domingo, 7 de junho de 2009

Peripecias de una escritora de diarios

Esta será la crónca más larga que ya publiqué, con certeza, pero cuando la encontré, mientras recorría las páginas de mis diarios para escoger la de esta semana, me pareció lo suficientemente interesante como para correr el riesgo de postearla, a pesar de ser tan larga... Bueno, ustedes pueden leérla por capítulos y así tendrán lectura para todo el fin de semana!... Lo que me gustó de ella fué pensar que tal vez halla alguien con una aventura parecida y que, al leér esta, se sienta animada a dejar que otras personas conozcan sus dones y les saquen provecho. En realidad, es algo medio raro, sobre todo tratandose de textos personales, pero pienso que sabiendo elegir o haciendo pequeñas mudanzas, se pueden compartir experiências, revelaciones y conclusiones con mucha gente, con el objetivo de que todos salgamos ganando... Tú tienes la extraña pero certera sensación de que lo que haces tiene un destino especial, que tus dones podrían servir para ayudar a los otros, que el mundo necesita saber quién eres y lo que tienes para ofrecer? Entonces, sigue tu intuición! Sin embargo no esperes cambiar el mundo o salvar a la raza humana, porque nadie tiene este papel en la historia. Sim embargo, y a pesar de esto, cada uno de nosotros posée su exclusiva parcela de acción en el transcurso de esta historia. Esta puede ser mayor o menor, aquí cerca o lejos, eso no importa, lo vital es que la hagamos acontecer. Entonces, crée en tu destino y muéstrale al mundo tus tesoros!.
Bueno, entonces, aqui vá:
Estaba acordandome de la época en que empecé a escribir diarios, allá en mi adolescencia, influenciada por algunos libros que leyera, como "Papaíto, piernas largas", "Papelucho", "El diario de Ana Frank", "Pregúntale a Alice" y los cuadernos que Teresita de Lisieux escribió mientras vivió en el convento... No sé por qué saber sobre la vida íntima, los pensamientos y las experiencias de otras personas siempre me fascinó. Era como si esos diarios tuvieran algún tipo de mensaje especial para aquel que los leyera, como si desde la primera página estuvieran destinados a ser conocidos por el mundo, comentados, usados como ejemplo e inspiración para transformar vidas y enseñar nuevos caminos, o entonces, para prevenir actitudes que podían llevar a la desgracia y hasta a la muerte. Con certeza, quien los escribía no estaba imaginando que algún día alguien, fuera ellos mismos, pondría los ojos en ellos y, a pesar de esto, los acontecimientos se desarrollaran de tal forma que, por una casualidad o por las manos de terceros, estos cuadernos llegaron al conocimiento público y ocasionaron, en la mayor parte de las veces, verdaderas revoluciones.
Ahora, cuando yo empecé a escribir los míos tuve desde el principio aquella sensación indefinida de estar siendo llevada por algo más que las ganas de desahogarme en secreto o por algún tipo de intención futuramente literaria. Era una cosa muy rara, una especie de imperiosidad, de obligación, de deber no sólo para conmigo misma y mi salud mental y espiritual. Tenía algo que ver con personas, otras personas leyendo mis textos... Yo luchaba constantemente contra una voz interior, a veces dulce e insistente, a veces llena de urgencia y severidad, que me perseguia todo el tiempo, una hora pidiendo, otra hora mandando, otra obligandome, a escribir estos diarios.. De acuerdo, yo estaba pasando por algunos procesos bastante interesantes, pero sinceramente, no pensaba que fueran dignos de ser registrados, y menos todavía para la posteridad... Pero parecía que el papel quería guardarlos, quería ser testigo de mi camino rumbo a la madurez, de las etapas por las cuales habría de pasar, de mis experiencias y descubrimientos, de las conclusiones e interminables cambios que debería enfrentar... Obediente, mismo sin comprender el por qué, empecé a escribir religiosamente, registrando todo lo que me venía a la cabeza y releyéndolo después para analisarlo y sacar conclusiones. Pero en verdad, no eran textos así muy interesantes. Más parecían un entrenamiento que algo definitivo que valdría la pena ser guardado y aprovechado. Así, escribí decenas, centenas de cuadernos, la mayoría de los cuales terminé botando por las más diveras razones, incluso la de descubrir que mi marido los estaba leyendo escondido para saber si yo lo estaba traicionando (!)... Después de esto, perdí totalmente las ganas y la inspiración para continuar con este trabajo, pues me parecía inútil y hasta peligroso, dependiendo de la cabeza de quien inventase hurgar en lo que no debía.
Así, me quedé algunos años sin escribir, hasta venir a vivir a Brazil y ver una película de Nanni Moretti, un cineasta italiano que hizo tres películas basadas en sus diarios; la primera de las cuales trata sobre el cáncer que descubrió después de centenas de consultas con los más diversos diagnósticos y que finalmente consiguió curar, la segunda sobre la llegada de su primer hijo y todas las peripecias del embarazo y la paternidad de primer viaje, y la tercera, que narra el drama de una familia que pierde un hijo, basado en la muerte de su propio hermano... No sé por qué, pero ver esas películas y saber que habían sido realizadas a partir de sus diarios personales, me dejó muy inquieta y luego comencé a sentirme nuevamente invadida por aquella urgencia, aquella sensación de deber no cumplido. En algunas ocasiones llegaba a sentir que estaba traicionando algún tipo de plan divino trazado específicamente para mí al recusarme a llevar un diario, pero al mismo tiempo pensaba que era demasiada presunción creér que algo de lo que yo escribiese podría hacer alguna diferencia en la vida de alguien. Este exceso de humildad me paralizaba, llevandome a pensar que estaba empezando a tener delirios sobre mi talento literario, entonces, para no quedar totalmente en deuda con este don que me había sido dado gratis, ni con esta voz que ecoaba sin cesar en mi cabeza, comencé a producir otro tipo de texto: cuentos, novelas, piezas de teatro, monólogos, cosas que ya había experimentado antes y en las cuales me había ido muy bien. Quiero decir, también allí estaba implícito un mensaje, disfrazado es verdad, pero estaba ahí; de alguna manera yo estaba cumpliendo mi parte del plan!...
Por otro lado, estaba perfectamente conciente de que, de todos los talentos con que Dios me agraciara, la escritura era el más fuerte y enraizado en mi alma y el que me acompañaba desde hacía más tiempo y con mayor fidelidad. Era, sin duda, aquel con el cual más me identificaba y me sentía realizada y completa, a pesar del éxito que obtenía en las otras áreas en que trabajaba, todas relacionadas con las artes escénicas. Sin embargo, nada se comparaba a la intimidad y honestidad, a la sinceridad y fluencia que existía entre las palabras escritas y yo. Era casi mágico, instintivo, tan natural e inspirado que a veces dudaba que hubiese sido yo misma quien escribiera algunos de los textos (de hecho, en algunos momentos tenía esa extraña sensación de no ser yo quien sostenía la lapicera) pues a pesar de ser ellos bastante imperfectos y con exceso de lirismo, así mismo poseían algo que mis otros trabajos no tenían: un qué de verdad que era mucho más emocionante que historias ficticias, maquillajes, ropas, músicas o diálogos y movimientos de extremada belleza estética...
También, con el pasar del tiempo y la práctica, acabé por descubrir, no sin desconcierto y mucha simpatía, que era a través de la escritura que Dios había escogido comunicarse conmigo, y que era a través de ella que me enseñaba, me escuchaba y me respondía, guiandome gentilmente hacia el mundo y las personas para hacerme ver y reflexionar sobre ellos y así desenvolver la comprensión, la paciencia y la compasión por mis semejantes, pero, principalmente, para que yo aprendiera a ponerme en el lugar de ellos y de este modo me volviera capaz de escribir sobre la vida y su infinita diversidad de una manera que todos pudieran entender e identificarse, sintiendose así de alguna forma consolados, comprendidos y estimulados a continuar luchando, o a mudar, o a recomenzar... Lo curioso era que, a pesar de ser tan prolífica y de los esfuerzos y éxitos momentáneos como premios en concursos de cuentos, la cosa no iba adelante, pues parecía faltar algo que no sabía definir, que sujetaba mis ilusiones de conseguir algo en esa área. Mis textos eran buenos, estaban bien escritos y eran bastante originales, sin embargo, no conseguía que despegasen, atravesasen las puertas de alguna editora y revelasen este talento mío tan querido e importante. Continuaba llevando los diarios, claro, pero en ningún momento me pasó por la cabeza que éstos tuviesen alguna importancia en mis ambiciones literario/humanistas, por así decir. Pero, poco a poco, empecé a notar un cambio en su contenido, y esto aguzó todavía más mi curiosidad con respecto a su verdadero fin: de repente ya no eran más textos que hablaban sobre mí y mi vida doméstica, profesional o sentimental. Lentamente, sin que yo me diera cuenta, comenzaron a desarrollar pequeñas historias, a relatar experiencias simples, pero de profundos significados. Eran lecciones escondidas en visiones banales, en acontecimientos pequeños, vividos por personas comunes con las cuales me encontraba todos los días a camino de mi trabajo o de la academia. Lentamente, se abrió delante de mí un universo repleto de mensajes, de personajes y situaciones reales que ocurrían bien delante de mis ojos y de las cuales, de alguna forma -tal vez debido a mi sensibilidad aguzada- yo participaba intensamente, hecho que me inducía a la contemplación y a la reflexión, que me llevaba a una nueva conciencia sobre la vida y las personas que formaban parte de mi mundo -del mundo de todos- que podría ser compartida y que tal vez podría ser de algún provecho para la existencia de los otros. El tono de los textos, entonces, pasó a ser el de una crónica (pero yo no lo sabía todavía) dirigida a "alguien", fuera yo misma, que tendría la oportunidad de aprovechar las lecciones contenidas en ellas... Y mientras me envolvía más y más en esta taréa, alejandome de mis otros proyectos literarios, aquella extraña certeza que nunca me había abandonado, de que esas páginas tenían un destino ya determinado, crecía dentro de mí, haciendome madurar y ver con nuevos ojos todo lo que ya había escrito en estos diarios. Y durante esta evaluación percibí, de repente, que ellos tenían un inmenso potencial humano, que serían capaces de alcanzar a un lector y hacerlo pensar, identificarse y, tal vez, hasta cambiar alguna cosa en su vida... Fué cuando tuve la idea de montar "Los textos de la hamaca", una compilación de los mejores trabajos en una especie de libro que pretendía enviar a alguna editora o entonces, llevar a la Fundación Cultural donde trabajo, para que fuera estudiada la posibilidad de publicación a través de la Ley de Incentivo a la Cultura. Todos se quedaron muy entusiasmados -hasta porque no tenían idea de que yo escribía ese tipo de cosas- y prometieron ir atrás de patrocinio para conseguir la edición del libro. Yo no cabía en mí de felicidad, pues estaba convencida de que, finalmente, había alcanzado mi meta, dandole a mi don la finalidad deseada, aquel destino que, ahora tenía certeza, era el objetivo desde el comienzo. Todas las personas que conocí -a comenzar por mi profesor de castellano, Roberto Astudillo- y que de alguna manera me incentivaron o me guiaron por los caminos ciertos hasta llegar a este resultado, desfilaron delante de mí, y le agradecí a cada una de ellas por el papel, grande o pequeño, que habían jugado en esta historia, en este caso de amor entre las letras y yo, que ahora parecía haber llegado a su auge...
Sin embargo, mal sabía yo que aquello era solamente una previa y que, como en las ocasiones anteriores, saldría decepcionada, pues mis ambiciones todavía eran demasiado grandes... Las promesas de la Fundación fueron desvaneciendose con el tiempo -como todas las otras, dígase de pasaje- hasta transformarse en un escuáido: "Puchas, disculpa, pero no resultó", y yo volviendo a la estaca cero, preguntandome, de nuevo, dónde había errado o qué era lo que estaba faltando aún... Entonces, terriblemente frustrada, pero sin desanimarme, continué llevando los diarios, todavía convencida de que de ese arbusto saltaría un conejo y, para no quedarme parada, un día decidí pescar los viejos cuadernos y corregirlos (pues estaban en un "portuñol" insufrible) trabajar en los conceptos originales, la ortografía, el estilo, la claridad... Fué -y está siendo- una experiencia y tanto, pues a cada corrección surgía un nuevo texto, claro y ágil, profundo, otra crónica madura que me dejaba realizada y tranquila, pues cada vez estaba más convencida de que éste era el camino de mi don, de que estaba cumpliendo mi destino como escritora y de que estaba compartiendo con otros experiencias que podrían mudar sus vidas, así como la mía había mudado.
La publicación de mis trabajos en el diario es solamente un comienzo, tengo certeza, pero no pretendo apresurar los acontecimientos. Lo importante es que están siendo leídos por muchas personas -también en estos blogs- y que ellas están sintiendose identificadas, estimuladas y comprendidas a través de mis palabras. Siento que el momento llegó, que ahora estoy lista para empezar el verdadero trabajo (a los 52!). Todas las piezas se encajan y consigo ver casi la totalidad del puzzle que fué esta larga y ni siempre fácil jornada, consigo entender muchas cosas que un día me parecieron frustrantes e injustas, pero que jamás me llevaron a desistir; consigo apreciar la sensibilidad -a veces medio dolorosa- que desenvolví, el poder de observación y reflexión, la capacidad de colocarme en el lugar de los otros para poder llegar hasta ellos y describirlos con justicia y compasión y darles esperanza y motivación para que sean felices y continuen luchando, pues a través de mis crónicas pueden darse cuenta de que alguien sabe que ellos existen y de que sus historias son importantes y forman parte de la historia de la humanidad, volviendolos de alguna manera, inmortales. Y es por eso que estoy aqui y hago lo que hago, porque saber que existimos para alguien y que nuestras vidas tienen algún significado para los demás es la mejor forma de inmortalidad que podemos desear.

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