sábado, 24 de maio de 2014

"Hay que hacerle justicia"

    El frío llegó, pero no me importa porque la cordillera está espectacular, justo frente a mi ventana. Cuando la miro no puedo evitar pensar: "Fue por ti que regresé", y no me arrepiento ni por un segundo. Las personas pasan, se van, desaparecen, la tierra permanece y es allí que criamos nuestras más verdaderas raíces. Esas son para siempre. ¿A dónde se vuelve, al final de todo? Pues a la tierra.
    Y después de este momento filosófico y revelador, aquí va la de la semana.


    Siempre digo que hay que hacerle justicia a los dones que recibimos. Tenemos que cultivarlos, expandirlos, perfeccionarlos de todas las maneras posibles y luchar por ellos, para que vean la luz y nos realicen como seres humanos. En una palabra: si nos fueron dados es porque tienen un propósito en nuestras vidas y, probablemente, en la vida de otros. Sin embargo, si nosotros no ponemos las cosas en movimiento, nada sucederá con ellos.
    Creo cada vez más que poseemos la sabiduría para obtener el éxito en esta empresa. Estoy convencida de que en el fondo sabemos a dónde ir y con quién hablar. Es como si el don que nos fue dado viniera, de alguna forma, con esta noción incluida en el mismo paquete. Alguna parte de nosotros sabe lo que realmente desea y cómo lograrlo, una especie de instinto, de claridad que, desgraciadamente, solemos ignorar. Preferimos darle oídos y confiar en los demás y asumimos proyectos que no son nuestros, actuamos según los otros esperan, luchamos por sueños que extraños nos adjudican, a veces sin siquiera preguntarnos si están acertados o si nos sentimos contentos con ellos. Y ahí nuestros propios dones, regalo de Dios, van debilitándose, deformándose, perdiendo el brillo y la claridad, la importancia, el impulso. Nos movemos en otras direcciones, dirigimos nuestra energía y la del universo hacia objetivos extraños a nosotros y terminamos decepcionándonos, frustrándonos, acabamos desistiendo, creyendo que, en realidad, no tenemos ningún don, que aquello fue un arrebato de juventud, idealismo inconsciente, inmadurez. Estupidez.
    Y no digo que un don no pueda ser algo práctico, profesional, como ser médico, empresario o político, un excelente cocinero o agricultor. No es eso lo que importa. Lo que lo vuelve valioso y útil es el hecho de realizarlo, de vivirlo, de entregarlo al mundo, ya sea en un consultorio, una cocina, un colegio, un escenario o un mostrador.

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