sábado, 2 de abril de 2011

Nubes

    Aleluya!!!!!...
    Pero no se asusten, que esta exclamación no se debe a ningún tipo de éxtasis, revelación o conversión mística. Se trata simplemente de una expresión normal de la más pura felicidad de una pobre mortal que, después de una semana de agonía y dudas angustiantes, consigue entrar en la internet... Me lo pasé la semana pasada entera tratando de descubrir por qué no conseguia conectarme a pesar de haber revisado un millón de veces cada enchufe, cabo, interruptor y botón que tuviera algo que ver con el computador. Llamé a medio mundo pidiendo ayuda, inclusive al técnico de la tienda donde compré este computador, a pesar de estar cierta de que el problema no era él, y nada... Entonces, justo cuando ya estaba empezando a entrar en profunda crisis existencial, fuí a telefonear al local que mantiene la torre de recepción más cercana, como última y remota posibilidad de solucionar aquella novela mejicana, y al levantar el fono de la extensión que está en mi cuarto, me dí cuenta de que estaba con una estática terrible. Poco después, comenzó a hacer eco y todo tipo de  ruiditos misterioros e inexplicables. Pensé que era debido a las últimas lluvias, pues los cabos podrían estar mojados o algo así, entonces llamé al electricista, que vino al día siguiente, sudando a mares, y casi me dejó la casa patas arriba buscando el defecto. No estábamos llegando a nada cuando, de repente, tuvo la inspiración divina de salir al patio para revisar el cabo que traía la electricidad del teléfono principal que está en la sala hasta mi pieza, y que viene junto a la pared externa. Y fué entonces que el milagro sucedió, porque el buen maestro se dió cuenta de que aquel cabo -que él mismo había colocado hacía menos de un año- y que me juró que era ultra-mega-putz de resistente, no era, a final de cuentas, taaaan ultra-mega-putz resistente así, porque estaba todo oxidado y quebrado en varias partes por causa de la lluvia y el sol contínuos... Y claro, sin electricidad llegando a la extensón de mi cuarto, nada de internet!... Pidiendome todo tipo de disculpas y sudando más todavía, corrió a la tienda y compró más cabo y algunos metros de canaletas para protegerlo de la intempérie y en poco menos de una hora instaló todo y... voilá! Aquí estoy, resurgida de entre los muertos, con mi internet funcionando rápida y eficientemente, devolviendome la comunicación con el mundo... Ufa, mas qué drama! Ahora ya sé que cuando el teléfono empiece a chirriar es hora de cambiar el cabo porque está oxidado o quebrado, entonces, la próxima vez no voy a sufrir todo esto.
 Y yendo a lo que nos interesa, aquí vá la crónica de esta semana:


    Es una cosa que siempre me llamó la atención y que no me canso de observar: las nubes cambian de forma y lugar encima de nuestras cabezas todo el tiempo y nosotros no nos damos cuenta y perdemos este espectáculo simplemente porque no miramos hacia el cielo. No solamente nuestros piés están presos en el suelo, sino también nuestros ojos y pensamientos. Si prestáramos atención, veríamos por cuántas trasformaciones sutiles o dramáticas pasan y cómo son bellas, efímeras y juguetonas! Se ponen grises o plateadas antes del amanecer, anaranjadas o rojas cuando reflejan los rayos del sol, enceguecedoras cuando acogen a la luna, negras y densas cuando están preñadas de tormentas. Se juntan y se deshacen en algunos minutos, dóciles, según la voluntad del viento, su gran compañero, creando mil formas fantásticas e instigantes, aparecen en algún lugar, tal vez durante la noche, y se desvanecem tan discretamente como llegaron, se vuelven hilachas de algodón, vapor, espejismo sobre los campos y las ciudades. Amenizan el calor, anuncian la lluvia, esconden los picos más altos y pasean por los valles más profundos  salvajes. Parecen sólidas esculturas y, a pesar de ello, no poséen consistencia alguna; son como espejismos, poderosas y frágiles al mismo tiempo. Nada dicen, pero traen infinitos mensajes para el hombre que sabe interpretarlas. A veces parecen tan cercanas que tenemos la sensación de que si damos un salto podríamos tocarlas, mas, a pesar de todos nuestros esfuerzos y fantasías, no conseguimos atraparlas y llevarlas para casa para hacer una fiesta de algodón y esconde-esconde... Pero no hay problema, a ellas no les importa, pues son democráticas y no tienen dueño -ni deséan tenerlo-entonces todo el mundo puede verlas y quedarse un tiempo elucubrando sobre sus formas y su destino o su punto de origen.
    Y yo reflexiono, mientras las contemplo sentada en un banco de la plaza: No es nuestra existência, con sus glorias y miserias, sus monstruos y ángeles, sus desafios, angustias, milagros, revelaciones y misterios, con sus cambios, interrogantes y brevedad semejante a las nubes? No son ellas, en su volubilidad, parecidas a nuestro corazón, que un día están enamorados y otro día son tomados por el odio? No son estas figuras blancas como nuestros sueños, que de repente se desvanecen; como nuestra tristeza, que el viento de la fé puede soplar lejos? No tienen ellas ese aire majestuoso cuando se abren y revelan el sol, así como cuando nosotros amamos revelamos lo mejor de nosotros mismos?... Sin embargo, para verlas es necesario que miremos al cielo. Y para vernos a nosotros mismos y a los otros, tenemos que mirar el cielo dentro de nosotros, pues es allí que yace la verdadera forma de las nubes.

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