sábado, 29 de outubro de 2011

"Edifícios y esclavos"

Puchas, ya hace tanto tiempo que no me siento a escribir aquí que casi se me está olvidando cómo es la página inicial de mi propio blog!... Pero es que he andado tan ocupada con tantas cosas -desde el festival de teatro a un departamento en el centro de Santiago- que realmente no he tenido tiempo ni cabeza para escribir mucha cosa. Todo en mi vida está a punto de dar una vuelta tan grande que mal consigo dormir, trabajar, comer, qué dirá escribir!... Pero no se preocupen, porque en cualquier lugar donde vaya a parar pretendo continuar manteniendo este blog y compartiendo con ustedes mis experiencias, reflexiones, lecciones y conclusiones, las historias y las enseñanzas. Esto es algo que está en mi  sangre, como ustedes saben, es una rutina que forma parte de mi vida, entonces, no importa lo complicadas que se pongan las cosas, voy a continuar escribiendo... Bueno, debo estarles pareciendo tremendamente misteriosa, pero por el momento no puedo decir mucha cosa, por lo menos no hasta que ciertos asuntos no estén completamente resueltos. Entonces, van a tener que contentarse solamente con las crónicas, porque la historia de mi propia vida está momentáneamente tomada por un delicioso status quo... Pero como ya saben que yo no consigo guardar algo en secreto por mucho tiempo, no van a tener que esperar mucho para saber las novedades. Por el momento sólo puedo decir que ellas son interminables, sorprendentes, emocionantes, medio asustadoras, pero al mismo tiempo sensacionales. La aventura y la renovación está en mi puerta y yo pretendo dejarlas entrar y abrazarlas como a dos viejas amigas largamente aguardadas... Tal vez debería haber hecho esto hace tiempo, pero uno no hace las cosas en cuanto no está preparada. Ya aprendí que no sacamos nada colocando la carreta al frente de los bueyes, porque invariablemente alguien sale herido. No se puede empujar al río, porque él corre solo, hay que tratar de entenderlo y acompañar su curso con serenidad y atención, pois solamente así sabremos cuándo actuar, cuáles son las respuestas, dónde están las puertas y los caminos que tenemos que abrir y recorrer para encontrar la felicidad... Y es exactamente esto lo que estoy haciendo. Y parece que el universo entero está conspirando a mi favor! Qué más puedo pedir?...
    Y ahora, aquí vá la crónica de la semana.


    Hacía mi caminada usual temprano en la mañana cuando, casi llegando a una esquina con menos movimiento, tuve que detenerme abruptamente porque aquella moto barullenta subió sin ningún aviso a la vereda y estacionó bien delante de mí, sin la menor ceremonia. Yo me quedé parada ahí, mirádola con expresión incrédula, y esperé para ver lo que sucedería. Del vehículo decendieron dos muchachos, que se sacarorn los cascos zurrados y se arreglaron la ropa con ademanes desanimados. No dijeron nada ni parecieron darse cuenta de que yo continuaba allí con mi cara de reprobación... Uno de ellos se acercó entonces a un anorme portón de metal compacto, pintado de un amarillo mostaza y lleno de abolladuras y descascarado, sacó un manojo de llaves del bolsilo del pantalón, llevó algunos segundos para encontrar la que necesitaba y finalmente la introdujo en el candado. Cuando la hizo girar, la cerradura soltó un sonido profundo, que casi parecía un lamento, y el muchacho abrió el candado bruscamente, como para hacerlo callar. Su amigo esperaba atrás de él con aire cansado y apático, el cuerpo pesadamente apoyado en la moto. El joven se guardó la llave en el bolsillo y, agarrando la manija, tomó aliento y empezó a empujar el portón con visible esfuerzo. Este corrió por el riel oxidado haciendo un ruido de trizar los dientes. Dentro apareció una pequeña área de cemento con una construcción de dos pisos al fondo, la parte de abajo transformada en un garage obscuro y abarrotado. En el piso de arriba, una grande ventana de vidrios estriados y opacos cubierto por una cortina blanca y amontonada, llena de manchas y agujeros. En los espacios en que estaba más arrugada se podía ver las siluetas de algo que parecían muebles -escritorios, armários, estantes, kardex- sepultados bajo montañas de papel que amenazaban venirse abajo a cualquier momento... El otro muchacho empujó lentamente la moto hasta el garage y la estacionó junto a algunas bicicletas y  a un coche viejo, que dividían el espacio con cajones, escritorios y sillas quebradas, esqueletos de computadores y hasta unas jaulas oxidadas... En seguida, regresó a la calle y esperó otro poco, sin perder ese aire de triste desagrado, hasta que el amigo cerró y trancó el portón de nuevo. Entonces, ambos se dirigieron hacia una puerta, vecina al portón, también de metal medio abollado y rejas protegiendo el vidrio estriado en la parte superior, estrecha y sucia, mostrando unas dos o tres manos de pintura de diferentes colores, todas descascarándose, sosteniendose medio chueca en los goznes sobre un peldaño que un dia había sido rojo, pero que hoy aparecía gastado e inmundo, el dibujo de la baldosa casi borrado por el ir y venir de los zapatos. Sacando otra llave del bolsillo, él la abrió y yo pude ver que daba para una estrecha escalera flanqueada por una pared de color  indefinido, techo alto de tablas carcomidas y una luz mezquina en el fondo. Mirando hacia arriba se veía solamente una pared clara llena de manchas de humedad, como si después de la escalera no hubiera nada más... Los muchachos se miraron entre sí, como juntando coraje, y entraron con andar pesado. Cuando el último se volvía para cerrar, de repente apareció corriendo una muchacha, gorda y pálida, de largos cabellos rubios prendidos con un cintillo de plástico. Vestía la típica falda de los protestantes, cara lavada, anteojos viejos, zapatillas de plástico, y llevaba una bolsita amarilla de vinil en bandolera. Les hizo señas a los muchachos y los llamó, jadeante, pidiendoles que la esperaran. Los chicos se detuvieron y permanecieron al pié de la escalera hasta que ella llegó, mostrando en la cara la misma expresión de resignación y secreta rabia al enfrentar la escala de baldosas rojas. El cuadro desapareció de mi vista cuando el último joven cerró la puerta, no sin antes dar una larga e indefinible mirada hacia la calle, como si estuviera despidiendose de ese mundo... El ruido seco de la cerradura pareció algún tipo de destino aciago siendo cumplido por aquellos que entraron en el edificio féo y descascarado, con esas manchas negras de lluvia descendiendo por las paredes como garras o colmillos de un monstruo, las ventanas de vidrios sucios y cuartos obscuros e indefinidos atrás de ellos... Virando la esquina, sin embargo, y destacandose como una ironía o un insulto, me encontré con un pequeño conjunto de casitas modestas, pero con muros de colores claros, jardines verdes y llenos de flores, porches con sillas y maceteros, perros echados al sol, ventanas abiertas y olor a café y a porotos en el aire... Mirando hacia el edificio lúgubre y callado, me pregunté si los que trabajaban ahí no se asomarían de vez en cuando para espiar la vida de estos vecinos y huír de esa tumba en la cual eran obligados a pasar buena parte del día. Me pregunté si no abririan algunos centímetros las ventanas y pondrían la nariz para respirar aire puro, para sentirse vivos, para crear coraje y continuar trabajando en aquel mausoléo decrépito. Me pregunté si la chica habría traído algún macetero con violetas o cardenales, o por lo menos una de esas plantas que, por superstición, las personas colocan en la puerta; o si alguno de los muchachos habria traído una foto, un afiche, algún adorno, si habría traído una radio o alguna otra cosa que le recordase que existía vida fuera de allí... Pero, podrían estos detalles sobrepujar a oscuridad y el moho, el silencio opresivo? El sonido tímido de una radio o los colores de una violeta  encima del escritorio conseguirína alegrar y barrer el olor a papel parado, a rutina, a tiempo parado?...
    Me quedé algunos minutos más parada allí, delante del edificio, donde se leía en una placa desteñida, en letras negras e incompletas, medio chuecas: "Oficina de contabilidad", y me pregunté qué jefe  obliga a sus funcionarios a trabajar -exigiendo eficencia, rapidez, clareza y compromiso- en un lugar así, cómo es capaz de trancarlos allí dentro, con certeza aprovechandose de su necesidad de trabajar, y abandonarlos así, sepultados en medio de papeles, calculadoras, computadores viejos y ventiladores barullentos, baños minúsculos y hediondos, y salir por ahí en su coche último modelo, con aire acondicionado y asientos suaves... Será que le pasa por la cabeza la imagen de sus empleados almorzando marmita recalentada -o fría- en un cuarto que es una mezcla asquerosa de baño y cocina? Será que se acuerda de ellos en el invierno, cuando tienen que trabajar con guantes, bufandas y gorros porque el edificio no tiene calefacción? Piensa en sus ojos cansados mientras cambia la única ampolleta amarilla que cuelga de un alambre pelado?... Peór aún, será que realmente sabe quiénes son estos infelices para los cuales firma un miserable cheque todo fin de mes?...
    Dí un suspiro profundo, mezcla de desagrado y tristeza, y continué mi camino, concluyendo que, definitivamente, hay edificios que son la cara de sus dueños y que, desgraciadamente, hay dueños que todavía practican la esclavitud dento de ellos y que nadie se entera porque éstos usan el edificio féo y deprimente como si fuera un perro guardián que no deja que nadie entre para descubrir la verdad.

sábado, 8 de outubro de 2011

"El libro de la vida"

Bueno, tengo que aprovechar bien mi último fin de semana libre antes de nuestro festival de teatro estudiantil, que empieza el próximo sábado. Van a ser diez días de correría y stress -a pesar de que todo indica que las cosas está bajo control y que no me olvidé de ninguno de esos detalles antipáticos de logística. Pero de cualquier manera sé que mi jefe vá a encontrar alguna cosa para atormentarme, entonces ya estoy medio conformada con llevar una reprimenda...- y espero que sin incidentes fuera los pequeños contratiempos normales de trabajar con aficionados. Este año el número de escuelas y grupos interesados en participar disminuyó dramáticamente, por eso, en vez te durar dos semanas o más, este año el evento tendrá sólo diez días, incluyendo los espectáculos de abertura, cierre y la noche de entrega de los premios, días en que no hay competición. Por un lado, todos damos gracias a Dios porque estamos extremadamente sobrecargados y exhaustos, pero por otro, es triste percibir la falta de interés de las escuelas y grupos. Créo que el próximo año vamos a tener que sentarnos y discutir seriamente sobre este evento, porque todo indica que la fórmula cansó y dejó de ser atrayente para el público.
Fuera eso, todos los otros eventos hasta el fin de año están civilizadamente programados y parece que vamos a conseguir llevarlos a cabo con una relativa calma, inclusive los 20 días de espectáculo al aire libre en la navidad (de ese yo estoy encargada). Sólo espero que no nos aparezca nadie con alguna sorpresita de aquellas a las cuales no se les puede decir que no porque si no, algunas cabezas pueden caer... Ya saben, cuando la orca manda, las sardinas se ponen en filita y obedecen sin soltar ni una burbuja...
De cualquier forma, voy a ver si consigo algún tiempecito para postear la crónica, pero créo que vá a ser bien difícil porque no puedo hacerlo en los computadores de la fundación porque ellos no tienen acceso a blogs. Entonces, si no consigo cumplir con este compromiso la próxima semana, ustedes van a saber el por qué.
Y pasando a cosas más agradables e importantes que decirle "sí, señor" al jefe, aquí vá la de esta semana.

    Llego a la conclusión, después de tanto tempo y altos y bajos de todo tipo, de que es imprescindible que pasemos por la experiencia, que vivenciemos todo lo que nos toca, no importa lo que séa, pues es el únco medio de aprender y crecer, de conocernos y conocer a los demás y así volvernos seres humanos mejores. No podemos negarnos a vivirla, no podemos detenerla, impedirla o manipularla según nuestras conveniencias, debilidades o planes. Toda y cualquier experiencia forma parte de nuestro crecimiento, de nuestro destino, pues la vida no es más que una sucesión de ellas -pequeñas o grandes, felices o infelices- que a veces ocurren primero en el cuerpo para después alcanzar la mente, o vice versa. Todo acontecimiento, todo encuentro, éxito o pérdida contiene una lección, tiene un objetivo y sirve para que lleguemos a conclusiones que podremos utilizar más adelante. El cuerpo es semejante a un libro en el cual registramos -conciente o inconcientemente- todas las experiencias por las que pasamos, y no tan sólo las nuestras, las actuales, sino también las ancestrais, las históricas. Cada experiencia abre una nueva puerta, desencadena un nuevo ciclo -o lo termina- nos tráe nuevas oportunidades, otras opciones, a veces sorprendentes, nos revela algún camino que nos ayuda a dar el paso siguiente, justamente porque él engloba la pregunta que nos inquieta y su respueta. Entonces, cómo podemos perfeccionarnos en el arte y en la vida si no vivenciamos las experiencias?... Tenemos que preguntar, trabajar para encontrar las respuestas, y para que esto suceda, debemos correr el riesgo de vivir, de ser y estar donde el plan divino nos coloque; debemos tener nuestos encuentros y despedidas, nuestras dudas, nuestras noches oscuras y nuestros instantes de iluminación. Trancados en algún rincón lejano, escondidos y acobardados delante de la vida y sus desafíos, moriremos, seremos inútiles, habremos perdido nuestra oportunidad de participar de la aventura que es la historia de esta humanidad y, peór, nuestra parte -única e intransferible- quedará faltando en la trama de ella y nunca sabremos su importancia. Nos preguntaremos si habríamos hecho alguna diferencia, pero jamás sabremos la respuesta.