terça-feira, 20 de outubro de 2009

El poeta

Todavía viva después de otro temporal y con la internet milagrosamente funcionando, aquí estoy de nuevo, lista para otra, a pesar de atrasada... Puchas, ayer llegué a pensar que iba a tener que empezar a sacar los botes inflables del armario!... Mirando el río de aguas obscuras y llenas de ramas y hojas que el viento había arrancado sin piedad de los árboles, realmente llegué a sentir miedo (yo, que adoro la lluvia porque me relaja y me inspira!) pues podía ver y escuchar a la tempestad debatiéndose y golpeando la casa, tratando de invadirla por cualquier rendija, las piedras de granizo chocando contra los vidrios y las persianas y el paisaje ejecutando una especie de danza frenética, como si quisiera huir de la furia vengativa de los cielos... Me quedé imaginando cómo encontraría la ciudad hoy, cuando fuera a trabajar. Aquí ya están diciendo que Dios, por algún motivo inexplicable, está irritado con nosotros, pues ya van quedando pocos árboles y tejados intactos y, mismo así, El continúa enviando unos temporales casi apocalípticos por lo menos una vez por semana. A este paso, no van a sobrar árboles para protegernos del sol calcinante del verano -eso SI tenemos un verano, claro- ni casas o negocios en pié... Bueno, supongo que es justo que la naturaleza se rebele contra las cagadas que andamos haciendo, pero estoy empezando a creer que va a cobrarnos un precio mucho más caro y cercano de lo que nos gustaría admitir...
Bueno, y dejando un poco de lado el pesimismo con respecto a este pobre planeta asolado por sus propios habitantes, aquí vá la crónica de esta semana. Espero poder concluirla antes de que caiga el próximo temporal -ya empezó a llover y a relampaguear- y nos quedemos sin luz nuevamente.

Todo el mundo daba aquellas miradas de disimulada burla y tedio cuando él aparecia con sus ropas gastadas, sus zapatos viejos y su decrépita cartera de aquel café desteñido, ya sin forma, para hablar de esas cosas que a nadie le interesaban. Todos cuchicheaban a sus espaldas y soltaban unos interminables suspiros de impaciencia y falsa cortesía así que él empezaba a hablar pidiendo esto y aquello: más espacio en el periódico local, la divulgación de uno de sus consursos de poesia de cordel, la colocación de un afiche -creado e impreso por él mismo con sus parcos recursos- sobre los males del tabaco en el mural de la secretaría, una entrevista con los jefes para marcar una noche de trovas en el teatro, disertaciones sobre los poetas nacionales y regionales en las escuelas, encuentros de trovadores, discusiones entre los profesores sobre la divulgación y los rumbos de la poesía entre los jóvenes y oportunidades para que éstes mostraram sus trabajos, tal vez una modesta revista para darle espacio a los talentos desconocidos... Su rostro flaco y surcado por mil finas arrugas (con certeza producto de todas las negativas, demoras, promesas no cumplidas y humillaciones que había sufrido por causa de su lealtad a la vocación) de ojos cansados pero todavía brillantes, su cabello teñido de negro azabache y su vocecita afónica y sin autoridad, siempre tomada por ese entusiasmo enfermizo que nada parecía disminuír, tenía el poder de irritar a todo el mundo que, a la primera señal de su presencia, se cerraba como un solo cuerpo, semejante a una pared de concreto dura e insensible, delante de la cual él hablaba y hablaba, como si no se diera cuenta de nada, tratando de envolver a una sociedad hastiada y superficial en sus cruzadas poéticas... Desde mi lugar yo lo observaba y no podía evitar preguntarme, llena de lástima y una extraña vergüenza: "Será que él realmente crée que vá a conseguir alguna cosa de esta gente?"...¿No percibía sus miradas, sus gestos, las espaldas viradas, aquella súbita actividad que tomaba cuenta de la sala así que él cruzaba la puerta?...
-Ay, Dios mío, prepárense! Ahí viene el poeta!...- avisaba alguien desde la ventana, con voz de auténtico pavor -Qué diablos será que esta criatura quiere esta vez?...
Y todos se reían, sintiéndose superiores y más importantes que aquel pobre poeta alienado y mal vestido, siempre cargando esa montaña de viejos papeles dactilografiados -porque ni siquiera tenía un computador- y discurseando sobre cosas que nadie estaba con ganas de escuchar, mucho menos de entender. Hasta hacían apuestas sobre cuál sería la lata del día y se empujaban unos para otros el ingrato placer de atenderlo y mendigarle algunos minutos de hipócrita atención... Será que él presentía lo que le esperaba? Sería que su corazón infantil y desprotegido creaba una coraza de fé y porfía todas las veces que doblaba la esquina y se aproximaba a nuestro edificio? Sería que era capaz de percibir la hipocresía, la burla, la falta de atención, y mismo así, continuar en su misión, engullendo las falsas sonrisas, las disculpas, las miradas de menosprecio y las mentiras porque su cruzada, su vocación, eran mayores que todo aquello?.
-Cuándo será que este tipo vá a desistir, hey? Aqui nadie está interesado en poesía.- comentaban, impacientes con su persistencia -Tenemos cosas mejores que hacer!.
Pero él escribía, no se cansaba de escribir, y soñaba, y divulgaba sus versos en las esquinas, en las plazas, en los bancos y mercados, en la feria, encuadernados con cordel y papel reciclado, escritos a mano con nankin, con ilustraciones salidas de su propia imaginación. Por algunas monedas, las personas podían llevarse un pedacito de su vida para sus casas que, con certeza, terminaría en la basura sin siquiera haber sido abierto. Algunos ni esperaban y ya lo tiraban al suelo, pensando que lo que le importaba al poeta eran las monedas que pagarían el pan al día siguiente y no la lectura de su arte, la partija de sus sentimientos y experiencias, la aceptación de las lecciones que tenía para ofrecerle al mundo... Este mundo ingrato y superficial, de corazón vacío y mente cerrada, de sentimientos aturdidos, deformados, breves y egoístas... "Será que el poeta debe vivir en él?", me preguntaba muchas veces, "Será que su misión no está destinada al fracaso? No será mejor que desista y permanezca en su propio mundo para que no continúe sufriendo con la indiferencia y la ferocidad de los hombres?"...
Sin embargo, para estupor y tal vez una gota de admiración del mundo -inclusive de mí misma- el poeta continuaba entre nosotros, desparramando sus hojas baratas y sus discursos utópicos sin dar señal de cansancio o decepción; continuaba invadiendo nuestras oficinas y corazones pidiendo más espacio, más entendimiento, más humanidad, más esperanza, más justicia. El persistía, igual a una hierba dañina, picoteándonos con sus palabras rimadas, sus trovas y hai-kais, sus afiches, sus composiciones a veces tan ingenuas, tan obvias, tan verdaderas... El persistía y, en vez de considerar el favor de jubilar al envejecer, parecía tomado por un fervor mayor a cada año que pasaba, por una fuerza que no sabíamos de dónde venía, porque su cuerpo encogía, sus cabellos raleaban, su voz enronquecía, sus manos perdían la firmeza y su piel más parecía un pergamino del Mar Muerto, pero toda vez que alguien le preguntaba por qué no sosegaba y se iba para su casa a descansar, él invariablemente respondia, abriendo esa sonrisa suya ya medio desdentada:
-Yo soy un poeta, mi amigo, un hijo del grande arte, y el arte nunca muere!... Sólo se transforma...- y mostrando sus manos artríticas y arrugadas agregaba: -Mira, estoy transformándome en un árbol! Mira mis ramas! Mira mis hojas!...- y riéndose, abría los faldones de su chaqueta y sacudía los bolsillos, donde se podía oír el sonido alegre de los lápices chocando unos contra otros. Entonces, pescando uno de ellos, lo aproximaba al rostro de su interlocutor y decía, bajito: -Estas son mis semillas. Toma una. A lo mejor la conviertes en otro árbol.
Y se alejaba por la calle, su silueta curvada, de andar medio desequilibrado, siempre con la prisa de quien tiene donde llegar, con la cartera en una mano y los faldones de la chaqueta revoloteando como dos alas desharrapadas, dejando atrás de sí a alguien con un lápiz y tal vez algunos pensamientos más.
El poeta no se hizo famoso, no ganó dinero, no publicó ninguna colección, no recibió ofertas de grandes editoriales, no dió autógrafos ni promovió una revolución en el mundo. Murió, simplemente, en la aurora de un día cualquiera, ya muy viejo, rodeado por los pocos y fieles amigos, por su mujer y sus hijos, que sabían que el total de su herencia no sería contado en billetes o monedas, sino en versos y rimas. Murió mientras el sol nacía, y tengo certeza de que con su último suspiro compuso una poesía dedicada a aquellos rayos dorados que entraban por su mezquina ventana para besarle la frente y entibiarle el corazón por última vez... Y dejó que aquel oro se lo llevara con la docilidad y la paz de quien siempre fué fiel a un ideal e hizo todo lo que pudo para que éste se volviera realidad. Porque el poeta nunca deja de creer, de desear, de hablar, de esperar.
Quisiera yo ser como él, que nunca desistió, que a cada instante se dejó iluminar y calentar por su inspiración, siguiéndola por doquier, que consideró su don algo divino por lo que valía la pena luchar, que descubrió en sus propias palabras mensajes que tenían que ser sembrados, compartidos, legados; que no le importó lo que el mundo pensaba y fué fiel a su vocación, a su misión... Quisiera yo ser como este poeta, de quien aprendí que toda transformación empieza dentro de nosotros mismos y, poco a poco, vá extendiendose a nuestro alrededor y puede llegar a ser capaz de mudar una partícula del mundo, lo que es suficiente para que la existencia de una vida valga la pena. Pues yo soy la partícula que él transformó, dejándome como herencia el compromiso de de ser fiel a mi vocación y de transformar otra partícula.


Nenhum comentário:

Postar um comentário