domingo, 30 de novembro de 2014

"Desapego"

    Cuento los días que faltan para que mi hijo llegue. Ya arreglé su pieza unas cien veces, ordené los armarios, dispuse los muebles, coloqué flores y adornos, los cambié de lugar, escogí los cuadros... Y volví a arreglarlo de nuevo. Parece que nunca estoy satisfecha, pero supongo que esto es pura ansiedad, porque quiero que él se sienta en casa, acogido, confortable e tranquilo. En realidad, fue por él que nos compramos este departamento con tres cuartos, porque quiero que tenga su lugar en mi hogar, mismo que él viva en Brasil la mayor parte del tiempo... Además, le sirve a mi hermana cuando se venga a quedar a dormir, entonces tengo dos por el precio de uno... Definitivamente, esta va a ser una feliz navidad  y un comienzo de año genial con él por aquí. Uno nunca deja de ser madre, ¿no es verdad? Y esperamos que ellos nunca dejen de ser hijos.
    Y de ojo en el calendario, aquí va la de la semana.


    Cada día me convenzo más -y tengo pruebas de esto- de que cuando uno se desapega las cosas empiezan a moverse, a funcionar, pues parece que es justamente ese nuestro apego lo que las paraliza. Puede ser físico, emocional o simplemente material, mas esto de alguna forma tranca la energía de los acontecimientos, del cumplimiento de nuestros objetivos. Pedimos, pero a veces lo hacemos con tintes de tanta obsesión e imposición, que acabamos frenando el flujo natural y positivo de las cosas, de aquello que realizaría lo que pedimos. No es que uno tiene que dejar de querer o no querer nada, pero este querer debe ser tranquilo y confiado, pues a veces -en verdad, la mayoría de ellas- pretendemos que lo que deseamos suceda en nuestro tiempo y del modo que queremos, sin pensar que existen otros tiempos y modos más sabios, menos egoístas, que nos traerán muchos más beneficios que si todo ocurriera como nosotros lo queremos. Y a veces también queremos errado y en nuestra porfía y apego no nos damos cuenta. No tenemos -o perdemos en esos momentos- la noción de las prioridades, del proceso lógico que debe acontecer para que todo se de en armonía con los demás acontecimientos de nuestra vida y de la de otros que puedan estar involucrados... Así, sólo nos damos cuenta de que el camino era otro cuando las cosas no resultan. Tenemos la libertad de pedir, de escoger, de equivocarnos, de porfiar y rebelarnos contra lo que hallamos aparentemente injusto o arbitrario, pero también tenemos la oportunidad de darnos cuenta de que deberíamos haber hecho otra cosa o tenido una actitud diferente.
    Por eso -y aunque es tremendamente difícil- pienso que practicar el desapego en todas las ocasiones puede ser una salida para mantener a raya la ansiedad, las falsas o exageradas expectativas, las decepciones que hacen tambalear la fe.Hay que desapegarse, mantener la calma, la claridad y la confianza. Hay que darse cuenta más allá de nosotros mismos y del tropiezo presente. Hay que limpiar la mente y el corazón para entender lo que debemos pedir y cuándo hacerlo. Y lo que debemos pedir tiene que ser positivo, sólo entonces podemos aguardar confiados el resultado de nuestra petición, sabiendo que Dios quiere nuestro bien y nuestra felicidad, lo que nos da la consciencia de que cumplirá todas nuestras expectativas y mucho más.
   La porfía y el apego nunca nos llevarán a nada.

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