quinta-feira, 18 de junho de 2009

Lugares mágicos

En el penúltimo ensayo con las chicas del ballet de la Fundación Cultural, que van a presentarse este Sábado en la muestra "Danza solidaria" en el teatro Marista, me sucedió una de esas cosas que llamo "cariño de padre" y que sólo Dios es capaz de maquinar para mantenerme con el ánimo arriba... Estaba despidiendome de la profesora cuando, de entre el grupo de madres ansiosas y habladoras que esperaban a sus hijas, se acercó una mujer más joven, rubia y de expresión extrañamente tímida y al mismo tiempo decidida. Se detuvo junto a mí y de repente me pescó el brazo y me pidió que esperase mientras ella le preguntaba alguna cosa a la profesora. Yo obedecí, curiosa, pues no la conocía, y ya medio preocupada con mi horario de almuerzo, que volaba sin piedad. Cuando la mujer terminó su asunto con la profesora, se volvió hacia mí y, tomando aliento y con una expresión de repentina y profunda emoción, me dijo: "Me encantan sus crónicas! Todos los miércoles busco en el cuaderno 2 para ver si es una de las suyas que salió publicada!"... Yo me quedé totalmente sorprendida, ya que ese tipo de comentario no era precisamente lo que esperaba escuchar en aquel momento, y le respondí con una de esas sonrisitas sin gracia que uno esboza cuando pierde completa y vergonzosamente el plumo. La mujer, sin darse por aludida con mi actitud, continuó agarrandome el brazo y hablando... "Sabe esa crónica sobre las casas? Me emocionó tanto que la recorté y la tengo guardada en mi agenda! Lo que usted describe es exactamemnte lo que estoy viviendo!... Usted tiene esa cualidad de llegar al fondo del corazón del lector y hacer que nos emocionemos y volvamos a percibir y a sentir cosas que se nos habían olvidado. Gracias!"... Bueno, ni consigo describir cómo me sentía a esa altura. Casi estaba empezando a llorar también! Sobre todo porque hasta ese momento mi día no estaba muy halagüeño que digamos. Pero, para variar, Dios estaba colocando uno de sus regalitos en mi camino, motivandome para continuar... La mujer -a quien ni tuve tiempo de preguntarle el nombre- siguió elogiandome y comentando mis trabajos (delante de todo el mundo, para mi total embarazo) y dijo que también quería recortar y guardar mi primera crónica, "Volantines olvidados", pero que desgraciadamente había perdido la hoja donde había sido publicada. Entonces, le hablé sobre este blog -que ella ya conocía- y la convidé a visitarlo, ya que aquella crónica estaba allí. Agradecida y todavía llena de una gran emoción, se despidió y se fué, acompañada de su hija -una de las bailarinas que estaba ensayando conmigo- y yo me quedé parada ahí, sonriendo como una tonta y sintiendo, de nuevo, que mi día había sido salvado por uno de esos pequeños milagros que acontecen a cada momento y que nos impulsan a continuar peleando nuestras batallas y creyendo en nuestros sueños... No fué sensacional? Dios es un as conmigo. Y es siempre así!.
Bueno, y después de esta pequeña anécdota, que parece una crónica, pero no es, aquí vá la de esta semana.

El viejo galpón con los dos portones abiertos y la silueta de mesas, neumáticos y herramientas colgados en las paredes destacandose contra la luz de los rayos del sol de la mañana que entran por el corredor formado entre los dos portones. Polvo blanco danzando en el aire frío y transparente... El jardín del átrio de la iglesia del convento de las carmelitas de Pedro de Valdivia, en Santiago, con su pozo de piedra verduzca y el soporte de metal trabajado, los silenciosos y penumbrosos locutorios con los cuadros de santos de la orden en las paredes desnudas y la ventana de rejas cuadriculadas con la cortina negra corrida, que esconde los misterios de la clausura... La cúpula redonda de metal en la entrada del parque Juan XXIII, en la cual se enrosca aquella enredadera de delicadas flores liláceas, subiendo por los fierros hasta formar un techo móvil y perfumado... El antiguo portón de madera de la casa del viejo matrimonio japones, siempre cerrado y silencioso, hecho de gruesas tablas de madera grisácea firmemente unidas por tiras de metal ya enmohecido y enmarcadas por un umbral en sobrerrelieve terminado en ogiva... El patio del convento de San Francisco, en la Alameda, con su profusión de árboles, flores y pájaros, su fuente en el centro, donde todas las veredas se encuentran, y su chafariz siempre melodioso, donde las aves bajan para beber o bañarse. Corredores con grandes arcadas, portones de metal que resguardan las habitaciones de los frailes, salas con suelo de piedra que exponen los tesoros del museo de la congregación; iglesia de la época colonial, de dimensiones impresionantes y clima obscuro y asustador, a pesar del rojo vivo de los muros exteriores, oratórios con estatuas de ropa y cabello, ojos de vidrio llenos de dolor o éxtasis, rostros pálidos y brillantes. Y velas, una infinidad de velas a los piés de cada una de ellas, impregnando el aire opresivo con su olor, que se mezcla con el de las flores que adornan el altar mayor y las capillas laterales... El jardín lleno de esculturas de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, el pasto siempre verde y sus veredas de tierra blanca limpias y sombreadas por los árboles centenarios, algunos de los cuales ya atravesaron las rejas externas y se arrastran por la vereda, mismo heridas por los barrotes de metal... El fundo "Cholqui" con sus cercas de tronco y el estero rodeado de sauces, la cocina de piedra, las ristras de ajo, cebolla y hierbas colgadas en las paredes ennegrecidas por el hollín del fuego en el suelo. La casita de tejado rojo que creíamos ser la de la Blancanieves en la colina frente a la entrada del fundo. Muros amarillos, persianas verdes, cardenales en el jardín de la escuelita rural, sacos de papas y cebollas en la bodega obscura y entierrada, toneles de aceite, sal y azúcar, frascos de conservas en largos anaqueles, salames y perniles colgados de las vigas del techo; caballos, parras, vacas, perros, sillas de paja en las barandas adornadas con maceteros y enredaderas, cuartos con paredes altas y ventanas largas, bañera de latón blanco y piés de gato... El escenario del teatro, vacío y silencioso, mas vibrante de recuerdos y emociones, de gestos, palabras y músicas, del movimiento febril de cada una de las presentaciones que acontecieron allí, reflectores y cortinas como ojos y manos amigas, asientos perfectamente alineados esperando su público, cuyos aplausos parecen siempre ecoar en la penumbra...
Estos son lugares mágicos -algunos de mis lugares mágicos- insubstituibles, siempre perfectos e intocados por el tiempo, siempre vivos y eternamente renovados. Lugares que despiertan mis mejores sentimientos y me dan nuevas fuerzas para continuar luchando y aceptar el desafío de encontrar nuevos espacios como estos en cada etapa de mi vida, cuadros que impregnen mi existencia de calor y emoción, de bienestar, consuelo, seguridad y paz, pues tengo certeza de que son lugares donde Dios dejó un mensaje especial para mí, lugares de los cuales El hizo un refugio al cual siempre podré regresar, mismo que séa sólo con el pensamiento, para reencontrar lo mejor de mí, mi escencia, mi inocencia, mi libertad, el milagro de la existencia sobrenatural que transcurre paralela a la real. Estos lugares son como puertos seguros en medio de las tempestades de la vida, manantiales que nos ofrecen fuerza y fé y que nunca nos van a faltar, desde que no nos olvidemos de ellos y regresemos a visitarlos todas las veces que séa necesario, pues es para esto que ellos existen.

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