terça-feira, 4 de janeiro de 2011

La cruz de san Damián

Bueno, y después de tanta fiesta, tanta comida, tantos sobres de antiácido; todo ese ruido a la medianoche del dia 31, algunas decepciones -casi esperadas- muchos planes y, claro, aquella montaña de promesas y buenas intenciones para el año que empieza, aquí estoy yo, llena de gas (a pesar de mis dolores)  e inspiración, dispuesta a retomar las rutinas saludables y a mantenerlas mismo cuando vuelva al trabajo. También rezo para que no me falte el valor, la serenidad y la fé cuando llegue el momento de tomar algunas decisiones con respecto a mi vida que no puedo continuar retrasando por más tiempo, pero como tengo a mi hija de mi lado, créo que esta vez no me voy a echar para atrás... Espero... De cualquier manera, es siempre vital tener a alguien amado apoyándonos en estos momentos cruciales, porque normalmente nuestra confianza en el apoyo de Dios no es así muy convincente, entonces... La cosa es no desistir, sobre todo cuando sabemos que es lo que tiene que ser hecho, no importa cuán asustador o incierto pueda parecernos en este momento.
    Entonces, dejando de lado los enigmas de mi vida personal (pero van a saberlo todo más adelante, claro, cuando esté oleado y sacramentado) vamos al propósito principal de este texto, fuera el de desearles un feliz año nuevo y todas las realizaciones posibles: la crónica de esta semana.


    Me gusta especialmente la cruz de san Damián, aquella que le habló a Francisco de Asís ordenandole que reconstruyera su iglesia.El encuentro del joven fiestero e mujerengo con este crucifijo, miserablemente iluminado por una pequeña lamparilla de aceite sobre su altar arruinado, rodeado por los escombros de lo que un día fuera su casa, fué el punto de partida para la tranformación definitiva de Francisco que, algún tiempo después, abandonó la opulencia y el futuro promisorio que su padre le había preparado para dedicarse a la práctica de la pobreza absoluta y a la divulgación de una filosofía, entre laicos y religiosos, totalmente nueva para los patrones de la época, en la cual la distancia entre ricos y pobres era un abismo intransponible... Me gusta esta cruz porque me parece uno de los mejores símbolos de cómo el alma humana puede transformarse y las consecuencias positivas que esto puede suscitar en la historia de la humanidad, en mayor o menor escala. También me gusta porque muestra la dulzura y la paciencia, la comprensión y la humildad que Dios usa con nosotros para mostrarnos sus caminos e incluirnos en sus planes, dándonos el tiempo que necesitamos para entender sus mensajes y llevarlas a la acción... Pues Francisco no pensó, en el primer momento, que El se refería literalmente sólo a la iglesita de san Damián, que se encontraba abandonada y en ruínas, olvidada en medio del valle?... Demoró algún tiempo antes de que él entendiera -y aceptara- que la reforma que le fuera pedida no se refería a la san Damián de piedra, madera y vitrales, sino a la iglesia católica como un todo, a la institución que estava igualmente arruinada, saqueada y corrompida por el poder y la riqueza... La cruz de san Damián, con su Cristo triste y suplicante, de mirada paciente y misericordiosa, nos recuerda que, a pesar de todo -y tal como Francisco- podemos ser santos, mismo cometiendo todos los errores del mundo, que podemos transformarnos y recorrer nuevos caminos, no importa cuán diferentes de los anteriores, cuán extraños puedan parecer ante los ojos de los que nos conocen -y hasta delante de nuestros propios ojos!- y cuán difíciles se muestren al comienzo. Créo que es este mismo Cristo el que vive en nuestro corazón y, mismo sin homenajes o escondido en el último y más obscuro de los rincones, olvidado y casi sepultado por todos nuestros errores, mismo en las sombras, sin siquiera aquella lamparilla que persistía encima del altar de piedra, mismo en medio de las ruínas de nuestra existencia, El permanece y aguarda, paciente y compasivo, y susurra nuestro nombre en el viento, en el movimiento del follaje de los árboles, en el murmullo de la lluvia o el estallido del trueno. Nos llama incesantemente en las fiestas, en la guerra y en la enfermedad, en el silencio del amanecer, en la algarabia de nuestros pensamentos y preocupaciones, en el canto de los gorriones, zorzales y cuculies, en el reptar de las serpientes y el  vuelo de las águilas para recordarnos que, como ellas, podemos subir y dejar el peso de nuestra mortalidad y nuestra culpa para atrás porque siempre, siempre existe un nuevo comienzo, na nueva oportunidad... Reclama nuestra entrega tan encantadoramente que siempre me pregunto cómo somos capaces de resistir!
    Créo que la cruz de san Damián fué hecha especialmente para nosotros, seres humanos falibles y cobardes, volubles e ignorantes, porfiados, vanidosos y escépticos, porque no amenaza castigarnos por lo que somos, no nos cobra, no se impone ni muestra su tremendo poder, sino su infinita misericordia. Ella sólo promete la transformación que tanto necesitamos.

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