terça-feira, 23 de fevereiro de 2010

La plaza

La semana pasada casi me quedé sin postear la crónica porque tuve un weekend realmente tempestuoso... Primero, mi impresora -tan jurásica cuanto mi computador- entró e colapso definitivo y tuve que salir corriendo a comprar otra, cosa que no estaba ni de lejos incluída en mis cálculos financieros, pero como es imprescindible para mí, tuve que hacer el sacrificio y usar por primera vez mi tarjeta Visa (no la hábía usado nunca desde que la tengo!) para poder pagarla. Aí, en la tienda estaban en oferta los reclados y los mouses (yo todavía tengo uno de esos con la bolita debajo, en serio!) entonces, como había juntado algo de dinero, decidí invertirlo para pagar al contado estos accesorios, ya que mi hijo me contó que había comprado un computador para mí (no es un amor?) -no es nuevo, un XP, pero de cualquier forma es mejor y más moderno que el que tengo ahora- y que me lo traería el fin de semana. Hasta ahí, todo bien, yo estaba completamente exultante, pero cuando fuí a instalar el mouse, la impresora y el teclado nuevos en el CPU... Dónde estaban las entradas?... Eso mismo, esta cosa es tan, pero tan antigua que no tiene entradas para accesórios más modernos!... Resultado? No puedo usar ni el mouse ni la impresora ni el teclado nuevos en el computador viejo.... Bueno, todo no habría pasado de una historia divertida si no fuera porque, a final de cuentas, mi hijo acabó no trayendo del computador, lo que significa que me quedé con todo por la mitad. Quiero decir, puedo escribir, pero no puedo imprimir (y yo confío más que nada en el papel en mis manos) y continúo peleandome con la bolita del mouse porque ella insiste en no rodar e ir donde se le antoja toda vez que voy a usarla. En fin, créo que lo único que me queda es armarme de paciencia y esperar que mi hijo se digne aparecer con el computador y me lo instale para que pueda usar mis nuevos juguetes... Pero les juro que las manos están picándome de tanta ansiedad!...
Por otro lado, y para ponerle más emoción al tumulto del fin de semana, no conseguí escribir una única línea de un trabajo sobre la historia del café que tengo que entregar la próxima semana en la fundación porque no me enviaron por e-mail las informaciones que necesito, entonces ya me estoy preparando para llevar un tirón de orejas, a pesar de que no es mi culpa.
Pero mismo que lo hubiesen hecho, créo que, de todos modos, no habría conseguido escribir nada porque mi hija llegó el Sábado con un tremendo problema y tuve que darle toda mi atención y mi apoyo. Imagínense si iba a tener cabeza para producir cualquier cosa! Mi hijita (con 30 años y todo) estaba sufriendo! No podía dejara en aquella angustia para sentarme a digitar un texto sobre la maldita historia del café!... Entonces, opté por dejar que el mundo se viniera abajo y me quedé a su lado escuchandola, aconsejandola y consolandola. Y cuando volvió a su casa el Domingo en la tarde, yo estaba tan exhausta y preocupada que decidí salir a dar una vuelta para relajar, pedir fuerzas e inspiración. Ahí, ya imaginan, ni me acordé de crónica, blog, historia del café ni nada!... Sin embargo, hoy estoy mejor, confiando en los designios del buen Dios y muy contenta porque acabé de ganar una semana más de vacaciones por cuenta de unas horas extras que me aparecieron no sé de dónde; tiempo que, claro, pretendo aprovechar escribiendo. Esto incluye la crónica de esta semana. Bueno, de la semana pasada, para ser más exacta... Y sin más demoras, que esto ya está pareciendo una novela y el blog de historias es otro, aquí vá.

El viento corre por las calles y patios, entre el follaje de los árboles, entra por las ventanas y sale por las puertas y tejados, amenizando el calor recalcitrante del verano. Las hierbas crecen en el alcantarillado, agarrandose a las paredes de concreto liso y obscuro, siempre húmedo, con una fuerza y tenacidad que desafían a cualquier expectativa. Crece y se asoma por entre las rejas de fierro para mostrar su verde triunfante. Los gorriones, zorzales y tordos cantan mientras un diluvio inunda la tierra y hace a los hombres rehenes en sus propias casas... Y así sucede con todo: a pesar de cualquier cosa, de todas las dificultades y desafíos, la vida siempre encuentra una forma de manifestarse, de hablarnos, de alimentarnos y guiarnos... Extasiada delante de esta verdad, quise salir corriendo para hablar con las personas y ver si encontraba por lo menos a una que concordase con mi corazón tan magníficamente iluminado!... pero no la encontré, y entonces me sentí sola e incomprendida, ingenua, casi engañada por los milagros que acababa de presenciar. Cómo era posible que solamente mi corazón se diera cuenta de ellos? Será que realmente sucedían o se trataba tan sólo de mi imaginación exacerbada? Nadie quería oírme, nadie quería ver!... Entonces, la venganza pareció ser lo más adecuado, rápido y efectivo. Fué el primer pensamiento que me vino a la mente, fué el movimiento instintivo, casi de sobrevivencia... Porque el otro se lo merecía, ya que era incapaz de ver lo que yo veía, porque el otro tenía la culpa de mi infelicidad, porque al otro siempre le fué mejor, porque el otro era feo, ordinario, ignorante, pobre, insignificante, peligroso y así en adelante continué cavando más y más hondo en mi resentimiento y mi pesimismo, enterrando no sólo a aquellos que aparecían frente a mí, sino a mí misma también... Sin embargo, antes de llegar al fondo de este abismo, me detuve, sin saber por qué, y permanecí observando atentamente lo que había dentro de mí. Después de algunos instantes de esta expectante inmobilidad que parecía esperar algo sentí, emergiendo de entre los escombros de la plaza arruinada en que mi corazón se había convertido, um perfume, um murmullo de água corriendo, un viento de alas moviendose sobre mi cabeza humillada y decepcionada, y fuí obligada a levantarla, fuí obligada a ponerme nuevamente de pié y respirar hondo porque percibí que, de otra forma, sería tragada por aquel abismo que yo misma había cavado. Pero también me di cuenta, encantada, de que ese perfume, ese murmullo, esas alas no eran otra cosa sino los ojos de Dios que me miraban, me jalaban hacia arriba... Entonces, de repente, al sentirme delante Suyo, mi corazón dió un salto, hizo una pirueta de payaso y se sacudió, lanzando lejos todo el resentimiento y la rabia, y reflexionó, con un qué de osadía y hasta de buen humor: "Por qué no intentar la nobleza, la paciencia, el perdón, la humildad? Por qué no desear el bien del otro en vez de despreciarlo y castigarlo por las faltas que yo mismo cometo, y que son tan humanas a final de cuentas?... Sí, por qué no hacer las cosas diferentes esta vez? Por qué no?"... Y súbitamente, sin un aviso, antes de que concluyera mi última interrogación, la plaza se reconstruyó en un segundo, se llenó de colores y música, de flores y pájaros. Un pedazo de cielo intensamente azul se abrió encima de ella y un sol de oro y fuego entibió mis entrañas, devolviendoles la vida. Entonces, al contemplar este cuadro y saber que hacía parte de él, sentí que una inmensa paz tomaba cuenta de mí, porque supe que Dios me había escuchado y ya había respondido todas mis preguntas y concedido todos mis pedidos.
Lo que realmente importa, a despecho de cualquier apariencia, es lo que tenemos en el corazón, y si éste está en sombras, enfermo, solitario o resentido, todo a su alrededor también estará obscuro, frío y muerto, porque habremos dejado al amor fuera de él.

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