sábado, 1 de maio de 2010

El dolor de la creación

Menos mal que mi jefe cambió de idea y decidió cancelar los ensayos de sábado, si no, no sé cuándo iría a tener tiempo para redactar y postear mis crónicas!... Durante la semana tengo algún tiempo libre, pero casi siempre surge algún imprevisto (tipo: reunión de última hora, ensayo extra, texto nuevo, el jardín que tiene que regarse antes de que empiece a ponerse amarillo, lo que toma una cantidad increíble de tiempo; una llamada telefónica que no tiene fin, una cuenta para ir a pagar o alguna cosa para salir a comprar con la cual no contábamos... Bueno, créo que ustedes deben conocer ese esquema) y termino no escribiendo tanto cuanto desearía, porque como soy tan metódica, si paso de una cierta hora sin haber conseguido sentarme delante del computador, mi inspiración, simplemente, no se digna dar el aire de su gracia y yo me quedo ahí, mirando la pantalla y soltando unos suspiros de agonía que me valdrían la entrada directa en el cielo, mientras voy siendo tomada por un desánimo absolutamente mortal. Fuera que, en realidad, para mí, la mejor hora para producir algo que valga la pena es en la mañana, entonces si tengo que salir o hacer otra cosa más urgente ya puedo dar cualquier intención de escribir como perdida porque sé que en la tarde no será igual. Si consigo algo, será después de mucho esfuerzo y perseverancia... Lo que comprueba, sin lugar a dudas, que soy una persona eminentemente matutina, al contrario de otros que se sienten más animados e inspirados en la noche. Entonces, aprovechando esta gloriosa mañana libre, en la que estoy sintiendome excepcionalmente contenta -a pesar de los disgustos y el stress de estos últimos dos días por causa de personas mezquinas y vengativas- ya voy a postear la crónica de esta semana y, quién sabe, hasta aquel cuento que todavía estoy debiéndoles en el otro blog.


Me dá pena arrancar y botar cualquier planta, por más vulgar y féa que séa, por más que destone en mi jardín. Me siento tomada por un dolor y una compasión que llegan a dolerme en algún lugar, allá en el fondo, cada vez que paso por un perro vagabundo que, carcomido por la sarna y con el espinazo apareciendo debajo del pelo inmundo, trata de calentarse y aliviar sus dolores tendido al sol. Los escrúpulos casi me consumen cuando boto un tallito que todavía está con raíz, pues estoy quitándole -igual a un dios inmisericorde- la oportunidad de vivir, de tener su momento, de cumplir su papel. Se me encoge el corazón al ver una mariposa muriendo y se me hace un nudo en la garganta cuando encuentro algún pajarito que cayó del nido, muerto en la vereda, cuando escucho el maullido de miedo y abandono de algún gatito, al ver un perro atropellado en la carretera... Los miserables rebuscando en las montañas de basura o peleándose por un puñado de arroz desparramado y pisoteado en la tierra sucia, un niño o un anciano siendo maltratados, los mendigos durmiendo en cajas de cartón o mirando con ojos hundidos y brillantes los platos de los clientes del restaurante, el caballo viejo y empapado de sudor tirando un peso mayor de lo que puede soportar y más encima siendo azotado por su dueño, todos cuadros que pasan desapercibidos para la mayoría, y que me llenan de una silenciosa e impotente desesperación que parece cortarme el pecho... Parece que no hay más compasión, voluntad ni eficiencia bastantes para abrazar todo el dolor de la creación, para amenizarla, para darle esperanza, consuelo, solidariedad!... Sé que el sufrimiento y la muerte forman parte de la dinámica de la existencia y que, de alguna forma, contribuyen para el equilibrio, la armonia y la transformación de la humanidad, pero cuando me doy cuenta de que alguna actitud podría ser tomada para evitar parte de este sufrimiento -aquel que no es necesario porque es ocasionado por nuestra indiferencia- mi tristeza es absoluta, desvastadora, pues véo la cobardía, la negligencia, la flojera, el egoísmo y la crueldad tomando cuenta de nuestras acciones, de nuestros pensamientos y decisiones, de nuestras conciencias, que adormecen en la comodidad del sofá de la sala o delante de la mesa pródiga y los cajones llenos de ropa. Cometemos un crimen a cada segundo!... En realidad, éstos acontecen con la misma prodigalidad que los milagros, no es espantoso?... Yo misma tengo conciencia de mi descuido, de mi flojera, de mi recelo, y alegar que no poséo los medios no es una disculpa decente, ya que cualquier acción es válida, no importa cuán pequeña o banal pueda parecer. Disculpa mucho peor es decir que yo sola no voy a salvar el mundo, porque sé que salvando ni que séa una parte microscópica de él, estaré ayudando a salvarlo en su totalidad... A veces me espanta comprobar cuánto amor somos capaces de desperdiciar por pura comodidad. Actuar no es tan sólo una cuestión de inspiración, de dinero o de patrocinio político o empresarial, sino de la determinación, de la fé y del optimismo de cada uno de nosotros. Nos engañamos si pensamos que compasión o voluntad por sí solas son suficientes para promover algún cambio. Para que ellos acontezcan, estos sentimientos tienen que venir acompañados de alguna actitud concreta e inmediata, porque fuera la mano de Dios, existe lo que nosotros mismos podemos realizar para que los milagros acontezcan.

Nenhum comentário:

Postar um comentário