sexta-feira, 7 de agosto de 2009

Las dos personas más feas del mundo

Hoy día estoy sintiendome tan animada que sería capaz de postear algunas crónicas sin cansarme, pero como tengo que trabajar también en la creación los textos para las presentaciones de fin de año de las escuelas donde doy clases -y si no empiezo a ensayar ahora las cosas no van a salir bien, ciertamente- voy a contener mi entusiasmo y postear solamente una, como toda semana... a no ser que después de terminar de redactar las piezas (son siete!!!!) me sobre ánimo e inspiración para postear algo más aquí. Yo no sé si es el día maravilloso y soleado (pero no calcinante) o si es el hecho de, finalmente, haber organizado mis finanzas y planeado cada pago hasta abril del próximo año (no sabem cómo es emocionante y relajante conseguir esta proeza!) lo que significa que no voy a poder comprar ni una aguja, pero a cambio de mi tranquilidad y equilibrio espiritual, vá a valer la pena; o si es porque estoy consiguiendo llevar mi dieta sin dar ni una escapadita, lo que puede significar que no voy a tener que usar insulina tan luego, hecho que también hace valer la pena el quedarme babeando encima de una torta de chocolate o un pan de queso mientras devoro palitos de zanahoria cruda con mayonesa o sal (créanme, son deliciosos cuando uno se acostumbra!... y no tiene otra opción). Estoy realmente dispuesta y firme en la decisión de empezar a llevar una dieta totalmente saludable (al final estoy con 53 recién cumplidos, no es hora de hacer tonterías!) y mantener mis finanzas controladas. Estos son mis dos mayores propósitos en este "año nuevo" y pretendo cumplirlos sin auto-boicotes ni disculpas... Y vá a valer la pena, con certeza. Ya estoy sintiendome mejor sólo de pensar en ello!. Como ya dije una vez, tomar decisiones y llevarlas a cabo es algo extremadamente positivo y saludable, nos pone en equilibrio y armonía con la vida y nos proporciona un futuro con más certezas y tranquilidad.
Y después de esta lección de auto-ayuda gratuita, que ni yo misma esperaba, aquí vá la crónica de esta semana:

Ellos vienen doblando la esquina, caminando despacio, manos entrelazadas, conversando animadamente. Rostros sonrientes, llenos de paz y una serena y firme felicidad. A veces se detienen y miran a su alrededor, al escenario iluminado y fresco que los rodea, y comentan sobre los pájaros, los árboles, los jardines, los niños yendo a la escuela... Se aproximan, bajando la calle, mientras yo la subo con paso ligero, y al verlos tengo la nítida impresión de que no están realmente allí, sino en alguna dimensión que es solamente de ellos, en la cual nada ni nadie más existe, y que ésta no es más que el reflejo de sus sentimientos. No sé quiénes son, pero así que crucé con ellos el primer día me llamaron la atención, pues eran féos. Muy féos. Terriblemente féos, para decir la verdad... Pocas veces encontré personas tan poco agraciadas, mal vestidas, de facciones tan irregulares y andar tambaleante, miembros desproporcionales y colores opacos, cabellos indomables y dientes chuecos... "Frankenstein y su novia?", pensé inmediatamente, al divisarlos doblando la esquina, y abismada con tanta fealdad, me agaché, fingiendo amarrar mi zapatilla, para así poder observarlos más de cerca. Sus voces llegaron primero hasta mí, roncas y desafinadas. Hablaban sobre planes para el futuro: dar un adelanto para un refrigerador, ahorrar algún dinero para comprar el material escolar del hijo el año siguiente (y habían tenido el coraje de poner un descendiente en este planeta!) arreglar la porta del auto, pedir un adelanto a la patrona para no atrasar la cuota del sofá... Cosas simples, banales, de gente que sobrevive con un salario básico y algunos trabajos sueltos aquí y allí... Mientras los escuchaba conversar noté de repente el tono afable y sereno de sus voces, aquella sensación de profunda y sincera complicidad impregnando sus palabras, el respeto, el cariño; y en el segundo siguiente consideré la posibilidad de que no se trataba -como yo había supuesto al principio- de una de aquellas parejas de población que viven a los puñetes y a los gritos, bebiendo y pariendo un hijo atrás del otro, maldiciendo la vida, la familia y al propio Dios por sus desgracias sin fin, sino de dos personas que realmente se amaban e importaban una para la otra, que tenían planes optimistas para el mañana y que pretendían trabajar juntos para realizarlos. Movida por esta nueva perspectiva, dejé mi zapatilla en paz y levanté la cabeza para verlos mejor antes de que pasaran a mi lado: ella era bajita y delgada, casi raquítica, de mandíbula saliente y sin los dientes de abajo, el pelo encaracolado en desorden teñido de un negro azabache que contrastaba de una forma extraña con la piel morena y arrugada de su rostro, ojos pequeños y hundidos, cejas ralas, piernas arqueadas y llenas de manchas, dedos torcidos ostentando unos anillos baratos y ya descascarados, sandalias demasiado grandes para sus piés medio deformados, el vestido cayéndole como un saco demasiado holgado. El, alto y totalmente descoyuntado, rostro flaco y largo donde se destacaba una nariz enorme con la protuberancia típica de una fractura, orejas de habano, cabello muy corto y negro (también teñido) piernas delgadísimas y zapatos con cordones diferentes, donde sus pies sin medias parecían nadar. Vestía um decrépito sweater de lana que se erguía en la espalda debido a una leve joroba, y sus manos de uñas carcomidas y obscuras eran desproporcionalmente grandes y llenas de nudos, rematando los brazos demasiado largos, que nacían de los hombros huesudos y encorvados... Pestañeé un par de veces para tener certeza de que estaba viendo bien, pero la imagen era esa misma: las dos personas más féas del mundo estaban apenas a algunos metros de mí!... Sin embargo, lo que me dejó realmente impresionada no fué esta visión sino lo que percibí en sus ojos: aquel brillo, aquella serenidad, aquella complicidad que, en ese instante, los igualó a Romeo y Julieta, Angelina y Brad, Clark Kent y Lois Lane... Y, cuando finalmente se alejaron, aún de manos entrelazadas y llenos de sonrisas y confidencias, conseguí entender que, a despecho de cualquier apariencia o preconcepto, todos pueden amar, todos tienen este derecho y esta cualidad, este don que puede transformarlos en príncipes y hadas, en seres humanos perfectos, llenos de optimismo y fé, de alegría, de paz. Los féos también pueden ser sábios, bondadosos, soñadores, emprendedores; pueden tener éxito y merecen amar y ser amados, pues tienen su lugar en la historia y en los planos de Dios, así como cada uno de nosotros, los altos y los bajos, los gordos y los delgados, los viejos y los jóvenes, los inteligentes y los excepcionales, los ricos y los pobres, los malos y los buenos. El ser humano nunca dejará de sorprendernos porque, en su diversidad, existe siempre una lección que aprender, una puerta que abrir, la posibilidad de un encuentro que puede volverse inolvidable si sabemos ver más allá de la imagen exterior.

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