domingo, 22 de dezembro de 2013

"Mis cinco minutos"

    La navidad está tocando a la puerta, entonces es hora de prepararse para la renovación, las promesas -pero no aquellas de fin de año como empezar la dieta o comprar menos zapatos- el renacimiento. Una vez más tenemos esta oportunidad de recomenzar, de volver a cero, de ser niños junto con Jesús y rever el mundo, a las personas, nuestras actitudes y decisiones, nuestras opciones y oportunidades. No importa dónde estemos ni lo que hagamos, es momento de celebrar y renovar la fe... A mí me encantaría ya estar instalada en mi nuevo apartamento, pero el hecho de que aún no sea posible no quiere decir que me voy a amargar la navidad y el año nuevo. Al contrario, sucede que mi propio cambio va a coincidir con el comienzo del nuevo año, entonces, ¿qué más apropiado?... Ya adorné nuestra cajita de fósforos con un pesebre, un arbolito de pascua chiquitito y unos adornos de pared y estoy lista para pasarlo muy bien con mi hija y agradecer todo lo que hemos recibido a lo largo de nuestra aventura aquí. Hemos sido descaradamente bendecidas con todo tipo de pequeños y grandes milagros, personas, situaciones y encuentros que nos han facilitado las cosa y nos han demostrado que Dios está siempre junto a nosotros, cuidándonos y allanando nuestros caminos, cumpliendo nuestros sueños y dándonos todavía mucho más de lo que pedimos o esperamos. Por eso, ¡vamos a celebrar esta navidad! Jesús se lo merece...
 Y después de este arranque de agradecimiento y esperanza, aquí va la de la semana:


    Cada día me convenzo más de que son los pequeños gestos los que pueden promover la verdadera y definitiva transformación de este mundo. No tengo nada contra aquellos que realizan grandes obras y fundan movimientos, ordenes religiosas, esparcen filosofías de unión y hermandad, aquellos que movilizan multitudes en pro de causas humanitarias o destinan buena parte de sus bienes a ayudar a los desvalidos; no, son actitudes admirables y realmente efectivas, estas personas indudablemente son necesarias, pero ahí me pregunto: ¿Y nosotros? ¿Nosotros los pobres mortales recursos, contactos, seguidores ni medios de divulgación? ¿Cómo lo hacemos? ¿Cuál es nuestro campo de batalla? ¿Quiénes son nuestros soldados? ¿Cuáles nuestras luchas?... ¡Somos tan ínfimos y descalificados, tan atormentados por las cosas de nuestra existencia! Cuentas, colegio, oficina, arriendo, mercado, jefes, horarios, plazos... Todo nos acosa y nos angustia de tal forma que mal tenemos tiempo para sentarnos y hacer consideraciones sobre  los males de este planeta. ¡Tenemos nuestros propios conflictos para resolver!... Y normalmente no sabemos ni siquiera por dónde empezar.
    Es entonces que yo me digo: ¿y si empezáramos por los de los otros?... No, no hablo de pagarles las cuentas o pelearse con el jefe tirano, sino de realizar pequeñas cosas, gestos, detalles que podrían darles alguna alegría, algún descanso, mismo que parezcan banales o insignificantes... ¿Y qué es lo que me dio esta pista?... Bueno, hoy en la mañana estaba en la fila del mercado - ya saben, aquella locura descontrolada antes del día 24- con mi carrito lleno, cuando vino a pararse atrás de mí un joven que tan sólo traía una botella de bebida y un pan. Yo estaba con prisa y bastante cansada, pero al verlo pacientemente parado allí con su botellita y su marraqueta, mirando con ojos largos mi carro lleno de mercadería que, con certeza iba a demorar para pasar por la caja, me dio un impulso y de repente le pregunté de sopetón si era sólo eso lo que había comprado, pensando que de pronto podía aparecer una esposa o un amigo con un carrito rebosando de mercadería. Cuando me dijo que sí, un poco desconcertado, continué siguiendo aquel impulso y le ofrecí pasar antes que yo. Más sorprendido aún, respondió que sí, y vino a colocarse delante de mí, medio tímido. Pasó su bebida y su pan y me dio una ojeada de lado, sin poder evitar sonreír.
    -Muchas gracias... Puchas, se pasó.- y sonriendo más abiertamente comentó con la cajera - Así vale la pena empezar el día, encontrando a alguien que tiene un gesto amable con uno.- y tornando a mirarme concluyó -Bien que podría encontrar gente como usted todos los días.- recibió su vuelto y se alejó, todo contento.
    Al verlo irse yo sentí una deliciosa ola de calor y felicidad invadirme y de inmediato pensé: ¿qué me había costado este pequeño regalo? ¿Quizás los cinco minutos que demoró para pasar sus cosas por la caja?... Pero el hombre había sonreído, se había sentido tomado en cuenta, importante, aliviado, sorprendido, agradecido. Y quién sabe a lo largo del día no repetiría  esta amabilidad con otras personas: le ayudaría a alguien a cargar un paquete pesado, a otro a atravesar la calle, le cedería el asiento a un tercero en el metro, a otro más le recogería algo que se le cayó y se lo devolvería... Y así por delante, mis cinco minutos empezarían a rendir dividendos, a esparcirse, a ser contagiosos.
    Es de ese tipo de gesto que hablo: cosas mínimas, triviales, que indican que estamos atentos y dispuestos, que formamos parte de un todo, que podemos dar un ejemplo y esperar que éste se multiplique (y con certeza lo hace, igual que en esa propaganda del chico que lleva un porrazo en el skate) Hacer esto una y otra vez, todos los días, siempre con una sonrisa, porque queremos de corazón ver a los otros felices, con gentileza y buen humor, sin pensarlo dos veces. Es bueno para los demás, mejor para nosotros.
    Estoy absolutamente convencida de que este comportamiento, junto con el de las grandes águilas, hará que nosotros, humildes gorrioncillos, causemos una revolución y una mudanza radical y completa en el mundo.

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