domingo, 30 de agosto de 2009

Creér en nosotros mismos

Bueno, como se dice aquí: "Quien no tiene un perro, caza con un gato", y es eso lo que estoy haciendo. Conseguí que me prestaran un monitor en el lugar donde están arreglando el mío mientras no me lo devuelven, y así puedo postear mis crónicas y escribir sin tener que estar escondiéndome de los otros en la Fundación, pues con certeza no irían a entender ni a aceptar que se trata de una emergencia e iban a pensar que estaba perdiendo el tiempo -que debería estar usando para cortar botellas de plástico, la nueva y emocionante profesión de los profesores de la fundación, por causa de la gripe porcina- y más encima usando material de la institución para cosas personales, lo que es prohibido (a pesar de que ya los pillé usando sus computadores para esto) Pero, en fin, las nubes se alejan y puedo disfrutar de los primeros rayos de sol después de bastante tiempo de nubes espesas. Conseguí domesticar a mi glicemia mediante un cambio en los horarios de mis refecciones y una cerrada de boca radical -lo que, al final, no está siendo tan difícil, sobre todo cuando véo los resultados: perdí 3 kilos en 10 días!- y ahora volvió a aquellos números totalmente tranquilizadores. El resto de mis exámenes están más que perfectos (como pueden notar, es la época de exámenes) tuve una agradable sorpresa de parte de los alumnos que menos esperaba, me dí cuenta de que hay una cantidad impresionante de "ángeles" a mi alrededor que están siempre tratando de facilitarme las cosas y, gracias a un gran amigo, entré en contacto con una persona que tal vez ponga mis crónicas en alguna publicación -con salario y todo eso!- de forma periódica y estable. No voy a dejar de enviar mis textos para la Folha de Londrina, pues sé que tengo muchos lectores fieles allí, pero si consigo esta otra oportunidad será como un trabajo definitivo que, tal vez, hasta me permita alejarme por unos tiempos de la fundación, pues como ya dije, me encanta mi trabajo, pero no la forma en que estoy siendo obligada a desenvolverlo ahora. Si bien que tengo algunas dudas con respecto a su destino en esta etapa aparentemente tan difícil, pero que estoy consiguiendo vencer... Pero esa es otra história que les voy a contar después. Por ahora, aquí va la crónica de esta semana.

Tornillos, tuercas, manivelas, placas, ruedas dentadas, restos de piezas de motor, clavos, baterías, alambres de acero... Mi tío juntó todo eso con un soplete para ganar una apuesta que hizo con los funcionarios de su taller mecánico -un juego para tratar de deshacerse de las piezas viejas o estropeadas que se amontonaban sin parar en el fondo del galpón- y así, de sopetón, casi sin darse cuenta, acabó descubriendo que era un artista -un escultor- cuando ya estaba viejo, casado, con los hijos en la universidad y una profesión establecida (era mecánico de carros). En una inspiración repentina, soldó aquel día algunas de las piezas que estaban tiradas en el taller y de repente se abrió delante de él, un señor tan formal, tan tranquilo, ex campesino (pero que adoraba música clásica y jazz) hijo de una profesorita rural, un nuevo y maravilloso universo lleno de las más insospechadas y fascinantes posibilidades: el arte. Fué como abrir las compuertas de una represa. Poco a poco, pero de forma ininterrumpida y cada vez más perfecta, comenzaron a emergir de su mente y de su corazón todas las formas y colores que durante años habían permanecido trancados dentro de él, desterrados e ignorados en nombre de "cosas más importantes", y su casa se llenó de sus pequeñas y graciosas obras. Luego, una parte del taller se transformó en su atelier, para espanto de sus funcionarios, amigos y parientes, que nunca lo habrían imaginado haciendo algo así, y su viaje, ahora sin obstáculos, continuó su curso con un entusiasmo casi infantil. Y no paró allí. Descubrió el encanto de hacer portones, rejas, balcones y biombos, y tuvo que ocupar más espacio en el taller para desenvolver sus nuevos proyectos. La escuelita de su esposa, las ventanas y puertas y los jardines de la casa, y de otras -porque empezaron a aparecer encomiendas!- se vieron luego adornados por su trabajo primoroso y original. Y todos los que lo conocían se admiraban y comentaban: "Puchas, pero ahora que está viejo sale con una cosa de esas! Nadie se lo esperaba!"... Algunos hasta hacían unas bromas medio pesadas, pero él no se dejaba amilanar y continuaba, firme y satisfecho, recorriendo con lealtad y alegría este camino que había aparecido en su vida como un delicioso regalo del destino. Parecía que una nueva vida había empezado para él!.
Hoy, la ciudad está sembrada de sus trabajos y es por causa de ellos que su recuerdo está siempre presente y es tan querido, pues muchas personas tienen una bella muestra de quién fué y de lo que fué capaz de realizar, mismo cuando parecía que su tiempo y sus oportunidades ya se habían acabado.
Cuando yo supe de su nueva actividad y ví sus trabajos, me sentí realmente contenta, ya que esto probaba que no era solamente de la parte de la familia de nuestro padre que habíamos heredado nuestros talentos y nuestra sensibilidad artística. Las personas del campo también podían ser -contra todo lo esperado- sensibles, disfrutar de una buena lectura o de música erudita. Mi tío realmente sorprendió a todos con este tardío despertar de sus dones artísticos y ganó todos los elogios y el apoyo de la familia y los amigos por su persistencia y coraje... Sin embargo, a veces yo me quedaba mirando a mi madre, su hermana mayor y bibliotecaria graduada a rebeldía, y recordaba todos los sueños de los cuales tuvo que abdicar, a pesar de haber hablado sobre ellos con mis abuelos: danza, piano, teatro... Pero como mujer, en aquella época, su deber primero y más importante era casarse, tener hijos y trabajar en alguna profesión "formal" que todavía le dejase tiempo para llevar eficientemente la casa y criar a los hijos como una buena madre. Mis abuelos no le dieron la menor oportunidad de explorar sus talentos y ver si la podían llevar a algún lugar. Entonces ella misma, desengañada, no quiso luchar por ellos ni retomarlos ahora que nosotras estábamos grandes y éramos independientes. El tío Armando tuvo su oportunidad y la agarró, cumpliendo así, tal vez, la última parte de su destino con éxito. Ya nuestra madre, después de esta primera y terrible decepción, sólo fué acumulando una frustración atrás de otra, como si ese fuera su destino. Si sus propios padres no creían ni en ella ni en sus sueños, por qué ella lo haría, ahora o después?... Envejeció reprimiendo, callando, aguantando, sin esperanza, siempre tiránicamente envuelta en aquellas otras "cosas importantes"; acabó enfermándose, perdió a mi padre y con él los últimos vestigios de alegría e independencia, de fé que todavía resistían. Ahora, debido a las secuelas de su enfermedad, que la mantienen prisionera a una cama de hospital, hasta la más remota posibilidad de que estos sueños lleguen a realizarse, se volvió imposible... Sin embargo, a veces pienso -o prefiero pensar- que, al final, debe haber terminado por olvidarse de ellos, lo que es, de una forma muy cruel, algún tipo de mezquino consuelo. Hoy está tan deteriorada que no debe tener más conciencia de este tipo de cosa. Ya hubo una época en que pensé que mi hermana y yo sufriríamos el mismo tipo de destino, como si fuéramos víctimas de algún tipo de maldición que castigaba sin piedad a las mujeres de nuestra familia, pero, por suerte, hubo mucha gente que me convenció de lo contrario y me ayudó a creer en mí misma y en lo que el destino susurraba en mi corazón. No sé si mi tío tuvo más oportunidades, más suerte, más garra, más perseverancia, más audacia, fé o qué, pero esa última vuelta de su vida fué una bendición para él, una especie de coronación, que mi madre también debería haber recibido. El era un hombre alegre, al que le gustaba comer y beber, simpático y emprendedor, buen padre y marido, con una rara sensibilidad y cultura, considerando los origenes que tenía, que quebró el mito de que quien viene del campo está limitado y sólo sabrá manejarse con vacas y lechugas... Que pena que su hermana mayor no tuvo el mismo destino, el mismo segundo de iluminación y coraje. O quién sabe lo tuvo, pero como solamente ella creyó, pensó que no era lo suficiente y escogió desistir.
Pero yo estoy convencida de que no son solamente los otros quienes tienen que creer en nosotros para que así nos sintamos con el permiso de lanzarnos por nuevos caminos o correr atrás de nuestros sueños más queridos y verdaderos sino que, primero y antes de todos, nosotros mismos tenemos que creer en lo que somos, en lo que sentimos, en lo que necesitamos para ser felices y realizarnos como seres humanos. Fué esto que hizo toda la diferencia entre el destino de mi tío y el de mi madre.

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