domingo, 10 de novembro de 2013

"Tiene que valer la pena"

    En una repisa encima de mi escritorio tengo una tablita artísticamente cortada y barnizada en la cual se lee este pequeño verso en letras negras cursivas: "Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo cambiar y sabiduría para reconocer la diferencia entre estas dos cosas"... Y debo decir que, últimamente, he mirado muchas veces a esta tablita y respirado hondo, porque he enfrentado momentos y dilemas, decisiones y batallas en las que he debido usar estas palabras. La vida no es fácil, pero no por eso tenemos que volverla aún más difícil. Al contrario, tenemos que aprender a ahorrarnos disgustos innecesarios, encuentros desagradables, relaciones inútiles o desgastantes. ¡Es tan breve nuestro tiempo aquí!... Entonces hay que hacerlo rendir, hay que ser feliz, hay que crecer y cumplir nuestro destino; cada uno el suyo, con sus penas y alegrías, para poder llegar al final lo más entero que se pueda, realizado, sin resentimientos o deudas que amarguen nuestra partida. Así la cosa va a haber valido la pena. Y creo que las personas hacen las cosas para que valgan la pena, para tener algún resultado y no para frustrarse o hundirse.
    No se preocupen, no me estoy poniendo morbosa ni pensando en mi muerte o cosas parecidas. Es que los últimos conflictos por los que he pasado -y que están siendo exitosamente resueltos, mismo si duele- me han hecho pensar en cómo nuestra vida debería ser encarada y vivida, para nuestro propio bien. Y también me he dado cuenta de cuánta gente hay por ahí que vive una desgracia permanente, que no consigue ver un futuro y se entierra en la depresión, cuánta gente que sólo reclama y se victimiza en vez de hacer algo por salir adelante... Hay que vivir bien en todos los sentidos, pero nadie dice que esto es fácil. No, tal vez requiere mucho más esfuerzo que vivir mal, echarse a morir o culpar al mundo por una historia en la cual las opciones no fueron las más acertadas. Pero eso tiene remedio, nunca es tarde para levantarse. Lo único que no tiene remedio es la muerte, como decía mi sabia abuela...
    Y dejando estas consideraciones para continuar meditando sobre ellas después de almuerzo, aquí va la crónica de la semana, con una preciosa selección de músicas de Bach como fondo...
 
 
    Pienso en nuestra mortalidad y nuestra brevedad, que son al mismo tiempo una maldición y una bendición, y llego a la conclusión de que si, por un lado pueden llevarnos a cometer locuras en el intento de vivir todo lo que se pueda antes de envejecer, de enfermarnos o volvernos dependientes, de morir, por otro lado pueden transformar nuestra existencia en algo precioso, rico y pleno, que deje un legado valioso... ¿Pero cómo puede ser esto, si la muerte es una previsión tan cruel y traicionera, tan inmutable? Pues justamente por eso, porque el hecho de saber que vamos morir puede ser totalmente deprimente, aterrador o enloquecedor y parecernos arbitrario e injusto... Parece una paradoja, ¿no es cierto?... Pero yo pienso que, ya que es así y no podemos cambiar esta realidad, entonces nuestra vida tiene forzosamente que valer la pena: tenemos que hacer lo posible para encontrar cosas y personas admirables, para hacer que acontecimientos positivos y especiales sucedan -con nosotros y con los demás a través nuestro- tenemos que aprender a valorar cada día, cada momento, cada lección; debemos empeñarnos para crecer y compartir lo bueno que tenemos, lo bueno que aprendemos o que alguien nos enseña. Tenemos que desenvolver nuestros talentos y donarlos a quien los necesite, pues por algún motivo nos fueron dados. Precisamos estar atentos a los milagros -sobre todo a esos chiquititos de cada día- a las lecciones, los descubrimientos y encuentros, porque a Dios le encanta colocar muchos santos y ángeles a lo largo de nuestro camino y si no prestamos atención, podemos dejarlos pasar.
    Si dura tan poco, esta vida tiene que ser, definitivamente, especial, completa, serena, feliz. Vivir lo que no nos corresponde sólo para decir que lo vivimos, para "no perder la experiencia", no nos va a ayudar a sentirnos más realizados, útiles, integrados o felices. Tenemos que aprender quiénes somos y qué es lo que realmente necesitamos para alcanzar el equilibrio, la sabiduría, la paz y, finalmente, la felicidad que merecemos. Esta es nuestra verdadera misión en cuanto estamos aquí, fato del cual no solamente nosotros mismos nos beneficiaremos, sino también lo harán todos los que están a nuestro alrededor.

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