sábado, 9 de agosto de 2014

" Desistir, definitivamente, no es una opción"

    Creo que esta semana me voy a sentar a escribir un cuento. Estoy rodeada de tantas y tan variadas historias que me es imposible sustraerme a su llamado. Hay que hacerlas conocidas, hay que revelar a sus personajes, hay que reflexionar y usarlas como inspiración, como recordatorio, como muestra de pedazos de la realidad en que vivimos, mismo que tejamos una fantasía sobre ellas... Entonces, voy a parar, voy a mirar a mi alrededor, voy a recordar, y sé que mi corazón y mi mente despertarán y encontrarán algún tesoro que he pasado por alto en la correría de cada día... Estos son los momentos sagrados e impagables de un escritor, su privilegio -a veces doloroso y solitario, pero nunca silencioso- su misión, su legado. Y no puede hacer otra cosa sino compartirlo, esperando que otros sientan y se inspiren como él a cambiar, a actuar, a sentir, a producir. Para eso estamos aquí.
    ¿Escribir es un don? ¿Una maldición? ¿Una misión? ¿Un castigo?... Tal vez de todo un poco, pero a pesar de lo que cuesta, no se puede dejar de hacerlo. Si no se escribe, se muere un poco cada día. Escribir es vida. Por lo menos para mí, y no saben cómo es reconfortante ver que hay tanta gente que se interesa por lo que escribo. Eso es lo que me impulsa a continuar... Pero tengo que confesar que, mismo que nadie leyera mis palabras, yo continuaría escribiendo. Porque yo soy las palabras.
    

    Aquí hay un programa de televisión que se llama "La jueza", en el cual se muestran los más variados casos legales que involucran a la familia (pensiones, herencias, divorcios, etc) y que son juzgados y resueltos por la conductora del programa, una magistrada de verdad. Empecé a seguirlo hace poco tiempo, medio por casualidad, una tarde en que buscaba algo para ver en la televisión a esa "hora-limbo" que son las tres de la tarde, en la que sólo pasa programa repetido o novela venezolana... Y tengo que confesar que me estoy volviendo adicta al tal programa. ¿Por qué?... Con certeza no es por lo teatral de algunos casos o por la peculiaridad -a veces cómica, a veces trágica,o indignante- de sus protagonistas, sino por las historias en sí, pues allí no se habla solamente de la parte legal, mas también de las circunstancias que llevaron a estas personas hasta el tribunal, del tipo de vida que llevan, dónde residen, qué hacen, cómo es su familia, qué otros problemas tienen... Y es ahí que me doy cuenta de que existen hombres y mujeres que viven -o han vivido- en condiciones que me hacen agradecer tener los pequeños problemas que tengo y que a veces parecen sobrepasarme. Escuchando sus relatos me siento francamente avergonzada -y aliviada, si cabe- de quejarme, de ahogarme en un vaso de agua, de desanimar e impacientarme porque mis asuntos no se resuelven luego y de la forma que deseo. En la mayoría de los casos, estas personas viven amontonadas en casas diminutas y abarrotadas, están desempleadas, residen en barrios lejanos y peligrosos, tienen que vivir contando las monedas para comprar cualquier cosa, hasta lo más esencial, no tienen planes de salud ni una educación decente, completa, pasan todo tipo de necesidades físicas y psicológicas... Y se las arreglan. Y salen adelante. Y se sacrifican de formas que no sospecharíamos ni consideraríamos posibles. Y no desisten. Y luchan cada día. Y trabajan en lo que les aparezca, no importa si es lejos o si les pagan poco... Lo importante es sobrevivir, mantenerse a flote, guardar la dignidad y la esperanza... Son como esas otras personas con las cuales me cruzo cuando salgo a correr en la mañana. Allí están, soy testigo de su lucha diaria, y me llenan de admiración y coraje. Claro que no estoy en la difícil situación en la que ellas se encuentran -y espero no estarlo nunca- y no necesito hacer nada tan extremo para sobrevivir, y por eso mismo, sus relatos me colocan en la realidad de lo afortunada que soy y, al mismo tiempo, me muestran que, cuando las cosas se ponen feas, no hay que dejar de luchar y tener fe.
    Sobrevivir en ciertas circunstancias es realmente una cuestión de garra y persistencia y nosotros, los afortunados que lo hacemos casi sin arañazos, deberíamos prestar mucha atención a estos otros guerreros que, con su ejemplo, nos enseñan -y nos prueban- que desistir, definitivamente, no es una opción.

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