quinta-feira, 28 de maio de 2009

45 minutos

Y aquí vá la segunda de hoy. Espero que la disfruten tanto cuanto yo misma cuando la escribí, porque fué producto de una revelación que me dejó profundamente impresionada y feliz.

Como buena paciente que soy, así que el médico me dijo que debería hacer algún tipo de ejercicio diariamente, me programé para levantarme más temprano y salir a caminar todas las mañanas, antes de empezar con todo el jaléo de la cocina. No pensé en volver a la academia porque, en primer lugar -y para variar- estaba sin dinero( y todavía estoy, por lo menos para este tipo de lujo) y en segundo lugar, porque después de siete u ocho años yendo todos los días a trancarme allá para sudar en los aparatos, encontrar a las mismas personas, aguantar aquella música en el último volumen o la televisión en todos los noticieros y programas femeninos, y perder la concentración con las cabezas de pescado de algunos de los monitores que más querían conversar sobre sus romances que vigilar si estábamos haciendo nuestros ejercicios de la manera correcta para no rebentarnos la columna o las rodillas, simplemente, me cansé. De repente, esa rutina se volvió insoportable, aburrida, absolutamente poco atractiva. Tenía siempre la misma vista por el portón abierto, la misma peléa disimulada por las esteras, las mismas caras, los mismos aparatos, las mismas conversaciones. Era cómodo porque estaba todo en el mismo lugar -inclusive el baño, lo que es vital para mí- y había personas para decirnos qué hacer y cómo hacerlo, pero poco a poco las cosas fueron poniendose tan sin gracia, tan sin creatividad -a pesar del esfuerzo de los profesores y las dueñas, que vivían inventando maratonas, gritos de carnaval, asados, dinámicas sorpresa y aulas gratis de nuevas disciplinas- que simplemente yo acababa rezando para que amaneciera lloviendo y así tuviera una disculpa para no aparecer allá... Tenía certeza de que si no hubiera alguien encima de mí y dirigiendo el trabajo, yo dejaría los ejercicios de lado para quedarme un poco más en la cama (al final, me levantaba a las seis de la mañana para no encontrar la academia llena!) o hacer cualquier otra cosa más interesante. Sin embargo, sucedió que una de las señoras que frecuentaba las aulas, y que estaba aparentemente muy bien de vida, sufrió un revés y perdió buena parte de sus bienes y privilegios, lo que incluyó la academia, el auto y los empleados.Tuvo que conformarse, entonces, con quedarse en la casa para hacer limpieza, lavar ropa y cocinar, andar en micro y hacer sus caminadas en la calle, ya que la academia pasó a ser un lujo, dado su menguado presupuesto actual. Me entristecí con su ausencia, pues ella era una persona siempre alegre y positiva, pero al mismo tiempo, la desgracia de su situación me dió una idea: caminar en la calle. Era lo que ella siempre decía, bromeando, cuando alguien reclamaba sobre las mensualidades. "Caminar en la calle es gratis!", exclamaba mientras aumentaba la velocidad de su estera.... Bueno, ahora era el momento en que ella podía probar su teoría y en que yo podía adherir a ella, pues repentinamente empezó a parecerme sumamente atractiva: escoger el camino (todos los días podía ser uno diferente!) encontrar otras personas, respirar el aire fresco de la mañana, ver casas, tiendas, calles, estudiantes yendo al colegio, perros, ciclistas, operarios, árboles, pájaros, nubes, jardines... Estar en movimiento, pero no ese falso de la estera, sino el real; moverse por el paisaje, sentirse integrado a la vida que acontece a nuestro alrededor, esto sí era algo estimulante, diferente, verdadero!... Así que pesé las ventajas de la nueva rutina -fuera el dinero que iría a ahorrarme- decidí salir inmediatamente de la academia y empezar esta nueva aventura, llena de animación y optimismo. Qué era lo que me esperaba en las calles?A quién encontraría, qué es lo que vería, cuáles serían las opciones?... Había un mar infinito de posibilidades y experiencias abriendose delante de mí! Todo era imprevisto, nuevo, original. No estaba más interesada en perder peso o bajar mi glicemia (a pesar de que el ejercicio realmente, si no la baja, por lo menos mantiene los niveles de azúcar a raya) Lo que quería era experimentar esta nueva aventura. Tenía la sensación de que, finalmente, estaba saliendo de una serie de televisión y entrando en el mundo de verdad.
Camino todos los días desde hace tres años y, poco a poco, fuí percibiendo que este ejercicio me ha traído mucho más que beneficios para la salud o una disposición estupenda para el resto del día. Con el pasar del tiempo, empecé a observar con más atención el mundo que me rodea y a reflexionar sobre él. Sin darme cuenta fuí aprendiendo a conocer a las personas y sus rutinas, sus gestos, sus expresiones, fuí descubriendo lugares, presenciando situaciones, desvendando historias y apreciando todo tipo de novedades, pues cuando se sale de casa no se sabe lo que nos aguarda, entonces, el recorrido siempre es lleno de sorpresas, grandes y pequeñas, agradables o desagradables, de encuentros, lecciones, de imágenes, voces, aromas y colores que están siempre cambiando y dándole al mundo una nuena cara a cada amanecer... Y con certeza, sería un pecado que yo perdiera esto!
Entonces ayer, de improviso, mientras hacía mi camino de vuelta a mi casa por la movimentada avenida principal, me dí cuenta del verdadero motivo por el cual tengo que salir a caminar todos los días en la mañana (y también hacer casi todas mis diligencias a pié): este es el tiempo sagrado en que me encuentro con el mundo y con las personas en sus vidas, es el tiempo en que reflexiono, medito, aprendo, crezco. Es la hora de las revelaciones, de los recuerdos, de los descubrimientos, de la inspiración. Mi caminada diaria es como el renacer de mi alma, el recomienzo renovado de cada jornada, el despertar -una vez más- de la fuerza y de la alegría, de la fé y el optimismo que habitan en mí y son el motor de mi existencia. Es la retomada de la consciencia sobre mí misma y sobre los otros, sobre la historia que estamos viviendo... Esta caminada diaria de 45 minutos es la musa inspiradora de mis crónicas, pues tengo certeza de que no tendría nada que escribir si no fuera por este paséo.
Hace algunos años escribí en mi diario sobre la experiencia de ir andando desde mi casa hasta el convento de los franciscanos, en el centro de la ciudad, y volver de la misma forma, cuando todavía vivía en Chile. Era una distancia enorme, pero me acuerdo de que esto no me importó en absoluto y que hice esta caminada con especial alegría y disposición, llegando a mi casa con la extraña sensación de que había pasado por algún tipo de peregrinación en la cual tuve la oportunidad de aprender y conocer cosas que de ninguna otra manera conseguiría. Caminar por entre los edificios, los buses, taxis, ciclistas y personas, el ruido y el movimiento del mundo siempre fué algo que me fascinó, como si allí hubiese un universo de mensajes y lecciones, descubrimientos e inspiración que no podía ser despreciado y hoy, al entender el verdadero propósito de mis caminadas, percibo que, para mí, ellas funcionan como una verdadera meditación que me proporciona el mejor material para producir mis trabajos y llegar al corazón de los lectores, porque lo que sucede en la calle es lo que le sucede a todo el mundo, todo el tiempo; los personajes y sus historias están todas ahí, delante de mí, en la banalidad que encierra todas las grandezas y las miserias, todas las verdades y las mentiras. El cuadro que se me presenta -y del cual hago parte- contiene todos los elementos que necesito para dar mi mensaje y cumplir mi misión. No necesito paisajes distantes o utópicas para hablar con propiedad y sinceridad sobre los hombres y sus historias, pues ella acontece cada día, aqui mismo, a mi alrededor, mientras recorro las calles de mi ciudad cada mañana... Tenemos que salir al mundo y mezclarnos con él, sentirlo, tocarlo, escucharlo, ver sus infinitas caras, percibir sus tonos, descubrir sus secretos y contarle los nuestros.
No necesitamos dar la vuelta al mundo para aprender sobre el ser humano y su existencia, bastan 45 minutos de caminada todos los días por las calles cerca de nuestra casa.

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