sábado, 10 de outubro de 2009

Maestros de la vecindad

Cuatro días de descanso!... Es mucha bondad de los cielos! Casi no me lo créo!... Cuatro días enteritos aquí, relajada y sin preocupaciones, dedicada exclusivamente a escribir, ver televisión y comer mucha verdura y fruta. Es verdad que ayer terminé perdiendo una buena parte del día porque surgieron algunos imprevistos - entre ellos un tremendo dolor de diente que, por lo que parece (Dios me libre!) vá a terminar en uno de aquellos escabrosos tratamientos de canal, y un principio de crisis de rinitis que me obligó a tomar un antialérgico lo que, claro, me dejó soñolienta y imbecilizada por algunas horas- pero hoy ya estoy recuperada y lista para producir, producir y producir. A final de cuentas, no es común que aparezca un feriado el lunes para estirar al fin de semana y darnos un poco más de aliento para encarar los ensayos, eventos, aulas, reuniones y toda esa agenda enloquecida de fin de año. Entonces, aprovechando este tiempo delicioso (el sol está esplendoroso, acompañado de un vientecito frío que dan ganas de salir por ahí caminando de brazos abiertos y cabeza para atrás) voy a empezar a trabajar. Sólo espero que el diente no se ponga pesado y se quede quietecito hasta el martes -día de la consulta con la dentista- para que así pueda tirar el máximo de provecho de este feriado maravilloso.

Nunca cuestioné esa regla de oro que dice que, para que alguien séa capaz de ayudar a los otros, tiene que llevar una vida ejemplar, saber las respuestas correctas de todo lo que le preguntan, no puede romper reglas o equivocarse, no puede fracasar ni tener dudas. Según esta regla, una persona que posée la sabiduría y la inspiración para guiar a otros, para despertarles la conciencia y mostrarles salidas, caminos o nuevas posibilidades, para enseñarles la compasión, la justicia, el equilibrio y el valor de la existencia no puede, en ninguna hipótesis, demostrar ni una gota de mezquindad, envidia o vanidad. No le es permitido sentir ira, resentimiento, desprecio o remordimiento. No forma parte del ícono de "maestro" ser alguien sin cultura, con un comportamiento dudoso o sin una percepción absoluta y clara de las cosas. Aquel a quien acudimos em busca de respuestas debe ser inmaculado, mejor que el resto, no tener ni una mancha que empañe su figura o su don, no puede ser impulsivo o tener actitudes mediocres, confusas o reprobables... Prácticamente un santo!... Sin embargo, en este último tiempo me he encontrado con una cantidad absolutamente sorprendente de personas que, mismo débiles e imperfectas como yo misma, demostraron en ciertos momentos una percepción, una bondad y una sabiduría perfectas y totalmente inesperadas; personas a las cuales nunca se me habría ocurrido acudir en busca de auxilio me han dado las respuestas que estaba necesitando, me han dado consejos acertados, me han abierto los ojos y el corazón para acontecimientos y actitudes que no estaba consiguiendo percibir, me han mostrado caminos y soluciones para encrucijadas de las que pensaba que no conseguiría salir... Entonces, de repente soy obligada a parar y dar una mirada a mi alrededor, a todas estas personas a las cuales, generalmente, no les damos ningún crédito porque son pobres, ignorantes, están llenas de problemas o tienen un comportamiento poco usual, y empezar a reflexionar sobre quién realmente merece nuestra confianza, nuestros oídos y espíritus abiertos y, contradiciendo todo lo que aprendí hasta hoy, llego a la conclusión de que esta regla no es tan válida como parece, pues he descubierto, admirada y con no poca alegría, que no es en absoluto imprescindible cualquier tipo de perfección para tener la oportunidad o la capacidad de ayudar a los demás. Ni un tipo de superioridad o propaganda es un pasaporte inapelable para solucionar un problema ajeno o dar una respuesta sábia a quien está perdido. No existen condiciones, méritos o requisitos para esto; a pesar de estar asolados por la indisciplina, la vanidad, la envídia, los celos y todo tipo de tropiezos y fracasos, nada impide que dejemos que nuestra divinidad hable a través de nosotros y haga sus pequeños milagros...
El constante y casi siempre sorprendente encuentro con estos "maestros de la vecindad" acabó por convencerme de que, sin excepción, todos tenemos nuestra cuota de sabiduría, de compasión, de percepción y, mismo que estemos lejos de cualquier perfección, hasta hundidos en las más negras tinieblas, tenemos en algún momento mágico nuestra oportunidad de hablar, de actuar, de tocar los corazones, de calmar los dolores y cicatrizar las heridas. Aún podemos, mismo en medio de todos nuestros problemas y conflictos, de nuestros errores y fracasos, de nuestras debilidades e ignorancia, encender una luz en la obscuridad de alguien, mostrarle un camino, abrirle una puerta y hacerlo percibir lo que realmente importa para que así pueda dar el próximo paso. Todos podemos ser fuertes, generosos e iluminados cuando es necesario, sin importar lo que hacemos, dónde estamos o cuántas veces ya tropezamos y caímos por tierra, pues es justamente de la conciencia de nuestra propia fragilidad, de la experiencia del error, que nace la solidaridad con los otros, la paciencia, la sabiduría y la comprensión que nos vuelven capaces de extenderle la mano. Los pecados que todos cometemos nos vuelven hermanos y maestros unos de los otros, y nos hacen mantener vivas la fé y el deséo de alcanzar la felicidad a lo largo de esta breve y a veces tan confusa caminada por la tierra.

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