sábado, 5 de fevereiro de 2011

El encuentro

    Menos mal que, a pesar de haber vuelto al trabajo, todavía las cosas están tranquilas en la fundación, lo  que me deja con un tiempo razonable para escribir, fuera los fines de semana, porque como por el momento estoy trabajando en un horario "normal" (salgo a las 17:30, entonces llego como a las 18:00 a mi casa) significa que todavía tengo parte de la tarde para sentarme aquí a escribir alguna cosa. Antes de ayer tuvimos la primeira presentación del musical de este año y, gracias a Dios, fué un éxito retumbante, como todas las otras veces. Cómo es bueno ver al público emocionado, envuelto, entregado a la historia que transcurre en el escenario! Y verlos aplaudir de pié al final es mejor todavía!... Todas las veces sucede lo mismo y todas las veces parece que mi corazón va a estallar de felicidad y orgullo por estos alumnos míos que están haciendo un trabajo tan sensacional.... Puedo afirmar que éste es mi mayor triunfo en todos los años que llevo trabajando en la fundación y que este fué, ciertamente, un regreso estelar!
    Entonces, aprovechando este mes y medio de horario normal que todavía tengo, quiero poner al día algunos apuntes que quedaron para atrás en aquella locura que fué el final del año pasado y también mantener mis blogs decentemente actualizados, incuyendo "historias". Ya estoy preparando nuevos cuentos para  postear, pero primero voy a terminar con "Silvestre" este final de semana. En realidad, ya lo terminé en portugués, pero hasta hoy no tuve tiempo de hacerlo aquí, entonces voy a pasar una parte de mi tiempo publicándolo, si no, mis lectores hispánicos van a cansarse de mí!...
    Y ahora, la crónica de la semana. Espero que la disfruten!.


    Estaba tendida en mi estera en la playa una mañana, siempre atenta a todo y a todos a mi alrededor, cuando de repente observé un hecho interesante, que me hizo reflexionar sobre mucha cosa y cambiar algunos de mis conceptos. Fué algo así como una profecía y créo que va a pasar mucho tiempo antes de que pueda olvidarla.
    De un extremo de la arena se aproximaba una pareja de edad, ella sosteniendo delicadamente el brazo del esposo, que parecía haber sido víctima de algún tipo de problema vascular que lo había dejado con el lado izquierdo del cuerpo casi paralizado, y conversando animadamente con él, la cabeza blanca despeinada protegida por un florido sombrero de paja y una salida de baño listada que danzava a su alrededor bajo el impulso del viento marino. El vestía una bermuda y una camiseta con una gran estampa de veleros en una puesta de sol, sombrero de lona y anteojos obscuros. Caminaba muy despacio, con gran dificultad, amparandose en el brazo firme y bronceado de la mujer y en un bastón de metal. Ambos eran de bastante edad, mas allí a la orilla del água, de repente, sin explicación, se habían tansformado en dos chiquillos maravillados que estaban descubriendo por primera vez aquel universo de água azul, de olas juguetonas y arena aterciopelada, de ese viento que les desordenaba las ropas y los cabellos como si estuviera jugando al pillarse. Ella hablaba constantemente, mostrándole al marido las gaviotas en el cielo, los barcos coloreados y ruidosos a lo lejos, los pececitos en el água rasa y cristalina, las impresionantes mansiones que parecían colgarse osadamente de las escarpadas laderas  de rocas moradas y grises, las misteriosas islas lejanas donde nadaban los delfines... Y él, sonriente y de boca abierta, se esforzaba para acompañarla, para ver y disfrutar todo lo que ella le describía, a pesar de toda su dificultad.
    Entonces, mirando hacia el otro extremo de la playa, divisé a dos chiquillos, de unos seis u ocho años, cuerpos esbeltos y morenos, cabellos revueltos y calzones llenos de dibujos coloridos, viniendo en dirección a los ancianos. El mayor sujetaba cariñosa, mas firmemente, la mano del pequeño, que casi no conseguía contener su emoción, mostrandose completamente encantado con el ir y venir de las olas que parecían, primero, querer devorarlo, y en seguida huían, haciendo espuma y hoyos en la arena. El niño gritaba y saltaba, apuntaba con el dedo hacia el mar, donde los barquitos paseaban perezosamente, llenos de banderitas y gente haciendo señas; o hacia el cielo despejado donde las gaviotas flotaban casi mágicamente y volantines de las formas y colores más extravagantes pirueteaban, dejando un rastro de luz y movimiento con sus colas de flecos... Sonriendo con un qué de aquella indulgencia de quien ya conoce el mundo y sus maravillas, el chico mayor miraba todo con aire complaciente, pero daba para percibir que no conseguía dejar de sentirse contagiado por el entusiasmo del pequeño... Cuando se acercaron un poco más, pude escuchar lo que le decía al otro y, curiosamente, le mostraba las mismas cosas que la mujer le mostraba al marido, y el niño parecía igualmente fascinado por todo ello.
    En un cierto momento, como tenía que suceder, los cuatro se cruzaron sin darse cuenta, y se quedaron unos al lado de los otros por algunos instantes, riendo y conversando, contemplando aquella inmensidad azul en perpetuo movimiento. En seguida, cada dúo continuó su camino en direcciones opuestas, alejándose lentamente...
    Yo me quedé completamente fascinada por lo que acababa de presenciar, pues parecía algo preconcebido, una escena de algúna película, tal vez una propaganda de televisión. Mil pensamientos vinieron a mi cabeza y tuve que respirar hondo para tratar de ponerlos en orden y llegar a algunas conclusiones, porque era obvio que aquello no era una mera coincidencia... Miré a mi alrededor, expectante. Será que alguien más había notado ese encuentro? O aquello había sido un regalo sólo para mí?... Bueno, como se dice: "Quien tiene ojos que véa", no es verdad?... Dí una última mirada  hacia las cuatro siluetas que se alejavam lentamente y pensé: " Aquellos que se encuentran en los extremos de la existencia -los ancianos y los niños- se encantan con las mismas cosas, están siempre redescubriendo y sintiendo el mundo, experimentando la creación, aproximandose e interactuando con ella. Unos porque todavía son inocentes, los otros porque dejaron atrás los espejismos y futilidades que dominan la vida de los jóvenes. Ambos sienten y expresan sin disfraces, con una honestidad y osadía que es sólo de ellos; algo que nosotros, que estamos en el medio del camino, perdimos a lo largo del recorrido. La vejez y la infancia se encuentran con frecuencia, se cruzan, se enredan armoniosamente (por eso los nietos son tan apegados a los abuelos) y comparten experiencias reveladoras, únicas, mismo yendo en direcciones opuestas. Lo que los atrae y los une es la simplicidad, la búsqueda de la gratificación, de la compañía sin compromiso, el interés por el aprendizaje -en el caso de los niños- y por el legado de la experiencia -en el caso de los ancianos.
    Entonces pensé, mientras las cuatro figuras desaparecían de mi vista, mezclandose con la multitud coloreada y ruidosa que fué invadiendo paulatinamente la playa con sus quitasoles, sus toallas y tiendas exóticas, sus sonidos, comidas y juguetes: "Pero cuál debe ser la dirección de una vida? Dónde podemos conducirla con nuestras decisiones y actitudes? Será que podemos mantenerla siempre cerca de la sinceridad y la transparencia de la infancia, mas guiada por la sabiduría y la serenidad de la vejez? Podemos conservarla siempre em movimiento, en crecimiento, en transformación? Podemos volverla creativa, útil, hacer de ella un ejemplo, una inspiración para los otros? Será que seríamos capaces de preservarla de la polución social y consumista que asola nuestro mundo, nuestra personalidad y nuesra auto-estima, de la ambición que nos devora y nos desvía de nuestros vedaderos sueños y destruye nuestra fé? Será que podríamos conservarla pura y simple, vivirla según el plano de Dios, cumplir nuestra misión sin ilusionarnos ni amedrentarnos con las apariencias?...
    Cerrando los ojos para recibir el sol en el rostro, me pregunté cuántas veces el anciano y el niño se cruzan a lo largo de nuestras vidas y cuánto provecho sacamos de estos encuentros mágicos, únicos, de estas lecciones que solamente ellos pueden enseñarnos. Porque todos llevamos un anciano y un niño dentro de nosotros, independientemente de la edad biológica que tengamos, y pienso que a veces nos haría muy bien parar en alguna playa para observarlos y escuchar lo que tienen que decirnos.

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