domingo, 27 de outubro de 2013

"El pequeño ejército"

    Nada como un domingo soleado para inspirarse, salir a la calle y quedarse contemplando el paisaje y a las personas -muchas menos que durante la semana- para saborear la realidad y su extraordinaria diversidad. Cada día es diferente, lleno de sorpresas y enseñanzas, porque inclusive aquello que vemos siempre y a lo que estamos acostumbrados tiene siempre algo nuevo que decirnos. Basta estar atentos. Dicho sea de paso, si yo no hiciera este ejercicio todos los días, con certeza no tendría material para escribir mis crónicas ni crecería como ser humano, porque los mensajes que el universo -o llámese Dios, si quiere- nos entrega a cada momento son imprescindibles para que lo conozcamos y nos conozcamos a nosotros mismos. El se mueve a nuestro alrededor para que aprendamos y nos desarrollemos junto con él y actuemos armoniosamente para el bien de todos.
    Como pueden ver, hoy estoy completamente filosófica. Deben ser esos momentos de absoluta felicidad, certeza y gratitud que ando teniendo últimamente. Algo completamente gratuito y maravilloso que me hace percibir que la vida hay que vivirla, aprovechando todo lo que nos ofrece -sin volverse loco, claro- en el momento presente, pues el pasado ya fue y el futuro no existe... Entonces, en este estado de espíritu totalmente "bienaventurado", vamos a la crónica de la semana.
 
 
     Forman un pequeño ejército  que cada día invade las calles de la ciudad con sus bastones, muletas, sillas de rueda, carritos, cestas, mesitas y banquillos. Cojos, ciegos, paralíticos, deformes, aparentemente incapacitados para trabajar, para valerse por sí solos... Sin embargo, allí están, en calles, paseos, parques y ferias con sus mercaderías de todo tipo: medias, pelotas, verduras, juguetes, ropa, bisutería, tijeras, hierbas mágicas, artesanía... Allí están, haciendo su parte, luchando, buscando su sustento, su espacio entre las multitudes y las grandes tiendas. No mendigan. Trabajan, inventan, descubren y aprovechan sus talentos -por más pequeños que sean- y los llevan a las calles sin miedo, porque la necesidad es más fuerte que la vergüenza o la timidez, que el miedo al fracaso. Cada cual tiene su estilo, su método, su gracia para atraer a los clientes, y pasan frío, hambre, a veces son perseguidos por los policiales, maltratados por la enfermedad y la crueldad de algunas personas. A veces les va mal, no venden nada, apenas da para comprar algunos panes y una lata de café, a veces ni eso. Otras se vuelven a casa contentos, con un paquetito de carne de segunda, unos fideos, hasta un pancito dulce para los cabros chicos, que van a celebrar como si fuera mañana de navidad. No conoces la desidia, el dolor de cabeza, las puntadas en la espalda, las piernas hinchadas, las ganas de quedarse otro poquito en la cama. No los ahuyenta la lluvia, el feriado, el sol inclemente o el frío que corta la carne y congela las manos y los labios. Contra viento y marea mantienen la dignidad, la sonrisa, la modesta vanidad, la gentileza y la solidaridad con sus vecinos (cuando uno no tiene un producto le indican a otro que puede tenerlo, sin engaños ni celos)... No existe día malo para este ejército heroico y porfiado, porque como dicen, "la necesidad tiene cara de hereje". Hay que sobrevivir, sostener a una familia, ahorrar unas monedas para la cocina, los libros del colegio, los zapatos para el hijo, quién sabe una bicicleta para navidad... No desisten porque tienen algo que ofrecer fuera sus mercaderías de segunda: un ejemplo que muchos de nosotros deberíamos seguir.

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