quinta-feira, 14 de maio de 2009

Encuentros

Hoy día estoy sintiendome medio desanimada, tal vez porque me quedé tres días sin escribir por causa de mi trabajo (escribir es un verdadero tónico para mi salud mental, espiritual y física, créanme!), o porque ayer se me ocurrió darle una ojeada a mis deudas -que parecen no tener fin porque, justo cuando uno consigue terminar con una, surge alguna cosa urgente que hay que comprar y gastar de nuevo- y ví que voy a estar ahorcada (de nuevo) prácticamente hasta el fin de año, lo que no es un panorama muy animador. Voy a pagar todo, pero también no me vá a sobrar nada... Bueno, el consuelo que me resta es saber que esta es la situación de la mayor parte de la población de Brazil (y créo que de todo el mundo), entonces no tengo que sentirme la única en desgracia a respecto de plata. Si no hubiera perdido mis horas extras con el cambio de gestión de la Fundación, las cosas serían más fáciles, pero como ustedes saben, con la política es así: las personas, igual que los hombres lobos cuando sale la luna llena, se transforman en verdaderos monstruos que no perdonan nada ni nadie; no le preguntan a uno si uno concuerda, si se siente capaz, si uno va estar bien con las exigencias y cambios. Uno tiene que acatar las órdenes -disfrazadas de "sugestiones o propuestas"- y se acabó. No digo que mi situación respecto al trabajo en sí esté mala -al contrario, está siendo, lo mínimo, un desafío fascinante en el cual estoy depositando muchas esperanzas, a pesar de mi falta de experiencia en trabajar con niños- El problema es que perdí esas horas extras (que eran, cuando menos, 30) y esto significó que mi salário cayó dramáticamente, desequilibrando todas mis finanzas. Realmente, es esto lo que más me incomoda, junto con la certeza de que la situación no va a cambiar en los próximos tres años, sobre todo si consigo desenvolver un buen trabajo en las escuelas. Ahí sí que ni les va a pasar por la cabeza mudarme de lugar!... Y es divertido porque, al mismo tiempo que sería un elogio y una prueba de mi capacidad, va a significar también que voy a tener que continuar haciendo milagros con mi salário!... Pero la vida siempre tiene estas cosas, no?... Ah, si por lo menos esa gente de la Folha de Londrina me llamara para ofrecerme un espacio fijo para publicar mis crónicas y más encima me pagara por esto... Puchas, ese sería un sueño hecho realidad!... A lo mejor tengo que esperar un poco más o, tal vez, a través de este blog, de repente tenga la suerte de encontrar a alguien que se interese en publicar mis textos a cambio de un salario. Amo escribir, es la cosa más importante de mi vida, pero también tengo que comer, vestirme y pagar aquellas malditas cuentas!...
Y con esta nota tan optimista, aqui va la crónica de esta semana, todavía envuelta en la misma duda: "será que ya la publiqué?"...

Un encuentro no es, definitivamente, un hecho cualquiera. Al contrario, puede ser un acontecimiento en la vida de aquellos que lo protagonizan. Me acuerdo de ese barrendero con el que crucé un dia a camino de mi trabajo: bajito, menudo, de piel morena quemada por el sol, ojos rasgados, obscuros y brillantes, y un pretensioso bigotito adornando su sonrisa semi desdentada, sombrero nordestino sobre los cabellos crespos, escobillón de piasaba y aquel uniforme naranja luminoso característico de nuestra Municipalidad.
Hojas, papeles, ramas, embalajes de yoghourt y helado, de papitas fritas e chocolate, latas de cerveza, pedazos de botellas, vasos plásticos e bolsas de supermercado iban formando un enorme montón en la cuneta, vigorosamente empujados por su escoba, hasta llegar a la esquina de la cuadra, donde eran recogidos por otro barrendero y lanzados dentro de una gran bolsa de basura negra que forraba un tonel al cual había sido agregado una espécie de carrito con ruedas. A los lados, en los fierros que servían de soporte, estaban colgadas las bolsas que llevaban un termo con café, otro con água y la marmita de cada uno... Aquel era un trabajo pesado e ininterrumpido, ya bajo el sol calcinante del verano, ya en el frío cortante del invierno; un trabajo sin encantos, sin privilegios, sin futuro, ingrato y desgastante, pero sobre todo inútil, pues en la madrugada siguiente, cuando el camión los llevase para la calle, ellos sabían que iban a encontrarla tan sucia cuanto el día anterior...
Y, sin embargo, él cantaba. Alto y claro, una atrás de otra, canciones antiguas que hablaban de amor, decepción, sequía, soledad y nostalgia, aventuras de campesinos y bandidos enamorados salían de su boca como una cascada... Aquí tengo que aclarar, entonces, que nuestro encuentro -el primero de muchos- no sucedió en el instante en que nuestros caminos se cruzaron, sino bien antes, a casi una cuadra de distancia, y que no fué un encuentro visual, sino auditivo.
De lejos empecé a escuchar el murmullo indefinido de su voz y luego pensé tratarse de alguien en el interior de una casa, alguien feliz y lleno de esperanza, bien al contrario de como yo estaba sintiendome ese día. Pero a medida que fuí acercandome al barrendero -al cual ya había divisado en su nada discreto uniforme- percibí, para mi sorpresa, que quien cantaba era él. Poseía una vocecita tan menuda cuanto él mismo, pero llena de sentimiento e inspiración, que interpretaba las melodías como si estuviera delante de una gran y atenta platéa. Bastante desconcertada con su "osadía" (a final de cuentas, nadie sale por ahí cantando por las puras!) pasé por él de la forma más desinteresada posible, pero no conseguí contener mi mirada y ella, porfiada, se desvió del horizonte y fué a posarse en la figura inclinada sobre la cuneta... Y cuál no sería mi sorpresa y emoción al encontrarme con la sonrisa del barrendero, que se irguió en aquel instante y comenzó a cantar para mí!... El, agachado el día entero sobre la basura de nuestro descuido y falta de educación, metido en aquel overol zurrado y caluroso, ganando salario mínimo y empujando este escobillón como si fuera un caballero que empuña su lanza contra el dragón, sonreía y cantaba para mí, sólo para mí!.. Como por arte de magia, todo lo que me tenía disgustada y triste hasta ese momento desapareció, llevado por la voz melodiosa del barrendero que, después de entonar las primeras estrofas mirandome directo a los ojos, se agachó y continuó su trabajo y su canción como si nada hubiera pasado, pero dejando, sin saber, el resto de mi día lleno de esperanza y buen humor. Me dí cuenta entonces de que esto había sucedido porque, en aquel breve encuentro, él me había brindado lo mejor de sí mismo, a pesar de no conocerme ni pedirme nada a cambio.
Siempre me impresionó la declaración de una monja que convivió con santa Teresita del Niño Jesús, en la cual se refiere a "la sonrisa luminosa" con que la santa la regalaba todas las veces que cruzaba con ella. Nada de extraorodinario encontraba ella en santa Teresita, a no ser aquella sonrisa que parecía dedicada exclusivamente a ella.... Y nosotros? Por qué somos tan descuidados en nuestros encuentros con los otros? Mal les dirigimos un saludo automático, sin sentimiento; no nos interesa saber quiénes son, qué es lo que deséan o si nos traen algun mensaje o enseñanza. Los tratamos, simplemente, como a seres anónimos, invisibles, inútiles, que no forman parte de nuestros planes, en los cuales la única persona que cuenta somos nosotros mismos... Deberíamos hacer como santa Teresita, o como aquel barrendero que cantó para mí: dar lo mejor de nosotros en cada encuentro, porque nunca sabemos lo que él puede traernos, si salvará nuestro día o cambiará nuestra vida.

Nenhum comentário:

Postar um comentário