quinta-feira, 14 de abril de 2011

Una moneda menos

Esperaba poder postear esta crónica el fin de semana pasada, antes de que empezara el maratón de presentaciones de la Páscua, pero no lo conseguí, porque acabé recibiendo un montón de visitas y teniendo que ir a la fundación para algunas reuniones no-planeadas (típico!) más que una vez, entonces... Ya vieron, no? Nada de crónica!... Menos mal que, a pesar de tener que quedarme todos los días hasta las diez de la noche hasta el dia 20, tengo la ventaja de que -para no hacer taaaanta hora extra- voy a entrar a las cinco de la tarde, entonces tengo la mañana entera y una parte de la tarde para poner algunas cosas al día con respecto a mis escritos. (Estoy empezando a parecer mi hermana, que vive ordenando los armários. Yo estoy siempre poniendo al día mis apuntes) Y después del maratón, voy a tener los 4 días de feriado de la semana santa para recuperarme... Pero, desgraciadamente, el descando no vá a durar mucho porque volviendo ya voy a tener que empezar con los ensayos de las piezas del medio del año y del musical, del cual tenemos dos presentaciones en Mayo. Tendré que usar parte de mi tiempo para reescribir dos de las piezas porque resulta que ahora tengo más alumnos que personajes, entonces voy a ser obligada a solucionar este problemilla. Pero créo que no tendré mucho trabajo porque las piezas ya están escritas, entonces es sólo agregarle algunos personajes y diálogos. Como el tema ya está especificado la cosa queda bien más fácil que si tuviera que empezar todo de cero.
   Y aprovechando esta mañana de sol deslumbrante después de un día de diluvio y la primera presentación de Páscua -que fué um éxito, gracias a Dios- aquí vá la crónica de la semana pasada:


    Es hora de almuerzo y las calles hierven, las personas salen de las tiendas y oficinas como una nube de langostas hambrientas, animadas y sonrientes. El aire está lleno de aromas que peléan entre sí para atraer a los clientes: porotos, pollo, bife, tallarines, costilla asada, puré, arroz blanco y humeante, sueltecito en la fuente... Los numerosos restaurantes de la calle principal abren sus puertas y exponen sus buffets desbordantes y olorosos y sus mesas con manteles de plástico a través de las ventanas mientras atareadas cocineras de delantal e toca se apresuran con fuentes y bandejas de la cocina al comedor, pues parece que la prisa y el hambre de los clientes no tiene fin... En uno de estos restaurantes, que tiene una puerta corredera de vidrio con una enorme vitrina que tenta a los transeuntes con la visión coloreada del buffet de ensaladas y platos calientes, el entra y sale es casi frenético. Las mesas mal son desocupadas cuando ya hay alguien sentándose en ellas; las cocineras casi no tienen tiempo de retirar los platos sucios y pasar un año húmedo. Hasta hay gente en pié, cerca de la caja, esperando con sus servilletas, cubiertos y platos vacíos en la mano, inquietos en la fila del buffet, con cara de quien empieza a pensar que la comida no vá a durar hasta que sua vez llegue... El dueño, sentado en su trono particular atrás de la caja, contempla el cuadro con ojos brillantes y una enorme sonrisa en su rostro gordinflón y pálido mientras dá el cambio o muestra alguna mesa libre.
    Entonces, venido nadie sabe de dónde, aparece este hombrecillo, del tamaño de un niño, vistiendo aquel enorme abrigo negro y seboso que casi le llega al suelo, zapatones descosidos, cabello grasoso y mostrando algunas canas, manos sucias y de uñas largas y negras, la piel marcada por cicatrizes y heridas que no sanaron aún, un sweater que jamás vió água y jabón, y un pantalón amarrado con una cuerda inmunda de grasa, y se detiene justo en la puerta del restaurante, encogido y con los ojos húmedos de hambre, las manos en el aire como si quisiera agarrar esos aromas celestiales y llevárselos a la boca... Los clientes, con ese aire de realeza escandalizada, empiezan a toparse con él para entrar y el dueño, percibiendo la irritación de éstos, se vuelve hacia el hombrecillo y le escupe algunas palabras en tono áspero, acompañadas de un gesto parecido al que se hace para espantar a un perro. Pero el hombre casi no se mueve, poniendose en uno de los lados de la puerta. Los clientes pasan junto a él, esforzandose para no tocar su ropa asquerosa, y entran, suspirando aliviados y muy melindrados, haciendo comentarios. Desde dentro, algunos dan una mirada furtiva de desaprobación mientras mastican sus bifes o enrollan los tallarines en el tenedor... El dueño, impaciente y preocupado, se dirige nuevamente al hombre, mandándolo salir, y éste, obediente pero persistente, se aleja otro poco, saliendo de la puerta, pero continúa mirando hacia adentro, inclinando el cuerpo, cuello estirado y hombros encogidos, como para no perder ningún detalle de aquel banquete obsceno que acontece allí dentro. Curiosamente, nada responde y nada pide, sólo continúa parado allí, como uno de esos perros de la calle que se sientan cerca de las mesas de las fuentes de soda aguardando que, en un descuido, alguien deje caer una migaja o, conmoviendose, le arroje un hueso, un pedazo de carne o una papa frita meido quemada.
    Estremecida, contemplo a aquel personaje de arriba a abajo, en toda su miseria y humildad, y me doy cuenta de cuán terriblemente conciente está de su insignificancia, cuán grotescamente resignado con su nada y, por eso mismo, convencido de que no merece abrir la boca y mendigar un poco de porotos con arroz., no importa si sus piernas flaquean de hambre o su estómago está hecho un nudo y sus manos tiemblan al limpiarse la saliva que comienza a escurrir de su boca mústia y desdentada... Miro a mi alrededor y me pregunto, espantada: "Nadie está viendo? Nadie se compadece de esta criatura? Nadie es capaz de compartir su comida? No tienen algunas monedas más para pagarle un almuerzo decente?.... Y el dueño, no tiene ollas rebalsando de arroz, tallarines o pollo en la cocina? Sus lucros son más importantes que aliviar el hambre de este infeliz que casi desmaya en su puerta? De qué tiene miedo? De que la noticia corra y en poco tiempo  haya una fila de mendigos queriendo aprovecharse de su buena voluntad?"... Pero mi omnibus aparece e tengo que tomarlo, entonces me quedo sin saber el final de esa historia triste... A través de la ventanilla entierrada contemplo la silueta del hombrecillo todavía parado en la vereda frente al restaurante, y pienso que todos allí dentro -sobre todo el dueño- perdieron a oportunidad de ganar el día haciendo una buena acción. Una moneda menos en su tesoro  en el cielo.

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