgranando recuerdos, informaciones, intercambiando fotos, mostrando documentos, riendo, haciendo confidencias... Y cuando se despidieron de la coordenadora, noté que había un nuevo brillo en sus voces, que parecían caminar más erectos, con más firmeza y optimismo. Salieron por la puerta y encararon la calle soleada, la ciudad, la vida, con una sensación de poder, de inmortalidad, de renovación, que parecía darles alas. Y se alejaron, cada uno por su camino, respirando hondo este aire que hoy tenía un perfume diferente, no más de muerte o enfermedad, de incapacidad u olvido, sino de plenitud y gratificación, de una incierta y profunda esperanza en el futuro.
La instauración del Museo en la ciudad no significa tan sólo el rescate de la memoria, de la historia, de las obras o personalidades que por aquí pasaron, sino también la oportunidad de dar un significado y valorar la existencia de aquellos que están llegando al fin de su jornada y piensan que nada tienen para dejar como legado, que no hicieron ninguna diferencia y que su experiencia y sabiduría serán olvidados una vez que se hayan ido. Su contribución a los archivos del museo les dá una nueva misión, los trae de regreso a la vida, a la acción, los hace darse cuenta de cuán importantes y necesarios son para las generaciones futuras, y esto les ofrece el regalo más importante que un ser humano puede desear: la sensación de inmortalidad.

sexta-feira, 7 de agosto de 2009

Las dos personas más feas del mundo

Hoy día estoy sintiendome tan animada que sería capaz de postear algunas crónicas sin cansarme, pero como tengo que trabajar también en la creación los textos para las presentaciones de fin de año de las escuelas donde doy clases -y si no empiezo a ensayar ahora las cosas no van a salir bien, ciertamente- voy a contener mi entusiasmo y postear solamente una, como toda semana... a no ser que después de terminar de redactar las piezas (son siete!!!!) me sobre ánimo e inspiración para postear algo más aquí. Yo no sé si es el día maravilloso y soleado (pero no calcinante) o si es el hecho de, finalmente, haber organizado mis finanzas y planeado cada pago hasta abril del próximo año (no sabem cómo es emocionante y relajante conseguir esta proeza!) lo que significa que no voy a poder comprar ni una aguja, pero a cambio de mi tranquilidad y equilibrio espiritual, vá a valer la pena; o si es porque estoy consiguiendo llevar mi dieta sin dar ni una escapadita, lo que puede significar que no voy a tener que usar insulina tan luego, hecho que también hace valer la pena el quedarme babeando encima de una torta de chocolate o un pan de queso mientras devoro palitos de zanahoria cruda con mayonesa o sal (créanme, son deliciosos cuando uno se acostumbra!... y no tiene otra opción). Estoy realmente dispuesta y firme en la decisión de empezar a llevar una dieta totalmente saludable (al final estoy con 53 recién cumplidos, no es hora de hacer tonterías!) y mantener mis finanzas controladas. Estos son mis dos mayores propósitos en este "año nuevo" y pretendo cumplirlos sin auto-boicotes ni disculpas... Y vá a valer la pena, con certeza. Ya estoy sintiendome mejor sólo de pensar en ello!. Como ya dije una vez, tomar decisiones y llevarlas a cabo es algo extremadamente positivo y saludable, nos pone en equilibrio y armonía con la vida y nos proporciona un futuro con más certezas y tranquilidad.
Y después de esta lección de auto-ayuda gratuita, que ni yo misma esperaba, aquí vá la crónica de esta semana:

Ellos vienen doblando la esquina, caminando despacio, manos entrelazadas, conversando animadamente. Rostros sonrientes, llenos de paz y una serena y firme felicidad. A veces se detienen y miran a su alrededor, al escenario iluminado y fresco que los rodea, y comentan sobre los pájaros, los árboles, los jardines, los niños yendo a la escuela... Se aproximan, bajando la calle, mientras yo la subo con paso ligero, y al verlos tengo la nítida impresión de que no están realmente allí, sino en alguna dimensión que es solamente de ellos, en la cual nada ni nadie más existe, y que ésta no es más que el reflejo de sus sentimientos. No sé quiénes son, pero así que crucé con ellos el primer día me llamaron la atención, pues eran féos. Muy féos. Terriblemente féos, para decir la verdad... Pocas veces encontré personas tan poco agraciadas, mal vestidas, de facciones tan irregulares y andar tambaleante, miembros desproporcionales y colores opacos, cabellos indomables y dientes chuecos... "Frankenstein y su novia?", pensé inmediatamente, al divisarlos doblando la esquina, y abismada con tanta fealdad, me agaché, fingiendo amarrar mi zapatilla, para así poder observarlos más de cerca. Sus voces llegaron primero hasta mí, roncas y desafinadas. Hablaban sobre planes para el futuro: dar un adelanto para un refrigerador, ahorrar algún dinero para comprar el material escolar del hijo el año siguiente (y habían tenido el coraje de poner un descendiente en este planeta!) arreglar la porta del auto, pedir un adelanto a la patrona para no atrasar la cuota del sofá... Cosas simples, banales, de gente que sobrevive con un salario básico y algunos trabajos sueltos aquí y allí... Mientras los escuchaba conversar noté de repente el tono afable y sereno de sus voces, aquella sensación de profunda y sincera complicidad impregnando sus palabras, el respeto, el cariño; y en el segundo siguiente consideré la posibilidad de que no se trataba -como yo había supuesto al principio- de una de aquellas parejas de población que viven a los puñetes y a los gritos, bebiendo y pariendo un hijo atrás del otro, maldiciendo la vida, la familia y al propio Dios por sus desgracias sin fin, sino de dos personas que realmente se amaban e importaban una para la otra, que tenían planes optimistas para el mañana y que pretendían trabajar juntos para realizarlos. Movida por esta nueva perspectiva, dejé mi zapatilla en paz y levanté la cabeza para verlos mejor antes de que pasaran a mi lado: ella era bajita y delgada, casi raquítica, de mandíbula saliente y sin los dientes de abajo, el pelo encaracolado en desorden teñido de un negro azabache que contrastaba de una forma extraña con la piel morena y arrugada de su rostro, ojos pequeños y hundidos, cejas ralas, piernas arqueadas y llenas de manchas, dedos torcidos ostentando unos anillos baratos y ya descascarados, sandalias demasiado grandes para sus piés medio deformados, el vestido cayéndole como un saco demasiado holgado. El, alto y totalmente descoyuntado, rostro flaco y largo donde se destacaba una nariz enorme con la protuberancia típica de una fractura, orejas de habano, cabello muy corto y negro (también teñido) piernas delgadísimas y zapatos con cordones diferentes, donde sus pies sin medias parecían nadar. Vestía um decrépito sweater de lana que se erguía en la espalda debido a una leve joroba, y sus manos de uñas carcomidas y obscuras eran desproporcionalmente grandes y llenas de nudos, rematando los brazos demasiado largos, que nacían de los hombros huesudos y encorvados... Pestañeé un par de veces para tener certeza de que estaba viendo bien, pero la imagen era esa misma: las dos personas más féas del mundo estaban apenas a algunos metros de mí!... Sin embargo, lo que me dejó realmente impresionada no fué esta visión sino lo que percibí en sus ojos: aquel brillo, aquella serenidad, aquella complicidad que, en ese instante, los igualó a Romeo y Julieta, Angelina y Brad, Clark Kent y Lois Lane... Y, cuando finalmente se alejaron, aún de manos entrelazadas y llenos de sonrisas y confidencias, conseguí entender que, a despecho de cualquier apariencia o preconcepto, todos pueden amar, todos tienen este derecho y esta cualidad, este don que puede transformarlos en príncipes y hadas, en seres humanos perfectos, llenos de optimismo y fé, de alegría, de paz. Los féos también pueden ser sábios, bondadosos, soñadores, emprendedores; pueden tener éxito y merecen amar y ser amados, pues tienen su lugar en la historia y en los planos de Dios, así como cada uno de nosotros, los altos y los bajos, los gordos y los delgados, los viejos y los jóvenes, los inteligentes y los excepcionales, los ricos y los pobres, los malos y los buenos. El ser humano nunca dejará de sorprendernos porque, en su diversidad, existe siempre una lección que aprender, una puerta que abrir, la posibilidad de un encuentro que puede volverse inolvidable si sabemos ver más allá de la imagen exterior.

segunda-feira, 3 de agosto de 2009

Recados

Este fin de semana fuí atacada por el virus del: "Y para qué todo esto?", lo que me hizo quedarme durante mis tres días libres desparramada en el sofá viendo televisión y comiendo en vez de tratar de producir alguna cosa útil y decente, como lo hago todos los finales de semana. Pero es que de vez en cuando -y créo que esto debe pasarle a todo el mundo- soy víctima de estas crisis de desánimo y dudas respecto a lo que considero ser mi misión en este planeta, y ahí se me quitan todas las ganas de continuar escribiendo, dando aulas o enviando mis crónicas para el diario... Será cosa de la edad? (mañana cumplo 53 años!) Tal vez de la vanidad? Será falta de los hijos en la casa? Será nostalgia de una pasión? O será algo común en la raza de los artistas, que de vez en cuando se ven asaltados por las dudas y la total falta de entusiasmo y fé por su propia obra y el mensaje que ella debería pasar para el mundo?. Sé que todos necesitamos vivir nuestro Getsemaní particular de vez en cuando, para despertar y percibir la riqueza de la vida, para sentirnos agradecidos por ella y aprovecharla de la mejor manera posible, pero a veces la noche se pone realmente obscura y, a no ser que seamos dueños de una tremenda fé y optimismo, de una fuerza de voluntad y persistencia capaces de derribar las apariencias negativas que están siempre al acecho, corremos el riesgo de quedarnos presos en ella para siempre... Menos mal que, en mi caso, estos episodios no duran mucho y la prueba de esto es que ya estoy acá, mismo atrasada y con una bruta resaca espiritual (e inspirada por un día de clima y paisajes perfectos, casi mágicos, después de un final de semana lluvioso y gris) digitando la crónica de esta semana, bastante adolorida porque inventé volver a hacer ejercicios, pero llena de nuevos bríos e inspiración, lista para enfrentar los desafíos que me esperan, pues sé que no son castigos sino lecciones que necesito aprender para volverme más madura y sábia, y así poder hacer alguna diferencia en el mundo y en la vida de las personas, sin importar cuántas ni dónde. Lo importante es que esto suceda, pues es para eso que estamos aquí.

"Eli Stone"... Es el nombre de un personaje cuya serie -que véo religiosamente todos los domingos- lleva este título y que, a despecho de esta onda de violencia, sexo, rivalidad descontrolada, belleza tiránica y glamour fabricado, desprecio por los valores y las personas que ha ido instalandose poco a poco en la programación de la televisión, muestra historias llenas de idealismo y honestidad, personajes con carácter y fé en la verdad y en el bien (a pesar de que el protagonista afirma que no crée en Dios)... Es algo por lo que vale la pena dejar el pollo asado enfriar o la ensalada sin picar para ir a sentarse al sofá y prestar mucha atención, pues con certeza, cuando estén pasando los créditos, nuestro corazón habrá sido tocado por la bondad, algunas lágrimas y una inmensa sensación de esperanza y gratitud por quien tuvo la idea de lanzar una serie así. Sin duda, seremos tomados por la emoción de percibir lo que somos capaces de realizar en favor de los otros, a pesar de todos nuestros defectos, pues Eli no es ningún super héroe y está bien lejos de ser perfecto. Su mérito es, en verdad, el hecho de creér y actuar según le dicta su corazón, mismo que esto contradiga todo lo que fué como persona y abogado hasta el momento en que descubrió que era portador de un aneurisma cerebral que puede matarlo en cualquier momento o dejarlo incapacitado como un vegetal. La enfermedad le hace tener visiones reveladoras -que acaba descubriendo ser recados de Dios- casi siempre extremadamente desconcertantes y divertidas- sobre las personas y los casos en los cuales trabaja y sobre problemas de su vida particular, lo que a veces lo hace tener actitudes que dejan a todos en la firma de abogacía totalmente desconcertados o irritados, eso sin mencionar los comentarios maldadosos, las miradas de burla o escepticismo y las amonestaciones que debe soportar por cuenta de estas visiones suyas. Su jefe, un hombre ganancioso, lleno de vanidad y sediento de poder y prestigio, está, poco a poco, siendo conquistado por las actitudes tan "sui géneris" de su empleado que, de un día para otro, abandonó a los clientes ricos y las jugadas desleales y prefirió dedicarse a ayudar a aquellos que no tienen a quién recurrir, sin inquietarse con lo que podría sucederle después de esta decisión, lo que dejó a su jefe totalmente desconcertado y muy curioso. Mantuvo a Eli en la firma, pero bajo condiciones humillantes, sin sala ni secretaria, ni siquiera un teléfono, como castigo por su mudanza drástica e repentina, que él temía causase una mala impresión y terminara desprestigiando su negocio, tal vez para tratar de hacerlo desistir por la falta de condiciones decentes para desarrollar su trabajo. Pero con el pasar del tiempo y delante de las actitudes extremadamente honestas e idealistas de Eli, de su fidelidad y sinceridad con el modo de vida que decidió seguir, está empezando a admirarlo y a defenderlo delante de los otros socios, que sólo se ríen de él y de sus visiones y crisis de caridad con clientes que no tienen nada que ofrecer a cambio de sus servicios...
En fin, la cosa es que hace muchos años que no me sentaba para ver una serie con tanto placer y esperanza, porque en cada capítulo, invariablemente, recibo una lección, una pequeña pista sobre la bondad de que somos capaces a pesar de todos nuestros defectos, una frase que se queda martilleando en mi cabeza y me hace reflexionar sobre cuánto estamos dispuestos a sacrificar para seguir un ideal en el cual realmente creémos. Hay siempre algo sobre la importancia de los valores básicos, de la verdad, la justicia, la fé y no es raro que yo acabe con los ojos llenos de lágrimas por causa de escenas o diálogos que parecen dirigidos especialmente a mí.... Estoy conciente de que, en realidad, el responsable por estas pequeñas obras de arte de una hora sobre espiritualidad y rectitud no es precisamente el actor que representa el personaje, sino el guionista que redacta la historia cada semana. Sé que el actor fué cuidadosamente escogido por su figura, su voz y su carisma, así como sus coayudantes, escenários y todo lo demás que implica montar una serie que busca llegar al público y transformarse en un éxito de audiencia.. Sé que tal vez séa todo friamente calculado para producir este efecto, pero de todas maneras, me gustaría mucho encontrar a la persona que escribe los guiones para decirle que, créalo o no, Dios actúa de las formas más misteriosas y originales -y muchas veces divertidas, tal como le sucede al protoagonista de su serie- para acercarse a nosotros y mandarnos sus recados.