quinta-feira, 26 de setembro de 2013

"Llevar el hogar"

La llegada de mi hijo este fin de semana para una visita de diez días, como podrán imaginárselo, me tiene completamente absorbida, extasiada, feliz y corriendo de arriba para abajo con todo tipo de preparativos, menús, panoramas, redecoración del departamento (para que quepamos)  y todo tipo de detalle que pueda hacerle la estadía inolvidable... Entonces he dejado el blog medio de lado, pero aprovechando que ya hice todo lo que tengo que hacer al respecto y no quiero continuar cambiando el florero de la mesita de un lado para otro, me voy a sentar aquí y voy a postear la crónica de una vez, porque con certeza los próximos diez días ni me voy a acordar de que él existe. Pero no se preocupen, que después que mi hijo parta y me haya  cansado de llorar y de echarlo de menos instantáneamente, los voy a compensar. ¡Hasta creo que voy a reactivar mi blog de cuentos!... Entonces no se preocupen por mi silencio. !Estará muy bien justificado!
Entonces, antes de que se me ocurra otro lugar para meter el florero, aquí va.
 
 
 
    Hay personas que, definitivamente, tienen el don sobrenatural de transformar el un hogar cualquier lugar donde se encuentren. Puede ser una oficina o un cubículo de trabajo, un taller, una terraza, un cuarto de hotel, un departamento, una sala de clases, una pieza arrendada... Parece que ellas traen el concepto de hogar tan arraigado que consiguen transportarlo y recrearlo donde quiera que vayan. Así, al poco tiempo de estar en un sitio ya consiguen crear y hacernos sentir esa cosa cálida, acogedora y familiar que nos da la bienvenida así que cruzamos el umbral. Puede ser tan sólo un cuadro, un florero, una alfombra, un adorno, la disposición de los muebles, mas de alguna forma construyen allí un hogar con lo que tienen a mano... No sé definirlo, pero estas personas poseen algo hogareño, equilibrado y tranquilizador que imprimen con increíble fuerza en el lugar donde se encuentran y hacen que uno se sienta alegre, sereno y cómodo en cuanto está allí. Y lo curioso es que no se trata de una cosa de buen gusto, dinero o música ambiental agradable. Es más bien una cualidad espiritual que se transfiere al ambiente y a los objetos, una especie de calor, una sensación, un perfume, un aire cálido y ordenado que parece desprenderse de estas personas. Pueden llegar al lugar más feo y desolado que en poco tiempo habrán conseguido convertirlo en un hogar, que será el reflejo de ellas mismas, de aquella aura maternal que todos necesitamos tanto para crecer y sentirnos seguros y acogidos, apoyados y consolados.
    La madre de la escritora Pearl S. Buck, premio Nobel de literatura, poseía esta cualidad, y en verdad era una bendición para la familia, ya que era obligada a seguir al padre -un apasionado pastor- por toda China, y acomodarse en todo tipo de viviendas miserables y perdidas en remotas aldeas entre las montañas. Pearl nunca olvidó cómo su madre, en poco tiempo y con elementos que encontraba en los alrededores (fuera su órgano, su alfombra y una mecedora, además de sus plantas) había sido capaz de hacer un verdadero hogar de cada casa en la que tuvieron que vivir, y esto la marcó profundamente, haciendo que más tarde ella misma buscara repetir esta actitud y se esforzara por construir un hogar cálido y seguro para ella y sus hijas en cualquier lugar donde fuese, ya que ella también viajaba bastante. Ella había aprendido la importancia que tiene este tipo de ambiente para el desarrollo del ser humano en todos los aspectos y no escatimó esfuerzos para que todos quienes entrasen en su casa se sintieran en su propio hogar.

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