quinta-feira, 15 de janeiro de 2009

El río

De algunos años para acá no sé por que me siento tan fascinada por la forma en que las personas llevan sus vidas. Ya debo haber escrito más de una docena de veces sobre este tema y, mismo así, continúa a llamarme la atención. Es que hay algo de tan peculiar y encantador en la manera en que cada uno vive, se mueve, come, mira, conversa o, simplemente, se queda sentado en la baranda al atardecer, que no consigo parar de observar y mediar sobre esto. Cada día encuentro numerosas personas en mi camino al trabajo, barriendo la vereda, jugando billar, llevando a los hijos al colegio, tendiendo ropa en el patio, bebiendo una cerveza o almorzando en un restaurante, sentadas en los bancos de las plazas o pasando por mí en sus bicicletas en la mañana temprano; arreglando vitrinas, llenando el tanque del auto, regando las plantas, conversando y riendo en grupos o caminando rápido y ensimismadas, atravesando avenidas, pagando las cuentas, jugando en la lotería, mirando las vitrinas con codicia o decepción, subiendo y bajando de los ómnibus -llenos o vacíos, según el horario- o aguardando algo o a alguien en una esquina, debajo de una marquesina, en la puerta del mall... Son tantas personas haciendo tantas cosas diferentes! Y mismo que algunas estén haciendo lo mismo, cada una tiene su propia manera de hacerlo, su tono, su intensidad, su velocidad, su eficiencia... El hombre que descarga los enormes cortes de buey del camión, llevándolos sobre los hombros sin tropezar ni derribarlos. El maestro que ergue un muro sentando ladrillo por ladrillo hasta completar una casa en la cual una familia vá a vivir. El feriante que llega a las cuatro de la mañana para armar su barraca de metal y lona y disponer su mercadería de modo que séa atractiva para los clientes. La cocinera de la fuente de soda que bien temprano ya fríe las empanadas y prepara el café para aqueles que toda mañana vienen a tomar su desayuno en las mesitas de metal. La profesora que, con sus libros debajo del brazo, encara más un día de clases, más un grupo que no está ni un poco interesado en sus enseñanzas, en la sala fría y saqueada en una escuela de la periferia... Y así continúa infinitamente. Mirando a cada uno de ellos soy capaz de asegurar que todos deben tener su historia y yo, sinceramente, adoraría escribirlas porque, con certeza, deben tener algo especial. Las casas -lujosas y modernas, o arruinadas y con patios tomados por las hierbas- silenciosas y perfumadas o animadas por chiquillos y perros corriendo en medio de la basura desparramada, las barandas donde viejitos se sientan en sillas tan decrépitas cuanto ellos para comer su sopa en un pote de helado usado, o aquellas llenas de enredaderas y maceteros, que ostentan lindos conjuntos de mesa y sillas de metal trabajado, todo tiene su peculiar historia para contar. Es como si todo y todos -mismo sin abrir la boca o siquiera poseér una- hablasen conmigo y me contasen sus secretos. Y yo no consigo dejar de escucharlos ni de querer escribirlos, pues siempre traen consigo un mensaje, significan alguna coisa, una espécie de aprendizaje, de interacción, de comprensión sobre cómo las personas funcionan, cómo las situaciones acontecen. Hay algo sobre compasión y respeto, sobre diversidad, sobre valorización, sobre ser uno con el otro, sobre los papeles que desempeñamos en los planes de Dios, sobre la importancia de unos para otros -mismo se raramemnte nos damos cuenta de esto- sobre prioridades, opciones y elecciones, sobre talentos, pérdidas y ganancia, fracasos y victorias. Hay un universo de vida pulsante, de esfuerzo, de esperanza, de luz y sombras en cada acción, en cada pensamiento o intención. Todos buscan, todos querem, todos viven, cada cual a su manera, cierta o errada, pero viven y luchan, persiguen, crecen, procrean, envejecen, mueren y, mismo así, continúan viviendo, pues son una gota en el río de la existencia, que está siempre en movimiento y renovación. Una gota, una vida entera, todo y nada e un soplo que mal conseguimos percibir... Por eso hay que prestar atenção, abrir los ojos y el alma, escuchar los mensajes y meditar sobre ellos. Por eso hay que vivir junto con todo lo que existe y dejar serenamente que el río nos lleve hasta nuestro destino final.

Nenhum comentário:

Postar um comentário