domingo, 13 de outubro de 2013

"Los secretos de las espías"

    Y después de haberlo pasado regio con mi hijo -que, al contrario de lo que yo temía, no se hizo ni un problema por el tamaño minúsculo de nuestro actual departamento- y de habérmelo llorado todo después de que se fue, aquí estoy, retomando mis rutinas y preparándome para nuevos proyectos y para la inminente mudanza de dirección el mes que viene... Los días están ridículamente preciosos y perfumados y todo el mundo parece renovado y lleno de esperanza. Yo incluida. Todavía lucho para encontrar mi camino como escritora aquí, pero he tomado otras decisiones -nada fáciles, por cierto- que con certeza van a compensar este tiempo de espera. Van a hacerlo más agradable y sereno, porque cuando uno se aleja de las cosas negativas, por más difícil que sea, todo se vuelve más fácil  y claro, uno se llena lentamente de tranquilidad y consigue enfocarse en lo que es realmente importante. Uno no decide vivir un cambio radical para pasarlo mal o estresarse, sino para progresar, para crecer y ser feliz. Se pierden cosas y personas, pero se ganan otras. Esto es una ley. Y yo estoy lista para ganar muchas cosas buenas... A fin de cuentas, ¿para que agregarle disgustos a la cuota que ya tenemos?...
    Entonces, volviendo a las rutinas saludables y aprovechando que estoy sola porque ahora mi hija está trabajando -¡finalmente!- los fines de semana en Mega televisión, aquí va la crónica de la semana. En realidad, más parece un cuento (lo que me recuerda que a partir de la semana que viene voy a reactivar mi blog de historias: pazaldunatehistorias.blogspot.com) pero es algo que realmente me sucedió. ¡Que lo disfruten!
 
 
    Y ahí están ellas, justo delante de mí, cabezas juntas, gestos discretos, sosteniendo desaliñadamente sus carteras y unas carpetas, como si en realidad no tuvieran ninguna importancia, bien abrigadas, dando unas miraditas furtivas a su alrededor, como si no quisieran que nadie escuchara lo que conversan... Y yo, pasando a su lado, me pregunto, curiosa, de qué tanto hablan con esos aires de espías internacionales. Quien se tropezara con ellas podría pensar que conversan sobre grandes negocios, sobre los dilemas del mundo actual, tal vez sobre el último descubrimiento científico o la beligerante panorama político. Sus caras se mantienen siempre muy serias y compenetradas, sin una sombra de sonrisa, mucho menos de risa. Los cuerpos, ya no tan jóvenes, están erectos, atentos, como si fueran a enfrentar a algún tipo de enemigo, y hay un leve pero cierto desprecio por el resto de las personas que pasan a su lado, como si éstas no tuvieran la menor idea de lo que es realmente importante en esta vida. Me pregunto si son simples dueñas de casa con tiempo sobrando, o entonces quizás funcionarias de alguno de los edificios del gobierno que flanquean esta calle, secretarias de algún consultorio, dueñas de restaurante, si circulan por corredores donde todo se murmura y nada se confirma, o están atrás de un escritorio en una oficina en la que todos se miran con desconfianza y siempre hay alguno tratando de aserrucharle el piso a otro para conseguir algún favor del jefe. Su aire confidencial y despectivo dice que son, definitivamente, importantes. Parecen tener poder de decisión sobre la vida y la muerte. Basta que apunten con un dedo y alguien cae o se eleva. Hablan cuchicheando porque sus palabras son demasiado importantes, demasiado confidenciales, demasiado peligrosas como para que nosotros, viles mortales, las escuchemos... Cuando me aproximo a ellas, instintivamente me desvío, tomada por un escalofrío.
    Sin embargo, como soy una curiosa sin remedio, decido que tengo que saber de cualquier manera cuál es el tema de conversación de estas dos mujeres. Así, al final de una semana llenas de estrategias y expectativas acerca de cómo voy a hacerlo para acercarme sin ningún riesgo, salgo para mi caminata matinal esperando que ellas, justo ese día, tengan decidido no aparecer... Doy la primera pasada por el parque y nada, ni sombra de ellas... Bueno, a lo mejor es demasiado temprano. Pero a la segunda pasada mi esperanza se ve recompensada porque allí están, en el mismo lugar de siempre, con  sus abrigos, sus carpetas y carteras, inclinadas la una hacia la otra, sus labios moviéndose velozmente, dejando oír tan sólo un murmullo que parece el zumbido de un moscardón. Las observo de lejos, disminuyendo la marcha, y presiento que nada de bueno deben estar diciendo, pues parecen más dramáticas que de costumbre.
    Voy llegando cerca y contengo el aliento. Esta vez no voy a desviarme. Voy a pasar casi rozando sus abrigos. Tal vez hasta tenga que pedirles disculpas por el topón. Algunos metros nos separan. Sus voces se oyen más claras. Empiezo a distinguir algunas palabras. Disminuyo el paso, me rasco una rodilla, hago como que miro el cordón de mi zapatilla... Y finalmente escucho:
    -¡Pero la Teresita me dijo que era todo mentira del sinvergüenza del cuñado! ¿Me vas a creer que el infeliz lo inventó todo para puro perjudicarla?
    Y la otra, haciendo una mueca de desdén, le responde:
    -Para que veas de lo que son capaces estos hombres cuando están despechados... ¡Eso ahí es pura pica porque la Ingrid no le dio bola!
    Entonces la otra comenta, inclinándose hacia ella con aire conspiratorio:
    -Bueno, por lo que yo supe, la Ingrid le está dando bola, y mucho más, al marido de la Rebeca...
    La primera se cubre la boca, discretamente escandalizada.
     -¿El Juancho?... ¡Pero no te lo puedo creer!... -deja escapar un suspiro de reproche -Y yo que pensé que él...
    Y yo me voy alejando despacio, estirando la oreja para ver si pesco algo más sobre los enredos de la Ingrid, el cuñado, la Rebeca y el Juancho... Tal vez un poco del misterio y la importancia que sus conversaciones parecían tener... Pero no, son solamente eso mismo: chismes, cuentos, habladurías entre comadres. Esta era la gran cita que las dos tenían cada mañana, probablemente a camino del mercado, del negocio, de la panadería, la escuela... O a lo mejor de la iglesia donde iban a confesarse por gastar su tiempo en pelar tan descaradamente a todo el mundo que conocían.

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