sábado, 1 de março de 2014

"Terrazas"

    El verano empieza a despedirse lentamente: mañanas más frías, tardes con viento y nubes, algunas hojas amarilleando en los árboles. Creo que en algunos días voy a tener que agregarle una frazada a mi cama... Pero no estoy disgustada o triste, porque cada estación tiene su encanto. Me encantan las calles forradas de hojas amarillas y rojas y el dramatismo de los árboles desnudos, el té caliente, la estufa prendida, el chamanto en el sofá, las perritas con sus capas de polar, la sopita frente a le tele... Y después todo florece de nuevo y se llena de color y perfume. Es bueno el invierno porque así apreciamos todavía más la llegada de la primavera y del verano. El invierno climático y a veces espiritual nos prepara para el renacer, siempre.
    Y con una tacita de té al lado, aquí va la de esta semana:


    En un edificio de departamentos las terrazas toman el lugar del jardín, mismo si dramáticamente más chicos que éstos, y allí -como en los patios traseros de las casas- se puede descubrir buena parte de la historia de una familia. Bicicletas -bien engrasadas o llenas de polvo y moho- colgadores de ropa revelando las intimidades de sus habitantes, juguetes, cajas, plantas -lozanas y bien cuidadas o mustias y amarillentas en maceteros descascarados- juegos de mesa y sillas de plástico o metal, ceniceros, colgantes de bambú, vidrio o aluminio, enrejados para proteger niños chicos y animales... En algunas se organizan fiestas, en otras se lee, se digita, se habla al celular por horas. Algunas reúnen amigos o niños que se las arreglan para inventar un mundo de fantasía en el cual vivir sus aventuras. Otras poseen pequeñas huertas o primorosos jardines en miniatura. En unas pocas, perros aburridos le ladran a todo y gatos perezosos se estiran al sol o se esconden del calor. Hay algunas jaulas con canarios o conejos (esas son las excéntricas) y en las más tristes se amontonan cajas de cartón, colchones, arreglos florales decrépitos y restos indefinidos de que se llenan de tierra en su abandono... A esas terrazas nadie se asoma porque se transformaron en paliativos para la falta de espacio, entonces no forman realmente parte de la vivienda. Es como un apéndice feo y abarrotado de trastes que todos quieren olvidar.
    Pero otras veces, las terrazas son como la continuación de la sala, entonces los moradores abren las cortinas sin recelo -quien sabe hasta con algo de orgullo- y podemos ver un poco de su vida, sus rutinas, sus tesoros; podemos escuchar sus voces y atisbar sus rostros y cuerpos, sus movimientos, la interacción entre ellos...
    En Brasil, yo solía espiar por las ventanas de las casas cuando pasaba frente a ellas o entonces intentaba divisar alguna parte de sus patios traseros para tratar de adivinar quiénes eran sus habitantes, qué hacían, lo que tenían, lo que vestían, cómo celebraban sus fiestas, o pasaban los fines de semana. Los jardines del frente eran casi siempre bastante descuidados, sin ningún paisagismo; un montón de plantas, pasto y tierra desordenadamente esparcidos y llenos de maleza y piedras pintadas con cal que en algún momento trataron de definir límites pero que fueron vencidas por el descuido. Como casi siempre hacía calor, puertas y ventanas permanecían buena parte del día abiertos de par en par, entonces no era difícil descubrir alguna cosa sobre las personas que vivían allí. Aquí son más discretos, medio desconfiados, tal vez porque están demasiado cerca unos de los otros. Quizás la ciudad es muy grande y hay tanta gente que se sienten invadidos mismo estando dentro de sus casas. Aquí no hay plantaciones de maíz o soya al final de la calle. Hay más avenidas, más edificios, más autos, construcciones que nacen intempestivamente y se van irguiendo, insolentes, tapando la vista del cielo y de la cordillera, ayudadas por esos dragones ruidosos que estiran sus cuellos peligrosamente por encima de sus cabezas... Sí, aquí lo único que les resta son las terrazas, mezquinos rectángulos de aire y espacio en los cuales todavía pueden jugar a tener un jardín y salir a aliviarse del encierro diario.

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