quarta-feira, 21 de janeiro de 2009

La estrella

Después del temporal la calma resurge, lenta y tímida, se despereza y sale de su escondrijo, pues fué incapaz de enfrentar la furia del viento y de las águas y ella misma tuvo que protegerse, abandonandonos a nuestra suerte. Por donde ando véo casas destejadas, con jardines llenos de escombros y mugre, árboles humillados, deshojados, mutilados; montañas de hojas secas y ramas, nidos deshechos, huevos quebrados, crías muertas... Y es curioso cómo este escenario de catástrofe contrasta hoy con el sol que reina, indiferente a nuestra desgracia, en un cielo cristalino, con nubes que parecen jugar perezozamente y con el perfume de las mangueiras que impregna el aire fresco y paradojalmente lleno de promesas. El cielo y e infierno, como siempre, se mezclan, se confunden delante de mis ojos, y acaban por encontrar su equilíbrio para que nosotros, pobres mortales, no desistamos de continuar viviendo y luchando.
Bueno, esta fué una pequeña crónica de brindis, porque la de hoy, en verdad, es otra. Pero es que me quedé realmente impresionada con este último temporal pues, por primera vez, pude ver su belleza violenta y desgobernada, destructora, su pasaje veloz y barullenta, que dejó atrás de sí este escenario apocalíptico sobre el cual el hombre se levanta y reinventa, una vez más, su existencia, reencontrando la fuerza y la paz entre los destrozos y la basura.
Y aquí vá la crónica de este sábado:
Un día en el escenario, vestida y maquillada como una pequeña obra de arte, recitando con pasión un texto inspirado bajo los reflectores coloridos, envuelta por el clima mágico de la história, de la música y de los otros personajes y, al final calurosamente aplaudida por el público... Y en el otro, sentada sobre un cajón de madera, atrás de la pequeña banca de metal y madera donde están expuestas zanahorias, beterragas, papas y ramilletes de cebollín, perejil y menta, junto con algunos de couve. Gorro de lana, abrigo demasiado grande, zapatillas zurradas, expresión de sueño y hambre en su carita menuda y morena, de grandes ojos rasgados y soñadores, cuerpo delgado encogido bajo el frío de la mañana. Debe haber llegado a la féria en la madrugada, solamente con una taza de café en el estómago, para ayudar al padre a armar la barraca y disponer las verduras encima de la lona amarilla.
La véo al pasar con mi carrito de compras y le hago una seña, a la que ella responde con esa sonrisa que tiene una pincelada de tristeza que ya le conozco, pues es una de las alumnas de teatro infantil en la Fundación Cultural. Me alejo, esquivando a la multitud que llena la feria a esa hora -todos viniendo en dirección contraria a la mía, por lo que parece!- pero su imagen permanece en mi mente, todavía más nítida que todo el resto que me rodea... De nuevo la recuerdo la noche anterior, como una estrella en otro cielo, una mariposa en un universo tan dramáticamente diferente al de hoy, hablando y moviendose en aquel escenario inventado, representando las escenas de la pieza que, por algún tiempo, la roba de su escenario habitual, rudo, teñido de sacrificios y probaciones, hecho de tierra y calle, de suelo sin cemento, de ropas heredadas, cara lavada y pocas palabras... No sé por qué de alguna forma me sorprende encontrarla aquí. Tal vez séa porque no tengo certeza de dónde es más real, si en el teatro o en la feria. Tal vez un poco en cada uno de estos universos?... Y entonces me pregunto: cuál es el mundo real para cada uno de nosotros? Dónde nos sentimos mejor, más amados, valorados, acogidos, admirados? Y para esta niña, cómo funciona este juego bizarro? Se siente apocada al encontrarme aquí, sabiendo que soy uno de los jurados que le dará nota a su interpretación y a su pieza? O le soy indiferente porque, a final de cuentas, en ni un instante pierde realmente la consciencia de que todo no pasa de un sueño?... Me mira como si reconociera, sin lugar a dudas, cuáles son nuestros papeles en esta historia y, para mi espanto, se muestra conformada con el suyo, a pesar de aquella nube en el fondo de sus ojos.
A la vuelta, paro delante de su barraca, la felicito por su desempeño la noche anterior y compro un mazo de zanahorias y otro de menta. Ella agradece, mientras su carita de ojos aterciopelados se ilumina brevemente, y en seguida se despide con una sonrisa franca y cautivante, casi la misma que exhibía en el momento en que saludaba al público desde el escenario. Sólo que hoy tiene unas gotas de amargura, de resignación y pesar, de realidad, hasta de decepción. Recibe mi dinero y vuelve a sentarse en el cajón, encogiendose lentamente, como si regresase al lugar donde sus recuerdos permanecen intactos, gloriosos y llenas de luz y calor, preciosos, perfectos. Casi como un sueño que será olvidado al despertar, pero ella sabe que todo aquello fué verdad, que por una noche fué la estrella más brillante del firmamento y que su luz penetró y conmovió el corazón de una platéa que sólo tenía ojos para ella... Y pienso que tal vez esta certeza séa lo que vá a sostenerla en los muchos momentos difíciles por los cuales ciertamente pasará.
La certeza del sueño realizado -no importa cuán pequeño y breve- nos deja marcas tan sólidas y duraderas cuanto un tatuaje, y se transforma en el cimiento sobre el cual podemos ser capaces de construir una nueva historia, abrir la puerta inesperada, encontrar la fuerza que todo lo vence y dar el primero paso en busca de la felicidad.

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