sábado, 25 de outubro de 2014

"Una del montón"

    Días de sol, de calor y esperanza, de suspenso con la salud de mi hija... Pero yo sé que todo tiene solución, la cosa es no desistir. Los milagros suceden cuando parece que está todo perdido, cuando estamos al borde del precipicio, cuando pensamos que todos los puentes se quemaron y no tenemos cómo proseguir. Ese es el momento, la prueba final de fe... Porque los milagros ocurren, sí, pero no siempre como lo esperamos, entonces tenemos que mantener la mirada atenta para no perdérnoslos y agradecerlos siempre. El milagro más grande es la propia vida y todo lo que en ella acontece. Vivámosla, pues, cada día, cada hora, cada instante, porque dentro de este milagro mayor hay infinitos otros, pequeños, grandes, banales, preciosos, lecciones que tenemos que vivir y aprender para crecer y ser mejores.
    Y huyendo un poco del calor en este rincón del departamento, donde se forma una agradable corriente de aire de todas las ventanas abiertas, aquí va la crónica de la semana.


    Estoy casi convencida de que los pequeños éxitos son más valiosos, nos enseñan más y son mucho más fáciles de administrar y disfrutar que los grandes. Cuántas personas se ven por ahí, arruinadas por un éxito con el que no consiguen lidiar, devoradas, desestructuradas por él. Yo siempre pensé que deseaba un gran éxito, con la fama, el dinero, la influencia y todas las ventajas y el prestigio que aparentemente trae, pero con el tiempo he terminado por darme cuenta de que, en realidad, no habría tenido el equilibrio, la serenidad, la madurez y el aliento para lidiar con algo así. No digo que no sea tentador y que no parezca sumamente agradable, pero también tengo que admitir que trae consecuencias y responsabilidades que pocos tienen la estructura física, psicológica y espiritual para sobrellevar.
    Por eso el otro día, cuando estaba viendo en la televisión las historias conmovedoras y casi heroicas de algunas personas y sus modestos pero valiosos éxitos, me puse a analizar los míos y, a pesar de que en un primer momento me sentí un poco triste y frustrada por no haber ido más lejos, por haber tenido siempre logros breves y modestos, al fin llegué a la conclusión de que, en primer lugar, me fue bien en todo lo que emprendí, en segundo lugar, senté algún precedente, dejé una marca, influencié a personas, las cambié para mejor -ni que fuera un poquito- y todos los proyectos que empecé, los terminé. Y en tercer lugar, como ya dije, creo que si me hubiera vuelto excesivamente famosa o influyente  a causa de este éxito, no habría aguantado el tranco. Tal vez esta fama hubiese sacado lo peor de mí, tal vez me habría desequilibrado y me habría hecho perder de vista la pureza y el desinterés de los objetivos. A lo mejor hubiese sacrificado lo que era importante por las apariencias, los favores, las exigencias, los compromisos... No, creo que yo -siendo tan arrogante y vanidosa como soy- no estoy hecha para este tipo de éxito, sino para aquel más modesto, más escondido, más cercano. Pero igualmente efectivo, porque es más "limpio", más sincero y desinteresado. Estoy contenta con mis blogs, con mis crónicas, con las piezas que escribí y dirigí, con las clases que dí, con este pseudo-anonimato, pues gracias a él soy capaz de mantener una mirada limpia,atenta, clara y maravillada sobre el mundo, sus personajes y acontecimientos. Soy una del montón, no miro a nadie desde otro planeta. Mi anonimato me hace capaz de ponerme en el lugar de los otros, me permite mezclarme, conocer y descubrir la riqueza y diversidad fantásticas que existen en el mundo y poder aprovecharlas y mostrarlas a los demás.
    Estoy convencida de que estoy aportando, estoy dejando mi marca, trasformando vidas (nada dramático, sólo lo suficiente) despertando corazones, abriendo ojos... Y ahora sé que para conseguir esto basta sonreír, ayudar en las cosas simples, escuchar, tener compasión, propagar el bien en los acontecimientos de cada día, no ser perezosa ni dejar pasar las oportunidades de actuar correctamente, compartir los pequeños y valiosos milagros y lecciones que recibimos. Y para hacer todo esto no es necesario que seamos famosos, ricos o influyentes. El héroe anónimo hace su parte en el momento presente y continúa su camino, atento a la próxima oportunidad porque sabe que éstas no deben ser desperdiciadas o ignoradas, pues está consciente de que su éxito en esta empresa será bueno no sólo par él, sino para todos.

sábado, 18 de outubro de 2014

"Muñecos de cera"

    Todo puede cambiarse, detenerse, desviarse, controlarse, menos el tiempo. Una avalancha para, el fuego se extingue, el dolor pasa, la herida cicatriza, la inundación seca, pero al tiempo nada lo detiene. Es inflexible, indiferente, ingobernable. Creo que es lo único que el ser humano jamás conseguirá domeñar y manejar a su antojo, pues él viene y se va, tiene sus propias reglas y somos nosotros quienes debemos adaptarnos a ellas, porque es como un río; estamos en sus aguas y no podemos escapar de su acción... Por eso, hay que vivir, no hay que perder el sueño, la creatividad, el coraje y la alegría por cosas que no son realmente importantes. Tenemos que aprovechar cada segundo, cada oportunidad, tenemos que librar todas nuestras batallas y celebrar nuestras victorias, no importa si son pequeñas. Todas son importantes y nos hacen más fuertes y mejores. Tenemos que dar y recibir, amar y ser amados, consolar y ser consolados, porque la moneda siempre tiene dos caras. Tiempo es oro, es un regalo que sólo recibimos una vez, por eso debemos valorarlo y usarlo de la mejor forma posible... Al final, todos iremos a dar al mar, pero nuestro recorrido en el río del tiempo es lo que hará la diferencia y dirá si nuestra vida valió la pena y dejó su marca.
    Y sin perder otro minuto, aquí va la crónica de esta semana.


    Sinceramente, no puedo dejar de espantarme al ver esta batalla insana que tanta gente ha entablado contra algo que no pueden evitar: la vejez. Pueden hacerse un millón de cirugías e implantes, estirarse y ponerse hilos de oro o titanio hasta parecer verdaderos monstruos, que el tiempo no se va a detener por eso y mucho menos volver atrás. El cuerpo y sus funciones continuarán deteriorándose no importa cuán estirada tengamos la piel. No se puede operar ni anular el proceso biológico natural de nuestra existencia. Nos pondremos viejos y moriremos, nos sacamos nada con rebelarnos o intentar engañarnos entrando y saliendo de pabellones quirúrgicos. ¡Cuántos casi monstruos andan por ahí para probarnos las aberraciones que pueden resultar de nuestra porfía y obsesión! Rostros desfigurados, facciones irreconocibles, exageraciones patéticas para tratar de mantener una falsa juventud y lozanía. Parejas más jóvenes, ropas ajustadas, escotadas, fiestas y excesos para demostrar que la cirugía que estiró el rostro operó el "milagro" de rejuvenecer todo lo demás... Pero cuando lleguen a los 80 -si consiguen hacerlo después de tantas excesos- mismo que esté pareciendo que tienen 20 o 30 años a costa de cirugías, van a tener el organismo cansado, desgastado, las fuerzas disminuidas y todos los achaques correspondientes a la edad que tienen y van a morir de igual forma, porque ni el mejor medico las hará escapar de este fato... Y lo peor es que habrán sacrificado toda la dignidad y la serenidad sólo para verse como muñecos de cera en un ataúd.

sábado, 11 de outubro de 2014

"Construyendo santuarios"

    Parece que yo nunca termino de arreglar, de cambiar, de agregar o quitar, de reeditar y evaluar la disposición e importancia de las cosas para lograr que el ambiente donde vivo o trabajo me acoja y yo me sienta equilibrada e identificada con él... Pero no es que sea una inconformista o una eterna insatisfecha, sino que me doy cuenta de que, a medida que el tiempo pasa, voy cambiando, entonces el escenario donde me muevo también necesita cambiar. Todo tiene que acompañar nuestro movimiento interior y exterior, si no entramos en una especie da batalla en la cual nos sentimos siempre extraños, sin identidad, sin un lugar al que podamos llamar de "nuestro", que tenga nuestra cara, nuestros colores, formas y sonidos, nuestra luz e nuestras sombras, que respete y acoja nuestras emociones, sueños y secretos. Todos deberíamos tener algún lugar, en nuestra casa o trabajo, al que pudiéramos llamar "santuario", ya que es imprescindible que podamos renovarnos, reinventarnos, reciclarnos, encontrarnos y analizarnos cada cierto tiempo y este es el único lugar donde podemos hacerlo con calma y claridad. Puede ser bajo un árbol, en un rincón de la pieza, dentro de una iglesia, debajo de la ducha, en una mesita especial en la cafetería... Cualquier lugar en el que nos sintamos nosotros mismos sirve. Lo importante es que lo tengamos y que contenga nuestra esencia. Allí Dios y los ángeles nos estarán esperando...


    Es increíble cómo las personas -empezando por mí misma- suelen repetir o reproducir patrones de comportamiento, rutinas y escenarios a lo largo de su vida para sentirse seguras y tranquilas, "en casa". Lo de los comportamientos y las rutinas es comprensible, pues también se trata de una cuestión de supervivencia, una actitud casi instintiva, pero el hecho de también reproducir escenarios lo encuentro realmente notable y muy decidor.
    Yo me di cuenta de esto por mí misma, a lo largo de todas las mudanzas por las que he pasado, sobre todo últimamente... ¡Recuerdo que antes mismo de cambiarnos ya estaba planeando repetir ambientes en el nuevo departamento!... Y uno de los que más he reproducido en mi vida, partiendo con la primera pieza que tuve yo sola en mi casa en Santa Júlia, ha sido el del escritorio junto a la ventana, con las dos repisas encima, donde están los diccionarios y algunos adornos, fotos y el florerito encima de la mesa. Parece que si no tengo un lugar de trabajo con esa disposición y características no voy a conseguir producir nada. Yo sé que a todo el ser humano se adapta, pero también sé que si puede evitarlo, lo hará a toda costa. Y yo soy una de esas, pues a pesar de que no creo que no pueda escribir en la cama, en el sofá -con un buen apoyo, claro- o en la mesa del comedor, ese rincón con el escritorio y las repisas es como decir: "Ahora la cosa es en serio, este es mi santuario, el "arte final" de mi trabajo como escritora"... Tengo este cuaderno que puedo llevar a cualquier lugar -y lo hago- pero estoy consciente de que el texto definitivo sólo podrá ser producido en ese ambiente... ¡Y la prueba de ello es todo lo que estoy produciendo ahora que está montado!
    Definitivamente, soy na persona de rutinas (acciones, espacios, horarios, dietas, esto último por una cuestión de salud, pero que no me cuesta porque ya soy metódica y afecta a procesos repetitivos) pero a veces me pregunto si es de verdad tan positivo, porque al ser tan apegada a ellas me trae algunas complicaciones cuando debo adaptarme a cambios "obligatorios", sean de lugar o actividad. Sin embargo, la ventaja es que cuando esto sucede y acepto salir de mi zona de confort acabo disfrutándolo inmensamente -hasta tal vez más que los otros- y le saco el máximo de provecho, considerándolo una victoria. Pero también, después de un tiempo, me muero de ganas de regresar a mi pequeño universo conocido. Por eso siempre digo que lo mejor de salir es regresar.... ¿Es esto un retraso, una desventaja, un obstáculo, o simplemente un "modus vivendi" más común de lo que pienso?... No tengo certeza, sólo sé que necesito ese espacio conocido para reciclarme, para evaluar y meditar los acontecimientos, para producir mis textos y sobre todo para serenarme, equilibrarme y sentirme segura, enraizada. 
    En todo caso, de una cosa sí tengo certeza: nuestra identidad no está sólo en lo que somos o lo que hacemos, sino también en el lugar donde estamos.

sábado, 4 de outubro de 2014

"El pasado donde pertenece"

    Puede demorar un tiempo, pero uno casi siempre termina dándose cuenta de que todo sucede por un motivo y que debemos saber esperar hasta que los ciclos se completen y estemos listos para una nueva etapa, otra lección, un paso más en nuestro camino. Lo que demore en transcurrir esta etapa va a depender de nosotros, de cómo nos tomamos la experiencia por la que estemos pasando para alcanzar ese nuevo período en nuestra vida. A veces nos ponemos nerviosos, nos angustiamos o enojamos porque las cosas no acontecen cuando y como lo deseamos, pero si dejamos que ellas sigan su curso, con el paso del tiempo y los acontecimientos, con certeza nos daremos cuenta del por qué de ese "atraso", de esos "inconvenientes", de la espera aparentemente injustificada... ¡Cuántas veces no me ha sucedido a mí misma!... Pero poco a poco, y con mucha fe y persistencia, estoy aprendiendo a respetar y acompañar el paso lógico y sabio del tiempo, no juzgándolo según mi pequeño punto de vista, sino con miras a un bien mayor, al aprendizaje y al crecimiento. Porque nosotros, como el tiempo, estamos siempre en movimiento, grande o pequeño, externo o interno, compartido o en soledad. Moverse es vivir.


    ¡Que linda y emocionante es esa parte de la película de dibujos animados "Up", en la que el protagonista, un anciano cascarrabias y porfiado, encerrado en su pequeño y solitario mundo se da cuenta de que, para poder hacer que su casa se eleve nuevamente y se mueva, llevada por aquella  multitud de globos coloridos, y así poder salvar al niño que lo acompaña en esta aventura- tiene que deshacerse de todo lo que hay dentro de ella, objetos que él ama y que compartió con su fallecida esposa, a quien amaba profundamente, y que son parte del pasado de ambos, que él intenta preservar a todo costo!... Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando lo vi tirando para afuera sillones, lámparas, retratos, mesas... y dándose cuenta, feliz y emocionado, de que la casa empezaba a elevarse nuevamente... Dejar el pasado atrás, enfrentar el presente y toda su carga de novedad y superación, preocuparse de las personas que lo necesitaban ahora, de la vida que todavía le quedaba y aceptar todo lo que ésta podía aún ofrecerle no iba a robarle los recuerdos, las experiencias, las lecciones. Al contrario, era imprescindible para que su existencia continuara y diera frutos. No podía continuar preso al pasado...
    Cuando llegamos aquí yo no tenía idea de que también tendría que enfrentarme a esta situación. Pero poco a poco me fui dando cuenta -no sin pena y angustia- de que las cosas, lugares y personas de mi pasado, por más que las hubiera amado, y las amara todavía, tendrían que permanecer allí si yo quería seguir adelante. No era una retomada, sino un recomienzo, allí estaba la clave. Ni siquiera mi antiguo barrio, donde habíamos pensado irnos a vivir en un principio, pareció darme la bienvenida. Todo era extraño, se sentía lejano, como muerto, no me identificaba más con nada allí. Y lo mismo me sucedió con las personas (excepto tal vez con mis primos de Melipilla) y así me fui dando cuenta de que aquello de "empezar una nueva etapa" tenía mucho más sentido y era mucho más real de lo que suponía.
    No se trata, sin embargo, de dar vuelta la página y despreciar todo el pasado, pues si no fuera por todo lo que sucedió allí, no estaría aquí hoy, sino de dejarlo estar donde pertenece, aprovechando todo lo que aprendí en él, y seguir en frente para descubrir y disfrutar todo lo que la vida me tiene reservado de aquí en adelante. No será fácil, porque uno se apega mucho a lugares, objetos, personas y situaciones, pero estoy más que convencida de que este proceso va a valer la pena.
    Yo puedo estar envejeciendo, pero eso no quiere decir que quiero cosas viejas en mi vida. Al contrario, el encuentro y el abrazo de mi vejez con lo nuevo me va a renovar, a reinventar, y va a hacer que disfrute inmensamente más el tiempo que me queda.