sábado, 19 de outubro de 2013

"El abismo y el puente"

    Sé que había prometido empezar a publicar nuevamente cuentos en mi blog de historias, pero, primero: la semana pasada les di la dirección errada. La correcta es pazaldunate-historias.blogspot.com. Y segundo: anduve medio enrollada con unos problemas de familias, de esos que a uno le quitan toda concentración porque necesitan ser resueltos de una vez por todas. Entonces, creo que, una vez que consiga comunicarle al interesado mis decisiones, podré volver a concentrarme en esta tarea... Un poco de paciencia, mis amigos. Ustedes saben: familia primero.
    Y como ya estoy con el almuerzo hecho, voy a aprovechar para postear esta crónica -que por lo demás es bien larga- ahora en la mañana. Así quedo libre para escribir otras cosas en la tarde o salir para dar una vuelta por ahí porque el día está bien bonito. Entonces, aquí va:
 
 
 
    Estaba en el probador de la tienda repleta esperando mi turno con algunos ganchos de ropa y un tremendo dolor de espalda. Parecía que mis pies iban a entrar en huelga a cualquier instante de tanto que había caminado por los tres pisos de la tienda tratando de encontrar algo que me gustara. Para ser sincera, nada de lo que había escogido me convencía por completo, pero como estaba estúpidamente determinada a salir de ahí con alguna prenda, fui a ponerme en la fila, sintiéndome igual a un cordero rumbo al matadero.
   Finalmente, un pendejo de pelos parados que estaba desparramado en el único sofá disponible -todo sucio y destartalado- decidió levantarme y yo corrí hacia él, dejándome caer, agonizante, con mis ropas en la falda. Armándome de un poco más de paciencia, suspiré y cerré los ojos. Bueno, por lo menos estaba sentada... Algunos minutos después se reunió junto a mí un grupo de funcionarias -de esas que vienen a buscar las ropas para devolverlas a los colgadores de cada marca- que, aprovechando el taco fenomenal en los probadores, se pusieron a conversar sobre las vacaciones de fin de año. Cada una le hacía propaganda a su esquema, a su modesto paquete turístico, a la posada, a la caja de la cual era socia y que le daba un fin de semana en una cabaña en la playa para toda la familia, lo que significaba que se le juntarían unos tíos, los abuelos, sobrinos y los suegros, pero que así mismo valía la pena haber pagado a lo largo de todo el año.
    -Vamos a quedar medio apretados, pero por lo menos vamos a poder ver el mar.- comentó la chica, entre contenta y preocupada.
    No sé qué playa era, pero las demás no la aprobaron mucho, comentando que ese era el problema de pagar sin saber exactamente lo que les estaban ofreciendo. Entonces, una mujer de más edad declaró que ella había ahorrado todos los meses para pagar una fiesta de navidad y año nuevo en otra playa, toda la familia y dos invitados, en una pensión desde la cual podrían ver los fuegos artificiales... Y así, todas fueron contando sus modestos planes, ni siempre los más glamorosos, pero conseguidos a costa de grandes sacrificios. A l mejor no era lo que habían soñado, pero se mostraban contentas y no reclamaban por no poder conseguir algo mejor. Por el contrario, estaban determinadas  a disfrutar al máximo lo que les había tocado, lo que me pareció muy sabio y realista. La modestia no era algo que les incomodase.
    Al otro día fui a un salón de belleza que queda en el barrio alto, de esos donde los edificios tienen balcones que dan vuelta la esquina y hay una lámpara de lágrimas de cristal en el hall de entrada. Ya entré medio apocada, y aquel salón que parecía un escenario victoriano rebuscado y lleno de funcionarios elegantemente uniformados que lo miraban a uno  como a un mendigo, no ayudó para nada a sentirme mejor... Pero como a caballo regalado no se le mira el diente -me había ganado la sesión de un amigo brasilero que conocía al dueño- adentré  valientemente en aquel templo de vanidades y fui lindamente atendida, gracias a Dios, a pesar de que el trabajo del peluquero propiamente dicho, fue un verdadero desastre. ¡Parece que acabé de escaparme de un manicomio!...
    El caso es que, mientras estaba cómodamente instalada en un sillón anatómico con el pelo lleno de tintura y una especie de estufa alrededor de la cabeza para que no me diera frio y la tintura se adhiriese mejor, no pude evitar escuchar la conversación de mis vecinas que, como las funcionarias de la tienda el día de ayer, se preparaban para las fiestas de navidad y año nuevo y las posteriores vacaciones.
    -¡Hotel Miramar, claro!... ¿Dónde más vas a pasar la noche de año nuevo?- afirmaba una rubia de piel estirada a la cual le hacían la manicure.
    -Lo que es yo, me voy con mi marido y los niños a Reñaca, a la casa de mi suegro, que hace una fiesta espectacular. ¡Todo de lo mejor!... Vale la pena aguantar al viejo para poder comer ese caviar y tomar esa champaña francesa que manda traer especialmente de los viñedos que tiene en Francia.
    Y así discurrían, compitiendo sobre quién iría a gastar más en regalos, fiestas y ropas; en el yate de quién irían a pescar, con cuáles celebridades irían a encontrarse, cuánto tiempo se iban a quedar en tal chalet, en aquella playa con esos amigos ricos... Evidentemente, la modestia tampoco era muy importante aquí, pero en el sentido opuesto. Exhibirse parecía caerles como algo totalmente normal y, mismo con todas sus ventajas, había un qué de tedio, de cansancio, de regio sacrificio en su actitud. No parecía que iban a divertirse, sino más bien a aguantar a los otros ricos que estaban tan aburridos como ellos de tanta fiesta y glamour.
    Salí de allí con un nuevo y bizarro corte de pelo, de un color demasiado claro -del tipo polvo sutilmente dorado- y la billetera mucho más liviana. Pero lo que más sentí fue que el corazón se me había puesto medio pesado, porque de repente empecé a preguntarme cómo dos mundos tan diferentes, habitados por personas tan opuestas, podían coexistir en una misma sociedad. Y mientras más escuchaba lo que cada uno decía, más imposible me parecía que algún día pudieran juntarse y convivir armoniosamente. Los de ayer eran, en buena parte, los empleados de los de hoy, que parecían hacer de cuenta que éstos no existían, en cuanto aquellos estaban llenos de envidia y resentimiento por ellos... Entonces, ¿sería posible construir algún tipo de puente que cruzara este abismo insondable, que los hiciera verse y comunicarse, ni que fuera de lejos? Y si este milagro sucediera, ¿se atreverían ellos a cruzarlo? ¿Y que ocurriría si lo hicieran?¿Llegarían a algún tipo de diálogo, de entendimiento, de equilibrio?.
    Me subí al metro todavía pensativa, preocupada, más aún al verme rodeada por esa masa trabajadora que a ese horario llenaba los vagones, y empecé a preguntarme dónde entraba yo en toda esa historia... ¿Estaba en el medio?¿Era como una especie de híbrido que tenía genes de ambas clases? ¿Me sentía mejor entre las funcionarias de la tienda o entre las madamas del salón de belleza victoriano? ¿Con cuál de estos dos mundos era más empática y por qué? ¿Quién era yo en el abismo que se había creado entre estos dos universos?... Evidentemente, deseaba cosas de ambos, pero de alguna forma en que no perdiera el equilibrio ni provocara una guerra dentro de mí, porque era obvio que había ventajas en ambos. Entonces percibí que yo tenía el poder de escoger lo mejor de cada uno, de adaptar sus realidades a mis necesidades, a mi escala de valores, a mis objetivos, de manera que podía perfectamente disfrutar de lo que considerase adecuado para mí.
    Estoy convencida de que los opuestos precisan existir, fuera la cuestión maniqueísta, también para que nos demos cuenta de lo que hay en medio de ambos y así luchemos para encontrar un equilibrio y para que percibamos que cuando éstos son llevados a los extremos se convierten en algo nocivo que puede desatar acontecimientos desastrosos. Nada mejor para la paz que la conciencia que lleva a la temperancia, al equilibrio, a la modestia, al progreso y la ambición controlados, la compasión y la empatía con el otro y su situación. No se trata, sin embargo, de que uno tome el lugar del otro, sino que, desde su posición, consiga darse cuenta de lo que debe ser hecho para que se instaure la armonía y la justicia y, claro, llevarlo a cabo.
    No sólo se debe tener misericordia de los pobres, mas también se debe tenerla de los ricos, porque todos necesitamos consuelo, justicia y paz.
 

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