domingo, 23 de novembro de 2014

"Hijos"

    La primavera es como una novia caprichosa: un día sale el sol y nos ponemos camiseta y sandalias, con la ilusión de que el verano ya llegó. Al otro enfría y tenemos que usar nuevamente medias y chalecos, tomarnos un tecito caliente y poner el chamanto de vuelta en la cama... La primavera nos tienta, nos ilusiona, nos da esperanza, nos muestra el sol que vendrá, las vacaciones y las mañanas frescas que disfrutaremos, el sonido del mar, su azul movedizo y frío, los juegos, el delicioso ocio y los pequeños y grandes placeres que son difíciles de disfrutar el resto del año... Definitivamente, la primavera es como una novia: promete todo, se muestra poco a poco, nos seduce y nos llena de esperanza.
    Y aprovechando el frío de hoy, con mi taza de té de menta calientita aqui al lado, aquí va la e la semana:


    De repente, uno para y mira a los hijos, esas personas altas y auto suficientes, de hablar claro y gestos definidos, y los ve saliendo y entrando, tomando decisiones, enfrentando el mundo y sus mil ardides, batallas, tentaciones y opciones sin que le pregunten nada a uno. Observamos los cuerpos desarrollados e independientes y nos llevamos un tremendo susto... Porque ¿dónde están nuestros niñitos? ¿Cuándo fue que crecieron tanto así? ¿Cómo es posible que en tan poco tiempo se hayan convertido en estos adultos que planean irse de la casa y formar su propia familia? ¿En que momento aprendieron a arreglárselas tan bien sin nuestra ayuda?... Claro que los educamos para que esto sucediera y nos sentimos orgullosos de haberlo conseguido, pero ahora que es una realidad, de repente nos parecen hasta unos extraños porque nosotros tenemos una visión de ellos y ellos tienen otra completamente distinta de sí mismos y a veces de nosotros. El concepto "hijo" que los padres tenemos será siempre el del chiquitito que hay que acompañar, consolar, proteger, dirigir y cuidar en todo momento. Es algo casi imposible de arrancar de nuestra mente y nuestro corazón, de nuestro instinto. Funciona durante algún tiempo, pero infaliblemente llegará el momento en que la visión de los hijos empezará a cambiar y cortarán el cordón umbilical para lanzarse al mundo -como es su destino- y salir de nuestro alero... Uno sabe que esto ocurrirá, que es natural e inevitable, pero cuando empieza a notar los síntomas no puede evitar preguntarse: "¿Por qué tan luego?", y en seguida "¿Y qué voy a hacer ahora?"... Y es por eso que nosotros también tenemos que prepararnos -al mismo tiempo que los preparamos a ellos- para esta partida, para esta "soledad", pues no sólo los hijos se vuelven independientes al marcharse de casa y asumir las riendas de sus vidas. Los padres también lo hacen, ya que, a pesar de que el amor no disminuye, termina la responsabilidad, la guía, la dependencia, la vigilancia. Vuelven a ser como si no tuvieran hijos, pues la vida de éstos no está más en sus manos.
    Ver al hijo hecho un adulto trae una mezcla de sensaciones encontradas: orgullo, miedo, alivio, desconcierto, plenitud, felicidad, nostalgia, consciencia de la vejez... Sin embargo, a pesar de todo esto, creo que en la mayoría de los casos la sensación que debe primar es el consuelo, pues ellos están allí, adultos y responsables, para cuidarnos a nosotros ahora. Saber que podemos contar con nuestros hijos a lo largo de nuestra última etapa, así como ellos pudieron contar con nosotros en sus primeros años, da una sensación de gratitud, realización y seguridad que nada paga.

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