segunda-feira, 10 de maio de 2010

Um mundo dentro del mundo

Bueno, como dice el dictado: "Más vale tarde que nunca", no es verdad?... Para variar, fué otro fin de semana atribulado, con mucho trabajo y más encima la conmemoración del día de las madres con todo tipo de programaciones extraordinarias e cosas deliciosas para comer -todo fuera de mi dieta, por supuesto!- Entonces, solamente hoy conseguí un tiempo para sentarme aqui y postear la crónica de la semana (pasada) y más tarde, quién sabe, terminar de redactar el cuento que les estoy prometiendo hace dos semanas.
Bueno, como todo lunes, hoy es día de nuevos comienzos, de abandonar - de nuevo- los malos hábitos, los excesos, las flaquezas y la flojera para empezar una vida saludable, organizada y llena de optimismo (porque ayer, a una cierta hora, entre un paquete de papitas fritas y las galletas de nueces, los pedazos de pizza de zapallito italiano con hongos y el sandwich de salame, me pescó una onda de disgusto y desánimo tan grande -probablemente por estar haciendo todo lo que es prohibido para una diabética- que llegué a pensar que hoy en la mañana no iba a conseguir salir de la cama sonriendo, como lo hago siempre) y como la lluvia se fué y amaneció un cielo limpio y deslumbrante y un frío totalmente revigorizador, decidí sacrificar mi caminada matinal para sentarme aquí y retomar mi buen y viejo hábito de escribir en la mañana... Para ser sincera, créo que últimamente ando muy descuidada con mis rutinas, lo que se traduce en un constante y casi imperceptible estado de irritación conmigo misma, lo que invariablemente me lleva a comer todo lo que no puedo para tratar de compensar el desagrado emocional que toma cuenta de mí por haber abandonado mi rutina de trabajo y producción aquí en casa... Pero qué cosa idiota, no?... Realmente, cada día que pasa me convenzo un poco más de que el ser humano es un rompecabezas de lo más complicado, de esos que cuando uno piensa que encontró la pieza cierta y la puso en su lugar, resulta que todas las otras que parecían estar acertadas se desmontan y hay que empezar todo de nuevo... Bueno, pero supongo que es ahí que está la gracia del juego: montar y desmontar, arreglar aquí y allí, cambiar de lugar, descubrir el espacio de aquella pieza que pensábamos ser imposible de encajar. Es verdad que tal vez jamás lleguemos a ver el cuadro completo y perfectamente montado, pero con certeza a lo largo de nuestra existencia vamos a conseguir resolver y disfrutar algunas partes de él. El resto será un misterio fascinante, cuya solución nos mantendrá alertas y empeñados, siempre en busca de la respuesta que complete el rompecabezas; y es a través de esta búsqueda, que tal vez nos lleve la vida entera, que aprenderemos sobre nosotros mismos y sobre la vida, la muerte, sobre la compasión y la paciencia, sobre perdón y aceptación, límites y fé...
Entonces, nuevamente dispuesta e inspirada, aquí vá la crónica de la semana (pasada) No voy a prometerles el tal cuento de nuevo, pero voy a tratar de terminarlo y postearlo lo más rápido que pueda.
Me acuerdo de aquellas pequeñas villas al margen de la carretera, que pasaban velozmente por la ventana del auto mientras hacíamos el viaje de vuelta para casa, una vez terminadas nuestras vacaciones: casitas viejas, de tejas pardas y paredes de madera dascascaradas, calles de tierra y piedras, una única tienda -que se mezclaba con un bar obscuro donde reinaba una arruinada mesa de billar y algunas mesitas de metal con manteles de plástico- que exponía sus verduras y frutas mustias en cajones y cestas deformados, rollos de tabaco colgados del techo, estantes con enlatados, bebidas y frascos con huevos cocidos y pimientas coloreadas en cima del mostrador de tablas pintadas de celeste. No había ningún hospital, ninguna plaza, mercado o farmacia, sólo una iglesia de madera con una cruz chueca en la punta de la pequeña torre y una cerca de madera como atrio, unos canteros llenos de maleza y unos perros echados a la sombra del pórtico... Y las personas que vivían allí, obscuras y pequeñas como la villa, silenciosas, de andar macilento y sin rumbo, sin vanidades, sin futuro, sin noción de los lugares a los cuales aquella carretera podría llevarlos... Yo las miraba y me preguntaba cómo sería su existencia allí, si tendrían sueños, si esperaban alguna cosa diferente de la vida, si les pasaba por la cabeza salir de ahí y probar suerte en otro lugar, pero al observarlos mejor, la sensación que tenía era de que la mayoría había nacido y crecido en esa villa, se habían casado, construido su propio hogar -aquella casita de ladrillo y madera, con la huertecita en el fondo y maceteros esparcidos en el pórtico color tierra- tuvieron hijos, nietos y envejecieron dentro de esos límites, viendo el mismo paisaje por la ventana, regando el mismo jardín desordenado y salvaje, viendo el tronco del limonero engruesar y las margaritas desparramarse entre las azaléas cubiertas por el polvo del camino. Los mismos vecinos, el mismo mercadito, la panadería, la iglesia, el quiosco al margen de la carretera... Y allí continuaban, sentados en el porche, contemplando la misma calle hacía años, fumando sus cigarros de paja, gastando el tiempo alrededor de la mesa de billar, refregando ropa en el lavadero, plantando y cogiendo su menguado sustento... Los árboles se pusieron frondosos, el pedazo de vereda que restaba se partía un poco más con cada lluvia, la reja se deshacía poco a poco por la falta de pintura y el moho... Cuántas generaciones de gatos y perros, de canarios y gallinas habían pasado por ellos? El tejado ya empezaba a parecer otro jardín, pues las semillas que caían allí encima brotaban y se erguían, se arrastraban, deslizaban y colgaban sobre el porche decrépito... Sin duda existía mucha historia en aquel lugar, mas también había pobreza, descuido, ignorancia, una especie de culto o tradición que mantenía a aquella gente sin horizontes, sin progreso, sin ambición... Qué era aquello? Legado, resignación, miedo? Hasta cuándo permanecerían estacionados en ese pedazo de tierra, ignorando el mundo que los circundaba y crecía velozmente, casi devorándolos?...
Cuando dejamos la villa atrás, yo recosté la cabeza en el confortable respaldo del asiento del auto y me quedé pensando, sin conseguir apartar de mi mente la imagen de aquellas personas que parecían estar viviendo en una realidad paralela... Qué es lo que hay en este espacio en el cual habitamos que a veces nos prende con tamaña fuerza, impidiendonos progresar, crecer, descubrir? Será que una parte de nosotros -la biológica tal vez- con el paso del tiempo termina por mezclarse con la madera y las rejas, las plantas, la vereda, las vigas, el paisaje de la ventana de tal forma que no conseguimos más separarnos de esto?... O tal vez sucede que el lugar donde vivimos cuenta nuestra historia, es nuestro refugio y parte de nuestra expresión como seres humanos, pues sin duda estamos impregnados en las luces, la disposición de los muebles, en los aromas de la cocina y de los armarios, en el sonido de nuestras músicas, en el recuerdo de las risas, discusiones, fiestas y lágrimas. Tenemos sus colores y sus formas porque las raíces que nos prenden nacieron de nuestras vivencias, cuyas consecuencias se arrastraron e infiltraron en todo lo que nos rodea. El hombre tiene la necesidad ancestral de construir su mundo dentro del mundo, diferente de éste, pues aquí solamente él vive y dicta las reglas, y es el único lugar donde jamás será un extraño... Y tal vez ese es el motivo por el cual esas personas serán enterradas por muchas generaciones todavía en el minúsculo y pobre cementerio sin flores de la villa al margen de la carretera.

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