sexta-feira, 30 de outubro de 2009

Ave Fénix

Estaba revisando mis diarios corregidos (que es de donde saco estas crónicas) y me dí cuenta, no sin una cierta preocupación, de que estoy empezando a quedarme sin material... Y por qué está ocurriendo esto?... Pues simplemente porque he estado demasiado ocupada sintiendo pena de mí misma y reclamando, peleando con Dios y pidiendole todo tipo de explicaciones, y sumergida en los más absurdos y desgastantes planes para recuperar mi lugar y mi prestigio en la Fundación; fuera esas invencibles crisis de flojera y desánimo que a veces me arrasan en este último tiempo por causa de mi frustración y resentimiendo profesional, lo que significó que ni produje nuevos textos -tan sólo los apuntes básicos que todavía tengo que desenvolver- ni corregí todos los que podría. Entonces, como las vacaciones están casi llegando, ya que mi trabajo termina oficialmente el dia 27 de noviembre con la presentación de los espectáculos del proyecto en el que trabajamos a lo largo del año, pretendo parar con toda esta frescura y dedicar todo el tiempo que tenga disponible -bueno, casi todo, que tampoco soy de fierro- a poner al día todo esto. No sé exactamente cuándo me van a mandar para casa, pero como ya no voy a sufrir más la presión y el cansancio de dar clases y ensayar, vá a ser más fácil llegar a la casa y sentarme aquí para producir. Además, como ya lo tengo comprobado, el acto de escribir, la energía y el tiempo gastados en esto y la entrega total a la inspiración son absolutamente capaces de arrancar cualquier frustración, amargura o desánimo de mi corazón, no existe mejor cura para mí que producir un texto.
Por lo tanto, allá vamos!...

Todavía me acuerdo del terrible temporal que derribó mis enredaderas, arrancó un montón de tejas, me inundó el entretecho y enchuecó la antena de la televisión; desgajó y derribó sin piedad árboles y muros con su fuerza rabiosa y descontrolada, desparramó mugre por las calles y cambió para siempre el paisaje en el cual nos movíamos. El viento, como un gigante enloquecido, rugía estruendosamente, azotando con furia los árboles y los cables de alta tensión, y los rayos iluminaban el cielo casi negro con sus explosiones de luz, seguidas por el sonido horrible y ensordecedor de los truenos. Anocheció súbitamente y la lluvia cayó con una violencia asustadora, borrando por completo el paisaje. Poco después el granizo, del tamaño de bolas de ping-pong, caía también, aplastando las plantas y atravesando las hojas y tejas como proyectiles mortíferos... Ramas, hojas, papeles, flores, tierra y hierba volaban por los aires y caían en el suelo, confundiendose en un enmarañado de formas y colores impregnados de lama...
Entonces nosotros, los hombres, poderosos y arrogantes, que todo lo sabemos y en todo queremos mandar, nos encogimos y nos callamos, impotentes delante de esta naturaleza sin gobierno. Perdimos nuestro poder y nuestra arrogancia, nos volvimos pequeños e ignorantes, frágiles, inválidos; estábamos paralizados. Nuestro coraje se desvaneció, enmudeció, inútil ante el poder de los cielos. No teníamos más control sobre nada. Tuvimos que dejar que aconteciera mientras permanecíamos como meros espectadores impotentes... Y mientras estábamos así, paralogizados e incrédulos, tuvimos el vislumbre de una revelación distante y nos preparamos, juntamos fuerzas, medimos posibilidades, nos cuestionamos... Y decidimos, en vez de rebelarnos y salir peleando como siempre lo hacemos, mismo sabiendo que seremos derrotados o que no tenemos razón, rendirnos y aguardar mansamente, llenos de expectativa, el final del temporal. El paisaje que tan bien conocíamos iba transformandose poco a poco, de manera radical y definitiva, delante de nuestros ojos, sin que pudiéramos hacer nada para impedirlo. Sabíamos que las cosas no volverían a ser como antes, sabíamos que tendríamos que adaptarnos otra vez, encontrar y recorrer otros caminos, aprender nuevos procesos y tal vez mudar muchos de nuestros métodos y objetivos... Sería como morir y resuscitar, como virar la página y no mirar para atrás. Y después, todavía tendríamos que proseguir con nuestra existencia, retomar rutinas, encontrar personas, hablar, comer, dormir, trabajar, comprar, ir adelante. Ese era el gran desafío, al fin del cual nos esperaba la revelación que, en aquel momento, nos parecía tan lejana.
El temporal me enseñó esta lección: en las enredaderas derribadas, en los tocones que sobraron, en los muros desnudos y descascarados, en los pájaros ausentes, en la lama amontonada en las veredas y los jardines, en las ramas trágicamente colgadas de postes y tejados ví la transformación que nuestras vidas sufrirían después de aquel temporal que trajo la pérdida, el miedo, la enfermedad, la confusión, la revuelta y el dolor, la impotencia y la inutilidad de todos nuestros esfuerzos para preservar lo que era nuestro... Cuando la lluvia se fué y el sol volvió a brillar para calentar nuestro nuevo escenário, todavía desestructurado, empapado y lleno de basura, ví que, poco a poco, los pájaros fueron regresando, el pasto y las flores despuntaron de nuevo, tímidamente; el muro pelado todavía tenía el encanto de sus ladrillos armoniosamente colocados, la calle podía ser barrida, la antena enderezada, las tejas recolocadas o substituídas. La ciudad, el mundo, el universo continuaban su existencia, pues la vida es más fuerte que todo, y nosotros fuimos bendecidos con la maravillosa capacidad de adaptarnos, de recrearnos, de reerguirnos y florecer después de cada temporal. Ahora tengo certeza de ello. Somos capaces de resurgir a despecho de todo, tal cual el Ave Fénix, transformados, revigorizados, puede ser que deformados y con innumerables cicatrices, pero vivos y persistentes, siempre em busca de salidas, encendiendo luces, generando nueva vida y esperanza, dispuestos a recorrer los nuevos caminos que Dios pone delante de nosotros con un coraje que desmiente nuestro tamaño.
Es de esta forma que me descubro hoy, después de todo lo que sucedió, y me siento feliz y agradecida por ello.

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