segunda-feira, 17 de agosto de 2009

Inmortalidad

Muuuuuuy atrasada, después de un fin de semana completamente inútil frente a la televisión -a pesar de que realmente me encanta ver películas- pero todavía fiel a mi compromiso, aquí estoy, buscando la inspiración, la persistencia y la fé que a veces parecen alejarse o insisten en mantenerse escondidas atrás de nubes nada animadoras... Sin embargo, una breve y firme conversación conmigo misma durante el trayecto de mi caminada matinal, o un desahogo con mi "fiel escudera" Ivonete, son suficientes para ponerme en la línea de nuevo. Realmente estoy comprobando que, cuanto más uno permanece parada mental y físicamente, más difícil se vuelve desarrollar o mantener cualquier rutina, y más todavía crear alguna cosa o mantenerse animada delante de las dificultades. La inmovilidad mental y corporal nos deja embotados, estupidizados, nos roba las ganas de crecer, de aprender, de llevar adelante nuestros proyectos. Nos deja en el medio del camino mirando a los objetivos que nos trazamos y en los cuales siempre dijimos que creíamos, como si fueran un sueño imposible, ingenuo, demasiado ambicioso. Nuestras fuerzas se desvanecen y una rutina destructiva y deprimente va instalandose poco a poco, tomando cuenta, corroyendo nuestras expectativas y ambiciones, nuestros sueños, nuestra voluntad y nuestra coraje... Es un camino obscuro que siempre ladea nuestro rumbo verdadero y nos llama constantemente, así que aparece la primera dificultad, queriendo desviarnos, hacernos tropezar, ofreciendonos un consuelo falso, un alivio dañino, una facilidad que, en realidad, no nos vá a llevar a ningún lugar... Por eso huyo de sus voces y visiones, de sus caras tristes y llenas de auto-compasión, de sus susurros tentadores, de sus falsas puertas de fuga y sus ventanas iluminadas con luces efímeras y cegadoras que siempre terminan cerrándose en nuestras narices.
Créo que debemos estar siempre alertas, igual a guerreros que no descansan en su combate contra lo negativo, lo ilusorio, lo obscuro, contra la ignorancia, la flojera, el miedo, el egoísmo y toda esa gama de probaciones que sufrimos por causa de nuestra condición mortal e imperfecta. Es algo que a veces puede ser extremadamente cansador, pero... si no fuera por estos desafíos y por la alegría y el crecimiento que ganamos todas las veces en que vencemos uno de ellos, nuestra existencia no sería un total e interminable aburrimiento?...

Las horas que estoy pasando en el Museo sentada en esta silla incómoda escaneando las fotografías antiguas de alcaldes, eventos, obras y personalidades de destaque en las diferentes administraciones que pasaron por nuestra ciudad, está trayendome algunas recompensas inesperadas y enriquecedoras. Ayer, por ejemplo, mientras estaba sentada delante del computador en la sala silenciosa, aparecieron dos hombres, ya viejos, que querían hablar con la coordenadora del Museo. Por el ruido, percibí que traían papeles, entonces deducí que debían ser fotos o documentos para prestar o donar a los archivos del Museo. Hasta ahora no había prestado mucha atención a estas visitas que la coordenadora recibe casi diariamente, pero por algún motivo, ayer paré un poco mi trabajo y me dispuse a escuchar discretamente la conversación, ya que no estaban en la sala de ella, sino alrededor de la gran mesa que ocupa un área delante de la puerta del local donde me encontraba... Y de alguna manera que me sorprendió, sus historias llenas de anécdotas, personajes, acontecimientos personales o sociales, pérdidas, lecciones, victorias y nostalgia me parecieron, por primera vez, llenas de vida y significado. Me dí cuenta de que se trataba de su existencia, de sus experiencias y recuerdos, que ellos traían con todo cuidado y cariño hasta la coordenadora -que las recibe siempre con extremada dalicadeza y consideración, valorandolas al máximo, lo que deja a estas personas con la nítida sensación de que son realmente importantes, de que hicieron algo, de que lo que saben vá a servirles a las futuras generaciones, lo que significa que sus vidas hicieron alguna diferencia- y entregaban en sus manos como si se tratase de un tesoro, confiando que ella les daría su debido valor. Observando desde mi lugar percibí cómo parecían rejuvenecer mientras le contaban sus historias -a veces muy personales- o identificaban nombres, rostros, fechas y lugares en las fotos y documentos que habían traído. Algunos habían llegado a viajar a otras ciudades, donde tenían parientes, a fin de obtener más informaciones que pudieran ayudar a enriquecer nuestra historia. Veía en ellos algo como la sensación del deber cumplido, pues parecía que traer o juntar informaciones se había vuelto una especie de misión que los mantenía ocupados, activos, sintiendose útiles en pro de una causa importante... Permanecieron un buen tiempo allí conversando, desgranando recuerdos, informaciones, intercambiando fotos, mostrando documentos, riendo, haciendo confidencias... Y cuando se despidieron de la coordenadora, noté que había un nuevo brillo en sus voces, que parecían caminar más erectos, con más firmeza y optimismo. Salieron por la puerta y encararon la calle soleada, la ciudad, la vida, con una sensación de poder, de inmortalidad, de renovación, que parecía darles alas. Y se alejaron, cada uno por su camino, respirando hondo este aire que hoy tenía un perfume diferente, no más de muerte o enfermedad, de incapacidad u olvido, sino de plenitud y gratificación, de una incierta y profunda esperanza en el futuro.
La instauración del Museo en la ciudad no significa tan sólo el rescate de la memoria, de la historia, de las obras o personalidades que por aquí pasaron, sino también la oportunidad de dar un significado y valorar la existencia de aquellos que están llegando al fin de su jornada y piensan que nada tienen para dejar como legado, que no hicieron ninguna diferencia y que su experiencia y sabiduría serán olvidados una vez que se hayan ido. Su contribución a los archivos del museo les dá una nueva misión, los trae de regreso a la vida, a la acción, los hace darse cuenta de cuán importantes y necesarios son para las generaciones futuras, y esto les ofrece el regalo más importante que un ser humano puede desear: la sensación de inmortalidad.

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